sábado, 27 de junio de 2009

La muerte de Michael Jackson


Por César Reyna






Como no veo mucha televisión, un correo del New York Times me anunció la muerte del ‘Rey del Pop’. Desde hace bastante tiempo no seguía la carrera de Michael Jackson ni escuchaba sus canciones. A Michael lo había marginado de mis preferencias musicales a mitad de mi adolescencia cuando supe de sus abusos sexuales contra menores. Su pedofilia terminó por sepultarlo para muchas personas, entre las que me cuento; pero no para otras que lo admiraban tanto o más cuando integraba los ‘Jackson Five’ o estrenó el pegajoso ‘Thriller’.

Muchas cosas me pasaron por la mente cuando abrí el mail: ansiedad, desconcierto y una serie de imágenes difusas de mi niñez. En pocos segundos repasé sus grandes éxitos y recordé las veces que había bailado sus canciones, la mayoría a solas tratando de imitar sus complicadas coreografías. Fue una sensación nostálgica la que me embargó porque noté que había dejado de ser el de antes.

Cuando Michael Jackson murió me di cuenta del tiempo transcurrido cuando me ubica frente al espejo a imitar sus movimientos. Algunos me salían idénticos -según yo- y otros no tanto. No era el único que los repetía, pues todo aquel que a travesó esa complicada etapa en los ochenta intentó deslizarse hacia atrás alguna vez. Afortunadamente no copié nada más de él como sus transtornos de personalidad ni quise corregirme la nariz ni alisarme el cabello. Mi fanatismo nunca llegó a tanto porque comenzaron a interesarme otros estilos y Michael había pasado de moda cuando comenzaron los noventa.

Nunca lo odié del todo por haber tocado indebidamente a menores porque no hubo sentencia condenatoria. Como arregló su caso fuera de la corte se libró del escarnio público. Tal vez por eso muchos lamentan sinceramente su muerte y cientos se han congregado alrededor de su placa en el Teatro Chino de Los Angeles a corear sus canciones. La comunidad negra parece haberlo perdonado por decolorarse la piel y realizarse cientos de cirugías que desfiguraron su rostro. Su visible amaneramiento y su extraña conducta parecen no importar ahora que ha dejado sin heredero al mundo del pop. Parte de su vigencia se explica porque no ha aparecido otro fenómeno musical capaz de influir en tantas culturas, tierras y escenarios.


Conforme me nutro de informaciones relativas a su fallecimiento siento repentina curiosidad por su persona y su impresionante discografía. Al revisar los archivos de mi Mp3 me doy cuenta de que no tenía ninguna de sus canciones, ni los hits de antaño ni las compilaciones más recientes. ¡No puede ser que haya cambiando tanto! ¿Tantos años han pasado desde que repasaba su coreografía antes de salir a una fiesta? (no es que haya sido un virtuoso del baile, sino que no tenía miedo de hacer el ridículo como ahora).

Tras conocer la noticia de su partida dejé lo que estaba haciendo para asumir que parte de mi pasado había desaparecido. Si bien mi niñez se había extinguido hace varios años, nunca me detuve a pensar que me estaba haciendo más viejo. Muchas de las cosas que viví cuando era pequeño las superé o dejé de practicar mientras crecía. Así dejé de montar bicicleta, jugar a las escondidas o escuchar los discos de Michael.


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