Todo parece indicar que el retiro de juguetes de dos importantes compañías estadounidenses, Mattel y Fischer–Price, forma parte de una intensa disputa comercial, por no decir guerra, entre EE UU y China, dos de las mayores potencias mundiales, la primera y la cuarta, respectivamente. Ambas han generado en la última década mucha controversia por los reclamos del Tesoro norteamericano en torno al déficit comercial que mantiene con su par asiático. Para Washington, este inmenso desbalance es atribuido a la subvaluación del yuan, la divisa china que Beijing niega a flexibilizar su cotización en los mercados cambiarios. Hoy vale 8,11 por dólar. Esto, según el secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, “tiene una mayor ventaja competitiva porque los bienes que producen son artificialmente más baratos”.
La razón para vincular el masivo retiro de productos infantiles con la batalla que sostienen estos dos pesos pesados de la economía mundial es que aquello afecta la percepción tiene el consumidor norteamericano sobre una serie de bienes fabricados en China. Es decir, añade preocupaciones acerca de la confiabilidad de los productos chinos en el mayor mercado mundial, lo que podría traducirse en menores exportaciones y pedidos del exterior. Con este peligro anunciándose sobre los suministradores asiáticos, China teme que ello dañe de forma permanente su reputación como principal fabricante de manufacturas.
Este hecho podría disiparse en algunos días si la propia China no estuviera enfrascada en mejorar su imagen alrededor del mundo, pues cabe recordar que se encuentra ad portas de realizar las Olimpiadas de 2008 en Beijing. El Financial Times revela que el éxito del evento deportivo no se medirá exclusivamente por las medallas que consigan sus atletas, “sino que el máximo objetivo es organizar un show perfecto y presentar la imagen de un país moderno y abierto al mundo”. China de hecho espera que la cita olímpica sea motivo para presentar su desarrollo y progreso en diversas áreas, amparándose en el efecto mediático y publicitario de los juegos.
Las sospechas de que millones de juguetes hayan sido “contaminados” con niveles excesivos de plomo no han caído nada bien en China, que ya ha reaccionando prohibiendo la importación de galletas elaboradas por una subsidiaria de las famosas Sopas Campbell, cuyas latas fueron inmortalizadas por el artista pop Andy Warhol a principios de los 60, supuestamente por sus altos contenido de aluminio. Las conductas de ambos países se enmarcan dentro de una ardua lucha comercial en el seno de la OMC, pues EE UU ha acusado a China de no tomar medidas suficientes para combatir la piratería de su software, libros y películas en formato DVD. EE UU alega que el desconocimiento de los derechos de autor y patentes de firmas estadounidenses ha generado miles de millones de dólares en pérdidas. Esta es la tercera vez, según la BBC, que la Oficina de Comercio norteamericana presenta un recurso ante la OMC para obligar a China a abandonar ciertas prácticas contrarias a una sana competencia comercial. “En septiembre de 2006 fue por una disputa sobre autopartes y en julio de este año por subsidios comerciales”, indica el medio británico.
Como EE UU carece de mecanismos suficientes de presión para conminar a China a reevaluar su moneda, a la que el Tesoro norteamericano sindica como gran responsable del déficit comercial de su país, ha buscado otras vías para conseguir el mismo objetivo. El que EE UU apunte a cuestionar la calidad y seguridad de los productos chinos puede tener un efecto desestabilizador ya que generará temores no sólo en los consumidores estadounidenses, sino mundiales, quienes ante al advertir la procedencia china de ciertos productos podrían revertir su adquisición o compra. Esto supondría un duro golpe para una economía que depende enormemente de sus exportaciones. Ante esto, el tercer mayor socio comercial de EE UU está tomando medidas para depender menos de sus ventas foráneas al incentivar el consumo interno. A China la favorece su intensa tasa de ahorro, que supera el 40% de su PBI, según el Premio Nobel Joseph Stiglitz. El catedrático de economía de la Universidad de Columbia sostiene que “los países aparentemente comprometidos con la competencia entre mercados (como EE UU) no gustan de ser derrotados en su propio juego y a menudo hacen acusaciones de competencia desleal”. Por ello no es muy difícil determinar que las demandas ante la OMC o medidas destinadas a deteriorar la confianza en la industria manufacturera china representen desesperados intentos por regular el crecimiento de la gran potencia emergente.
Lo interesante es que mientras en EE UU las tasas de ahorro son negativas; China muestra un exceso en ese mismo indicador, lo que le permite tener suficientes reservas para afrontar una crisis internacional, y que en la actualidad ascienden a 1.3 billones de US$, la mayoría en Bonos del Tesoro estadounidense. Así, el principal eje de disputa entre China y EE UU poco tiene que ver con las presiones para revaluar el yuan toda vez que el problema del déficit comercial está estrechamente vinculado al escaso ahorro en Norteamérica. No es pues un tema cambiario, sino uno de tipo estructural que se debe al elevado nivel de endeudamiento del Gobierno Federal y las familias estadounidenses, las que han aprovechado las bajas tasas de interés de los últimos años (que la FED al mando de Alan Greenspan mantuvo por largo tiempo en 1%) para solicitar préstamos para financiar la compra o mejora de sus viviendas, o pagar la inicial de sus hipotecas.
China financia este enorme déficit en cuenta corriente al poseer cerca de 900.000 millones de US$ en títulos estadounidenses. Y ya revaluó su moneda en 2006 y no piensa hacerlo en el futuro, pese a las “recomendaciones” del secretario del Tesoro, Henry Paulson. Para China una reevaluación apresurada del yuan de 1% puede suponer 1.300 millones de US$ en pérdidas ya que restaría competitividad a sus exportaciones, por ahora el principal motor de su economía. Además China ya no tiene margen para subir la cotización de su moneda al elevar los impuestos que pagan los inversionistas extranjeros, o mejor dicho, equipar su tasa impositiva con la de los nacionales.
