martes, 17 de octubre de 2006

Behind The Islamic Veil / Jack Straw: The Man Behind The Iron Mask

En días pasados el ex ministro británico de Exteriores Jack Straw sugirió a las mujeres musulmanas que renunciaran al uso del velo para facilitar las relaciones entre ambas comunidades, despertando una serie polémicas y contradicciones en el país donde nació el liberalismo y la tolerancia religiosa.

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El ojo es el órgano con el que he comprendido el mundo” dijo
Goethe, quien pidió “luz, más luz” a la hora de morir. Tal vez esa demanda de claridad del todista alemán esté inspirando a ciertos sectores en el Reino Unido para “solicitar” el descubrimiento del rostro de sus ciudadanas islámicas. Decimos tal vez porque no estamos seguros de la intención que disimula aquel pedido, que bien puede llegar a entenderse como una exigencia, sobre todo ahora que proliferan los entredichos con el mundo musulmàn. Este hecho nos llama poderosamente la atención ya que detrás de él puede contrabandearse nuestro miedo.


Ciertamente, cubrirse total o parcialmente la cara no ayuda a la interacción entre las personas porque la comunicación no verbal representa un significativo porcentaje de lo que expresamos. Y sí, puede ser un problema para los que entablen conversaciones con musulmanas sea informal o laboralmente, inclusive para las autoridades que requieran verificar la identidad de las personas ahora que se ha otorgado un excesivo valor a la seguridad en desmedro de las libertades civiles y democráticas. Piénsese en lo difícil que podría ser para un jurado calificar las expresiones de un testigo o acusado que se cubre el rostro. En dicha circunstancia tal vez piense que esté ocultando algo o no deje traslucir intencionadamente la verdad. Sin lugar a dudas, en esos casos extremos--y comunes por cierto--resulta exigible que cualquiera nos enseñe su rostro para que la autoridad policial o judicial pueda cumplir con su deber.

Pero el asunto es más complejo que los requerimientos estatales. Lo es porque lo que está en juego es la convivencia en una sociedad "democràtica" que aún no sabe afrontar los retos del multiculturalismo.

Usar el velo (niqab) para una musulmana no sólo representa la expresión de su libertad en una sociedad que se dice transigente sino de también su identidad. Llevar el velo en un país donde se han extremado los controles y se ha perforado la tolerancia supone un ejercicio de fortaleza más que de libertad porque, a pesar de las enormes dificultades y animadversiones hacia la minoría islámica: las musulmanas han defendido su fe aun cuando esta actitud podría generales mayores malestares e incomprensiones. Lo fácil para ellas hubiera sido abandonar el hiyab para evitar malentendidos y complacer a los conservadores. Pero no, éstas no han optado por una solución sencilla sino por una más afirmante y reivindicativa.

Lo que debe preocuparnos no son las mujeres islámicas que progresan tranquilamente en occidente sino las que viven en oriente como lo señala el experto en el Islam Tariq Ramadan, profesor de la Universidad de Oxford, “los verdaderos problemas en los que están inmersas las mujeres en la mayoría de sociedades musulmanas son el analfabetismo, la violencia de género y los matrimonios forzados”. Hacia eso debería apuntar nuestra crítica, en especial hacia petronaciones como Arabia Saudita o Kuwait donde los cuestionamientos occidentales no se hacen sentir y revisten, en la mayoría de casos, actitudes más que complacientes.

En Francia, hace un par de años se intentó algo parecido con la burqa, lo que llevó a protestas y movilizaciones, además de amagos de atentados. Claro que en el caso galo la exigencia provenía de sectores oficiales y no de un ex representante. Francia mal que bien comprendió que la solución no consiste en asumir posiciones extremas sino dialogantes.

Occidente comete un error al creer que es el ùnico portador de verdades reveladas (como la democracia, la igualdad entre hombres y mujeres o el derecho a la vida) y que en base a ellas ampare su crítica hacia el Islam cuando lo cierto que ninguno de esos valores fundamentales fue producto de una sola cultura sino de la acumulación humana. El asunto aquí es que el mundo occidental está probando los límites de su tolerancia, la cual nunca antes había sido desafiada de esta forma hasta el reciente fenómeno de la inmigraciòn musulmana. De modo que recién ahora Europa está explorarando en sus propias entrañas si verdaderamente es tan abierta y aconfesional como pregona.

Lo que estamos observando en estos momentos es un redescubrimiento de la tolerancia adormecida tras largas décadas. Tras largas décadas porque desde el holocausto judío el viejo continente no convive con un grupo marcadamente identificable por su filiación religiosa. Lo que los defensores a ultranza de occidente deben saber es que un derecho (como la libertad de conciencia) no se define a través de su prèdica, sino mediante de su ejercicio.

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