lunes, 6 de agosto de 2007

Polo Norte: Rusia a la caza del fondo ártico.

En la novela "La Caza del Octubre Rojo" (The Hunt For The Red October) del escritor norteamericano, Tom Clancy, Marcus Ramius, capitán y desertor del sigiloso submarino del mismo nombre, profetiza, a fines de la Guerra Fría, que Rusia será dueña de las profundidades submarinas. Con la frase “el mundo tembló con el rugido de nuestros cohetes y ahora temblará con el silencio de nuestros motores” el personaje aludido anticipó un escenario en el que Rusia ganaría la carrera por el control de la región menos explorada del planeta: la capa subacuática.

Ahora bien, a diferencia de la obra reseñada, el dominio del lecho submarino no tiene una connotación estratégico-militar sino más bien una de tipo económica y geopolítica, aunque entre ambas no haya mucha diferencia. El énfasis de la “conquista” del fondo marino del Polo Norte, una región reclamada por cinco países (EE UU, Canadá, Dinamarca, Noruega y Rusia) rememora viejas prácticas coloniales de potencias europeas durante los siglos XV al XVIII, y de algunas naciones desarrolladas como EE UU en los siglos XIX y XX. En otros tiempos el “derecho” sobre nuevos territorios provenía de la gracia papal que encomendaba la “sagrada” misión evangelizadora de los conquistadores. Pero también existía a la par una profusa legislación e interpretaciones tergiversadas del Derecho de Gentes (Ius Gentium) que autorizaban y legitimaban las posesiones de ultramar.

En ese sentido, la reclamación rusa sobre la propiedad del subsuelo del Polo Norte no es muy distinta (a otras peticiones anteriores) pues se “ampara”- al menos así lo afirman los políticos del Kremlin-, en la Convención del Mar de 1982, es decir, en un instrumento de derecho internacional que regula la posesión marítima de los países con acceso a las masas oceánicas. Los alcances de la Convención podrían beneficiar a Rusia si prueba que la zona pretendida posee la misma composición geológica de su plataforma continental. En el terreno de la especulación, las evidencias que aporte Moscú a la Comisión Continental de Naciones Unidas, un organismo encargado de resolver las disputas sobre límites de la plataforma continental, no serán concluyentes toda vez que las fronteras son fruto de arreglos convencionales entre los países, por lo que se espera mucha oposición de Estados con aspiraciones similares.

La batalla jurídica será dura y más cuando lo que está en juego no son sólo las potenciales reservas de petróleo y gas que albergan las profundidades, sino el delicado equilibrio ambiental de la Tierra. Por si fuera poco, el control de parte del Polo Norte podría otorgar a Rusia el monopolio de rutas marítimas por las que el coste de transporte se abarataría con el deshielo de las masas polares.

Dado su poderío militar (heredado de la Unión Soviética) y reciente poder económico, gracias a la comercialización de su gas y petróleo, Rusia podría actuar unilateralmente respecto a la reivindicación de la región pretendida si el fallo de la Comisión de Naciones Unidades no le resulta favorable. En otras palabras, podría usufructuar de hecho e ilimitadamente el fondo oceánico. Este probable accionar quedaría impune ya que ningún país se enfrentaría militarmente a una potencia nuclear como Rusia. Además en el ámbito internacional la conducta rusa contaría con la descontada pasividad norteamericana pues está enfrascada en Iraq, país petrolero que ocupó al margen del derecho internacional.

En el mediano plazo no vemos quién pueda frenar los peligrosos arrebatos rusos. Su peligrosidad radica en que el gran país asiático consolidaría importantes reservas de combustibles fósiles superiores al 47% de las reservas actuales, según el Sondeo Geológico de Estados Unidos. Lo que le daría a Moscú una posición de privilegio en la venta de crudo y pondría en entredicho la supremacía la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) como cartel.

Europa, sin lugar a dudas, aumentaría su dependencia energética de Rusia, hecho que condicionará enormemente su política exterior a pesar de sus esfuerzos por reducir su consumo de combustibles fósiles. EE UU vería con mucho recelo que Rusia se convirtiese en un actor más relevante en el plano energético, de ahí que algunos funcionarios del Departamento de Estado apuren la ratificación de la Convención del Mar para tener un sitio en la mesa de negociaciones. Ese asunto ha pasado a ser prioritario ahora que Rusia ha dado pasos agigantados hacia la apropiación de las riquezas del fondo submarino; pese a los infundados temores de algunos senadores que se oponen a la revalidación de la citada Convención porque a su entender afectaría la soberanía marítima estadounidense.

La explotación del suelo marino generaría incalculables impactos ambientales que repercutirían en todo el orbe. Pero esto no inmutaría a los rusos, quienes ven en las profundidades (en sus fuentes de energía) la posibilidad de restaurar parte de la hegemonía pérdida tras el colapso del elefante soviético. A decir de varios expertos en geopolítica, tres son los principales elementos que han incidido en la controversial exploración del Ártico: 1) el desarrollo tecnológico que posibilita acceder a mayores profundidades marinas; 2) los elevados precios de la energía y la tendencia alcista que proyectan; y 3) el deshielo polar que facilita la explotación de recursos energéticos que se pensaban inaccesibles.

Bajo una próxima mira puede quedar el continente antártico, aunque hay normas que lo protegen hasta el 2041 de toda explotación de sus recursos para preservar los ecosistemas existentes.

No hay comentarios: