martes, 7 de noviembre de 2006

Oppenheimer: Spokesman Or Journalist?

Probablemente ningún analista político tenga tantos prejuicios como el columnista del Miami Herald. Por ejemplo, sus predicciones sobre el futuro de Cuba generalmente son sesgadas y carecen del suficiente rigor académico como para augurar los cambios que postula. Su desconocimiento de la situación cubana es tal que vaticina escenarios que sólo él imagina.
---------------------------------------------------------------------------------------------------


Como cualquier latinoamericano informado vengo leyendo desde hace años los artículos periodísticos del co-ganador del Premio Pullitzer y entrevistador televisivo argentino, radicado en Florida. Debo confesar que en un inicio sus apreciaciones me parecieron ajustadas a la realidad y a veces interesantes, pero nunca rozaron la brillantez o genialidad de otros pensadores de habla hispana como el mexicano Carlos Monsivaìs o el español Fernando Savater. Sus entregas, sin embargo, resultaban ilustrativas hasta cierto punto ya que abordaban temas que el resto de ensayistas no tocaba al verse probablemente seducidos por la vorágine coyuntural latina, siempre prodiga en escándalos y vaivenes políticos.

Con el tiempo descubrí que unos de mis periodistas favoritos iba perdiendo objetividad y deje de leerlo con la continuidad de otros años. Sólo casualmente me enteraba de sus comentarios a través de amigos cercanos que corroboran lo que había descubierto: que el mejor comunicador latinoamericano había dado un giro. Y no precisamente un giro copernicano o kantiano, es decir, innovador, revolucionario; sino uno hacia atrás, o mejor dicho, hacia el lado oscuro. Según la terminología de la saga de la "Guerra de las Galaxias", el lado oscuro representa aquel umbral corruptor que trata cautivar a los Caballeros Jedi y los convierte en meras piezas u objetos de sus deseos o apetitos (egocentrismo). Es como ceder a los instintos más básicos anulando interiormente todo rastro de humanidad. Algo parecido ha sucedido con nuestro otrora periodista “estrella” pues su discurso no sólo ha dejado de ser objetivo sino mal intencionado. A su escasa documentación ahora suma un denodado esfuerzo por insistir en cambios que forman parte de la aglutinada agenda del Departamento de Estado norteamericano para la región.

A esta altura es más que evidente su complicidad con Washington ya que para nada esconde su predilección por las iniciativas de los republicanos y su animadversiciòn hacia Cuba. Sin ser admiradores del régimen castrista podemos afirmar que las ideas que maneja sobre Cuba son parcializadas. Puede, por ejemplo, catalogar a Cuba como un Estado represivo sin reconocer que en el país en el que vive lo es. La Habana no tiene un gobierno un perfecto (nunca lo ha sido) pero al menos brinda mejor asistencia social a sus ciudadanos que EE. UU. luego de que este último privatizara su sistema de salud. También ignora lo que significa la libre determinación de los pueblos, que es la expresión más clara de soberanía que puede tener una nación. Castro arribó al poder por medio de una forma más legítima que la de un proceso electoral, pues fue encumbrado por una revolución, es decir, un movimiento popular y masivo que comulgó con su ideal de establecer un nuevo orden y estructura social en Cuba. Tal vez su naturaleza violenta y represiva con los disidentes le haya ganado varios enemigos y restado parte de su credibilidad; pero hay que recordar que todas las revoluciones desde la francesa lo han sido. Muchas luchas sociales han sido ganadas en el terreno de los hechos, esto es, de la acción, así nació el reconocimiento de los derechos laborales (de la jornada de 8 horas y la sindicalización) como los derechos civiles de los afroamericanos, que no fueron fruto de concesiones unilaterales sino de constantes protestas, manifestaciones y revueltas en los estados del sur de Estados Unidos y en ciudades como Los Angeles o Washington D.C.

Conocemos suficientemente la historia latinoamericana como para señalar que inicialmente EE. UU. no cuestionó la Revolución Cubana, toda vez que dicho país fue el primero en ser visitado protocolarmente por Fidel Castro, siendo recibido inclusive por Richard Nixon, el paranoico perseguidor de comunistas. Sólo cuando Fidel orienta su gobierno hacia el socialismo y confisca las propiedades de las multinacionales estadounidenses es que la Casa Blanca endurece su política hacia Cuba y exige la aplicación de duras sanciones económicas. Antes de dichos eventos, los líderes norteamericanos consideraron discutir con la dirigencia cubana los nuevos términos bajo los que se tendrían que ajustar sus inversiones e intereses. En resumen, EE.UU. no condenó inicialmente a los pintorescos barbudos que habían derrocado a Batista en 1959, su hombre “fuerte” en la isla.

Gracias al aval de la Administración republicana de Eisenhower podemos considerar que la Revolución Cubana no sólo gozó de legitimidad interna sino también externa pues su mayor socio comercial de esa época: EE. UU., estuvo dispuesto a mantener relaciones políticas y económicas con Cuba y sus autoridades guerrilleras.

Hacemos esta explicación histórica para precisar que un régimen como el cubano es tan legítimo como cualquier otro, o por lo menos en sus inicios. Ahora bien, no somos de ninguna manera defensores de gobiernos autoritarios o modelos únicos pues no creemos ni queremos que alguien nos diga que es lo que podemos o no podemos hacer; o que es lo mejor o preferible para nosotros. Pensamos que todas esas decisiones deben recaer única y exclusivamente en el individuo. Y si un pueblo desea que alguien guíe sus destinos y le señale cuál es el camino, allá ellos. Nada es más democrático o liberal que respetar la decisión soberana de una nación. Así, si una población resuelve vivir bajo la tutela vitalicia de un líder socialista debemos respetarla. Optar o decidir es tan propio del hombre que nadie tiene autoridad para determinar cómo debe gobernarse un pueblo aunque éste se equivoque al escoger la opción menos “eficiente”. Parte de la herencia de la modernidad consiste en reconocer como válidos los deseos y aspiraciones de los demás. Fue Voltaire quien magistralmente dijo a un interlocutor “no comparto tus ideas, pero lucharé para que puedas manifestarlas”. De esta forma debe entenderse la esencia de la democracia, es decir, no comparto tu forma de gobierno pero no me opondré a que lo hagas. Más que libertad de expresión, la democracia es libertad de dominio, de autodeterminación, de decidir finalmente lo que se quiere aun cuando esto conlleve a restringir algunas libertades. Por eso nos oponemos a que alguien desde su palco veneciano diga que hay que realizar presiones sobre Cuba cuando muera Castro. Presiones que en vez de acelerar procesos democráticos los entorpecen pues deben producirse por si solos y naturalmente.

Fijémonos nomás lo que pasa cuando se quiere imponer la “democracia” a cañonazos y bombazos como en Irak. No es necesario ser un estudioso de la problemática internacional para percatarse que toda forma falsa o apócrifa de gobierno se desvanece por si sola dado que sus propias incompatibilidades con el sentir de una población hace que se descascare como un huevo expuesto a altas temperaturas. Sólo cuando dejamos de intervenir en los asuntos internos de los países (como en el Líbano) es que podemos confiar que tarde o temprano surgirán verdaderos cambios que encaminen la evolución política de una nación.

Sabemos, desde luego, que en Cuba la libertad de expresión está maniatada y no existe un espíritu autocrítico o de enmienda. O tal vez suceda que los que querían expresarse ya lo hicieron yéndose de la isla hacia el norte. No creo que el problema fundamental de Cuba sea la ausencia de libertad de expresión. Está sobradamente probado que el éxito no depende de la implantación de un modelo plenamente democrático pues China crece a tasas sorprendentes teniendo un Estado represor y un único partido. Democracia y Capitalismo no van siempre de la mano y puede que ni siquiera sean exclusivas, es decir, monógamas o fieles entre sí. Hoy en día el desarrollo puede alcanzarse a través del ejercicio unos cuantos derechos, principalmente económicos, pero no de otras libertades como la de expresión.

Nuestra crítica a Oppenheimer radica en que éste reclama mayores libertades y prerrogativas en la isla sin cuestionar demasiado lo que sucede en casa, es decir, en EE. UU. Mucho pregona sobre la libertad de expresión cuando está no existe, ni en Cuba, pues no es universal. Así como “el sol no sale para todos” del mismo modo dicha libertad no puede ser ejercida por todos. Sólo los dueños de los medios de comunicación, de los mass media, o los grupos de poder la practican. Ni si quiera los periodistas o columnistas pueden expresar su opinión libremente sino concuerdan con la línea impuesta o establecida por el medio que los convoca. Si algo sé es que la libertad de expresión es una farsa. Como derecho tiene un valor, no per se, sino económico, por eso es transable y se negocia con los líderes de los partidos o empresarios que quieren imponer una determinada visión de las cosas. La publicidad, auspicios, primicias, exclusivas o el mismo chantaje son moneda corriente del quehacer periodístico. No es nada raro ver medios parcializados con un político o candidato en particular, inclusive a casi toda la prensa de un país adhiriéndose a posturas sospechosamente condescendientes y nada críticas hacia gobiernos con un inescrupuloso historial.

En varios países los medios trabajan para defender los intereses de los sectores más poderosos de la sociedad. Son eso: medios o instrumentos para llevar el mensaje manipulado o prefabricado que se quiere dar. Son tan importantes que en algunos Estados su presencia es considerada desestabilizadora dado que debilita los mecanismos regulares de control social. Volviendo a China, es evidente que la razón por la que este país restringe la entrada de programación occidental (películas, series, cadenas musicales, etc.) se debe a que tiene un profundo impacto en la cultura. Para ser más claros, permite modelar las mentes de los ciudadanos--generalmente receptores pasivos de mensajes--al difundir comportamientos o ideas que un determinado régimen, como el chino, puede considerar corrosivas.

Esto lo sabe el Departamento de Estado norteamericano por eso el señor Oppenheimer forma parte de la estrategia mediática de la Casa Blanca para promover una serie de cambios y reformas en Latinoamérica que responden a los intereses geopolíticos de ésta. Nada está librado al azar y menos en los medios. La imagen de independencia que parecía transmitir el ganador del Premio Ortega y Gasset fue labrada para poder influir en la región y ser la voz solapada de Washington en tiempos no tan favorables. En otras palabras, como desde hace un quinquenio proliferan cuestionamientos hacia EE. UU. y el FMI por sus políticas y fracasos en Sudamérica, era necesario contar con la opinión de una reputada figura en la comunidad hispana para que predique que las recetas del Consenso de Washington eran las correctas, y sólo había que perseverar en ellas y continuar con las reformas de libre mercado ya que algunos países asiáticos habían logrado salir del subdesarrollo. Nada es casual a estas alturas de la vida. Parafraseando a Georges Clemenceau, quien dijo que “la guerra es demasiado importante dejarla en manos de los generales”; los medios, por su parte, son demasiado valiosos como para entregárselos a los “independientes”.


No hay comentarios: