miércoles, 21 de febrero de 2007

Pinochet: Crimen sin castigo

Verrá la morte e avra i tuoi occhi/Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Así reza el título de un poema de Cesare Pavese, excepcional poeta italiano de la primera mitad del siglo XX. La muerte vino y tuvo los ojos del dictador chileno Augusto Pinochet ¿Cuál habrá sido esa mirada que depara la muerte para todos? ¿Habrá descendido al remolino mudo como en el poema? Curioso nombre el del general que se convirtió en dictador de Chile ya que hace más de dos milenios atrás gobernó el primer emperador romano, y que, como él, además de llamarse Augusto, puso fin a la República. El reinado de Augusto, conocido también como “Octavio” antes de convertirse en tirano, acabó con las penosas luchas internas y externas de Roma. A ese período de la historia latina se lo conoce como la “Pax Romana” (29 a.C -180 d.C.), que se tradujo en una época de “paz” generalmente caracterizada por una ausencia de conflictos o guerras civiles entre facciones senatoriales y populares. Sin duda fue una etapa de florecimiento que tuvo un alto costo pues muchos pueblos se vieron sojuzgados por Roma a cambio de la tranquilidad que ofrecía el imperio. Mientras Roma imponía y garantizaba la estabilidad mediante sus reglas (la universalización de su derecho), las demás naciones debían obedecer, comerciar y tributar si querían mantener la así fraguada “paz”.

Hago esta breve introducción, sin dejar de lado las evidentes distancias históricas entre uno y otro personaje, para señalar que ambos compartieron ciertas similitudes dado su rigor y totalitarismo.

Pinochet se preció de manejar Chile con un absoluto control de su vida institucional y civil. Al extremo que se le podía comparar con una Parca, divinidad romana del destino (o moira griega) que determinaba el tiempo de vida asignado a cada mortal. Como este personaje mitológico, Pinochet detentaba y manipulaba los hilos del poder, así como los de la vida y de la muerte de cada chileno. Él y su Junta Militar poseían todas las prerrogativas políticas imaginables luego de propiciar un innecesario golpe de Estado en 1973 a quien fuera su comandante en jefe, el ex presidente socialista, Salvador Allende.

Sin demasiado fundamento histórico se ha dicho mucho acerca de la necesidad del golpe llevado a cabo por Pinochet, que dicho sea de paso fue un oportunista ya que se sumó a último momento a la larga lista de conspiradores. Existen sobrados motivos y evidencia documentaria como para responder con soltura y naturalidad ante las “justificaciones” ofrecidas por la dictadura chilena y sus partidarios. Para refutar cada uno de sus argumentos sólo basta remitirse al hecho concreto y a fuentes históricas confiables. Así derribaremos todas las falacias e inexactitudes en las que se apoyó uno de los regímenes más brutales de la historia latinoamericana reciente.

El primer cuestionamiento que haremos está vinculado a la exigencia de realizar un golpe, es decir, a destruir de raíz la necesidad de un mal menor para evitar otro mayor, o el pragmatismo político que surge luego de la aplicación de un principio relativista muy conocido y erróneamente adjudicado a Maquiavelo, pero que se desprende de un pequeño párrafo de su monumental obra “El Príncipe” (1).

La Junta de Gobierno chilena se valió del aforismo “el fin justifica los medios” para emprender una operación militar que socavó las libertades civiles y el Estado de derecho ¿Pero era así de grave la situación chilena como para admitir la ruptura del orden constitucional? ¿Fueron válidas en su oportunidad las explicaciones dadas por la dictadura chilena a la hora de convertir a Chile en un paria internacional? La respuesta a estas inquietudes es “NO”. Así de tajante pues carecían de todo sustento las dispensas ofrecidas por Pinochet en su primera conferencia a la prensa mundial.

Se dijo por ese entonces que Chile corría el riesgo de convertirse en otra Cuba y que el comunismo soviético se irradiaría desde el país de la estrella solitaria hacia el resto del subcontinente americano. Cuando uno esté frente a una argumentación como esa hay que descartarla de plano pues el gobierno socialista de Allende llegó al poder a través de la urnas, es decir, por medio de unas elecciones libres y democráticas y no de una revolución o lucha armada como Lenin, Mao o el propio Fidel Castro en su momento, con quien se le quiere comparar erróneamente. Esta primera diferencia es esclarecedora -y necesaria-porque Allende no sólo fue elegido democráticamente, sino que se comportó como un cabal demócrata durante todo su mandato. Lejos estaba de implementar una represión brutal que sucedió luego bajo la dictadura pinochetista.

Si bien por ese entonces la situación chilena era caótica por el boicot político de la derecha y la CIA, existían salidas constitucionales a la polarización política y la crisis económica existentes ya que Allende consideró dar un paso atrás, esto es, convocar nuevas elecciones (un plebiscito) pues el dignatario no quería una guerra fraticida entre chilenos por su causa o terquedad. Pinochet, como comandante de las FF. AA. sabía esto, es decir, de los planes del presidente de la Unidad Popular, coalición de izquierdas y socialistas en el gobierno, para dimitir y acortar su mandato.

La traición del entonces comandante general del ejércitoejército, subordinado de Allende, quien precisamente lo ascendió, se produjo cuando le aconsejó al presidente que postergara por unos días su trascendental anuncio, cosa que hizo el mandatario mapochino confiado en la lealtad del que fuera ex general de la guarnición de Santiago, encargada de la custodia del Palacio de la Moneda.

Al tener la confianza de Allende, Pinochet y otros mandos de la Marina y de la Fuerza Aérea prepararon el golpe para el día 11 de setiembre de 1973, fatídica fecha no sólo para Chile, sino para todo el mundo, luego de los funestos atentados contra objetivos civiles hace seis años en la ciudad de Nueva York.

Es más, en caso que Allende no hubiera dispuesto su salida, existía la posibilidad de que en las siguientes votaciones se eligiese a un opositor. Entonces, existían caminos habilitados para encontrar una solución legal a la grave crisis chilena.

Por otro lado, lejos de ser un gobierno represivo, el régimen socialista llevó a cabo importantes reformas como la nacionalización del cobre (Codelco), gracias a la cual se financia una parte importante del tesoro chileno y las Fuerzas Armadas de ese país. Sin la previa estatización de los activos mineros, Chile no tendría una de las mejores fuerzas disuasivas de la región, que espera alcanzar el nivel de operatividad de la OTAN en el 2010.

También hay que destacar que el socialismo chileno contó con una férrea oposición de la derecha y algunos sectores religiosos, en otras palabras, permitió y respetó el libre intercambio de opiniones, así como a los medios informativos.

El argumento final que derriba la supuesta cubanizaciòn de Chile es que la Unión Soviética negó rotundamente su apoyo a Allende, quien por esas fechas se encontraba bastante debilitado y deprimido. La ruptura con Moscú se debió a que el líder socialista no siguió la recomendación de Moscú de iniciar una revolución, es decir, una guerra interna que tendría seguramente un alto costo humanitario y político. Ante su negativa, Breznev, sucesor de Kruschev, manifestó que sin compromisos mayores (revolucionarios) el respaldo soviético no puede efectuarse. Los líderes de la otrora superpotencia habían abandonado a Allende mucho antes de su visita al Kremlin puesto que creían que no se iba a despojar de sus convicciones democráticas ni de su accionar pacifista, esto es, de respetar las instituciones democráticas y la Constitución chilena en vez de implementar reformas y correctivos dramáticos en el seno de la dictadura del proletariado, como deseaban los soviéticos.

Sin el respaldo de la URSS era imposible considerar una cubanizaciòn de la sociedad chilena puesto que la propia Cuba sobrevivió largo tiempo gracias al subsidio energético, económico, militar y alimentario que le proporcionó para sobrellevar el cruel embargo decretado por Washington durante la presidencia de Kennedy. Este apoyo también fue crucial para que EE UU desista de invadir la isla luego de la Crisis de los Misiles de 1962. Al concluir la zozobra nuclear sobre la costa este norteamericana, el presidente demócrata, John F. Kennedy, acordó con los dirigentes comunistas que su país jamás tratará acabar con la revolución castrista, cosa que cumplió a medias porque no dejó de atentar contra la vida de Fidel Castro, ni asfixiar a Cuba a través del bloqueo económico. Se estima que la superpotencia desembolsó unos 45 000 mil millones de dólares para solventar el proceso socialista cubano. Entonces, a la luz de lo anterior, resulta absolutamente falso que Chile caminara inexorablemente hacia el comunismo.

La verdadera razón del golpe radica en el revanchismo estadounidense.
Luego del triunfo de la Revolución Cubana, a EE UU le quedó clavada una espina pues no pudo evitar ni la victoria de los barbudos, ni que Cuba, aliado norteamericano desde su independencia, se alineara detrás de la cortina de hierro. Para Estados Unidos significó un duro golpe la ruptura de relaciones diplomáticas con La Habana. Además puso en jaque a durante un buen tiempo a la política exterior estadounidense toda vez que perdió su “tradicional patio trasero”.

