lunes, 26 de febrero de 2007

EE UU y la imposibilidad de atacar a Irán

Si la realidad internacional se trasladara a Hollywood, EE UU derrotaría a Irán casi sin sufrir ningún daño. Sólo a través del las pantallas de cine EE UU es capaz de ganar y salir bien librado de un eventual conflicto con Irán. En este caso, la cura (el bombardeo a las instalaciones nucleares y balísticas iraníes) resulta más mala que la enfermedad (convivir con una teocracia chiíta dotada con armas nucleares).

Lo que obtendría Irán de salir victorioso en la pulseada con occidente sería su consolidación definitiva como potencia regional. Bajo ese escenario Teherán ya no dependería únicamente de sus relaciones diplomáticas y comerciales con China y Rusia para obstaculizar cualquier iniciativa en su contra en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, o de sus reservas de petróleo para proponer un aumento de su precio como miembro de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), sino de sí mismo -por medio de su nuevo poderío militar- para conjurar con relativa facilidad las amenazas que se ciernen sobre territorio e intereses geopolíticos.

No cabe duda que de conseguir el dominio de la producción de bombas atómicas Irán entraría al selecto y peligroso “club nuclear”, sino que aseguraría su liderazgo en el mundo musulmán, impulsando en el mediano y largo plazo una proliferación nuclear por todo Oriente Medio a raíz del desafío que supone ese país para las naciones de mayoría sunnita.

Irán no sólo igualaría en poder a Israel, el otro Estado de la región con capacidad nuclear, sino que desequilibraría el balance de poder a su favor respecto de las petromonarquìas árabes que ven con malos ojos como Teherán incrementa su influencia en el Golfo, lo que amenaza con desestabilizar a estos regímenes pro occidentales.

Si bien en los últimos días o semanas han aparecido reportajes o declaraciones en las que se contemplan ataques preventivos a Irán, la probabilidad de que eso suceda disminuye cuando se empieza a calcular la magnitud de sus repercusiones. Siguiendo la ley de la causa y el efecto, los resultados serían devastadores no sólo para el país atacado, sino para todos los involucrados en el enfrentamiento. Sin dejar de lado que esa confrontación bélica trascendería negativamente en las demás economías globales, sobre todo en aquellas que tienen una balanza energética deficitaria, es decir, que dependen de fuentes externas de energía para satisfacer sus demandas.

Los comentarios del vicepresidente Dick Cheney y las publicaciones de probables ofensivas contra Irán reveladas por dos prestigiosos medios informativos como la BBC y la revista de actualidad y variedades The New Yorker (que asegura esta semana que EE UU prepara un plan de ataque a Irán que pueda ser lanzado en 24 horas) , forman parte de la estrategia de la Casa Blanca de mantener alto el tono de voz con Irán para obligarlo a que de alguna manera acceda a las peticiones de la comunidad internacional que le exige el desmantelamiento incondicional de su programa de enriquecimiento de uranio, entre otros llamamientos.

Esta postura es clásica por parte de Washington ya que por un lado planea dejar en manos de la Unión Europea (UE) la mediación diplomática, reservándose para sí mismo el papel aparentemente confrontacional y belicista.

Lo que hace EE UU es harto conocido en materia de su política internacional ya que a través de ésta (y sustentada en la amenaza) busca despertar cambios en la política iraní, sobre todo alentando a los partidos disidentes que por primera vez han manifestado su rechazo a la política exterior implementada por Mahmoud Ahmadinejad, el presidente iraní. Henry Kissinger, ex secretario de Estado norteamericano, lo resume de esta forma: “(…) diversos gobiernos estadounidenses mantuvieron la política de usar las negociaciones para explorar las perspectivas de avance diplomático, y al mismo tiempo, establecer los marcadores para explicar la fase en la que el enfrentamiento sería inevitable.” La razón para todo ello, explica Kissinger, es hacerle entender a los iraníes “la conveniencia de un cambio de régimen en Irán”, que sería la única garantía real para evitar la nuclearización del país.

Bajo esa óptica, la presión norteamericana está dirigida más que nada para que los sectores moderados y reformistas se movilicen y encuentren más espacios y plataformas desde las que puedan hacer oposición. La crisis actual brinda la oportunidad para que estos movimientos puedan expresar la inconveniencia del aislamiento político y económico que podrían deparar las próximas sanciones del Consejo de Seguridad, si es que el régimen sigue con su intransigencia.

Sin embargo, la apuesta por el cambio interno no es realista en el corto plazo que es en el que se estima que Irán puede obtener su primera bomba nuclear. De ahí que la Administración republicana haya acelerado los planes para levantar un escudo antimisiles en países del ex bloque soviético como Polonia y la Republica Checa. Al respecto, el Comandante estadounidense de las Fuerzas de la OTAN aseveró que “El sistema de defensa antimisiles garantizará la defensa contra ataques por parte de regímenes odiosos (como Corea del Norte e Irán) que es el único objetivo de crearla”. “Rusia no tiene que temer el sistema norteamericano de defensa antimisiles cuyos radares se piensa emplazar en países de Europa Central”, dijo el general Bantz Craddock, responsable militar de las Fuerzas de la OTAN en Europa.

En vísperas de la reunión de los integrantes permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania en Londres (5+1), Teherán anunció el lanzamiento exitoso de un cohete suborbital de fabricación propia. Ese logro, de verificarse, significa un avance importante en su programa balístico que también puede tener usos militares. Al superar el proyectil los 150 kilómetros, se cree que Irán está en capacidad de dominar la tecnología necesaria para atravesar la atmósfera. Eso les permitiría construir misiles balísticos, o de alcance intercontinental.

La realización de la prueba justifica el desarrollo del polémico “paraguas” antibalístico que enfrenta a Rusia con Estados Unidos por su proximidad geográfica a Moscú y por alterar el sistema de disuasión nuclear heredado de la Guerra Fría. El proyecto estadounidense coloca a Washington en la vanguardia de los sistemas defensivos. Lo que preocupa profundamente al Kremlin es el rompimiento de la paridad con EE UU puesto que con dicho escudo tendría cómo detener las cabezas nucleares rusas; sin que Rusia pueda hacer lo propio con los misiles estadounidenses.

Las marchas o contramarchas del programa atómico iraní dependen de qué tan efectivas sean las sanciones o incentivos para no continuarlo. Irán lograría mucho si poseyera su propio arsenal nuclear ya que le posicionaría como la primera potencia del mundo islámico, pero al mismo tiempo desataría una carrera armamentística con Arabia Saudita y Egipto que acabaría con su dominio estratégico pues ya no sería la única nación que maneje dicha tecnología.

La inestabilidad de los países árabes es demasiado peligrosa como para permitir que confíen su seguridad en la posesión de armas nucleares. Desde ese punto de vista, más alarmante resulta que Arabia se haga con la bomba nuclear que Irán. Esto porque Teherán posee un régimen estable que llegó al poder vía una revolución estudiantil y clerical, es decir, legítima; en cambio Arabia está controlada por una monarquía impopular respaldada por Estados Unidos que se niega a establecer reformas democráticas y que monopoliza la riqueza petrolera. Si bien Irán también hace lo propio con las reservas de hidrocarburos, es decir, usufructuarlas para su provecho político, al menos ha permitido elecciones libres y ha reconocido derechos que las mujeres árabes ni siquiera imaginan alcanzar.

El peligro que ronda Arabia es el Wahabismo, ideología sunita, la misma que enarbola Osama Bin Laden, que a decir del islamòlogo, Bernard Lewis, profesor de la Universidad de Princeton, consiste en una visión purista del Islam y el regreso del antiguo imperio musulmán que dominó el norte de África y Oriente Medio. A decir Lewis, “El wahabismo es una forma muy radical, que apareció en Arabia en el siglo XVIII. Tuvo algunos seguidores fuera, pero no muchos. Es un culto muy fanático, sumamente intolerante y muy destructivo”.

La diferencia con Irán es que dentro de la oposición iraní hay cierta esperanza porque se encuentra plagada de grupos moderados. De ahí que sea factible esperar que la próxima revolución que tenga lugar en ese país sea de corte democrático. Un ataque paralizaría ese escenario porque reforzaría el papel de los radicales que ven con mucho peligro la influencia occidental. El propio Lewis ve “fuerzas originarias” para el cambio dado que la composición poblacional de Irán es joven y busca el contacto permanente con occidente, prueba de ello son las miles de antenas parabólicas clandestinas que recepcionan programación europea y estadounidense, y la presencia de censores gubernamentales que monitorean las actividades de sus ciudadanos en la Web.

Se sabe que los estudiantes son en su mayoría contrarios a las medidas represivas y reclaman mayores aperturas informativas y culturales para poder acceder a textos elaborados en occidente. Meses atrás muchos de éstos fueron detenidos o expulsados de sus respectivos centros de estudios por manifestar opiniones divergentes a las posiciones oficiales. Lo mismo sucedió con algunos catedráticos cuando criticaron la intromisión estatal en las planillas universitarias.

Mientras Irán reafirma su negativa a congelar su programa atómico, EE UU deja abierta la posibilidad de una negociación al renunciar a algunas condiciones para su realización. Como se recordara, para discutir con Irán EE UU exigía originalmente tres requisitos: detener su proyecto nuclear bajo supervisión de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), romper lazos financieros con el terrorismo internacional (Hamas y Hezbollah) y dejar apoyar a las milicias chiítas iraquíes que hacen ingobernable ese país. "Estoy preparada para reunirme con mi homólogo iraní en cualquier momento si suspenden sus actividades de enriquecimiento de uranio", señaló la secretaria de Estado, Condoleezza Rice.

Como argumento a favor de su programa atómico, Teherán puede alegar que necesita esa tecnología para aliviar la crisis energética que se avecina pues en los próximos años podría convertirse en un importador neto de energía. De hecho hoy en día importa la mayoría de la gasolina que requiere, y de no impulsar la producción petrolera y revertir los subsidios que concede a sus ciudadanos podría quedarse sin recursos para exportar y obtener divisas.

A pesar de las denuncias contra Irán que lo sindican como uno de los principales responsables de promover la violencia sectaria en Iraq, nadie cree que las acusaciones de la Casa Blanca, por su evidente falta de credibilidad, puedan convertirse en justificaciones suficientes como para iniciar una ofensiva. Las mentiras y el atasco que condujeron a la guerra en Iraq pesan demasiado como para convencer al público estadounidense de la necesidad de un ataque, y menos cuando la mayoría reclama el retorno inmediato de las tropas.

Entre los principales impedimentos para una nueva confrontación en el Golfo tenemos los siguientes:

a) Legal. Los legisladores del Capitolio, dominado ahora por los demócratas, sostienen que se requiere una nueva autorización legislativa para conjurar a la amenaza nuclear iraní. Los asesores de la Casa Blanca, basándose en permisos anteriores que autorizaron la guerra con Iraq, estiman que si pueden probar que Irán está involucrado en los ataques a tropas estadounidenses y civiles iraquíes podrían realizar ataques preventivos sobre suelo iraní. Las denuncias presentadas hasta ahora no son concluyentes y ninguna prueba vincula a la dirigencia iraní con las ofensivas de las milicias islámicas.

b) Mediático. El segundo impedimento o traba es de corte mediático ya que la popularidad del presidente Bush es tan baja como la de Nixon en el peor momento de la Guerra de Vietnam. Con cerca de un 30% de aprobación o menos, es difícil que Bush revierta el pésimo legado que deja a los norteamericanos en materia de política y seguridad internacionales, en las que se evidencia una notable pérdida de hegemonía y liderazgo estadounidense.

c) Electoral. Un tercer elemento vinculado con el anterior sería de índole electoral porque el próximo año se celebrarán elecciones presidenciales en las que los candidatos republicanos, en parte por el fiasco de Iraq, no tienen las mejores opciones de acceder a la presidencia. Mucho tiene que ver la pésima estrategia de pos guerra adoptada por George W. Bush y a sus desaciertos posteriores. De ahí que considerar un conflicto con un país mejor armado y capaz de extender la guerra a otros territorios (pues atacaría Iraq, Arabia Saudita e Israel), inclinaría definitivamente la balanza electoral a favor de los demócratas pues los pasivos y errores del presidente se trasladarían nuevamente a los candidatos de su partido (como ya ocurrió durante la pasada elección congresal de noviembre que renovó parcialmente el Capitolio y devolvió ambas cámaras a los demócratas).

d) Económico. El cuarto obstáculo, tal vez el más fuerte de todos, es de naturaleza económica pues una confrontación con Irán elevaría drásticamente el precio del petróleo (unos 200 dólares por barril, según estimados de la Unidad de Análisis Financiero del Barclays Bank) y con ello reviviría los temores de una recesión que EE UU viene evitando gracias a la bonanza bursátil, y al financiamiento de su déficit con la colocación de deuda pública (Bonos del Tesoro), en los mercados emergentes. La guerra reduciría el valor del dólar como moneda comercial y generaría una profunda desconfianza en los agentes económicos, provocando con ello una corrida de capitales. Los efectos pueden ser incluso peores que los resumidos en este párrafo pues no se consideran las repercusiones en otras economías importantes como China, que seguramente entraría en una desaceleración importante, aunque no sea esa precisamente la forma en que la venía buscando.

e) Defensas iraníes. Un quinto inconveniente sería la multiplicidad de blancos que tendrían que ser bombardeados y las modernas defensas iraníes que cuentan con el sistema ruso Tor M-1, sin descontar que su capacidad ofensiva pone a tiro cualquier embarcación petrolera o refinería en el Golfo y a las propias fuerzas estadounidenses desplegadas en Iraq. Los más de 140.000 soldados desplegados en iraq serían un objetivo relativamente fácil para las armas iraníes, así como los pozos de ese país. Irán posee además una red de satélites de vigilancia que detectarían cualquier movimiento o desplazamiento ofensivo en su contra, dándole el tiempo suficiente como para preparar un devastador contraataque.

f) Geopolítico. Un sexto elemento capaz de disipar los vientos de una nueva guerra en el Golfo serían las innegables repercusiones geopolíticas que un conflicto con Irán acarrearía, sobre todo en materia de seguridad regional ya que es probable que los problemas de Medio Oriente se extiendan a Europa, Rusia, China, India y EE UU. Estas nuevas ramificaciones de las problemáticas que ahí se suscitan puede traducirse en atentados, manifestaciones violentas, secuestros, sabotajes, etc. Incluso no se descartaría la detonación de algún artefacto (bomba sucia, biológica o química) en alguna ciudad representativa para occidente.

No hay comentarios: