jueves, 15 de febrero de 2007

El precio de la secularización en occidente

El precio de la secularización en occidente significó que la religión cristiana no sólo sea apartada del poder, sino que pierda su monopolio sobre el conocimiento a manos de la ciencia. Este hecho, sin parangón alguno, no se replicó en oriente--particularmente en el Islam--donde la ciencia no se contrapuso a la fe musulmana, sino que, más bien, y gracias a ésta: logró su máximo esplendor. No es necesario remontarnos a Al Abadí, Ibn Butlam o Averroes, nombres comúnmente identificados con las ciencias médicas, para señalar que aún hoy en día el mundo islámico experimenta parte de esa conquista. Así, Irán, país de origen persa y acusado de promover el terrorismo internacional, a la vez que perfecciona sus arsenales nucleares desarrolla interesantes investigaciones con células madre. Lo anterior, asombrosamente es consecuencia de que la interpretación coránica favorece dichas experimentaciones dado que los clérigos chiítas consideran que la vida humana se manifiesta a los tres meses de gestación.

La derecha religiosa de EE.UU., a diferencia de la emergente potencia islámica, rechaza vehementemente cualquier indagación sobre este campo, que podría salvar la vida de muchas personas, así como mejorar la calidad de otras tantas. Salvo en Missouri, estado tradicionalmente republicano donde se votó la controvertida propuesta, triunfó la iniciativa a favor de este tipo de investigaciones gracias a una intensa e inusual campaña realizada por el actor Michael J. Fox, quien estremeció al electorado estadounidense al exponer crudamente los síntomas del Parkinson, enfermedad degenerativa que lo aqueja desde hace algunos años. La radicalidad del discurso religioso en occidente está poniendo en entredicho no sólo el avance del conocimiento científico sino también el bienestar que debería proveer.

Así como la ciencia renacentista fue considerada antirreligiosa, del mismo modo lo está siendo la ciencia moderna. El conocimiento que antaño era demasiado peligroso pues podía desestabilizar el poder clerical, hoy se ha convertido en fuente de toda crítica y cuestionamiento. Los sectores conservadores ven con mucho desagrado que el progreso afecte esas no pocas parcelas temáticas sobre las que todavía impone su dominio sobre la opinión pública. Temas como el aborto, el matrimonio homosexual, el control de la natalidad, entre otros, suponen ya los últimos bastiones de resistencia cristiana a los cambios. El anglicanismo, por ejemplo, ha venido adaptándose a las nuevas circunstancias de la vida moderna al reconocer el sacerdocio femenino con el fin de no ser dejado atrás por los vaivenes de una sociedad en constante transformación como la inglesa. Inclusive ha llegado más lejos de lo pensado al nombrar como obispo a un sacerdote homosexual. Tales reformas le ha valido más de un reproche al arzobispo de Canterbury por parte del papa Benedicto XVI, quien prefirió iniciar una intrascendente gira por Turquía (ya que no va a ser recibido por las máximas autoridades de ese país) a dialogar con Rowan Williams, primado de la Iglesia Anglicana, dados los invencibles obstáculos que de momento los separan.

Lo paradójico de la historia es que la tenue división entre Estado y Religión en Medio Oriente esté promoviendo estudios impensables en algunos países de occidente, donde la separación, como algunos postulan, no ha sido tan profunda.

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