lunes, 11 de septiembre de 2006

11--S

"A lo único que tenemos que temer es al miedo por sí mismo".
Franklin D. Roosevelt (1882-1945)



Hoy se conmemora el día en que los Estados Unidos de Norteamérica sufrieron el mayor atentado de su historia. Las causas de los mismos aun son discutibles por más que EE. UU. y Al Qaeda las hayan "revelado" en los medios. No entraremos ahora a revisarlas una por una; sino más bien a tratar de identificar qué es lo qué ha pasado desde entonces.

Para empezar, a raíz de los ataques se produjeron dos intervenciones militares, una de ellas totalmente al margen del Derecho Internacional. Ya que al momento de producirse la invasión de Irak, EE. UU. no contaba con ninguna resolución favorable del Consejo de Seguridad de la ONU que autorice su incursión, ni mediaron la inmediatez ni la proporción que se exige a cualquier Estado agredido, para que su represalia armada sea legítima.

Además, los supuestos argumentos en los que se apoyaba la guerra contra Irak eran rotundamente falsos, pues la nación iraquí no contaba con ningún programa de desarrollo de armas de destrucción masiva ni mantenía vínculos con la red de Al Qaeda.

Luego de ganar la guerra convencional al diezmado Ejercito Iraquí y a los talibanes en Afganistàn; EE. UU. enfrenta ahora una guerra anticonvencional o de guerrillas por parte de los guerreros Muhaidines, remanentes de la Guardia Republicana Iraquí y agentes de Al Qaeda. Se trata pues un nuevo escenario bélico y político ante el cual las fuerzas norteamericanas ya demostraron su total inoperancia como en los casos de Vietnam y Somalia, sólo por citar algunos ejemplos.

Si bien las críticas a estos despliegues militares se han hecho sentir, aun no cobran toda la notoriedad que deberían puesto que existe un control casi absoluto sobre la información, y porque el número de bajas estadounidenses es todavía pequeño comparado con anteriores conflictos.

Además, EE. UU. es hoy en día una isla informativa donde impera la manipulación mediática del Gobierno Federal, el cual justifica su accionar y una serie de “medidas de seguridad” en base al condicionamiento. Es decir, que Washington trata a sus ciudadanos como el fisiólogo Pavlov trataba al can que utilizó en sus experimentos conductistas. Esto es, se vale “supuestas amenazas a la seguridad nacional” para provocar un estado de pánico general con el cual aumenta su control sobre la población, a la que, en teoría, no debería establecer restricciones a su libertad.

Para James Madison, padre de la Constitución Norteamericana de 1787, el poder del gobierno debe ser limitado. Èste temía que las consecuencias de una democracia que fuese “el gobierno de la mayoría” careciese de los controles suficientes. Para él resultaba necesario un control externo, puesto que de no existir ninguno, tanto las minorías como las mayorías pueden tiranizar al resto. Lo interesante de la reflexión madisoniana es la afirmación de que la frecuencia de las elecciones no garantiza un control externo a los abusos de poder.
De modo que el actual ejercicio del poder por parte la élite política se aleja tangencialmente del ideal de madisoniano.

También el concepto de poliarquía, bajo el cual el filósofo Robert Dahl calificò a la democracia americana resulta inapropiado. Para este pensador la poliarquía es el sistema de maximización de los objetivos democráticos. Para la satisfacción de estos objetivos, la democracia en su versión de poliarquía se basa en la capacidad de èsta de minimizar la coerción al tiempo que se maximiza el consenso, en base a valores como la felicidad, la justicia y la libertad. Según la tesis de Dahl, en la naturaleza de la política de los Estados Unidos existe una pluralidad de élites que funcionan tanto limitando a las demás como cooperando con aquellas. Dahl decía que si EE. UU. no es una verdadera democracia, en el sentido populista, es al menos, un tipo de poliarquía.

De ahí que la peligrosa restricción de muchas de las libertades que caracterizaron a la superpotencia la han ido convirtiendo, justamente, en aquello contra lo que desde un inicio pretendía combatir, es decir, en autoritaria e intolerante.

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