lunes, 23 de octubre de 2006

War In Iraq: Desperate White House

George Bush no es precisamente el legendario Teseo ni cuenta con la ayuda de una cautivada Ariadna como para encontrar la salida del laberinto en el que el mismo se metió.

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Cuenta la mitología griega que el laberinto de Minos, antiguo rey de Creta, mandó a construir un inexpugnable recinto para que more el Minotauro, hijo de su esposa Pasifae con un toro blanco. La bestia devoradora de hombres era alimentada con jóvenes mancebos atenienses, quienes eran sacrificados para pagar el tributo que exigía el poderoso monarca a Atenas. Durante años el ser con cabeza de toro y cuerpo de hombre repetía la misma dieta humana hasta que el intrépido Teseo le dio muerte con una espada entregada por Ariadna, hija de Minos, cuya pasión por el héroe ateniense hizo que desobedeciera los mandatos de su padre. Además de la espada, Ariadna también le da un ovillo de lana que al fijarlo desde la entrada del laberinto, le permitiría a su amado hallar la salida enrollándolo nuevamente.

Esta resumida historia del laberinto minoico tuvo un final glorioso para Teseo, ya que tras su exitosa huida de Creta se convirtió en rey de Atenas y en un personaje mítico. Minos, en cambio, fue a parar al infierno como juez. Así lo registra la mitología griega, la Eneida de Virgilio y la Divina Comedia de Dante.

Al realizar esta breve introducción pretendemos vincular la delicada situación en Irak con esta leyenda helena, dado que recurrir al mito ayuda a comprender la naturaleza de nuestros problemas y las dificultades de nuestras coyunturas. El mito puede ser ilustrador en el presente como lo fue en el pasado. Los griegos solían aprender de sí mismos a través de ellos, además de tomar nota de alguna lección moral. Al tratar temas eminentemente humanos, los antiguos pobladores no sólo eran testigos de la intrincada naturaleza de las pasiones humanas, sino que además se introducían en la comprensión de otras materias tan importantes como la política o la historia de su tiempo. Claro que del mito no puede esperarse una explicación cabal y racional de los fenómenos sociales pero auxilia, como hemos mencionado, a entender mejor nuestras interacciones por medio de elucubradas tragedias y ejemplos. Recordemos que Freud se valió de leyendas como la de Edipo y Eros, entre muchas otras, para explicar sus teorías. Siguiendo al padre del Psicoanálisis, intentaremos similar recurso al momento de presentar nuestras conjeturas.


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Errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico” dijo Agustín de Hipona siguiendo lo dicho por Cicerón (Errare humanum est) en sus “Filípicas”. Esta contundente frase la traemos a colación para reseñar la falta de una estrategia en Irak por parte de la Administración republicana. Por más que uno le dé la vuelta al asunto y porfíe por encontrarle solución a una problemática tan complicada (como la desatada por la invasión norteamericana en medio oriente), a lo que se arriba es a una situación sin salida, o mejor dicho, a un laberinto como el minoico. Y esta vez ni el socorro ni la mano de sus aliados podría ayudar. Teseo al menos contó con el auxilio de Ariadna para evitar una muerte segura ¿Pero quién rescata a EE.UU. de este Minotauro encerrado en un laberinto llamado Irak?

Un grave error de juicio cometieron los estrategos estadounidenses (los halcones) al pensar que una vez ocupado el país la resistencia sería dócil o manejable, en vista de que los choques más importantes ya se habían producido frente al Ejército Iraquí: una fuerza diezmada por doce años de sanciones económicas que afectaron las finanzas de la nación árabe y carente de moderno armamento militar, sin dejar de lado la escasa moral de las huestes de Sadam a raíz de la estrepitosa derrota sufrida en la Primera Guerra del Golfo (1991) y el sentimiento pesimista emanado de tener que volver a luchar con un rival abismalmente superior.

La resistencia iraquí, compuesta principalmente por ex miembros del desaparecido Ejército Iraquí, elementos armados del partido Baas (al que pertenecìa Sadam), seguidores de los clérigos chiítas como Muqtada al Sadr y agentes extremistas de Al Qaeda se replegaron y dejaron que los marines libren pequeñas y medianas batallas contra las guerrillas. Al resultarles cómoda la entrada y casi no encontrar oposición, los generales y políticos occidentales incurrieron en un segundo error al aceptar la “invitación” que les ofrecía la milicia para encontrar luego el pandemonium. Si cabe hacer una comentario, dicha "invitación" puede asemejarse al Caballo de Troya ofrecido por los griegos a los troyanos con el fin de "cesar" las hostilidades.

