jueves, 15 de febrero de 2007

EE UU: estrategia de huida

La mejor manera de obtener algún rédito político en la próxima campaña presidencial y congresal estadounidense consiste en atacar a Bush. Inclusive para los propios republicanos resulta esencial desmarcarse de la figura del presidente ya que nadie quiere quedar asociado a su imagen perdedora. Ese parece ser el sentir, al menos de un grupo de senadores republicanos que criticaron con dureza la nueva propuesta para Iraq de la Casa Blanca. La estrategia de estos congresistas tampoco es nueva, ya que durante las elecciones de medio término, que renovaron parcialmente el Capitolio, la mayoría de senadores y representantes oficialistas que tentaron la reelección eliminaron de sus pancartas y afiches toda mención al presidente.

Lejos están los tiempos en los que cualquier aspirante al Senado o la Cámara de Representantes deseaba contar con el respaldo de la más alta autoridad del Ejecutivo. Ahora que el resultado negativo de la guerra en Iraq ha enervado al electorado, muchos republicanos consideran seriamente apartarse políticamente de su presidente. De ahí que Chuck Hagel, senador republicano, haya señalado respecto del discurso presidencial “que el anuncio del presidente representa el error más peligroso en la política exterior del país desde Vietnam”. Algunos incluso han sido más directos,"no creo que mandar más soldados sea la respuesta", dijo el senador republicano Sam Brownback. Y razón no les falta cuando en los últimos comicios se arruinaron o postergaron cerca de una decena de carreras prometedoras. La derrota de los republicanos no será recordada como cualquier otra que hayan sufrido en el pasado, pues la pésima gestión de la guerra no sólo hizo que los republicanos perdieran algunos de sus bastiones más tradicionales –incluidas varias gobernaciones- sino que interesantes y novedosas candidaturas se hayan visto truncadas. Esta increíble pérdida de actores políticos repercutirá en las siguientes elecciones, inclinando la balanza a favor de los demócratas.

Iraq ha dejado lecciones muy importantes para un presidente que nada tiene perder o ganar. Enviar más tropas no resolverá ningún problema, sólo convertirá a los norteamericanos en numerosas opciones de blanco, sobre todo para los francotiradores de Al Qaeda. Al parecer Washington no está apostando por acelerar el retiro de sus efectivos, sino en prolongar su estadía. Eso es lo que significa este nuevo plan presidencial para Iraq. No caben dudas de que el costoso programa se hizo por razones políticas antes que estratégicas, es decir, que lo que se consideró fueron los intereses y necesidades de los líderes republicanos antes que trazar o delinear el curso definitivo de la guerra.

La propuesta presentada tiene la misión de alargar la presencia militar estadounidense hasta más allá del término de la presidencia de George W. Bush. Es como llevar el conflicto a un sobre tiempo en el que ya no participará el equipo que inicio el juego. En otras palabras, lo que pretende Bush es desmarcarse del propio problema que creó. ¿Cobarde actitud de los republicanos? Por supuesto que sí.

Para continuar con la ocupación, la Administración republicana se valdrá de argumentos tales de que hay que vigilar de cerca a Irán y el desarrollo de su programa nuclear, así como a Siria, países que subvencionan al terrorismo internacional y desestabilizan la región. Este recurso retórico parece estar en marcha con el reciente despliegue de una poderosa fuerza naval en el Golfo Pérsico y con el secuestro de cinco funcionarios diplomáticos iraníes en el norte de Iraq, concretamente, en territorio kurdo.

Esta operación norteamericana en la ciudad de Erbil viola la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 en sus artículos 22º, 24º y 29º, respectivamente, ya que “la persona del agente diplomático”, en este caso, funcionarios consulares, “es inviolable”. “No puede ser objeto de ninguna forma de detención o arresto”. Asimismo, “los locales de la misión son inviolables”. Y, finalmente, “los archivos y documentos de la misión son siempre inviolables, dondequiera que se hallen”. Así, queda demostrado el proceder ilegal de las tropas de ocupación occidentales al incursionar en una sede diplomática y detener a personal consular iraní, además de incautar documentos y medios informáticos protegidos por las convenciones internacionales.
Este reciente impase en las relaciones entre Irán y Estados Unidos generará mucha polémica, y servirá esencialmente a los propósitos de la Administración Bush de aumentar las tensiones con Teherán con el fin de justificar la permanencia de nuevos contingentes militares estadounidenses hasta períodos subsiguientes a su mandato.

La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, señaló en la audiencia de ayer en el Congreso que no habrá ningún tipo de acercamiento con Irán o Siria. Sin dejar lugar a fisuras, Rice expresó su oposición a restablecer el diálogo diplomático con el Gobierno sirio o iraní como medio para estabilizar Iraq, ya que Teherán exigiría concesiones a Estados Unidos en materia nuclear a cambio de su cooperación.

Rice manifestó que anteriores conversaciones con los sirios, como la desarrollada por el ex secretario de Estado Colin Powell durante la primera legislatura del presidente estadounidense, George W. Bush, "no condujeron a ninguna parte" como no lo han hecho las desarrolladas por Reino Unido, Alemania o Italia. Y fue muy dura con ambos países: "Debemos reconocer que Irán -Irán y Siria, pero en particular Irán- están implicados en actividades que ponen en peligro a nuestras fuerzas".

También dejó muy claro que sólo la suspensión del programa atómico iraní “revertiría 27 años de política estadounidense”. Algo totalmente improbable pues Irán considera que su proyecto nuclear es la única garantía que tiene para no ser invadido como sus vecinos Iraq y Afganistán.
De momento es de esperar mayores enfrentamientos mediáticos entre los representantes de la Casa Blanca y los líderes iraníes toda vez que las animadversiones entre uno y otro bando sirven de respaldo a sus respectivas agendas políticas de mediano y largo plazo. En el caso norteamericano significa extender el conflicto y enervar los ánimos hasta la salida de Bush, dejándole el problema a una probable Admistraciòn demócrata; y en el iraní, contar con la amenaza permanente y constante de Estados Unidos para justificar el desarrollo de armas de destrucción masiva.

El rechazo de las lúcidas sugerencias del la Comisión de Expertos liderada por el ex secretario de Estado James Baker III y el ex congresista demócrata Lee Hamilton, y de la que formó parte el actual secretario de Defensa, Robert Gates, indican que la opción presidencial se decantó por su salida política de la crisis -nada elegante por cierto-, pero no por una resolución de la crisis.
El incremento de tropas (unos 21500 soldados) exacerba los ánimos tanto en casa como en Iraq. El riesgo ante el que se sitúa el presidente con su nueva estrategia le coloca en la historia a la altura de la impopular medida tomada por Richard Nixon cuando ordenó a las tropas destacadas en Vietnam invadir Camboya en 1970.

Lo mejor que pueden hacer los demócratas en este escenario, sin ser cómplices del descalabro de Bush, es no obstruir los fondos que requiere su nuevo “plan” y mantenerse siempre críticos para que no se les confunda como copartícipes de la debacle. Hay que darle lo que pide Bush para que después no diga que fracasó –cosa que ya ha hecho- y aislarlo, políticamente hablando, para que el ciudadano distinga que existe un solo responsable del desastre.

Mientras tanto el aliado británico se muestra distante, esperando tal vez el momento oportuno para replegar a sus efectivos. Luego del discurso de Bush, en el que se comprometía a impulsar "el nuevo camino para Iraq" (como se llama el nuevo plan que Bush debía haber presentado antes de la Navidad) , el Gobierno británico salió al paso para anunciar que no enviará ni un soldado más a Iraq. Está claro que Londres está pensando más en irse del país árabe que en aumentar su presencia.

En Europa cuestionan que no se haya tomado en serio la vía diplomática, es decir, la senda negociadora con Irán, Siria y las facciones en conflicto. Del mismo parecer es el reputado columnista Martin Kettle, del diario The Guardian, quien señala que "el anuncio de Bush es otra humillación para la política de Blair en Iraq", puesto que el presidente estadounidense ha ignorado la apuesta del primer ministro británico por hallar una salida diplomática al conflicto iraquí.