El segundo punto a rebatir es la afirmación de que Pinochet condujo a Chile a la modernidad, esto es, que lideró el proceso de inserción de la economía chilena en el mundo.

Esta aseveración se cae por si sola pues las reformas, traumáticas por cierto, fueron parte del corolario de los monetaristas de la Universidad de Chicago o “Chicago Boys”, economistas chilenos formados y adoctrinados en las teorías del recientemente fallecido, Milton Friedman, Premio Nobel de Economía en 1976.

Pinochet era un hombre bastante mediocre -lo rechazaron dos veces de la Academia Militar- como para comprender complicados conceptos econométricos, es decir, no entendía la magnitud o los impactos de las medidas que llevaron a una apertura de los mercados o la liberalización interna. Ni si quiera los expertos del Banco Mundial comprendieron oportunamente las consecuencias que acarreaba introducir ese tipo de reformas en una economía hasta cierto punto “cerrada” –o negada a los procesos de intercambio- hasta la crisis asiática, rusa, mexicana , argentina, brasilera, etc.

Siguiendo con lo económico, implantó un modelo represivo en lo político y abierto en lo económico algunos años antes de que China implementara sus reformas de “libre mercado” 1979 con Deng Xiaoping.

Para no desviarnos demasiado, es necesario señalar que los chilenos fueron más pobres durante la dictadura que rigió sus destinos por 17 años. El grado de indigencia rozó el 50%, superándose en muchas oportunidades. Al término del mandato pinochetista, el presidente democristiano, Patricio Aylwin, aseguró que la economía carecía de un “rostro humano” pues más de 5 millones de chilenos vivían con menos de dos dólares por día. La inflación galopaba niveles históricos así como escaseaban algunos bienes básicos. No existía un sistema social o de asistencia que luego fue reformulado por la Concertación Democrática.

Si hay que nombrar a los responsables directos del crecimiento chileno debemos señalar en primer lugar a los gobiernos democráticos que siguieron a la dictadura. Éstos fueron los que redujeron la pobreza a cerca del 18% actual, de un 43% legado del nefasto régimen de Augusto Pinochet. A partir de Eduardo Frei ya se pudo apreciar parte del bienestar que goza una gran parte de chilenos. Además, en materia de desempeño del PBI, la democracia chilena produjo un crecimiento del ingreso per capita sensiblemente mayor al promedio de los 17 innecesarios años de dictadura, y redujo en forma significativa las trabas para formar empresa en Chile.

Decir que Pinochet fue un “héroe”, “salvador” o “libertador”, mancha, y con creces, el nombre de verdaderos libertarios como San Martin, y, en menor grado, de Bolívar, dadas sus pretensiones dictatoriales por su Constitución Vitalicia de 1826.

¿Cómo puede ser héroe alguien que reprimió brutalmente a sus propios conciudadanos? ¿Cómo puede ser héroe un militar senil que restringió las libertades civiles? ¿Cómo puede ser héroe un criminal que masacró a extranjeros, entre ellos muchos religiosos y periodistas internacionales? ¿Cómo puede ser héroe alguien que atentó contra la vida de distinguidos chilenos asilados en el extranjero, violando la soberanía de otros países? ¿Cómo puede ser héroe alguien que se negó a entregar el poder en 1988 luego de perder el plebiscito, según revelaciones del Comandante General de la Aviación, Rodolfo Matthei?

Como estas hay muchas anécdotas más totalmente verificables. Así, el presidente Aylwin contó una vez que Pinochet declaró ante él que no le consideraba su jefe inmediato, desconociendo la Constitución de 1980 que el propio tirano ideó para legitimar su dictadura y que claramente señala que el comandante supremo de las FF. AA. es el presidente de la república. También es sabido que cuando procesaron a su hijo, militar como él, organizó un operativo con el fin de disuadir a la justicia chilena, que finalmente absolvió al primogénito del general. En aquella oportunidad ordenó que los uniformados vistieran sus ropas de combate y movilizó tropas cerca de la capital, Santiago de Chile, con el fin de sitiarla. En muchas ocasiones también hemos oído de la propia boca del general que “si alguien enjuicia a los suyos (oficiales) se acaba el Estado de derecho”. Ni qué decir cuando una grabación de la cadena alemana Deutsche Welle registró al general indicando a sus subordinados acantonados en la Moneda que Allende sale vivo, pero el avión en el que se marché (al exilio, se entiende), se cae.

Pensar que un criminal de su calaña tenía serias convicciones democráticas porque entregó el poder a los civiles como prometió denota una gran ingenuidad. Como se dijo más adelante, Pinochet pensaba retener el poder a toda costa pero al no con contar con el apoyo de los demás institutos armados tuvo que ceder. Si eso fuera cierto por qué habría de presentar un candidato afín como Herman Buchi, uno de los “Chicago Boys” de su brutal gobierno en las elecciones de 1990. Por si queda alguna duda, Pinochet Ugarte permaneció desde 1990 hasta 1998 como Jefe de las Fuerzas Armadas y eligió a su sucesor, saltándose la autoridad del entonces presidente, Eduardo Frei. Todos estos cuestionamientos sólo revelaran la entraña gansteril de su carácter y su régimen. A nadie debe quedarle duda de que fue un simple tirano y nada más.

En cuanto a la materia económica, existen muchas imprecisiones sobre sus privatizaciones. Según informes confiables, el erario chileno perdió unos 1000 millones de dórales en la privatización de unas 30 empresas estatales ¿Si hubiera tenido tal impulso renovador por qué no privatizó Codelco, la mayor empresa de cobre del mundo? Por la sencilla razón de que gracias a su considerable aporte económico financió las cuentas públicas y la modernización de su Ejército, es decir, gracias a una estatización iniciada por de Allende.

Hay que hacer notar que al tener el control absoluto del poder podía equivocarse groseramente en materia económica sin temor a un golpe de Estado o a alguna manifestación pública, que sería reprimida inmediatamente con dureza. Así cualquiera gobierna ya que puede errar ilimitadamente sin sufrir por ello alguna consecuencia política. Entonces tenía una suerte de cheque en blanco pues contaba con el respaldo militar, de la derecha (Unión Demócrata Independiente), la clase empresarial advenediza y la Casa Blanca, que sólo manifestó su oposición al régimen cuando sicarios pinochetistas asesinaron a sangre fría al canciller de Allende, Orlando Letelier, en la ciudad de Washington en 1975. Ese crimen rememoró el perpetrado varias décadas atrás por partidarios de Stalin en México al ultimar a León Trostky, uno de los precursores e ideólogos de la Revolución Bolchevique (1917-1919).

El principal aliado y promotor del golpe fue, sin lugar a dudas, la Administración republicana de Richard Nixon y su secretario de Estado, el maquiavélico Henry Kissinger. El primero dijo alguna vez que justificó la intervención en Chile por un asunto de “seguridad nacional”.

Quienes complotaron el 11 de setiembre de 1973 deberían ser acusados de traición a la patria por llevar a cabo labores sediciosas junto a una potencia extranjera con el objetivo de derrocar a un gobierno democráticamente elegido. Por lo anterior, Pinochet ni siquiera debió recibir un funeral con altos honores militares puesto que rompió el orden constitucional y echó por la borda una larga tradición democrática que databa de 1925, fecha en la que se estableció la Constitución que restableció las facultades presidenciales y permitió la separación de la relación entre la Iglesia y el Estado.

Un factor fundamental que contribuyó al despegue chileno fue la estructura institucionalizada, organizada y menos corrupta. Estas raíces le permitieron a Chile retornar a la democracia sin demasiados contratiempos puesto existía en aquél país bases sólidas para el diálogo a nivel político y social.

La identidad chilena, forjada, a la sombra de los grandes virreinatos y de los centros de poder coloniales, estuvo determinada por diversos factores como la carencia de abundantes riquezas naturales, que produjo que Chile tuviera que mirar hacia el comercio de ultramar, es decir, a negociar con potencias extranjeras como Inglaterra, Holanda y Francia. Otro elemento esencial fue su particular geografía puesto que la aproximación de los países europeos a la costa pacífica de América tenía que producirse necesariamente a través de los puertos chilenos como Valparaíso o Antofagasta. Así, este acercamiento con los comerciantes y financistas occidentales fue consolidando en el ideario colectivo que el modelo o paradigma de desarrollo estaba en el libre intercambio y no en la exclusividad comercial.

Con la muerte del tirano, el juez Alejandro Solis, quien procesaba a Pinochet declaró el sobreimiento de la causa por las muertes en Villa Grimaldi, lugar donde también fue torturada la actual presidenta, Michelle Bachelet. Aquello no supone que se lo declare inocente de los cargos levantados en su contra sino que se archive la causa a raíz de su fallecimiento.

A Pinochet se lo pudo procesar porque, a pesar de la Ley de Amnistía dictada por su régimen, la Corte Suprema calificó la mayoría de acusaciones judiciales dirigidas al ex dictador como violaciones sistemáticas a los derechos humanos, es decir, como delitos que son imprescriptibles según las convenciones internacionales. Haciendo un poco de memoria, en el 2004 la Corte Suprema de Justicia dictaminó que aquella “ley” no era aplicable a los casos de desaparición de personas. La razón para ello era que los desaparecidos eran considerados víctimas del delito de secuestro permanente, el cual no expira mientras no aparezcan. El desafuero que permitió el levantamiento de su inmunidad parlamentaria como senador vitalicio, cargo que el mismo se dio al finalizar su mando en las FF. AA., fue el paso inicial para juzgarlo por los crímenes indicados.

Otro momento estelar se produjo cuando se lo declaró hábil para seguir los casos en su calidad de procesado. De ahí la orden de arresto domiciliaria bajo la que se encontraba Pinochet al momento de su muerte por los cargos que le eran imputados. Y no se trataba sólo de aquellos cargos que versaban sobre torturas y ejecuciones extrajudiciales, sino de acusaciones sobre corrupción que salieron a la luz luego de profundas investigaciones de una Comisión del Senado Norteamericano en el Banco Briggs de Washington. Los montos encontrados involucran un total de 28 millones de dólares. Antes tales hechos una buena parte de sus acólitos guardaban un pudoroso silencio.

Últimamente algunos de sus colaboradores y partidarios han venido descargándose de la pesada herencia del general pues la Centro Derecha de Sebastián Piñera, ex candidato presidencial y líder del Renovación Nacional, optó por voltear la página con respecto a Pinochet y dejarlo a su suerte ante el cúmulo de procesos judiciales que arreciaban en su contra. Sería prácticamente un suicidio político para cualquier partido apoyar a raja tabla a Pinochet si se tiene serias aspiraciones de tentar alguna vez la presidencia, ya que más del 55% del electorado guarda un encono muy profundo hacia la dictadura. La cifra tranquilamente puede ser mayor pues el buen gobierno de la Concertación Democrática opacó cualquier “logro” económico de la dictadura, que por cierto sólo fue coyuntural pues Chile dependía en gran medida de las cotizaciones internacionales de las materias primas que exportaba como harina de pescado, celulosa, frutas, etc. Se trataba pues de una economía escasamente diversificada como para soportar con relativo éxito los negativos efectos de una crisis internacional, cosa que ahora hace Chile con suficiente holgura.

En lo político, la democracia chilena ha venido deshaciendo la mayoría de hipotecas que en esta materia heredó del antiguo régimen. Por citar sólo algunos ejemplos, desapareció la figura de los senadores designados; se modificó la composición y funciones del Consejo de Seguridad Nacional; y el Ejército Chileno reconoció, a través de una declaración de su comandante en jefe (el general Juan Emilio Cheyre), la responsabilidad de su institución en las violaciones a los derechos humanos.

Chile avanzó en buena manera hacia la reconciliación pues instituyó una Comisión de la Verdad para ese fin. Sin dejar de lado que el Estado ha compensado de alguna forma a los deudos de las víctimas de la violencia militar y obligó a las Fuerzas Armadas a pedir perdón a la sociedad. Sólo faltó procesar a sus máximos dirigentes para que el círculo estuviese completo. Al menos los procesos continúan y se encarceló a varios miembros del totalitarismo castrense.

En este caso “la muerte le ganó a la justicia” como refiere el uruguayo Mario Benedetti, escritor de “La Tregua”. Esto se trata de un crimen sin castigo a secas. Aunque sea Raskolnikov, uno de los personajes mejor logrados de Dostoievsky, se entregó a pesar de que no había pruebas en su contra. Pinochet, admirador de Napoleón, Alejandro Magno, Julio Cesar, Federico de Prusia, entre otros, no supo nunca dar la cara en vida pues corrió de todo campo de batalla. Así, se refugió en la autoridad papal de Juan Pablo II para evitar un conflicto con la Argentina de Videla, y abortó una guerra con Perú, al perder el apoyo norteamericano. Jamás pudo idear un plan en su vida que no sea para torturar inocentes. Si su tumba tuviera que lucir un epitafio sería: “Se corrió de los procesos amparándose en su senilidad, rehuyó a la justicia escondiéndose en la muerte”.


Notas:

(1) “En las acciones de todos los hombres, en especial de los Príncipes, donde no hay tribunal al que apelar, se juzga según el resultado. Procure, pues, el Príncipe vivir y conservar el Estado: los medios serán siempre juzgados honorables y celebrados por todos.” Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”.

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