Desde hace mucho tiempo los paros no eran acatados por tantos gremios y empresas de transporte. El de mañana promete las interferir las actividades cotidianas de millones de peruanos
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Por César Reyna
Durante el paro de transporte del 30 de junio la población se dirigió a los paraderos con la esperanza de poder embarcarse a su lugar de destino. Miles madrugaron para ocupar las pocas unidades que salían a recorrer la ciudad antes de que aparecieran turbas que los obligan a descender de los vehículos. Los que no pudieron subir una coaster se las ingeniaron para trepar a la tolva de un camión o ir apachurrados dentro de una camioneta maloliente.
Muchos choferes improvisados, aquellos que no tienen permiso para realizar transporte regular, aprovecharon el caos para quintuplicar sus tarifas. Ese día la informalidad reinó a sus anchas pues no había otra forma de movilizarse en una ciudad sin transporte urbano.
Lima lucía más transitable sin los conductores que infringen el reglamento y varias normas penales para abrirse paso. La bulla ensordecedora de las bocinas no despertó a las personas que permanecen unos minutos más en sus camas antes de salir de casa. La calma era aparente pues en otros puntos de la capital –en los conos- cientos de transportistas lapidaban a los choferes que no se sumaban al paro.
La causa del desorden fue la entrada en vigencia del nuevo Código de Transporte cuyas normas no van a cumplirse ni sus multas van a pagarse porque únicamente van a engordar la coima que reciben los policías de tránsito. Incrementar la penalidad pecuniaria no es la solución para un problema tan complejo. Primero, antes de aplicar nuevas sanciones, se debe formalizar a las empresas urbanas, capacitar adecuadamente a los choferes y adquirir nuevas unidades de transporte.
Hace casi un mes la gente subía a los camiones como ganado con tal de llegar a su centro de trabajo. No les importaba la incomodidad ni la inseguridad del viaje pues trabajan exclusivamente para sobrevivir. La mayoría no se puede dar el lujo de faltar, sin importar cuantas peripecias deban realizar, porque les descuentan la jornada y eso significa no comer ese día. Al final de la jornada lo único que cuenta es ‘parar la olla’* de sus hogares porque el hambre no hace huelga.
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* Llevar provisiones.
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