domingo, 29 de abril de 2007

EE UU, Rusia y los temores de la Guerra Fría

Hay quienes creen que al no estar lista Rusia para la democracia debe apostar primero por afianzar las instituciones del Estado, concretamente, las del ejecutivo, para luego dar sucesivos pasos hacia la apertura política. La presencia de un ex agente de la KGB en el poder corrobora en buena medida la forma en que las élites nacionalistas han programado avanzar hacia las siguientes etapas.

Para fortalecer al Estado ruso, los hombres duros del Kremlin resolvieron concentrar la riqueza petrolera y de gas del país en manos de empresas estatales. Esto se hizo no sólo por razones financieras ya que aportan grandes cantidades de dinero al tesoro ruso, sino porque la propiedad pública de las mismas, con sus cuantiosos recursos, se convierten en eficaces herramientas de presión de su política exterior pues con ello regulan el crecimiento de varios países europeos.

Resultaba entonces esencial controlar el sector energético ya que si la principal amenaza de la Unión Soviética para Occidente radicaba en sus armas; la de la Federación Rusa en el suministro de su gas y su petróleo.

También era fundamental consolidar ese tipo de monopolio para impedir que agentes privados desestabilicen el sistema, generando mayor corrupción y presión sobre la política. Al alejar la participación de los privados, priva, valga la redundancia, a terceros en el manejo o injerencia de la “cosa pública”.

El inconveniente o crítica que podría hacerse es que la creación de grandes compañías de gas y petróleo puede utilizarse para impulsar medidas populistas o favorecer los particulares intereses de los jerarcas rusos, sobre todo en tiempos de baja popularidad o crisis económicas.

Luego de afianzar el sector energético, con lo que gana también participación en la dinámica de la economía rusa, Vladimir Putin se dispone a asegurar la línea de conducción política que estableció al arribar a la presidencia. Ese es, de momento, su principal objetivo. Aunque no se puede ignorar que las relaciones internacionales de Rusia con Occidente, en particular con los Estados Unidos, representa una gran preocupación.

A manera de resumen, durante los últimos años “las autoridades estadounidenses han acusado al Gobierno de Putin de imponer un nuevo autoritarismo en el país y emplear sus recursos energéticos como armas de diplomacia coactiva. Por su parte, las autoridades rusas acusan al Gobierno de Bush de fomentar el malestar en varias ex repúblicas soviéticas y de llevar a cabo una política exterior arrogante y desestabilizadora”, indica Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group, una consultora de riesgos políticos.

En la actualidad, el impase de las potencias sobre el escudo antimisiles se ha revelado como uno de los principales problemas que enturbia el panorama mundial. El temor de que se desate una carrera armamentista revive viejos miedos heredados de las peores épocas de la Guerra Fría. Esta vez, a diferencia de ocurrido entre 1950 y 1990, las razones por las que se rearman los países no radica en que uno represente un peligro inminente para el otro, sino en el creciente militarismo de algunas naciones no desarrolladas que desafían el orden internacional con sus pretensiones nucleares.

El temor a la proliferación nuclear es el hecho que alarma como ningún otro en primer lugar. Evidentemente, a ello hay que sumar el aumento de los presupuestos de defensa que han sobrepasado las asignaciones de hace unas décadas. El gasto estadounidense parecerá en todos los casos abrumador porque tiene más “intereses” que proteger (además de haber recibido varios ataques) y porque su crecimiento económico ha sido muy superior al de Rusia, sobre todo en los últimos dieciséis años (que correspondieron a la caída de la Unión Soviética), y al trepidante progreso que significó la apertura de mercados para las empresas norteamericanas durante la presidencia de Bill Clinton.

Lo llamativo es que las amenazas aludidas han sido incentivadas por la política interventora y desbocada de uno de los actores de la Guerra Fría: EE UU. Por ello no le falta razón a Putin cuando señaló en la Conferencia de Seguridad de Munich que EE UU “ha estimulado esas peligrosas tendencias”.

Tampoco ayuda a aminorar los ánimos incluir a Rusia y China como potenciales enemigos de EE UU en un futuro, tal como lo manifiesta Mijail Gorbachev, ex líder de la Unión Soviética. “La inclusión de Rusia fue un lapsus freudiano, que revela una predisposición que no ha cambiado a pesar del fin de la Guerra Fría. China fue mencionada en la misma oración. Es evidente que algunos políticos estadounidenses también toman en cuenta a China en términos de enfrentamiento más que de interacción constructiva”, concluye Gorbachev.

Convertir a Rusia en el viejo “cuco” puede ser peligroso, si es que ese es el tipo de discurso que planea poner en práctica la Casa Blanca. Como el guión de los “peligros del terrorismo internacional” no dio sus frutos o no es suficiente para garantizar los objetivos políticos de los neoconservadores (como justificar su presencia en el poder recurriendo a la creación de amenazas externas), al buscarse un pleito con Rusia al instalar bases de misiles interceptores y radares en países del ex bloque soviético, se trataría de revivir viejos temores que conocen los norteamericanos.

A la luz de los acontecimientos parecería que EE UU crea a sus propios enemigos. Es como si buscara probarse algo, y ante la falta de desafíos que significó la debacle de la URSS, la irrupción del fundamentalismo islámico pareció ser la solución. Esa visión de las cosas corresponde al menos a la de un sector del escenario político estadounidense.

Antes era el peligro del comunismo soviético y ahora la amenaza del “terrorismo islámico”. Podemos afirmar que si no se hubiese producido el atentado en el World Trade Center y en el Pentágono, el liderazgo republicano seguramente deambularía y buscaría con quién confrontar nuevamente a los EE UU. Su existencia, la de los neocons, depende en gran medida de los antagonismos son capaces de crear o inventar, como fue el caso de Saddam Hussein, de quien se dijo que era líder del “cuarto ejercito más poderoso del mundo” cuando ni si quiera pudo derrotar a Irán y que fuera antiguo aliado de EE UU durante la presidencia de Reagan, cuyo acercamiento a la potencia estadounidense casualmente se produjo gracias a las gestiones del renunciante secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

La existencia del ala neoconservadora del Partido Republicano está directamente relacionada a la de los enemigos que pueda hallar y no a sus propias capacidades (aunque sus habilidades tal vez consistan en buscar al nuevo enemigo de turno). Se les podría comparar con los superhéroes de los comics o historietas que aparecen cuando cunde un peligro o arrecia una amenaza, con la gran diferencia de que no defienden la causa de la libertad y la justicia, sino la de sus propios intereses y agendas. En el pasado, en la década de los 80, el enemigo que magnificaron fue la Unión Soviética, cuyo colapso se produjo a finales de dicho período, luego de la caída del muro de Berlin en 1989. En el presente, el enemigo esconde su rostro detrás de un velo. Una cortina, la de hierro, cayó para que se levante imaginariamente otra. Imaginariamente porque no existe tal división con el Islam en su conjunto, sino con un grupo bien organizado de fanáticos que temen la penetración del mundo occidental en el musulmán.

El terrorismo islámico no es más que la respuesta a la prepotencia con la que la Casa Blanca interviene en los asuntos de la región más conflictiva del planeta. La perspectiva de los halcones, desde este punto de vista, es muy limitada, y nos atrevemos a decir que están al borde de la extinción, al menos la generación a la que pertenecen Rumsfeld y Cheney. De momento, sólo el impase norcoreano (al que alentaron a desarrollar capacidad nuclear luego de abandonar los acuerdos suscritos durante la Administración Clinton) o Irán (a quien también animaron a rearmarse al promover la descabellada estrategia de la guerra preventiva, a pesar de que a raíz de un acuerdo suscrito con Alemania, Gran Bretaña y Francia había paralizado su programa nuclear) representan serias advertencias por las que los ciudadanos norteamericanos deberían preocuparse y convocar eventualmente a los halcones para “despejar” los temores. Ellos, a la vez que siembran los peligros que posibilite su retorno, cosechan las tempestades que permite su alejamiento.

Tal como van las cosas, los ganadores de esta contienda son los radicales islámicos pues si bien no pueden acabar con las potencias con las que luchan, al menos pueden desestabilizar a los gobiernos que las dirigen.España es claro ejemplo de ello ya que tras el atentado del 11-M de 2003, el electorado español retiró su apoyo al Partido Popular, cuya gestión no fue mala pues España creció económicamente a tasas interesantes (por encima de la media europea y se crearon muchos empleos), pero su respaldo a las pretensiones hegemónicas de la Casa Blanca inclinó la balanza y lo condujo a la derrota. Con los resultados que arrojó la última elección congresal norteamericana queda más que confirmada la tesis de que el fundamentalismo musulmán tiene la capacidad afectar a las administraciones con las que rivaliza. Para ello sólo necesitó frustrar sus planes en Oriente Medio recurriendo a la violencia. No tan indiscriminada como parece, sino más bien focaliza y dirigida a causar mayor desestabilización.

Volviendo a Rusia, la posible retirada rusa del Tratado de Armas Convencionales en Europa que con la que amenazó Putin en el Parlamento ruso, ha sorprendido a los países de la OTAN toda vez que gracias a ese instrumento (firmado en 1987 por Ronald Reagan y por Mijail Gorbachev) se eliminó los arsenales nucleares de corto y mediano alcance.

Es probable que la insistencia con el escudo o paraguas antimisiles norteamericano esté dirigida a presionar a Rusia para que a su vez obligue a Irán a reconsiderar su programa nuclear. Sería una “buena” carta negociadora, si esa fuera la intención de Washington, cancelar la instalación de los dispositivos defensivos a cambio de que Moscú detenga la construcción del reactor iraní en Bushehr, por ejemplo, y consentir -mediante su abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU-, sanciones más graves contra Irán en caso de que no aborte sus aspiraciones atómicas.

Lamentablemente las cosas no son tan sencillas como parecen (o desean algunos) ya que cuanta más presión se aplique sobre Rusia, más fuerte se torna su nacionalismo. Rusia no está dispuesta a retirar su apoyo a Teherán por el desmantelamiento de los interceptores norteamericanos. Putin tiene razones de peso para respaldar a Irán aun cuando se trate de una relación difícil de sostener, sobre todo ante los ojos de Occidente.

Los lazos que mantiene Rusia con Irán se han estrechado en respuesta a la presencia militar anglonorteamericana en la zona. Es parte del efecto indeseado de ocupar unilateralmente una región al margen de las consideraciones de las instituciones internacionales y de los intereses de otros países.

Siendo Oriente Medio de especial interés y relevancia para Rusia, el heredero del Imperio Soviético no quiere perder su influencia a manos de sus rivales estadounidenses. En Putin ha recaído la misión de restaurar la política exterior rusa luego casi una década de alejamiento de esa parte de Asia. La injerencia de EE UU, cuya pretensión inicial consistía en acercar a los países musulmanes a Israel, para convertirlo en líder indiscutible de la región, choca con la nueva arremetida rusa que convirtió a Irán en serio obstáculo para sus ambiciones geopolíticas.

Los rusos vieron en las invasiones de Iraq y Afganistán acontecimientos que llamaron su atención y resolvieron recuperar el papel que desempeñaban. Una de las respuestas rusas a la iniciativa de EE UU de controlar el petróleo iraquí fue explorar una OPEP del gas justamente con Irán, además de Argelia y Libia. Aunque falta mucho para definir y concretar ese tipo de alianzas, la sola mención de tal unión provocó que EE UU se volcara a promover con Brasil el desarrollo del etanol como combustible alternativo al de los fósiles.