Por su parte, el ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, dijo que España respeta la decisión del Gobierno estadounidense de aumentar el número de tropas, pero insistió en que las crisis que afectan a la estabilidad en esa región "sólo tienen soluciones políticas" y que únicamente "a través del diálogo" se pueden alcanzar soluciones "definitivas". El ministro de Exteriores francés, Philippe Douste-Blazy, también subrayó que sólo una "estrategia política" dará estabilidad a Iraq.

En los antecedentes de esta guerra se encuentra una estrategia parecida que no dio resultados en agosto pasado con el fin de pacificar los barrios inestables de Bagdad. La diferencia con la estrategia anterior es que se incluye, además de un aumento de tropas, 1.200 millones que se destinarán a la reconstrucción y el desarrollo de Iraq e impone tareas al Gobierno iraquí. Por su parte, el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, ha prometido aportar 10.000 millones de dólares para la reconstrucción, así como un mayor compromiso para detener la violencia sectaria.

No cuesta demasiado entender por qué Bush ha preferido la opción militar ya que otras alternativas podrían posicionarlo como perdedor antes de tiempo. Posibilidades no habían muchas, a lo sumo una adicional a la que eligió (que fue defendida por los demócratas y por algunos miembros de su partido): la retirada escalonada de Iraq. Dicha propuesta apareció inclusive dentro de las recomendaciones del Grupo de Expertos que presidió Baker y que consistía en replegar las tropas a bases en los países del Golfo como método de presión para que el Gobierno iraquí se decidiese de una vez a hacerse cargo de la seguridad del país.

El hecho de enviar más tropas probablemente vuelva a Maliki más dependiente de la ayuda norteamericana a la vez que incrementará la violencia extremista. Con un 61% de la opinión pública que se opone a una escalada militar, según las últimas encuestas, Bush resolvió el envío de 21.500 efectivos, de los cuales unos 15.000 se quedarán en la cercanías de Bagdad y el resto serán enviados a Anbar, en la frontera con Jordania y Siria. El cambio de rumbo anunciado por el mandatario estadounidense constituye un giro de 180º en las estrategias aplicadas hasta ahora y una derrota total de la doctrina Rumsfeld, que predijo una victoria bélica rápida, que se produjo con la derrota de Saddam Husein en sólo tres meses de campaña, pero que fracasó en su intento de controlar un país de 24 millones de habitantes con sólo 132.000 hombres, cuando en la primera guerra del Golfo la coalición, promovida por Bush padre para expulsar a los iraquíes de Kuwait, consiguió reunir más de medio millón de efectivos, incluidos soldados árabes y musulmanes. La doctrina del cesado secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, basada en la teoría de utilizar pocos efectivos humanos con masivos elementos técnicos, sirve, como Iraq ha demostrado, para alcanzar victorias militares fulgurantes, pero no para una ocupación y, muchos menos, para el intento de reconstrucción de un país.

La permanencia por más tiempo del previsto inicialmente por los estrategos del Pentágono, disipa cualquier temor de ver un Iraq desmembrado en el mediano plazo. Ya que un repliegue o retirada inmediata hubiese precipitado más derramamiento de sangre y a la posible partición del país, lo que convertiría un enfrentamiento entre iraquíes en un conflicto regional de impredecibles consecuencias. Ni Turquía toleraría un Kurdistán independiente en el norte, ni los Gobiernos suníes de Egipto, Jordania, Arabia Saudita y los emiratos del Golfo asistirían impasibles a una consolidación de la influencia iraní en la zona.

En cuanto al Gobierno de Iraq, Maliki prometió la celebración inmediata de elecciones provinciales, una ley del petróleo para la justa distribución de los recursos petrolíferos entre las comunidades kurdas, suníes y chiíes y el desarme total de las milicias, incluidas las del clérigo chií, Múqtada al Sáder. Promesas hechas anteriormente, pero no cumplidas por miedo a enfrentarse a Al Sáder, cuyos 30 diputados pueden derribar al actual Gobierno.

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