El triunfo de Rafael Correa: Una luz de esperanza en Ecuador
Rafael Correa es el mandatario más preparado de la región. A la honestidad y transparencia de Lula da Silva suma inteligencia académica y experiencia internacional. Se podría enumerar una a una sus virtudes y compararlo con otros descalados líderes latinoamericanos como Oscar Arias, Michelle Bachelet o Tabaré Vázquez, pero caeríamos en la apología personal. De Correa interesa más su visión y sus ideas integracionistas que sus méritos profesionales o políticos. Hasta ahora ha hecho poco –mucho no se puede lograr en 2 años de gobierno– pero le ha bastado para conseguir la reelección. Lo que lo ha impulsado ha sido desmarcarse desde el principio de la política tradicional y anteponer, tal vez por primera vez en Ecuador, el interés nacional por encima de las prebendas particulares. A manera de ejemplo basta recordar que cuando era ministro de economía (2005) cambió el régimen que beneficiaba a las petroleras, quienes se llevaban el 90% del petróleo extatraido (bajo la nueva Constitución garantizó que los recursos naturales sean del Estado y ahora a las compañías se les pagará un porcentaje por extraer el crudo en lugar de llevarse la mayor parte de la producción).
El pueblo ecuatoriano reconoce que está frente a un político distinto y por ello le ha dado su confianza para dirigirlo hasta el 2013. El respaldo mayoritario (ganó con 51.7%) se ha hecho sentir también en la vigorosa representación que tendrá en
Los ecuatorianos esperaban a un gobernante que pusiera fin a la inestabilidad que impedía que los presidentes cumplieran su mandato. Parecía una maldición –que obstaculizaba cualquier bienintencionada reforma– hasta que llegó Correa a poner orden y deslindar definitivamente con la clase política (partidocracia). Su formación económica en Europa y Norteamérica le convierte en un gran analista de la realidad continental. Más allá de los planes que desea implementar en su país (como disminuir la desigualdad social, promover la inversión extranjera y reducir la pesada deuda externa, superior al 60% del producto bruto) piensa poner en agenda la integración regional. Su participación podría ser decisiva para sentar las bases de una moneda común y un banco de reservas sudamericanas, similar al que existe en
Correa cree que la batuta continental la tendrá Brasil pues "es una de las 10 principales economías del mundo". Los demás países unirían su voz entorno al gigante brasilero, que es un serio candidato a ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Bajo la presidencia de Lula da Silva la potencia emergente se ha mostrado respetuosa y conciliadora pese a que sus intereses se han visto afectados en Bolivia y Ecuador. Barack Obama parece haber copiado el estilo de éste cuando se presentó ante los mandatarios latinoamericanos en la cumbre de Trinidad y Tobago.
Volviendo a Correa, es posible que deba solicitar líneas de crédito brasileras o venezolanas para financiar programas sociales dado su reticencia a tomar prestado de organismos internacionales como el FMI o el BM, a quienes acusa de debacles económicas anteriores. Él, como conocedor del sistema financiero internacional, apuesta por la independencia de las políticas económicas regionales.
Sus detractores lo tildan de gastador al referirse a los montos destina a educación, alimentación y sanidad; cuando en realidad está invirtiendo en la población menos favorecida. Tratar de equiparar la educación pública con la privada (que tengan la misma calidad) no puede considerarse como gasto en la medida que se potencia el recurso humano. Lo mismo puede deducirse de la alimentación y la salud pues personas sanas y bien alimentadas pueden rendir en la escuela y en el trabajo, es decir, ser realmente productivas. El énfasis que le ha puesto a la parte social es el gran responsable de su singular éxito (la pobreza ha disminuido progresivamente gracias a un bono-familia que se entrega a los más necesitados). Aunque también ha contribuido su lucha sin cuartel contra la corrupción al denunciar a evasores de impuestos (a dueños de conglomerados), y a funcionarios que remataron empresas públicas (las vendieron a precios subvaluados) y emitieron deuda pública que comprometió al erario nacional.
Sus opositores lo suelen calificar de "antiestadounidense visceral"; pero no es cierto ya que mencionó en una entrevista al diario El País de España (28/04/ 2009) que "las relaciones (con EE. UU. y con el presidente Bush) fueron en un marco de mutuo respeto. (…) No compartíamos su política exterior, desde luego. Pero sí creo que
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