jueves, 14 de junio de 2007

Multinacionales españolas en América Latina: del desembarco a la reordenación

Lo muestran hasta la saciedad los medios de comunicación: la clase política española está preocupada. Las grandes empresas que lideraron la recolonización de América Latina en los años 90 se sienten amenazadas ante la nueva coyuntura política de la región. Algunas incluso han empezado a repensar sus intereses y a diversificar sus inversiones, sin despreciar, no obstante, el mercado que las ha convertido en lo que hoy son.

Aloia Álvarez Feans -Reserva Moral

En los últimos meses hemos sido espectadores de una serie de cambios sustanciales en América Latina que han forzado la redefinición de las relaciones comerciales entre uno y otro lado del Atlántico, principalmente con el Estado español, primer inversor europeo en la región [1]. Los medios de comunicación de este país se han hecho eco de la alarma reinante entre la clase política y empresarial en reacción a los discursos “populistas” e “indigenistas” de algunos líderes latinoamericanos y las políticas “nacionalistas” promulgadas por éstos [2].
¿A qué responde esta ansiedad? Si tenemos en cuenta que el mercado latinoamericano aportó en el año 2004 el 49 por ciento de los beneficios al Banco Bilbao Vizcaya (BBVA), el 35 al Santander Central Hispano (SCH) y el 41 a Telefónica, entendemos que los vaivenes políticos del “Nuevo Continente” sean objeto de preocupación en algunos despachos de la “Madre Patria”.
Cuando el gobierno español abonó el terreno para el desembarco de sus empresas en tierras latinoamericanas a inicios de la década de los 90 apenas encontró oposición. España se presentaba como la heroína que enmendaría los errores cometidos por unos gobernantes sumidos en la corrupción. Hoy, América Latina sigue siendo la región del mundo con el mayor nivel de desigualdades sociales y las empresas españolas se enfrentan a contundentes resistencias locales que les exigen responsabilidades por el saqueo que han realizado durante estas últimas décadas. Por primera vez en 15 años el capital español ve cómo se mueve la tierra bajo sus pies y está nervioso.
El desembarco
El Estado español no tiene un gran desarrollo tecnológico ni elevada renta per cápita y hasta principios de los 90 carecía de empresas de renombre internacional. En 1996, la Inversión Extranjera Directa (IED) española representaba tan sólo el 0,95 por ciento del PIB, cuatro años después este porcentaje ascendía al 9,6 [3]. ¿Cómo un país que hasta mediada la década de los 80 era considerado “semiperiférico”, receptor de ayuda al desarrollo, se convierte en unos años en la octava potencia mundial en IED? ¿De qué manera ha llegado a colocar a algunas de sus empresas a la cabeza de los mercados latinoamericanos?
Para empezar, no podemos olvidar la coyuntura económica internacional de principios de los 90. Por un lado, los Planes de Ajuste Estructural promovidos por las Instituciones Financieras Internacionales (IFI), presuntamente ideados para acabar con la crisis de la Deuda Externa, forzaban a los países del Sur a la desregulación, la privatización y la apertura de sus mercados. Paralelamente, en Europa, estas medidas resultarían en la liberalización del sector servicios, que obligaba a las empresas a incrementar su tamaño y a diversificar sus funciones como medidas para enfrentar la competencia extranjera. Los gobiernos europeos disponían entonces de elevados recursos derivados de los “costes de transición a la competencia”, por lo que su papel en la expansión internacional de las empresas fue crucial.
Los sucesivos gobiernos españoles, tanto socialistas como populares, han promovido la privatización y alentado la internacionalización empresarial desde entonces, a través de varios mecanismos, fundamentalmente los Fondos de Ayuda al Desarrollo (FAD) y los créditos concedidos por la CESCE (Compañía Española de Seguros de Crédito a la Exportación) [4]. El menor tamaño y competitividad de las empresas españolas “suponía un aliciente más para una rápida expansión que eliminase o disminuyera los riesgos de absorción por parte de empresas extranjeras. De ahí el apoyo institucional a la expansión latinoamericana.” [5]
Se presentaba así el panorama perfecto: por un lado, gobiernos títeres de las IFI, empresas débiles y poblaciones descontentas; por el otro, un gobierno protector y unas compañías con una ambición desmedida. Esto permitió que “hubiera una correspondencia entre la necesidad de internacionalización de los agentes europeos y las oportunidades de inversión abiertas en América Latina y el Caribe con los procesos de privatización” [6]. Era la coyuntura idónea para el nacimiento de las multinacionales españolas, cuyo origen está en la privatización de las empresas públicas.
Los bajos costes salariales, una reducida protección laboral y ambiental, una menor competencia con empresas del mismo sector y, en menor medida, los lazos culturales, fueron los factores que convirtieron a América Latina en el campo de maniobras perfecto para catapultarlas. En cuestión de unos años consolidaron su presencia en los mercados latinoamericanos en sectores vitales como la energía, la comunicación y la banca.
Echando anclas
Las empresas españolas llegaron al continente con la idea de hacerse con los servicios públicos, desmantelados bajo el paraguas del Consenso de Washington. Energía (hidrocarburos y electricidad), telecomunicaciones y banca fueron los destinos de las principales inversiones españolas desde los primeros años 90. Excluyendo a los hidrocarburos, las inversiones realizadas en estos sectores acapararon cerca del 75 por ciento de las inversiones totales realizadas por compañías españolas en América Latina durante el periodo 1993-2001 [7]. Las principales empresas son: Unión Fenosa, Endesa e Iberdrola (Electricidad), Repsol YPF y Gas Natural (Hidrocarburos), Telefónica (Telecomunicaciones) y SCH y BBVA(Banca).
Telefónica es la primera compañía de su sector en América Latina, está presente en 19 países, y sigue creciendo. De los 23 millones de clientes que tiene Endesa, 11 están en América Latina. En 2001 tenía el 50 por ciento de su capital en Chile, actualmente está reestructurando sus inversiones, expandiéndose hacia México y participando en el Sistema de Interconexión Eléctrica para los países de América Central (SIEPAC), red que gestionará una vez finalizadas las obras. Iberdrola tiene inversiones en Bolivia, Brasil, Guatemala, Chile y México. Unión Fenosa, la tercera empresa eléctrica española, concentra el 78 por ciento de su IED en América Latina. En los últimos años ha realizado algunas desinversiones en América del Sur para redirigirse a Centroamérica.
Repsol YPF, por su parte, es la primera compañía petrolera de América Latina. En 2004 obtenía el 45 por ciento de sus beneficios en la región, donde tiene el 95 por ciento de sus reservas de petróleo y gas, de ahí que, temerosa de perder privilegios en estos tiempos revueltos, empiece a mirar seriamente hacia África. En cuanto a la banca, el SCH es la primera entidad financiera transnacional de la región y el BBVA la segunda [8]. Cepsa, el Grupo Prisa, Agbar, ACS Dragados, Ferrovial, OHL, ENCE, Mapfre y Sol Meliá son otras de las empresas españolas con importantes intereses en el continente. (Ver mapa)
En teoría, la entrada de capital privado en los servicios que tradicionalmente descansaban en manos públicas se vendió a la población latinoamericana como la solución para la mejora del servicio, pero la realidad ha sido otra bien distinta. A grandes rasgos, algunos de los impactos negativos que han provocado las grandes corporaciones españolas en América Latina son:
Pocos ingresos fiscales vía pago de impuestos y regalías.
Elevación de tarifas en un contexto de disminución de ingresos de la población.
Políticas nacionales de rescate con fondos públicos de grandes empresas en dificultades.
Poca socialización de la tecnología para el país de destino.
Despido de trabajadores y reducción de los beneficios sociales.
Énfasis en las políticas de extracción de recursos naturales.
