martes, 27 de febrero de 2007

El fin del eje del mal: EE UU inicia negociaciones con Irán

El “eje del mal”, término acuñado por el presidente Bush para referirse a los integrantes de una terna amenazante y desestabilizadora acaba de desaparecer. Al menos durante las próximas semanas mientras tengan lugar las negociaciones entre EE UU y Corea del Norte sobre la desmantelaciòn de su programa nuclear y con Irán acerca de su rol en la estabilización iraquí. Se podría decir oficialmente que la doctrina de no diálogo o trato con países contrarios a los intereses estadounidenses culminó tras el conocerse el anuncio de que EE UU discutiría con Siria e Irán la delicada situación de su vecino Iraq.

El trío que ubicaba a Iraq, Norcorea e Irán en un mismo rango perdió vigencia luego de la ocupación iraquí por parte de EE UU y del acuerdo suscrito entre el segundo de los citados y la potencia norteamericana en fechas recientes. No se sabe hasta qué punto Pyongyang cumplirá con sus obligaciones (referidas la clausura de su proyecto atómico y de sus misiles de mediano y largo alcance), pero existe la firme intención de seguir negociando los aspectos más importantes que conduzcan a la desnuclearización del la península coreana. Que Irán haya intentado antes discutir la problemática de la seguridad interna iraquí dice mucho a favor de que las conversaciones puedan prosperar y encontrar un buen camino. Ya en el 2003 Irán propuso la alternativa del diálogo a EE UU siendo rechazada por la Casa Blanca al adoptar una política exterior de corte neoconservador por la que apostaba por la fuerza o su amenaza para imponer la agenda estadounidense.

Las recomendaciones que el pasado diciembre hiciera el Grupo de Estudio sobre Iraq están siendo incorporadas cuando inicialmente la Casa Blanca descartó los esfuerzos de ese comité bipartidario (conformado por republicanos y demócratas) para encontrar una salida a la crisis iraquí. Con la incorporación de Siria e Irán a la ronda de negociaciones sobre Iraq, que incluirá a los demás vecinos de ese país, miembros de la Liga Árabe, de la Conferencia Islámica y del G-8 (los siete países más industrializados del mundo y Rusia), se está estableciendo, por primera vez en los seis años que lleva esta Administración republicana, una política exterior realista ya que reconoce, en primer lugar, que el conflicto iraquí sólo puede resolverse políticamente (lo que incluye negociaciones con países y facciones opuestas a Washington) y, en segundo lugar, aceptar el surgimiento de nuevos poderes y actores que resulta imposible ignorar al momento de buscar una solución para la cuestión iraquí.

El hecho de que Bagdad, que no da un paso sin la previa aprobación norteamericana, haya manifestado su intención de convocar a las fuerzas regionales para abordar la inestabilidad iraquí, implica que EE UU no pensaba dar ese trascendental movimiento sin explorar indirectamente, a través de la cancillería de ese paìs, qué tan comprometidos se encontraban los miembros del antiguo “eje del mal” respecto al proceso de pacificación iraquí.

No resulta para nada sorpresivo que EE UU haya optado por el diálogo a estas alturas, es decir, cuando se ha profundizado la crisis en Iraq y soplan nuevos vientos de guerra en la región. Esto porque en principio EE UU ya había dado señales de apertura al emprender tratativas con la díscola Norcorea y al aceptar la participación de Hamas en la conformación del futuro Gobierno de Unidad Palestino si reconocía el derecho de existencia de Israel. Los cambios en la dirección de la política estadounidense, en ese sentido, son notables, pero no auguran nada positivo porque es muy prematuro aventurar que la postura “conciliadora” del departamento de Estado vaya a dar algún resultado inmediato. No se esperan negociaciones fáciles ni cortas dada la complejidad del problema que será abordado (la estabilización iraquí), y porque los intereses contrapuestos de las partes saldrán en algún momento a relucir.

Esta vía, la del diálogo, es la única que EE UU no había explorado por considerar que su supremacía militar (convencional) era suficiente para acorralar a cualquier enemigo bien sea por la puesta en marcha de su maquinaria bélica, o bien por la de su amenaza.

Washington debió darse cuenta antes de que a Irán le interesa tanto como a él un Iraq seguro y estable. Teherán ha dado muestras de querer participar en la reconstrucción iraquí y en la estabilización de su proceso político. Son muchos los vínculos que unen a los iraníes con Iraq, entre los que destacan los religiosos porque la mayoría de ciudadanos de ambos países profesa la vertiente chiíta del Islam. Sin dejar de lado que al ser importantes productores de petróleo tendrán que desarrollar una política petrolera conjunta en el seno de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) para garantizar mayores precios por su principal recurso.

