jueves, 16 de abril de 2009

¿Sirve de verdad el LIBRE COMERCIO a los países pobres?

El sofisma del libre comercio (II)*

 

La evidencia empírica de los últimos 20 años

La redención de la teoría de las ventajas comparativas -bastante olvidada desde la posguerra-, fue supuestamente empírica, esto es, la superioridad en cuanto a desempeño económico de países con orientación "hacia fuera". En realidad, como frecuentemente ocurre en ciencias sociales, la "evidencia" presentada puede ser mejor calificada de propaganda que de ciencia. Ya en 1981, Bela Balassa señalaba que "la evidencia es bastante conclusiva: países aplicando una estrategia de desarrollo hacia afuera tuvieron un mejor desempeño en términos de exportaciones, crecimiento económico, y empleo" (Balassa 1981; citado por Wade 1991:15). Sin embargo, pronto Woo Jung y Peyton J. Marshall (1985), señalaron la ambigüedad en la causalidad.

 

Con los mismos argumentos de Balassa, el Reporte de Desarrollo Mundial 1987 del Banco Mundial apoyó agresivamente un desarrollo "hacia afuera". Wade (1991) ha mostrado que la evidencia para esta fuerte conclusión estaba distorsionada por el peso de un solo país (Corea), y que este país difícilmente calzaba en la definición del propio Banco Mundial de "país fuertemente orientado hacia afuera".

 

Para el caso latinoamericano, el Informe Anual 1997 del Banco Interamericano de Desarrollo "estimó" que el impacto de las reformas estructurales en América Latina, entre ellas el aperturismo comercial, contribuían en forma permanente en un 1.9% al crecimiento del PIB per cápita de la región (conclusiones basadas en Lora, 1997). El propio BID y Lora, ya han tenido que reconocer que el positivo efecto de las reformas sobre crecimiento, de existir, es a lo sumo un efecto temporal (Lora y Panniza 2002). De hecho, Correa (2002a), utilizando modernos métodos de datos de panel, no encontró ninguna relación estadística robusta entre las reformas estructurales -incluyendo aperturismo comercial-, y crecimiento.

 

Dollar y Kray (2001), en un estudio con cobertura mundial, concluyeron que el aperturismo comercial produce más crecimiento y reducción de la pobreza en los países pobres. El Banco Mundial (2001), también concluyó que la globalización está reduciendo pobreza en y entre los diferentes países por el positivo efecto del aperturismo sobre crecimiento. Sin embargo, Rodríguez y Rodrik (2000) han cuestionado duramente la supuesta relación entre aperturismo y crecimiento. Rodrik (2000 y 2001) critica la metodología y desmiente las conclusiones de Dollar y Kray (2001) y del Banco Mundial (2001).

 

Para el caso de América Latina, el Informe Anual 1997 del BID también afirmaba textualmente que "la reforma comercial conduce a una redistribución del ingreso favorable a los grupos de menores ingresos, ya que baja los precios de los bienes de consumo popular y reduce los beneficios que los productores nacionales obtienen del proteccionismo" (BID, 1997:33). Correa (2002b) verifica nuevamente que no existe evidencia estadística que relacione reformas estructurales y crecimiento, y, por el contrario, presenta evidencia de que la apertura comercial ha incrementado la desigualdad. De esta forma, el estudio concluye que, al no haber impactos sobre crecimiento y con evidencia de que empeora distribución, la apertura comercial probablemente está generando más pobreza en la región.

 

El informe de Cepal "Globalización y Desarrollo", además de presentar evidencia de desindustrialización de la región, demuestra que las desigualdades entre países y al interior de los países están aumentando. De esta forma, mientras que en 1973 la relación porcentual entre el PIB por habitante de América Latina y los países más desarrollados es de 28%, en 1998 se reduce al 22,2% (Cepal 2002:79). Por otro lado, para el 83,8 % de la población de América Latina la desigualdad es creciente para el período 1975- 1995 (Cepal 2002:84).

 

Finalmente, Branko Milanovic, investigador del Banco Mundial en asuntos de pobreza, concluye que el aperturismo comercial incrementa desigualdad en países pobres, pese a que el propio Banco Mundial por décadas sostuvo lo contrario. El estudio se basó en encuestas nacionales de ingresos de hogares en 88 países en desarrollo, y demuestra que el aperturismo incrementa desigualdad en países con un ingreso per cápita menor a 5000 dólares ajustados para paridad de compra -es decir, prácticamente la totalidad de los países latinoamericanos-. El estudio concluye que sólo los ricos se benefician del aperturismo en los países pobres, perjudicando de esta forma a los más pobres entre los pobres (Milanovic 2002).

 

De esta forma, como manifiesta Taylor, las investigaciones del Banco Mundial en los últimos años han sido tan solo una "multimillonaria operación de marketing ideológico" (Taylor, 1997), criterio en el que, con bastante confianza, podemos incluir también a todas las demás instituciones del Consenso de Washington. En realidad, los supuestos impactos positivos del aperturismo comercial sobre crecimiento, pobreza y distribución, son nuevamente una cuestión de fe.

 

El libre comercio en la historia

Ha-Joon Chang, profesor de la Universidad de Cambridge, en su extraordinario libro "Kicking Away the Ladder", demuestra cómo prácticamente todos los países desarrollados hicieron exactamente lo contrario de lo que hoy predican para alcanzar su desarrollo (7). Con respecto al libre comercio, establece que, muy por el contrario de lo que ahora se predica, "la promoción de la industria ha sido la clave del desarrollo de la mayoría de naciones, y las excepciones han sido solamente pequeños países en o muy cerca de la frontera tecnológica mundial, tales como los Países Bajos y Suiza" (Chang 2002:10).

 

El proteccionismo industrial empieza con la propia Inglaterra, donde Robert Walpole, primer ministro de Gran Bretaña, al presentar la legislación para promover la manufactura nacional, ya en 1721 señalaba que "es evidente que nada contribuye tanto a promover el bienestar como la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas" (citado en Chang 2002:21). Estas políticas -y los principios que las sustentaban-, fueron absolutamente similares a las políticas y principios utilizados por países como Japón, Corea del Sur y Taiwán durante el período de post guerra (Chang 2002:22).

 

Las políticas proteccionistas de Inglaterra siguieron hasta muy avanzada la revolución industrial. Solamente cuando su supremacía tecnológica fue evidente, vino el gran cambio hacia el "libre comercio", cuando en 1846 la Corn Law fue rechazada y las tarifas en muchos bienes manufactureros abolidas. Por eso, muchos historiadores llaman a este período un acto de "libre comercio imperialista" (Chang 2002:23).

 

Friedrich List observó que, entonces como hoy, los políticos y economistas británicos predicaban las virtudes del libre comercio con fines nacionalistas, aún cuando la prédica se realizaba en nombre de supuestas "doctrinas cosmopolitas" (List, 1885). Posteriormente, "la era de libre comercio terminó cuando Gran Bretaña finalmente reconoció que había perdido su preeminencia manufacturera y reintrodujo aranceles a gran escala en 1932" (Chang 2002:24). Mientras tanto, EEUU resistió los cantos de sirena orquestados por Inglaterra, y claramente entendió que necesitaba un "sistema americano" en oposición al "sistema británico" de libre comercio. Explícitamente se manifestó que el libre comercio era parte del sistema imperialista británico y que designaba a EEUU el papel de exportador de productos primarios (Chang 2002:32).

 

Incluso Chang demuestra, en una interesante revisión histórica, que fue Alexander Hamilton -y no Friedrich List, como normalmente se piensa-, quien en 1791 en su calidad de secretario del Tesoro de EUA presentó por primera vez en forma sistemática el argumento de la "industria infantil" para justificar el proteccionismo industrial de EEUU (Chang 2002:25). De esta forma, "EEUU permaneció el más ardiente practicante de la industria infantil hasta la primera Guerra Mundial, y aún hasta la Segunda Guerra Mundial, con la notable excepción de Rusia a principios del siglo 20" (Chang 2000:29). De hecho, según cálculos de Paul Bairoch, uno de los más destacados profesores de historia de la economía en los EEUU, el promedio de aranceles en bienes manufacturados en EEUU fue de 35 a 45% en 1820, entre 40 y 50% en 1875, 44% en 1913, 37% en 1925, 48% en 1931 y 14% en 1950. Así, Bairoch llama a EEUU "la madre y bastión del proteccionismo moderno" (Bairoch, 1993).

 

Finalmente, solamente cuando la supremacía industrial estadounidense fue absolutamente clara después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU, al igual que la Inglaterra del siglo XIX, comienza a promover el libre comercio, pese a haber adquirido esta supremacía a través de un intenso y nacionalista proteccionismo industrial (Chang 2002: 5).

 

Utilizando una amplia documentación y datos, Chang expone similares historias para Alemania, Francia, Suecia y Bélgica, y concluye que, en su muestra de países, los únicos países que no utilizaron activamente proteccionismo para alcanzar su desarrollo fueron los Países Bajos y Suiza, por ser países pequeños donde los beneficios de políticas industriales pueden ser más reducidos, pero sobretodo, porque se mantuvieron en diferentes períodos en la frontera tecnológica.

 

Finalmente, para el caso de los "milagros de desarrollo", es decir, Japón y los países recientemente industrializados del Este Asiático, Chang concluye que -con la excepción de Hong Kong, que fue un enclave colonial, una especie de ciudad-Estado- todos utilizaron proteccionismo industrial, y resalta la similitud entre las políticas utilizadas por estos países y las aplicadas por los países europeos y los EEUU para alcanzar el desarrollo. En conclusión, en la historia del desarrollo pocas cosas hay más extrañas y antihistóricas que el libre comercio.

 

Pateando la escalera del progreso

El entusiasmo de los países avanzados por el "laissez faire" es perfectamente comprensible. Como demuestra Chang en su estudio, una fundamental regularidad histórica es que los países que han llegado a la frontera tecnológica, y, en consecuencia, son imbatibles en cuanto a competitividad, ganan con el libre comercio y por ello tienden a impulsarlo, todo esto, obviamente, en nombre de "doctrinas cosmopolitas" y no obstante haber utilizado un fuerte proteccionismo para llegar a dicha situación estelar (8).

 

Como ya manifestó el alemán List hace más de siglo y medio: "Cualquier nación que por medio de aranceles y restricciones sobre la navegación ha elevado su poder industrial y de navegación a tal nivel de desarrollo que no otra nación puede competir con ella, no puede hacer nada más sabio que retirar la escalera de su grandeza, predicar a las otras naciones los beneficios del libre comercio, declarar en tono arrepentido que hasta ese momento ha vagado en los senderos del error, y decir que ahora por la primera vez ha logrado descubrir la verdad" (List 1885, Libro 4, Capítulo 33).

 

Por ejemplo, para el caso del ALCA, James Petras manifiesta que "... la conclusión es clara: el apoyo de los Estados Unidos al ALCA se debe a los beneficios exorbitantes que obtienen con las políticas de libre mercado y a la creencia de que el acuerdo consolidará el marco necesario para la continuidad de las ganancias" (Petras, 2002).

 

Si es comprensible el entusiasmo de los países desarrollados, y particularmente de EEUU, por el libre comercio, ¿cómo entender el entusiasmo del establishment latinoamericano por éste? Podemos elaborar al menos tres hipótesis al respecto, sin que éstas sean mutuamente excluyentes:

 

Los fundamentalistas, para los cuales el libre mercado es prácticamente (1) el fin en sí mismo y no el medio para alcanzar el desarrollo; (2) el voluntarismo incompetente y el insoportable esnobismo de nuestras élites y tecnocracias nacionales, incapaces de una posición crítica ante el bombardeo ideológico de las políticas del Consenso de Washington; y, finalmente, como siempre, (3) la existencia de ganadores a costa de muchos perdedores del libre comercio.

 

Todas estas hipótesis tienen en común la incapacidad o falta de voluntad para construir verdaderos proyectos nacionales y una genuina integración regional en función del desarrollo de nuestros países, tal como lo hiciera EEUU ante la arremetida libre cambista de Inglaterra. De esta forma, se desnuda tal vez la más grave crisis de América Latina: la crisis de líderes y verdaderos estadistas. Ojalá, en estos tiempos de "libre comercio", eso sí se pudiese importar.

 

Notas

7. Esta sección se basa extensivamente en Chang (2002).

8. Esta situación no se limita al libre comercio. En palabras de un historiador estadounidense: "predicando la ortodoxia fiscal a las naciones en desarrollo, nosotros estamos en la posición de la prostituta que, habiéndose retirado con sus ganancias, considera que la virtud pública requiere el cierre del barrio de la tolerancia" (Schlesinger 1965:158; citado por Green 1995:38).

 

*Rafael Correa

La Insignia. Ecuador, mayo del 2006.

 

Presentación del libro «El rostro oculto del TLC» De Alberto Acosta, Fander Falconí Benítez, Hugo Jácome y René Ramirez. Ediciones ABYA-YALA. Quito (Ecuador), 2006.

 

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