martes, 24 de abril de 2007

Irán, Rusia y el polémico escudo antimisiles (para gmil)

La mejor prueba de que EE UU no puede atacar -aunque lo desee- a Irán, es la construcción de un escudo antimisiles en países vinculados al antiguo bloque soviético. Esta hipótesis se deduce de las declaraciones de la secretaria de Estado norteamericano, Condoleezza Rice, quien señaló en Alemania que los sistemas de defensa antimisiles que su país planea instalar en Polonia y la República Checa no están concebidos contra Rusia, sino contra Irán y Corea del Norte.

Rice declaró, a modo de resignación, que "estamos ante un peligro creciente procedente de los cohetes iraníes" y "tenemos que vivir con ello". Tal parece, luego de escuchar atentamente sus afirmaciones, que EE UU ya no tratará de evitar la proliferación nuclear a cualquier precio, sino que se preparará para vivir en un escenario donde las armas de ese tipo vuelvan a apuntar a sus principales ciudades y aliados.

Europa no ve con malos ojos la instalación de un “paraguas” antimisiles puesto que también serviría para proteger a los países miembros de la OTAN, que en virtud del Tratado del Atlántico Norte están obligados a prestar colaboración para la defensa de sus intereses y soberanías. Para el viejo continente el despliegue de un sistema que neutralice los misiles iraníes supone un gran alivio puesto que un primer objetivo de dichas armas (por la proximidad geográfica), sería el continente europeo.

Al respecto, tanto Mahmoud Ahmadinejad, el presidente iraní, como el Supremo Líder, Ali Jamenei, han manifestado en reiteradas ocasiones su animadversidad hacia Europa y los valores occidentales, incluso han realizado llamamientos conjuntos a la conversión de los europeos al Islam. También es sabido que el reconocimiento y apoyo de la Unión Europea (UE) a Israel ha sido condenado por los clérigos chiíes que dirigen ese país. Motivos de sobra entonces para preocuparse por sus amenazas, y más cuando lleguen a ser respaldadas por un poderío nuclear.

Ahora, el controversial escudo plantea una serie de interrogantes y problemas geopolíticos entre las mayores potencias militares pues Rusia cree que ese avance genera un desequilibrio estratégico, esto es, que con dicho desarrollo EE UU tendría cómo contrarrestar cualquier ofensiva rusa sobre territorio estadounidense. Se sabe que EE UU ha consultado con Rusia sobre ese tema, así lo revela la propia secretaria Rice, pero a la potencia asiática no le ha gustado para nada la forma en que EE UU ha manejado su unilateralidad.

La respuesta de Moscú ha sido la de denunciar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Medio (FNI, en inglés) que prohíbe los misiles de corto y medio alcance, firmado en Washington en 1987 entre los entonces presidentes Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov. El Kremlin amenazó con abandonar en forma unilateral el tratado de reducción de armas que selló en la era soviética con Washington, ante el plan estadounidense de instalar un escudo antimisiles en Europa central.

Los demás países involucrados, Polonia y República Checa, ex países satélites de Moscú y ahora miembros de la UE, han accedido a las pretensiones norteamericanas de formar parte de un sistema de defensa antibalística capaz de conjurar las eventuales amenazas que se ciernen sobre EE UU y sus aliados europeos.

La única crítica surgida hasta el momento del lado occidental sobre el controvertido escudo vino de Alemania, concretamente, del ministro de alemán de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, quien señaló que dicha medida debió consultarse previamente con Rusia. En principio el ministro germano no se mostró contrario a la instalación de un sistema de ese tipo, sino a la falta de diálogo o acuerdo con Moscú dado que ese dispositivo se ubicaría cerca de las fronteras de Rusia.

La discrepancia alemana es comprensible toda vez que ese país depende enormemente del suministro de gas ruso para satisfacer su demanda energética. De ahí que Alemania se muestre más condescendiente con Rusia, que con sus aliados norteamericanos.

De otro lado, no es del todo concluyente que el polémico sistema esté exclusivamente destinado a aminorar los peligros de un ataque norcoreano o iraní ya que su planificación data de mucho antes. Por lo menos desde la década de los noventa bajo el gobierno de Bill Clinton. Por ese entonces EE UU hizo algunos desarrollos pero no llegó a concretar algo sustantivo, incluso fue cancelado hasta que el programa antibalístico fue revitalizado por la actual Administración republicana, que en junio de 2002 realizó algunas pruebas exitosas de intercepción de misiles en el Pacífico.

En la actualidad y con un mayor presupuesto de defensa, EE UU está por concretar una de las mayores medidas para su seguridad. El despliegue de una base de rádares en la República Checa y de una instalación con 10 silos para misiles en Polonia también ha preocupado a China, que acaba de lanzar hace pocas semanas un cohete capaz de derribar objetos que orbitan el espacio (satélites).

Una nueva carrera armamentística puede estar en marcha aunque no lo diga ni lo desee ninguna de las potencias involucradas. Las razones para semejantes emprendimientos esta vez no están dirigidos a sus competidores económicos y globales, sino a potenciales enemigos que amenazan el precario sistema de equilibrio mundial. Es decir, que originariamente los esfuerzos de EE UU y la OTAN están orientados a detener la capacidad ofensiva de países (como Irán o Corea del Norte) que desafían el orden internacional, y subsidiariamente a contrarrestar el arsenal de naciones no enemigas (como Rusia y China), pero sí rivales en el campo de las relaciones internacionales.

EE UU de alguna forma se ve obligado a desarrollar ese tipo de defensas ante los peligros que puede vivir en el futuro (debido a una mayor proliferación nuclear por Oriente Medio y el Norte de Africa pues varios países de corte musulmán han manifestado su intención de conseguir dicha capacidad).

Acabar con el equilibrio estratégico que reinó durante toda la Guerra Fría y más de una década desde el desmembramiento de la URSS, implica incrementar considerablemente el gasto militar en países que disponen de efectivo a manos llenas para hacerlo. Esto porque Rusia es uno de los principales exportadores de gas y petróleo, y China acumula año tras año inmensas reversas debido a su superávit comercial y al constante flujo de inversiones que alimenta a su economía.

Da la impresión que Rusia, Vladimir Putin en particular, necesita una nueva confrontación con EE UU, aunque sea simplemente mediática y retórica para consolidar la línea dura y pragmática que ha impuesto en Rusia desde hace siete años. Ad portas de dejar el Kremlin, pues en mayo de 2008 tiene que abandonar la presidencia de la Federación Rusa, el mandatario ruso ha dirigido un discurso antiestadounidense con el fin de revivir el viejo el nacionalismo ruso y llamar la atención del electorado que pronto tendrá que acercarse a las urnas. Putin ya está en campaña -o mejor dicho-, los delfines que ha escogido para sucederle, de ahí que procure que Dimitri Medvedev o Serguéi Ivanov, ambos vicejefes de su Gobierno, dos pesos pesados de la política rusa, disputen la presidencia concentrando entre ambos las preferencias electorales para alejar los temores de cambios en la política rusa.

Encuestas recientes otorgan al primero el 38% de la intención de voto; mientras que su rival, Serguei Ivanov, ostenta el segundo lugar con 23%. Al elegir a estos candidatos Putin está presentando dos aspirantes compatibles con los gustos del electorado ruso, así no deja margen a terceras candidaturas o sorpresas. Cualquiera de los aspirantes mencionados asegura la continuidad de la política de Putin, aunque ambos parecen distintos personalmente.

Medvedev, jurista de San Petersburgo, es cortés y hábil. Encarnó bien el lado liberal de Rusia en el Foro Económico de Davos. Como peor handicap de cara a una victoria electoral de Medvedev, se habla de una falta de carisma. Ivanov fue, como Putin, espía soviético en el extranjero. En lo que respecta a la política de seguridad, es, como Putin, un "halcón".

El hábil planteo de Putin de buscar un intercambio verbal con EE UU al cuestionar su política exterior probablemente decida de antemano el resultado de las próximas elecciones en Rusia.
De esa forma también espanta las críticas hacia su Gobierno, en particular las dirigidas a su falta de convicciones democráticas e irrespeto por los derechos humanos.

Volviendo al despliegue del escudo antimisiles, este coincide con la negativa iraní a dar marcha atrás en su programa de enriquecimiento de uranio. Este impase hará que occidente se encuentre más unido que nunca en torno a Irán. Al menos esa parece ser la señal que envía el presidente francés, Jaques Chirac, al solicitar sanciones más drásticas a las implementadas el pasado 23 de diciembre.

Antes de la primera resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (la nº 1737), la comunidad internacional se encontraba dividida. Así podíamos hallar de un lado a EE UU y Reino Unido exigiendo mayores sanciones, y a Alemania y Francia por el otro, demandando mayor mesura y diálogo con Irán.

Por su parte, los otros dos integrantes asiáticos del Consejo de Seguridad, Rusia y China, son dos huesos duros de roer a la hora de acordar castigos dadas sus profundas vinculaciones con Teherán. Rusia se opone a cualquier sanción porque varias empresas rusas están haciendo un gran negocio construyendo la primera planta nuclear iraní. Además tiene en agenda varios proyectos energéticos (gasíferos, principalmente) y la posible constitución de un cartel similar al de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), pero del Gas. Beijing asume una posición similar a la de Rusia por lo mismo, aunque en su caso canjea apoyo por un suministro constante y seguro de hidrocarburos. China firmó hace un par de años importantes acuerdos (del orden de los 70 000 millones de dólares) para importar petróleo y gas iraní que los chinos necesitan desesperadamente para mantener el crecimiento de su economía.

Será difícil dejar pasar una resolución que contemple mayores presiones pero no se descarta. EE UU incluso podría negociar con Rusia su escudo antimisiles a cambio de que apoye las iniciativas occidentales de desnuclearizar a Irán. El complejo y criticado sistema defensivo norteamericano pasaría a ser una importante carta de negociación para arrinconar a Irán al quitarle el respaldo de Moscú. Sin Rusia de su lado, es más probable que el régimen chií reconsidere su posición y acceda a las exigencias de la comunidad internacional.

Vencido el plazo de 60 días dado por el Consejo de Seguridad para que Irán detuviera su programa de enriquecimiento de uranio, que puede ser utilizado como combustible en las centrales nucleares, pero también para fabricar la bomba atómica. Ese país no ha dado ninguna muestra de haber variado su postura. De ahí que el ministro de Exteriores de Francia, Philippe Douste-Blazy, declarara que la ONU debe ir "un poco más lejos" en las sanciones ya adoptadas contra el régimen de Teherán.

La OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), dependiente de Naciones Unidas, confirmó en su informe oficial que Irán ha proseguido, e incluso reforzado, sus actividades nucleares al enriquecer uranio en cantidades alarmantes. Dicho informe abre la posibilidad de un reforzamiento de las sanciones económicas y diplomáticas, aprobadas en agosto. Los estudios fueron realizados en la planta piloto de enriquecimiento de Natanz, al sur de Teherán, donde el régimen de los ayatolás ha construido una instalación atómica subterránea protegida por baterías antiaéreas.

Mahmoud Ahmadinejad ha asegurado que "(…) la energía nuclear es muy importante para el progreso y el desarrollo del país". Agregó que Irán "no cederá a la intimidación" de Occidente y que "seguirá su camino hasta llegar al máximo de la tecnología nuclear". Internamente no todos parecen estar de lado del presidente iraní toda vez que han aparecido voces disidentes que reclaman la congelación de las actividades nucleares. Este pronunciamiento lo ha manifestado la Organización de los Muyahidin de la Revolución Islámica, un partido reformista iraní. Se trata, sin lugar a dudas, de la primera discrepancia pública que un partido le hace llegar a Ahmadineyad para que acepte las demandas de la ONU. Para este grupo, el Gobierno pone en peligro "la seguridad nacional y los derechos de los iraníes".

Otra preocupación para nada soslayable es que si Irán se dota de capacidad nuclear podría incrementar las tensiones en el Golfo -y con ello-, el del precio internacional del barril de petróleo, donde se concentra principalmente ese recurso.

El panorama de todos modos incierto y lo que se aventura en estas líneas son probables escenarios ante el cambio de estrategias y condiciones de los actores. Aún deambulamos en supuestos como para aventurar un desenlace final de la crisis. Sólo cabe esperar que la resolución sea favorable para aminorar los temores de una proliferación nuclear en el planeta.

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