lunes, 10 de agosto de 2009

¿Qué hubiera pasado si se caía el avión de Alan García?




Por César Reyna


La rajadura del parabrisas de una ventanilla hizo aterrizar de emergencia la aeronave que transportaba al presidente de la República a Quito, Ecuador, para asistir a la toma de mando de su homólogo Rafael Correa. Diversas fuentes periodísticas revelan que fue un susto nada más, pero muchas cosas pudieron haber cambiado en el país y a nivel regional si la nave no tocaba tierra.

De haber explotado en pleno vuelo el ex almirante Luis Giampietri hubiera asumido la presidencia. La precipitación del avión hubiera dejado al Apra sin su líder máximo, quien venía haciendo denodados esfuerzos por limpiar su imagen. La muerte del primer mandatario hubiera provocado una algarabía corrosiva en sus rivales políticos y de los que lo padecieron durante su primer gobierno.

Seguramente muchos de sus crímenes serían enterrados con él y se le perdonarían sus imprudencias, lapsus y errores. Los apristas llorarían a desconsolados y no faltaría quien diga que fue un hombre bueno y honrado. Con el correr de los años se escucharían versiones de que hace milagros en el norte y propondrían su santidad al Vaticano.

Alan sería elevado a la categoría de mártir del aprismo pese morir en un accidente aéreo. Se le recordaría por llevar al Apra al poder y gobernar bajo las ideas de Víctor Raúl en los ochenta, pero también por denostar esas mismas ideas y abrazar el capitalismo de la falange. Se iría de este mundo sin rendir cuentas al país que arruinó e hizo amar u odiar la autocracia de Fujimori. El estadista recibiría múltiples e inacabables homenajes con la participación de varios jefes de Estado. Todos hablarían bien del difunto, cuyo féretro estaría embanderado con el pabellón nacional. Se le sepultaría al lado de Haya como era su deseo, aunque su familia prefería que sus restos sean depositados en la cripta familiar.

El Apra entraría en crisis en los años venideros, aunque durante el periodo de duelo mejorarían sus niveles de aprobación ya que la personalidad de García era intolerante y confrontacional. Su ausencia generaría un vacío imposible de llenar como un hogar sin padre o madre. Las distintas facciones se enfrentarían descarnadamente por lo que queda del partido de la estrella. No se descartan escisiones, deserciones ni que muchos trapos sucios salgan a la luz pues la disciplina aprista se relajaría.

Para la posteridad quedarían sus discursos “revolucionarios” y balconzazos demagógicos. Muy parecidos a los que ahora entona un tal Hugo Chávez; pero sin la exaltada retórica y grandilocuencia de Alfonso Ugarte. Sus viudas dirían que su oratoria sólo era comparable a la de Demóstenes o el propio Haya de la Torre. Las romerías y actos litúrgicos no cesarían y formarían parte de la campaña presidencial. Su foto aparecería en cada obra pública y se erigirían cientos de bustos en las provincias más alejadas. Alan sería más mediático que nunca. Lo veríamos hasta en la sopa, sobre todo en la sección de defunciones donde cada institución, embajada o empresa minera expresaría sus condolencias.

La Confiep lo colmaría de elogios porque la salvó de Humala y su modelo retrogrado pro chavista. Las clases escolares se suspenderían por una semana y los remantes de Sendero atacarían otra base policial para recordarnos su fuerza. La bolsa de valores entraría en una espiral bajista hasta que Giampietri se dirija con firmeza a la Nación.

Con lo megalómano que era se las ingeniaría para estar presente en las próximas elecciones. Sus obras y pensamientos se reeditarían para recordarnos su “grandeza”. El ministro de Educación promovería concursos o juegos flolares en honor de García. La primera dama asumiría un perfil bajo como Jackie Kennedy Onassis y se casaría años más tarde con un Miro Quesada con la venia de Jorge del Castillo.

Los últimos minutos o segundos del presidente hubieran sido de pánico absoluto. Los impulsos que habitan en él lo hubieran dominado en ese instante. Quizá hubiera dado muchas pataditas a los guardaespaldas que trataban de calmarlo, o entrado en un estado de profunda negación. Debido a su delirio de grandeza pensaría que eso no estaba pasando realmente y que más bien se trata de un sueño, resaca o pesadilla que cita de Vallejo o Calderón de la Barca.


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