jueves, 12 de abril de 2007

Guerra contra el terrorismo islàmico: ¿Se puede hablar de un repliegue fundamentalista?

Para algunos la guerra contra el terrorismo islámico está funcionando porque grupos como Al Qaeda no han podido realizar atentados en las principales ciudades occidentales. La premisa de la que parte un buen número de opinantes es cierta, pero ignoran algunos elementos que determinan el desenvolvimiento y la mecánica de esta “guerra”.

El primer factor a tener en cuenta es el temporal, es decir, la concepción del tiempo que manejan los actores del conflicto. Para los musulmanes de corte radical o fundamentalista el transcurso de esa dimensión es totalmente distinto al que es concebido por un occidental. Esto porque los extremista consideran que su lucha es de larga duración (así como la consecución de sus metas). Podría decirse que tienen una noción bastante extendida (o eterna) de la guerra y que no importan los reveses iniciales porque al final prevalecerán con ayuda de Alá.

El tiempo no los condiciona entonces a obtener resultados inmediatos (derrotar a su enemigo en el más breve plazo). De ahí que se manejen con relativa prudencia y calma a la hora de concretar sus amenazas. Esa aparente inacción del rival puede hacer que nos confiemos o que creamos que les hemos hecho retroceder, pero en realidad todo hace suponer que su retirada forma parte de una estrategia para pelear la guerra en su territorio y bajo algunas de sus condiciones.

Parece como si de antemano, muchos analistas lo creen así, que tras el 11- S los fundamentalistas llevaron el conflicto a casa (Iraq y Afganistán) con el objetivo de desatar una verdadera “guerra santa” o Jihad contra Occidente. Es decir, revivir la agresión sufrida por los cruzados casi un milenio atrás para unificar, bajo la amenaza del enemigo común (Estados Unidos), a los distintos pueblos y facciones del Islam.

Claro que la pretensión de iniciar una “guerra santa” choca con la realidad pues está limitada a unos pocos países. La contención del conflicto se debe a que en varias naciones del mundo islámico existen regímenes de corte autoritario que combaten todo vestigio de insurrección y disidencia. Además, algunos de esos estados son ricos en petróleo, y por ende cuentan con suficientes recursos para mantener el orden y la estabilidad económica.

Pero en el mundo árabe también existen países con rasgos democráticos como Marruecos o Túnez, por citar dos ejemplos, que han avanzado mucho en materia de apertura política, lo que permite introducir ciertos elementos de la modernidad para defender eficazmente las libertades de los totalitarismos religiosos.

Otro elemento que impide un panislamismo beligerante son las marcadas divisiones dentro del Islam, entre sunitas y chiítas, principalmente. Acentuadas gracias a la ocupación norteamericana de Iraq, donde los conflictos y atentados entre las dos vertientes están a la orden del día. Las posiciones irreconciliables entre estos grupos creó una brecha difícil de superar. Aquello provocó que se generen alineamientos de uno y otro bando, así encontramos a Arabia Saudita liderando el apoyo a las facciones sunitas y a Irán haciendo lo propio con los integristas chiítas del país del Tigris.

Por si fuera poco, el programa nuclear iraní refuerza aún más la cohesión de un bloque antichiíta en los estados de mayoría suní.

Una segunda razón por la que Occidente se ha visto librado hasta cierto punto de la violencia que sacude a Medio Oriente es el nuevo enfoque de la guerra que estableció uno de sus actores, es decir, el de Al Qaeda y grupos afines que han concentrado preferentemente agentes y recursos en Iraq.

Iraq no sólo es el centro neurálgico de la lucha contra Occidente y un lugar de reclutamiento, sino el escenario ideal desde el cual exportar el conflicto hacia otras latitudes. Siendo esta una guerra que no se puede ganar por las armas pues requiere una solución política, la red de Bin Laden tratará de mantener distanciadas a las partes con el fin de arruinar los objetivos de pacificación estadounidenses.

Al Qaeda tiene el lamentable mérito de lograr que se enfrentaran tanto chiíes como suníes al explotar sus diferencias (al atacar la mezquita Askariya de Samarra en febrero de 2006 se pasó de un conflicto menor a una guerra fraticida). Eso desencadenó en gran parte la guerra civil que enluta al país.

La orientación de los islamistas determinó que haya una preferencia o prioridad de enfrentar a los occidentales en Iraq, antes de combatirles en EE UU o en Europa. Además, las motivaciones de confrontarles en casa son mucho más seductoras porque ofrece la posibilidad de propinarles una derrota que afectará el orgullo estadounidense (que generará un probable repliegue de las tropas apostadas en Oriente) y servirá de propaganda política para el movimiento islámico.

Un tercer elemento que posibilita la ausencia de atentados de gran magnitud puede ser atribuido a las medidas de seguridad adoptadas por los países afectados (EE UU, Reino Unido, España, etc.). Tanto el trabajo de las comunidades de inteligencia como el aumento de los presupuestos de seguridad interna y nuevas leyes antiterroristas han facilitado el accionar de los agentes encargados de velar por nuestra seguridad, pero han creado a la vez muchas incomodidades, vacíos y brechas institucionales que ponen en tela de juicio la constitucionalidad de tales medidas.

Como conclusión creo que tanto la concepción temporal de esta guerra (por parte de los extremistas) y la nueva focalización del conflicto en Iraq y Afganistán (con algunas ramificaciones aisladas en Argelia, Marruecos, Somalia, etc.) han sido factores esenciales para constatar la reducción provisional de la violencia en nuestras comunidades.

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