Perú, Chile, y los legados de la Guerra del Pacífico
Hola, hace días que quería hacer un comentario sobre las relaciones entre Perú y Chile, y los legados de la Guerra del Pacífico (deberíamos considerar también a Bolivia, por supuesto, pero por ahora no entro a eso). Me sumo así a los comentarios realizados por otros, ver:
http://puenteareo1.blogspot.com/2007/03/una-observacin.html
http://elmorsa.blogspot.com/2007/03/poltica-internacional-el-conflicto-per.html
http://zonadenoticias.blogspot.com/2007/03/poetas-peruanos-en-el-huscar.html
Sin ser historiador ni experto en la materia, propongo algunas ideas, que creo puedan ayudar a disipar algunas fantasmas, ojalá algunos que saben más puedan seguir estas pistas.
Cada país cuenta la historia de la Guerra del Pacífico a su manera. Por ello, un buen punto de partida es leer qué dicen los historiadores latinoamericanistas más serios. ¿Qué dicen los historiadores "chilenistas" (no chilenos, para no empezar con suspicacias) sobre Chile y estos sucesos? Les sugiero ver, entre muchos otros: Simon Collier y William F. Sater, A History of Chile, 1808-1994. Cambridge University Press, 1996. El capítulo sobre Chile de Harold Blakemore, en Leslie Bethell, ed., Historia de América Latina, vol. 10, América del Sur, c 1870-1930 (1986). Barcelona, Crítica, 1992.
¿Qué es lo que vamos a encontrar? Para mí, lo más importante es que la idea de que Chile, para la década de 1870, era un "Estado nación consolidado", con instituciones fuertes, con una clase "dirigente, no sólo dominante", un país integrado dentro de un gran proyecto nacional, sin conflictos internos mayores, es simplemente falsa. Diría que esa es la imagen que la historiografía nacionalista chilena ha construido como parte de su "versión oficial" (no es lo que dice la historiografía chilena más seria) y que absurdamente los peruanos repetimos, creo que por ignorancia y porque empata muy bien con nuestra "idea crítica nacional", la del mendigo sentido en un banco de oro, sometido por poderosos intereses extranjeros y por unas élites indolentes, del que todos se aprovechan. Esta imagen surge en el Perú de los historiadores de inicios de siglo XX, que reflexionan desde el trauma de la derrota, y se consolida bajo la influencia de los historiadores marxistas-dependentistas en décadas recientes.
En realidad, lo que encontramos es que Chile y Perú no estaban tan lejos uno del otro para 1870, cierto, con alguna ventaja para Chile, pero no muy grande. Chile había tenido un poco más de estabilidad, pero para 1870, la percepción es que se trataba de un país dividido y en crisis. Eso de la pax portaliana es una verdad a medias: Portales, por ejemplo, fue asesinado por sus opositores. Los años previos a la guerra fueron turbulentos (también los posteriores). Del otro lado, Perú desde mediados de 1840 había iniciado la constitución de su Estado nacional, y después los recursos del guano habían permitido una expansión importante.
Respecto a la decisión de entrar a la guerra, vemos que en Chile había temores. Se pensaba que las fuerzas combinadas de Perú y Bolivia serían demasiado; también que las divisiones clasistas y étnicas dentro de Chile, patricios y rotos, dividirían el ejército. Durante la primera etapa de la guerra, durante la parte marítima y el inicio de la terrestre, hubo duras críticas contra Pinto y la decisión de ir a la guerra. Más bien era del lado peruano que había una irresponsable percepción de que la guerra podía ser ganada (ver la excelente Historia del Perú contemporáneo de Carlos Contreras y Marcos Cueto). Para esto se contaba con cierta paridad marítima, y la combinación de las fuerzas peruanas y bolivianas. Por último, algunos pensaban que Chile se contentaría con el territorio boliviano en litigio, y que no avanzaría hasta Perú; supuestamente, no había riesgos. Obviamente, fue un cálculo pésimo.
¿Por qué perdimos la guerra? Yo no creo que haya que rebuscar en explicaciones alambicadas y poco sustentadas sobre la constitución nacional de los países. Si bien soy sociólogo, creo que las explicaciones sociológicas deberían venir después de las militares, si y solo solo si es que resultan insuficientes. Creo que la explicación es simple: las fuerzas armadas chilenas eran más profesionales y estaban mejor equipadas, punto. Y esto era consecuencia de su mayor desarrollo relativo. No tiene nada de raro que el más fuerte venza en una guerra. Aunque quizá en menor medida que Bolivia y Perú, Chile también tenía problemas de divisiones políticas, inestabilidad, crisis económica, desintegración nacional. En realidad, ganar la guerra fue decisivo para enfrentar estos problemas; Chile logra un despegue económico con los recursos salitreros y para construir su discurso nacional. Nosotros, que perdimos, retrocedimos, por supuesto, en lo avanzado, y perdimos la oportunidad que nos hubiera dado ese recurso, extender la prosperidad del guano. Y construimos una narrativa nacional derrotista, victimizada.
Creo que nuestra autoestima nacional quedó mellada porque, en vez de pensar que perdimos porque el otro ejército era superior, nos quedamos con la idea de que perdimos porque fracasamos como Estado nación, porque no estábamos integrados, todo por culpa de unas élites irresponsables, sin considerar que en Chile la situación no era tan distinta, en realidad. Lo que pasa es que este discurso servía bien como crítica a las élites oligárquicas tradicionales, es decir, era un argumento político. En esta línea se ubicaron pensadores tan insignes como González Prada, Belaunde, Basadre y muchos otros. El problema es que esta denuncia terminó traduciéndose y popularizándose como un discurso doliente y depresivo, que pierde filo crítico. En los últimos tiempos, Heraclio Bonilla difundió esta tesis, bajo la hegemonía del discurso marxista-dependentista en nuestras ciencias sociales (Un siglo a la deriva...). Felizmente, en los últimos años, Carmen McEvoy y otros autores están cuestionando, relativizando estos sentidos comunes.
Estas ideas me parecen importantes para no estar "acomplejados" frente a los chilenos. De hecho, a pesar de que nos ganaron la guerra, el Perú se recuperó rápidamente a inicios del siglo XX. Y si miramos varios indicadores de cómo estábamos a inicios de la década de los años setenta, estábamos a la par, un poco por debajo, pero no mucho. Entrando a la década de los años setenta, incluso nosotros parecíamos tener mejores perspectivas: nosotros, iniciando profundos cambios sociales, y ellos enfrentados en una práctica guerra civil. El tema es que nosotros desde entonces fuimos cayendo, y ellos superaron el bache y nos sacaron ventaja. Nosotros deberíamos hacer lo mismo, recuperarnos y aprovechar el tiempo.
Ver también:http://grancomboclub.blogspot.com/2006/11/tringulo-equivocado.html
La cosa es relacionarnos con Chile sin complejos. El mensaje acá es que nuestros pueblos se parecen mucho en sus problemas y potencialidades, deberíamos juntarnos, no dividirnos. Unos tienen más desarrollo relativo que otros, pero en el fondo todos estamos en la misma liga. ¿Tenemos diferencias y temas pendientes entre nosotros? Ciertamente. Hay que hacer explícitas nuestras discrepancias, que las hay, y ver cómo las trabajamos, cómo convivimos de la mejor manera con ellas, hasta que podamos solucionarlas. Para ello, tenemos que librarnos de algunas taras del pasado. Un esfuerzo similar deberíamos hacer los peruanos con Bolivia, no sólo con Chile. Un esfuerzo similar debería hacerse en Chile, y las maneras en que se ve al Perú y a Bolivia. Y lo mismo en Bolivia. Avanzar en construir una historia común.
ACTUALIZACIÓN, 22 de marzo. Roberto Bustamante me hizo llegar este artículo del reputado historiador chileno, Alfredo Jocelyn-Holt. Un buen paso para acercarnos.
El saqueo de libros peruanos
Por Alfredo Jocelyn-Holt
Revista Qué Pasa
17 de marzo, 2007
Sobre el robo de libros se sabe muy poco. Sobre su prohibición y destrucción, en cambio, se cuentan decenas de casos, algunos tan emblemáticos como el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la quema de libros por el Santo Oficio, y la destrucción de museos y bibliotecas en Irak, y antes, en Sarajevo, en nuestros días. En Chile otros tantos. Recordemos que en pleno resurgimiento cultural en 1842, liderado por Andrés Bello, se quema en la plaza pública el escrito de Francisco Bilbao, "Sociabilidad Chilena", por blasfemo. Otro ejemplo: la quema del tratado clásico de Vignola, por arquitectos de la Universidad Católica, a fines de la década de 1940, a favor de una línea más vanguardista. Y, por último, las hogueras de los primeros días del golpe militar, y de las cuales tenemos registros fotográficos, e incluso, conocemos al oficial
responsable, hasta hace poco un senador designado.
Del pequeño catastro anterior queda claro que esta historia no sólo excede la mera piromanía bárbara, sino que supone una psicología compleja detrás. De hecho, la quema de libros suele ampararse en "razones" teológicas, políticas, o en propuestas radicales de tipo artístico, ordenadas por gente hasta culta, pero que puede llegar a satanizar libros o bien someterlos a un destino fatal mediante una "solución final" apocalíptica. Es que el fuego se concibe, desde tiempos inmemoriales, como instrumento de vida y muerte que el hombre les roba a los dioses, pero que, a modo de compensación, se recurre a él para efectos de purgar supuestos pecados y así volver a honrar a la divinidad.
