No pretendo hacer un ensayo sobre el libro no ficticio (del mismo título) de García Márquez, sino contar un secuestro real que acabo de presenciar hace unos cuantos minutos. En el momento que ocurrió estaba conversando con el fontanero; mientras reparaba el fregadero de la cocina. La tubería goteaba desde hace un par de días y me molestaba cuando trataba de dormir mi habitual siesta de las tardes. Cuando el hombre tomó su llave inglesa y ajustó la tubería, sentí que mi suplicio vespertino estaba llegando a su fin. Tras dar un par de vueltas un estruendo perturbó su concentración y mi divagación mental. Luego escuchamos otro sonido seco y prolongado y nos preguntamos qué pasa al mismo tiempo. Enseguida nos mirábamos y fuimos a las ventanas de mi departamento. ¿Fue un disparo, no?, le pregunté. Sí, joven, es un disparo, contestó. Apenas nos asomamos, sin miedo a que nos alcanzara una bala perdida, vimos a un Audi o Passat de color dorado atravesando a alta velocidad la berma central de la Avenida Javier Prado, una de las arterias más congestionadas de la capital. En plena hora punta, desde la parte posterior del vehículo en marcha, un desconocido realizó un tercer tiro al aire para asustar a los peatones que se interponían en su camino. Los transeúntes se alejaron rápidamente de su trayectoria como una estampida de animales. Hubo muchos gritos, y algunas chicas que estudian en un centro de idiomas cercano entraron en pánico. Los malhechores avanzaron por una calle en sentido contrario hasta perderse a más de 80 kilómetros por hora.
¿Cómo sé que fue un secuestro? Bueno, no vi el momento preciso en que redujeron a su victima; pero sé que se trató de uno porque los delincuentes no se fijan en esa clase de autos (generalmente roban marcas más demandadas como los Honda, Nissan o Toyota para vender sus autopartes). La pericia del conductor del coche en el que fugaban me hace suponer que dieron un golpe contra un hombre de negocios, diplomático o un familiar de éstos. También creo que la balacera fue para espantar y confundir a los curiosos, es decir, para que no vean sus rostros ni los identifiquen de alguna forma. Por último, el inútil lamento y persecución a pie de los guardaespaldas me asegura que vi un secuestro. Los custodios no pudieron hacer nada. Seguramente fueron sorprendidos a la vuelta del edificio en el que vivo. No arriesgaron su pellejo, a pesar de estar supuestamente preparados para ello, quizá porque los hampones los superaban en armamento y en número. O tal vez estuvieron coludidos desde el comienzo para repartirse el rescate que los raptores pedirán en unas horas o días. Todo es posible en Lima porque a ese nivel de desconfianza e inseguridad hemos llegado. ¿Y la policía? Bueno, vi a un humilde policía de tránsito que se quedó helado, pero no por el frío recorre a la ciudad.
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