Como vecino de Iraq, a Irán le preocupará cualquier crisis política que se desate; mientras que EE UU puede abandonar en el mediano plazo ese país ante las presiones internas que reclaman el retorno inmediato de las tropas.

El debido control de las fronteras que Iraq comparte con Siria e Irán forma parte de una estrategia de seguridad integral que debe llevarse a cabo para detener la espiral de violencia sectaria que desangra al país. De ahí la importancia de estos países para detener el flujo de milicianos y armas que se filtran los extensos bordes. La situación de la seguridad fronteriza es vital y EE UU lo advierte no sólo en Iraq, sino también en Afganistán, donde la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) enfrenta un resurgimiento del talibán y Al Qaeda que operan frecuentemente en los límites con Pakistán. Este tipo de cruces permeables permite al movimiento fundamentalista reclutar y adoctrinar militantes a la vez que le brinda refugios y rutas de escape seguras, así como depósitos dónde esconder armas y pertrechos militares.

A Siria también le conviene participar en la estabilización iraquí ya que puede ser un paso previo para lograr la paz definitiva con Israel. Lo que implica a futuro la devolución de las Alturas del Golán, una serie de territorios escarpados que Israel conquistó a Siria durante la guerra que les enfrentó en 1967. Con Siria en la mesa de negociaciones se abre la posibilidad de que los problemas internos del Líbano encuentren también solución, o que, por lo menos, alberguen cierta esperanza.

Si bien EE UU e Irán se hallan enfrentados en una serie de conflictos por todo Medio Oriente que van desde respaldar a Hezbollah en el Líbano, financiar a Hamas en el problema palestino-israelí y promover la violencia y la inestabilidad en Iraq canalizando armas y dinero a milicias chiíes como el macabro Ejército Mahdi, del clérigo chií Muqtada al Sàder, existen cuatro asuntos clave que les unen.

El primero de ellos es que con la inestabilidad iraquí aumentaría el número de refugiados que tanto Siria como Irán tendrían que alojar. La presencia de cientos de miles de iraquíes (o tal vez millones) afectaría negativamente las condiciones de vida de ambos países. Económicamente se percibiría un severo daño que afectaría el crecimiento iraní, que sumada a las posibles sanciones económicas que pretende adoptar el Consejo de Seguridad (por su rechazo a congelar su programa de enriquecimiento de uranio), podría desatar una crisis humanitaria sin precedentes que detendría la marcha de la revolución islámica iniciada en 1979.

Otro de los asuntos que vinculan los intereses norteamericanos e iraníes es la lucha contra el integrismo sunnita encabezado por Al Qaeda y Osama Bin Laden. La presencia de efectivos y agentes de esa agrupación terrorista en Iraq preocupa a EE UU e Irán por igual ya que ambos desean evitar que ese país se convierta en un refugio seguro para Al Qaeda y otros yihadistas de todo el mundo.

Un tercer nexo entre EE UU e Irán es de corte geopolítico ya que ninguno de los dos desea una división de Iraq en tres estados: suní, kurdo y chiíta, respectivamente. En Washington se habla mucho de que la partición beneficiaría de hecho a los iraníes, porque les daría una posición todavía más sólida entre la mayoría chií de Iraq. Puede que sea cierto, pero la partición también llevaría a un Kurdistán independiente, que es algo que Irán, que lucha contra su rebelde y desposeída población kurda, no podría soportar.

El cuarto aspecto está relacionado con la retirada norteamericana de Iraq. En esto están perfectamente de acuerdo ya que EE UU no desea extender su presencia más allá de un año o dos, cuando menos. De hecho, el Grupo de Expertos para Iraq, liderado por el ex secretario de Estado, James Baker III, sugirió que el regreso debe ser paulatino y culminar en el 2008, limitando la participación estadounidense al apoyo logístico, entrenamiento y asesoramiento de las tropas y facilitar informes de inteligencia, algo similar a lo que intentó Richard Nixon en Vietnam, aunque no concretó todos los puntos de su plan.

Desde ese punto de vista, un Iraq viable dejaría de ser una amenaza humanitaria para sus vecinos que a duras penas soportan los cerca de 1,6 millones de refugiados que han abandonado Iraq desde la guerra civil. Si bien Irán no ha sido el principal destino de los exiliados iraquíes (sunnitas de clase media en su mayoría) pues han inundado Siria y Jordania, la teocracia chiíta podría verse expuesta a una gran oleada de migrantes pobres en caso de que la guerra alcance nuevos estadìos de violencia.

Un diálogo incondicionado sobre Iraq es posible hasta cierto punto ya que Irán podría exigir mayor flexibilidad norteamericana hacia su programa atómico. Algo posible dada la incapacidad que evidencia EE UU para impedir que Irán desarrolle su programa nuclear “civil”. La concesión resulta atendible; aunque luego Israel vea con malos ojos como su gran aliado occidental tolera que un régimen fundamentalista rompa con el desbalance estratégico que se inclina a su favor (por ser también poseedor de tecnología nuclear).

EE UU, por su parte, podría deslizar la propuesta de una presencia militar “mínima” en Iraq para garantizar la estabilidad del país. Al respecto, Robert Gates, secretario de Defensa estadounidense, dijo el martes que Washington podría mantener una presencia militar en Iraq por un "período prolongado," similar a las bases que mantiene en Alemania y Corea del Sur. El temor para sus rivales en el Golfo es que esa presencia se convierta en permanente porque desde la Segunda Guerra Mundial EE UU no ha desmantelado sus bases en Alemania, Italia, Reino Unido, etc. Es más, hasta pretende reforzar su presencia en países de Europa del Este (mediante el despliegue de bases militares y la construcción de un escudo antimisiles). Lo mismo sucede para el caso Surcoreano en el que las tropas norteamericanas están apostadas desde la Guerra de Corea (1950-1953), y cuya presencia no es mínima como lo sostiene el secretario Gates, pues ronda los 37.000 efectivos.

Dados los graves problemas de seguridad interna de Iraq, se espera que el próximo desplazamiento norteamericano, siendo mucho menor al actual (de 140.000 soldados), sea mucho más prolongado.

Con la derrota de los neocons tras las abruptas salidas del ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y de John Bolton, ex embajador de EE UU ante la ONU, llegó también el turno para su ideología que hasta ahora impedía ver el mundo como realmente era: multipolar y complejo, como lo acaba de demostrar la caída bursátil originada en la bolsa de valores Shanghai que arrastró a los tradicionales mercados y plazas de EE UU y Europa.

Luego de que el ministro de Exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, anunciara la convocatoria de una cumbre regional en Bagdad, la secretaria de Estado norteamericano, Condoleezza Rice, dijo que "esperamos que todos los gobiernos aprovechen esta oportunidad para mejorar sus relaciones con Iraq y trabajen en pro de la paz y la estabilidad en la región". Con ello se abre una nueva página en la historia de las relaciones de Oriente Medio y confirma la tesis del Instituto de Investigaciones Estratégicas de Londres sobre la pérdida de hegemonía internacional de EE UU ya que “no puede imponer su agenda”.

Rice confirmó la invitación hecha por Iraq a Siria e Irán durante su comparecencia ante el Comité de Asignaciones del Senado al señalar “también estamos apoyando a los iraquíes en una nueva ofensiva diplomática: lograr un mayor apoyo, tanto dentro de la región como más allá, para lograr la paz y la prosperidad en Iraq", ha apuntado Rice. En este sentido, ha reconocido que altos funcionarios estadounidenses e iraquíes coinciden en que el éxito en Iraq, precisa de un "apoyo positivo de los vecinos de Iraq".

“A pesar de que las futuras conversaciones no incluirán tratativas directas entre EE UU e Irán y se discutirá únicamente la estabilización iraquí, se abre al menos la vía diplomática para abordar otros temas que conciernen a los intereses de la región”, así lo detalla The New York Times.

Las acusaciones que sindican a Irán como uno de los responsables de fomentar la violencia sectaria entre las facciones iraquíes no han disminuido toda vez que el jefe de Inteligencia estadounidense, Mike McConnell, aseguró al Senado que Teherán entrena grupos que realizan operaciones contra las tropas de su país. Estas alegaciones se suman a las que también atribuyen a Irán el suministro de bombas y munición a las milicias chiítas.

Esta retórica confrontacional y directa de Washington responde a la necesidad de aparecer en la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza y no de debilidad, ya que la situación en Iraq ha comprometido mucha de la capacidad bélica del país.

Si bien EE UU ha manifestado a través de sus representantes políticos que sólo tratará con Irán el tema de la estabilización de Iraq, se cree que el programa nuclear iraní también será una carta de negociación que formará parte de un acuerdo global para la región. Pensar sólo en Iraq -abierta la puerta de la diplomacia-, y no en los demás problemas que suscitan la atención y preocupación del mundo como el palestino o el libanés, supone una aguda miopía capaz de desencadenar mayores crisis a las surgidas hasta el momento.

Desde esa óptica, las conversaciones de Bagdad deben servir de plataforma para tratar paso a paso los demás asuntos que interesan a las naciones del Golfo.

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