Leemos, pues, en un cuento de Borges, a un personaje que afirma: "Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría", casi un eco del manifiesto futurista, de 1909, que llamara a "destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo".
Con todo, sabemos poco o nada del saqueo y robo de libros. Vengo escuchando, desde hace años, del saqueamiento de las bibliotecas del Pedagógico de la Universidad de Chile, durante la dictadura militar, pero sin que nadie lo haya investigado en serio. Y, a juzgar por lo que se ha discutido en la prensa, estas últimas semanas, sobre el despojo de libros de la Biblioteca de Lima durante la Guerra del Pacífico, es más lo que se oculta que lo que se explica.
Devolver saludos
Que en este caso se trató de una devastación a gran escala, nadie lo puede dudar. La institución afectada era, probablemente, la principal biblioteca de Hispanoamérica. Poseía 56 mil volúmenes y 800 manuscritos, de los que se salvaron sólo 738 ejemplares. Sus custodios, entre ellos el prestigioso escritor peruano Ricardo Palma, les representaron a las más altas autoridades chilenas tamaña arbitrariedad, cuestión que ha suscitado desde el presidente Santa María hacia abajo, hasta nuestros días, respuestas evasivas y soberbias.
Un reciente ex director de la Dibam, historiador por lo demás, ha manifestado que "sólo tenemos que devolver saludos al Perú". Otra directora del mismo organismo, ha declarado: "Yo nunca vi esos libros, si me hablas de la Enciclopedia de Diderot y D´Alambert, por ejemplo, no es un libro peruano y podemos tener más de un ejemplar. Por fuera no hay cómo saber que son peruanos".
Por lo visto, nuestros gobiernos saben elegir a sus subordinados a cargo de asuntos culturales. Conste que existen testimonios -entre otros, de Ignacio Domeyko- en que se reconoce que nuestro gobierno "ordenó trasladar de Lima a Santiago la Biblioteca Nacional", que una serie de bultos inventariados llegaron a Chile y que ejemplares timbrados se encuentran actualmente en la Sala Medina de nuestra principal biblioteca.
Razón de Estado
El silencio que acompaña un robo de libros de estas proporciones no puede sino ser cómplice. Aquí hay algo más que bibliotecarios fetichistas -"anal retentivos" diría un psiquiatra- que niegan haberlos visto, que sienten que nadie los valora como ellos, o que prefieren esconderlos en la biblioteca para que otros no se apropien de ellos.
Mi impresión es que estamos ante una suerte de "Razón de Estado" que se remonta a cuando se produjo la capitulación de Lima y algunos chilenos "cultos" concluyeron que Perú estaba destruido como nación. "Lo que venció al Perú, diría Gonzalo Bulnes, fue la superioridad de una raza y la superioridad de una historia; el orden contra el desorden... Era eso lo que había vencido, la superioridad de una historia sana y moral sobre otra convulsionada por los intereses personales". Perú había dejado de ser una sociedad viable. Por eso, al parecer, nuestras autoridades, tanto entonces como ahora, han presumido que los peruanos no precisaban más de libros, nosotros, sí. De ser éste el caso, estos libros son bastante más que un botín de guerra. No se trata aquí de despojar al vencido de sus armas, provisiones y demás recursos a fin de premiar a soldados conquistadores. El que no se haya destruido este material tampoco nos estaría dando cuenta de una guerra "santa".
Milton ha dicho que "quien destruye un buen libro mata a la Razón misma: mata la imagen de Dios, por así decirlo, en el ojo mismo". Si el anterior símbolo sirve para explicar lo que estamos tratando de entender, el acto de despojar y saquear libros es hasta, quizá, más grave. Implica que se quiso, y en una de éstas se quiere aún enceguecer, turbar la razón, ofuscar el entendimiento, privar al otro de medios para que siga "viendo". Históricamente hablando, sabemos que hay guerras y guerras. Desde luego, las hubo -alguna vez- más nobles, como cuando se reducían a contiendas entre pares, se regían por códigos de nobleza compartida y se trataba, en lo posible, de no involucrar a la población civil. Hay guerras, también, que se perfilan como "santas" y que se rodean de un aura de fatalidad apocalíptica en que al vencido no le cabe más remedio que morir no menos santamente.
El punto al que quiero llegar, sin embargo, es que en las guerras de tipo nacionalista, al igual que en las civiles, no se guarda compostura alguna, ni tampoco se las puede concebir como ineludibles. Es más, dado que el aniquilamiento del otro no es posible entre países limítrofes, o entre clases sociales de una misma comunidad, en este otro tipo de guerras, perfectamente evitables, se aspira no tanto a extirpar al enemigo como el querer humillarlo, esclavizarlo, o seguir violentándolo. En fin, que, en este caso, sean libros valiosos los que sirven para perpetuar semejantes odiosidades, demuestra que nuestro nacionalismo desconoce límites civilizados mínimos.
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