Desplazamiento de empresas locales.
A todos estos efectos debemos añadir graves impactos sociales y ambientales, además de múltiples violaciones de Derechos Humanos, lo que ha derivado en el surgimiento de fuertes resistencias locales, abrigadas hoy por amplias redes transnacionales de solidaridad.
La reordenación
Quince años después de su llegada ¿cuál es el estado de salud de las multinacionales españolas en tierras latinoamericanas? A partir de mediada la década de 2000 se aprecia un giro en la tendencia inversora. En el año 1999, el 63 por ciento de la IED española se concentraba en América Latina, en 2004 esta cifra descendía hasta el 17. ¿Los motivos? En primer lugar, las grandes compras se hicieron, como hemos visto, en los 90. El gasto ahora se orienta sobre todo, al mantenimiento de las inversiones iniciales. Además, la crisis argentina (y su extensión a otros países), supuso la cancelación o la paralización de proyectos e incluso la desinversión de algunas empresas.
Esto no quiere decir que al capital español ya no le interese la región latinoamericana; a pesar de esta tendencia a la baja no podemos subestimar su peso en ella. Simplemente algunas empresas están haciendo jugadas estratégicas que les aseguren el altísimo margen de beneficios al que estaban acostumbradas hasta entrado el siglo XXI, por eso han empezado a diversificar sus inversiones hacia el norte de África, Europa y EE UU.
Dos décadas de políticas neoliberales han dejado a una amplísima capa de la población latinoamericana sumida en la pobreza y la exclusión y las empresas españolas han jugado un papel protagonista en la configuración de este panorama; su estrategia en la región se ha encaminado siempre hacia la búsqueda de mercados y recursos naturales y no a promover el “desarrollo” en la región.
El Estado español actúa impunemente en América Latina con una actitud neocolonial, “como si aún se cambiara oro por espejos” [9], ejerciendo de padre protector con sus empresas. El saqueo del continente por parte de éstas les ha proporcionado ingentes beneficios, de ahí el desasosiego cuando más allá del Atlántico aparecen fantasmas de rostro indígena y maneras “populistas” amenazando con devolver a la tierra lo que es suyo por derecho. Las multinacionales españolas han amarrado el ancla en sus ex colonias, pero, por si acaso, han decidido embarcarse a la búsqueda de nuevos puertos.
Aloia Álvarez Feáns pertenece al Consejo de Redacción de Pueblos y a OMAL (Observatorio de Multinacionales en América Latina). Este artículo ha sido publicado en el nº 22 de la revista Pueblos, julio de 2006, Especial Multinacionales, pp. 26-28.
[1] El primer inversor en América Latina son los EE UU. España ha sido tradicionalmente el principal inversor europeo, aunque desde 2005 ha pasado a ocupar la segunda posición. Ver CEPAL (2006): La inversión extranjera en América Latina y el Caribe, 2005.
[2] Nos referimos, fundamentalmente, al proceso de nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia y a la creación del ALBA(Alternativa Bolivariana para América Latina), impulsado por Hugo Chávez. Ver por ejemplo: MARIRRODRIGA, Jorge: “El populismo cambia las reglas”, El País, 14 de mayo de 2006.
[3] Ver datos en CEPAL (2006): Op. Cit.
[4] Principales instrumentos de generación de Deuda Externa por parte del Estado español. Para saber más sobre este tema ver ¿Quién debe a quién?
[5] Ver: PAZ, Mª José, GONZÁLEZ, Soraya y SANABRIA, Antonio (2005): Centroamérica encendida, Barcelona, Icaria-Paz con Dignidad (p. 31).
[6] CEPAL (2004): La inversión extranjera en América Latina y el Caribe 2003.
[7] PAZ, Mª José, GONZÁLEZ, Soraya SANABRIA, Antonio (2005): Op. Cit.
[8] El SCH consiguió en 2005 la cifra más alta de beneficios lograda por una empresa española,6.220 millones de euros. El BBVA obtiene el 45 por ciento de sus beneficios de América Latina y el 40 por ciento del mercado español.
[9] VERGER, Toni (2003): El sutil poder de las transnacionales, Barcelona, Icaria (p. 87).

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