La pérdida de influencia y descrédito de EE UU en la región del Golfo ayudó a Rusia a restablecer sus lazos con Oriente. Si en el siglo XX, la URSS se caracterizaba por ser un proveedor natural de armas convencionales; en el XXI la cooperación rusa se ha extendido no sólo al armamento sofisticado, sino a conformar eventuales cárteles energéticos (como el del gas) y a proporcionar tecnología para la construcción de centrales nucleares.

Otra movida rusa y de los exportadores de crudo de Oriente (incluyendo los países árabes) ha tenido que ver con la comercialización de su principal recurso en euros y no en dólares. Dado que la moneda europea se cotiza al alza respecto al dólar, el movimiento natural en el mercado de divisas presiona a EE UU a mantener altas las tasas de la FED (Reserva Federal), lo cual dificulta conseguir financiamiento en EE UU al encarecerlo. Aunque esa medida ayuda a mantener a raya la inflación, la mayor preocupación del Banco Central Norteamericano.

Con Siria la estrategia de estrechar vínculos ha sido similar a la desarrollada con Irán. Como parte de la “buena voluntad” rusa, a través de un acuerdo se cancelaba la mayor parte de la deuda de Siria con Rusia (unos 13. 000 millones de dólares). Por si fuera poco, otros convenios han dado a Rusia el privilegio de en el ámbito energético.

Para haber llegado a la situación actual (de gran temor para Occidente) han ocurrido varias cosas en el camino como la alianza entre Irán y Siria que comprende la plena cooperación en caso de ser atacados por EE UU e Israel, y la reanudación de las actividades nucleares por parte de Irán.

En el fondo del asunto surge una cuestión, ¿qué está dispuesto a hacer EE UU para no perder hegemonía en Oriente? EE UU no quiere ninguna otra potencia regional que no sea Israel, así sea aliada como Arabia Saudita. La petromonarquía ha visto creer su influencia a raíz de que Irán hace lo suyo para afianzarse en la región. Por ello en ciertos sectores de EE UU se considera que sacando a Irán de la ecuación las cosas volverían a su cauce, es decir, mediante un “ataque preventivo”.

Hoy por hoy sólo el conflicto iraquí mantiene viva –aunque a la baja- la presencia de Washington en Oriente, ya que su insatisfactorio papel en el palestino-israelí le ha hecho perder protagonismo. De ahí que incentivando los enfrentamientos sectarios no sea tan malo siempre que el número de bajas estadounidenses no se incremente exponencialmente. Desde cierto punto de vista maquiavélico, hasta podría decirse que la espiral de violencia sirve a los propósitos de EE UU de justificar su presencia por “razones humanitarias” (para contener el aniquilamiento fraticida).

Ahora, lo verdaderamente preocupante no es que Irán tenga armas nucleares, sino que otros países (en respuesta) lo imiten. Ese parece ser el caso de Arabia Saudita, Egipto y Turquía, sólo por dar tres ejemplos de naciones dispuestas a dominar la tecnología nuclear. Si bien Irán ha reactivado positivamente la diplomacia Saudí en la mediación de los conflictos del Líbano y Palestina, también ha incentivado al reino a reafirmar su intención de contrarrestar su influencia con armas nucleares. “La bomba sunita es un peligro latente”, revela The New York Times, citando a conocidos analistas.

Es un tiempo para preocuparse naturalmente, de ahí que no sea tan descabellado que EE UU pretenda protegerse de las futuras amenazas con el sistema antibalístico próximo a ser instalado en Europa del Este.

De otro lado, Rusia podría ayudar a los sunitas a conseguir su primer dispositivo atómico (en febrero pasado Vladimir Putin se convirtió en el primer mandatario ruso en visitar el reino saudita y ofreció su cooperación en materia nuclear), lo que reforzaría los vínculos entre Oriente y Moscú para desazón de EE UU.

Al tiempo que Rusia gana protagonismo en Medio Oriente, EE UU fastidia al Kremlin al fortalecer sus vínculos con los países del Este del Europa y los estados bálticos. Aquello es parte de la medición de fuerzas que uno y otro realizan a escala global, recordando los peores episodios de la Guerra Fría.

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