jueves, 15 de febrero de 2007

EE UU, Palestina, Israel, Irán y Venezuela

Luego del contundente rechazo al plan presidencial de Bush para Iraq por parte de la mayoría demócrata, destacados miembros del partido republicano, académicos y la opinión pública estadounidense; la vigente Administración ha decidido buscar afuera el respaldo que no encontró en casa. Para esto, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, inició una gira por Oriente Medio en la que pretende no sólo el apoyo de países árabes afines al cuestionado programa, sino reforzar la idea de aislar políticamente a Irán y revitalizar el convulsionado proceso de paz entre palestinos e israelíes. Proceso que dicho sea de paso ofrece mucho más posibilidades de solución – a pesar de la violencia fraticida entre Hamas y Al Fatah - que el desatado en Iraq tras la invasión norteamericana.

Las mejores perspectivas para la paz que evidencia el conflicto israelo – palestino se debe a que los actores políticos se encuentran mucho más definidos y asentados y, por lo menos, se han sentado a negociar en más de una ocasión. Suceso que no se ha producido en el caso iraquí toda vez que el camino del diálogo ha sido desechado con el reciente incremento de tropas estadounidenses (con el que se pretende acabar con los focos de resistencia como previa condición para explorar un diálogo entre suníes, kurdos y chiítas).

Los cuarenta años del proceso árabe- israelí enseñan que se puede negociar aun cuando un sector importante se oponga a las iniciativas de diálogo. Y fue dentro de ese marco de violencia -dos intifadas y la desmedida respuesta israelí- que se abordó algún acuerdo (como el de la Hoja de Ruta), a pesar de que las partes involucradas hayan avanzado muy poco en el cumplimiento de sus respectivas obligaciones.

La falta de apoyo interno a la estrategia del presidente Bush y la crisis sin salida en Iraq ha obligado a su Administración a considerar que la única forma de revertir su nefasto legado sería impulsando un entendimiento entre los actores antes citados, además de comprometer a las naciones del mundo árabe de que resulta imperativo contener a Irán.

La razón para este propósito nace de la preocupación que causa el crecimiento político de la teocracia iraní en la región. Se teme que su influencia pueda precipitar la debacle del Gobierno iraquí presidido por Nuri Al Maliki, así como anexar por medio de Hezbollah al Líbano y obstruir las negociaciones entre los propios palestinos para conformar un gobierno de unidad.

Como Irán se siente amenazado por la presencia de efectivos norteamericanos en Iraq, Afganistán y en la entrada del Golfo Pérsico, donde acaba de ser enviado otro portaaviones con su respectivo grupo de batalla, ha decidido cercar a Israel, el principal aliado de Estados Unidos en la zona, mediante el financiamiento al “Partido de Dios” y a Hamás, sin dejar de lado su alianza diplomática con Siria, país que tiene frontera y disputa la soberanía de las alturas del Golán con Israel. También está promoviendo - bajo ese mismo propósito- un sorpresivo acercamiento con América Latina, particularmente con Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, países que recibirán algún tipo de ayuda monetaria tras la firma de convenios de cooperación económica. Con estas medidas, el régimen de Ahmadinejad está buscando -en el área natural de influencia norteamericana- indisponer a algunos países de la región con EE UU de la misma forma que éste lo hace con los vecinos de Irán en el Golfo. Esto puede entenderse como una manera de devolverla la “gentileza” que EE UU le está preparando a Irán al tratar de crear un bloque de países árabes opuestos a sus pretensiones nucleares.

Las relaciones con Venezuela, las de mayor importancia en la región para Irán, se basan, además de la prédica anticapitalista y antioccidental, en mantener elevado el precio internacional del petróleo. Tanto para Chávez como Ahmadinejad, la alta cotización de su principal producto de exportación es vital para asegurar sus respectivos proyectos personales. Sin ingresos superiores a los 40 dólares por barril les será sumamente difícil proseguir con sus programas atómicos, en el caso iraní; y con las estatizaciones y nacionalizaciones, en el de Venezuela.

Mientras los palestinos se encuentran abocados a construir un gobierno unitario, iniciativa indispensable para considerar un nuevo diálogo con Israel; EE UU ve con mucha preocupación que los tentáculos iraníes puedan seguir extendiéndose a un conflicto que se encuentra en una de sus horas más decisivas. Con este nuevo esfuerzo diplomático, EE UU parece haber comprendido que la justa resolución del problema palestino es esencial para debilitar ideológicamente la predica incendiaria del fundamentalismo islámico encarnado por Irán, y del terrorismo internacional representado por Al Qaeda. Nadie dice que ante la materialización de un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes los demás actores vayan a aflojar o renunciar a sus pretensiones iniciales; pero al menos perderán una de sus principales causas o leit-motiv para seguir hostigando y promoviendo un discurso antioccidental con el que ganan fácilmente adeptos.

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