
Popular concurso televisivo animado por Gisela Valcárlcel debería llamarse ‘el Show de un Sueño’ porque solamente gana uno de los ‘soñadores’.
La conductora juega con las ilusiones prometiendo ayuda y donaciones para que sus ‘soñadores’ no desmayen. Los alienta, sabiendo de antemano, que sus sueños quedarán truncos
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Por César Reyna
Es la primera vez que veo el programa de la ‘Señito’ y debo confesar que no me gustó para nada. No tenía porque agradarme un show prefabricado o diseñado para que no se cumplan los sueños.
La teleaudiencia que llama para votar por su soñador o soñadora se comporta como la plebe romana que acudía al Coliseo para ver un espectáculo decadente y decidir sobre la vida o la muerte de los gladiadores. O podrían ser como las parcas o moiras griegas que cortaban el hilo de la vida de los mortales porque acaban con su participación en el show.
El Show de los Sueños es la versión televisada del capitalismo salvaje ya que sólo triunfa el más popular o el que ha sabido explotar adecuadamente su miseria. La competencia se gana a pulso en la pista de baile, cantando y exhibiendo las carnes. Para el público ni para la platinada conductora interesan si el sueño es de vital importancia para el soñador. La gente no se conmueve por la causa de los participantes sino por su derroche de simpatía. Si les caen bien marcarán incesantemente el número que aparece en pantalla para posicionarlos en los primeros lugares.
Hay algo de envilecimiento y decadencia moral en la observación de un programa semejante porque la gente prefiere el carisma de los protagonistas a las necesidades humanas en competencia. Muchos disfrutan los duelos entre hombres y mujeres desesperados por cubrir los costos de una operación o tratamiento como si fuera una carrera de caballos o un partido de fútbol. Cuando una pareja entra en capilla el público llega al paroxismo. También alcanza ese estado cuando se van eliminando soñadores hasta llegar a la gran final, donde la atención es máxima.
Al final de cada temporada sólo un soñador ve realizado su sueño como si fuera un guerrero inmortal que ha descabezado al resto competidores por el ‘premio’. En el camino van quedando sueños rotos y corazones partidos a pesar del esfuerzo y la dedicación de los participantes. Las causas sociales o humanas más apremiantes no suelen ganar porque el evento en sí mismo es injusto. Y debe serlo porque se vale de la angustia de los soñadores para mantener en vilo a la audiencia.
La desesperación es la materia prima con la cual Gisela logra aumentar su rating. La mayoría de sueños son conmovedores y da pena que sigan siendo irrealizables. Semana a semana la rubia animadora exhorta a los soñadores a que dejen el alma en el escenario como si todos tuvieran chance de triunfar. Aun cuando sabe quienes ocupan los puestos de vanguardia les exige por igual que suden la gota gorda por una meta inalcanzable.
El Show de los Sueños es en realidad una máquina trituradora de sueños. Una creación despiadada que saca partida del dolor ajeno y las miserias personales para producir entretenimiento. Ese programa debió ser algo muy distinto a las terribles circunstancias que aquejan a los soñadores, pero no deja de ser algo muy parecido a la vida.