En fechas pasadas otros bienes de origen chino han sido sacados del mercado por contaminantes, la lista incluye pastas de dientes, neumáticos y alimentos para mascotas, según The Wall Street Journal. La presencia de sustancias toxicas puede deberse a los bajos estándares y regulaciones sanitarias del gigante asiático, cuyas industrias, para reducir costos, pueden estar empleando materiales altamente contaminantes. Culpables o no, la Administración estadounidense está utilizando las inspecciones de productos chinos para generar alarma y forzar de alguna forma a China a no ignorar de plano sus exigencias en el plano político y comercial.
La marca país “hecho en China” o “made in China” al producir gran desconfianza en el consumidor estadounidense, puede debilitar el precio de materias primas que China importa de terceros países como los minerales. Para Don Mays, portavoz Consumer Reports, una gran asociación de consumidores de EE UU, "La gente dice que no se puede confiar en los productos que vienen de China, y que no comprarán productos de China". Así puede que se esté generando una corriente que arrastre la demanda de manufacturas chinas, sin importar su calidad.
A esto hay que hacer notar que el público estadounidense es muy sensible a cualquier elemento que pueda afectar la salud o integridad de sus menores. De ahí que la reacción sobre la contaminación de millones de juguetes pueda desbordar la magnitud del problema, es decir, extenderse hacia otros bienes con los que los niños no entran en contacto.
En China, las revelaciones conjuntas de las autoridades estadounidenses y las empresas dueñas de las licencias de los juguetes han causado gran malestar y atribuyen la retirada de los productos en cuestión a un exceso de proteccionismo norteamericano. En concreto, piensan que EE UU está tomando medidas coercitivas contra China por no hacer los esfuerzos necesarios para reducir el déficit comercial que preocupa a la Casa Blanca.
Ahora bien, lo que da lugar a especulaciones sobre el controvertido papel del Gobierno estadounidense en la retirada masiva de juguetes chinos es que normalmente la comercialización de productos riesgosos para la salud pública es sancionada por las autoridades sanitarias. Las medidas no sólo comprenden el decomiso de los lotes de bienes afectados, sino cuantiosas multas por violar regulaciones existentes, dado que los controles finales sobre la calidad de los productos importados corren a su cargo. En este caso Mattel y demás licenciatarias de los juguetes contaminados debieron ser multadas por haber puesto en peligro a los consumidores. Además no hay que olvidar que las licenciatarias norteamericanas subcontratan empresas chinas para que se encarguen de la producción, de ahí que toda la responsabilidad recaiga sobre las primeras ya que bajo su marca y diseño venden sus juguetes en los distintos mercados.
China reina en la producción de juguetes a nivel mundial al captar más del 80% del mercado. Este dato es importante porque compromete a todos los fabricantes del país asiático a mejorar sus prácticas y ajustar sus procedimientos a los occidentales, lo que podría afectar negativamente su vigoroso crecimiento de los últimos años (en los que alcanzó tasas del 9% y 10%).
Otro factor que perturba a Washington, además del déficit comercial con China y el ascenso de ese país, es su intención de invertir parte de sus cuantiosas reservas internacionales en instrumentos y fondos que den mayores retornos a los “seguros” Bonos del Tesoro norteamericano, a los que China ha destinado cerca del 60% de sus reservas. Ese poder de reorientar su efectivo alarma a EE UU y al mercado financiero porque puede desequilibrar las cuentas fiscales estadounidenses. Sin embargo, no se prevé una corrida espectacular de sus divisas hacia otros activos ya que ello debilitaría al principal destinatario de sus exportaciones. Lo anterior garantiza que China no vaya a deshacerse de sus papeles estadounidenses, y menos cuando desea mantener un ritmo de crecimiento sin sobresaltos.
El superávit es también otro gran problema para China ya que tiene que enfrentar el exceso de efectivo que registra pues puede generar presiones inflacionarias. En la actualidad su balanza comercial superó los 100 mil millones de dólares. Con EE UU ésta tuvo un saldo positivo de 233.000 millones durante el 2006.
Responsabilizar a China por este pronunciado desbalance es equivocado, como se dijo más adelante, porque para varios economistas tiene su origen en los patrones de consumo estadounidenses, tanto del Gobierno como de las familias al tener tasas de ahorro muy bajas. A ello hay que agregar que la Administración Republicana abandonó la política fiscal de su antecesora demócrata al incrementar el gasto corriente, esencialmente en defensa, y reducir los impuestos. La guerra de Iraq contribuyó al aumento del primero pues demandó que EE UU asigne una gran cantidad de recursos para solventar las operaciones de sus Fuerza Armadas. Joseph Stiglitz estima que la guerra en Oriente Medio ha costado, hasta ahora, cerca del 5% del PBI norteamericano cuando menos. Además, exenciones fiscales como las concedidas al sector petrolero han representado menores ingresos para el fisco, a pesar de las ingentes ganancias de dicha industria gracias a los elevados precios del petróleo.
A la luz de lo expuesto, EE UU prefiere acusar a China que hacer reformas o ajustes en casa. Una mayor flexibilidad del yuan o del combate efectivo a la piratería será siempre insuficiente para ayudar a estabilizar las balanzas estadounidenses. Por ello EE UU debe atacar de lleno los problemas fundamentales que aquejan a su economía. Parte de los efectos de su desajuste se han manifestado en el sector hipotecario, con inmediata repercusión en el ámbito financiero y las bolsas. Esto revela un problema de mucha mayor profundidad en EE UU que lo obliga a tomar correctivos para sanear sus finanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario