miércoles, 8 de abril de 2009

Los sinuosos linderos de la legalidad y la justicia humana. A propósito de la sentencia a Alberto Fujimori en Perú

Por César Reyna
Reservamoral.org


Ahora que Alberto Fujimori ha sido condenado a 25 años de prisión, el fujimorismo asoma tan atemorizante como el humalismo para un sector importante del electorado. La sola idea que la ungida heredera política del legado de su padre, libere no solo al ex presidente, sino a su socio Vladimiro Montesinos Torres y algunos miembros de la cúpula que el reo presidió la hacen ver como otra opción extremista de perdón.

El fujimorismo nunca existió doctrinariamente hablando. Y lo tendrá difícil en los próximos comicios pues los principales problemas que enfrentó como el terrorismo y la hiperinflación han desaparecido. Su propuesta política no es muy diferente a la del resto de integrantes de la derecha ya que mantendrá el modelo económico que su fundador instauró en los noventa.

Sobre el juicio al ex mandatario es preciso mencionar que tiene razón al señalar que rechaza el término “guerra interna” porque los senderistas no respetaron las reglas de la guerra, es decir, aquellas pautas que deben observarse entre dos bandos combatientes y que implican no atentar contra civiles, portar un uniforme distintivo, entre otras disposiciones, de acuerdo con varios tratados internacionales. En el Perú, por tanto, no hubo “guerra interna” ¿O alguien podría afirmar que efectivamente defendía los intereses de algún grupo poblacional? Sendero, como organización subversiva, sólo luchaba para imponer su pensamiento (el pensamiento Gonzalo) y concretar sus ambiciones de poder.

En cuanto a la política de pacificación de Fujimori que algunos periodistas defienden - como Jaime de Althaus (El Comercio 03/04/09), conviene mencionar que poco o nada tuvo que ver con el desenlace final, esto es, con la caída de Sendero, pues lo que la determinó fue la captura de Abimael Guzmán y su cúpula por parte de la policía. Ni Fujimori ni Montesinos estaban enterados de ello (recordemos que el primero estaba pescando en la selva), aunque se aprovecharon mediáticamente del hecho para conseguir la primera reelección. Si las fuerzas armadas cambiaron de estrategia de represión indiscriminada (que incluía asesinato, violación de mujeres, expropiación y secuestro) no fue porque a Fujimori o a su principal asesor le importaran los derechos humanos (las víctimas de dicha acción), sino para no desgastar a los “valerosos” uniformados en combates directos (que no sean presas de emboscadas). Por ello se formaron las rondas campesinas, proporcionándoles armas a los comuneros y entrenamiento básico para que formen la primera línea de defensa contra Sendero, en otras palabras, para que sean carne de cañón, ya que los militares, sea por falta de recursos, coraje o estrategia, no podían asumir directamente la lucha. La alianza con la población de la que habla de Althaus resultó ser, en la práctica, una flagrante abdicación del deber estatal de proteger a sus ciudadanos más indefensos.

El régimen que tanto admira el señor de Althaus no “mejoró sustancialmente la situación de los derechos humanos” pues llevó acabó una guerra de baja intensidad o también denominada guerra sucia[1], como acaba de declararlo el tribunal que sentenció a Fujimori a 25 años por crímenes de lesa humanidad.
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[1] Consiste en la creación de una política paralela a la oficial que permitió eliminar extrajudicialmente al enemigo. Fujimori tuvo el dominio de la organización, según el fiscal Avelino Guillén, “ya que, en esta estructura de poder organizado, su orden iba a ser cumplida sin necesidad de que se reuniera con sus ejecutantes”.

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