La escasa preparación para afrontar la post guerra por parte de Washington contrasta enormemente con la sorprendente organización de la resistencia islámica, la cual no debería llamarnos la atención aun cuando inicialmente desconfiáramos de su capacidad para arruinar los planes “democratizadores” y “libertarios” de la Casa Blanca. No debería sorprendernos puesto que Al Qaeda consideró como algo inminente las ocupaciones de Afganistán e Irak, toda vez que EE.UU. había encontrado en el 11-S el motivo determinante para llevarlas a cabo, de ahí la obstinación recalcitrante de Bush, Powell, Rice y compañía para señalar que Irak poseía armas de destrucción masiva y que mantenía estrechos vínculos con Bin Laden.

Para nadie medianamente informado fue un secreto que los halcones norteamericanos tenían intenciones de dominar Irakal menos desde la Primera Guerra del Golfo--con el fin de controlar su petróleo (para asegurar su suministro y tener una herramienta que regule el crecimiento chino) y que sirva como modelo para establecer regímenes laicos que frenen efectivamente las ambiciones fundamentalistas y vayan promoviendo reformas económicas que satisfagan al mercado.

Irak se suponía que iba a ser el primer experimento que contagie a toda una región las virtudes y valores democráticos occidentales como la igualdad entre hombres y mujeres, etc. Tópicos que encandilan la mirada de organizaciones y activistas de derechos humanos, pero no a costa de confundir objetivos militares con civiles ni bombardear indiscriminadamente áreas urbanas.

Sabiendo entonces que la respuesta estadounidense no se iba a hacer esperar, Al Qaeda se adelantó un paso más e infiltró en Irak combatientes y simpatizantes radicales que no iban a desaprovechar la oportunidad de asestarle un duro golpe al orgullo norteamericano una vez que pise la tierra del Islam.

El 11-S representó pues la justificación histórica y moral de EE.UU. para poder incursionar en el mundo árabe. Justificación histórica en el sentido de que el atentado le permitía aparecer como victima en los registros de su historia, es decir, como la nación ofendida que tuvo que defenderse de la amenaza de los extremistas islámicos que “pretenden acabar con la libertad e imponer sus valores radicales”.EE.UU. no conoce otra forma de intervenir militarmente fuera de sus fronteras--para velar por sus intereses geopolíticos--que victimizàndose.

Esta hipótesis no sólo es verificable para el caso de Irak, sino para casi todas las demás presencias norteamericanas en conflictos armados. Una prueba de aquello resulta su participación en la Guerra Cubano-Española de fines del siglo XIX (1898) en la que EE.UU. incursionó fingiendo un ataque a una de sus embarcaciones (el navío Maine anclado en costas cubanas), cuyo hundimiento se debió a una explosión interna y no a un bombardeo español como se afirmó inicialmente. También es famoso el incidente que condujo a Washington a la Guerra de Vietnam (1964—1973), el cual revistió la misma falsedad del anterior pues el ataque en el golfo de Tonkin a la VII Flota estadounidense jamás se produjo.

El mismo velo de sospecha podría recorrer lo sucedido el 11-S ya que no creemos que el sistema de inteligencia más grande del mundo haya ignorado un ataque semejante. Sabemos por medios creíbles como la cadena Deutsche Welle alemana (DW) que hubo advertencias sobre el 11-S, que fueron extrañamente desatendidas por altos funcionarios del Pentágono. No sería nada raro suponer que se toleró ese atentado (y muchos otros en el pasado), bajo una visión utilitarista, para justificar las intervenciones ya descritas.

En cuanto a la justificación moral que mencionamos líneas arriba, ésta no debe ser entendida como una excusa para sentirse éticamente autorizado o legitimado ante los demás, es decir, externa, dada la oposición de la comunidad internacional; sino más bien interna, esto es, para sí mismos. Lo que queremos evidenciar es que EE.UU. tenía que expiarse (por dentro) dado que su moral puritana no le permitiría convivir con los verdaderos motivos de una decisión ajena a sus valores. Entonces, para mantener tranquila su conciencia idearon un plan en el que la nación americana debía pensar que es la victima, aun cuando sus líderes hayan colaborado y promovido dicha victimización con su "negligencia" calculadora.

Según Emilio Gentile, estudioso de este fenómeno en su obra “La democracia de Dios” señala que “no hay que olvidar el enorme peso de la tradición religiosa sobre la vida política norteamericana en una trayectoria ascendente que culmina con el actual presidente”. Para este autor “Bush es un semianalfabeto teológico, no distingue entre la Iglesia episcopalania de la metodista, pero comparte el fundamentalismo de ambas”. “Sólo intuye que la fe en Cristo es superior a toda filosofía. Una fe compartida por millones de americanos evangélicos que consiste en ver a Jesús como el agente de la redención y el guía en la lucha contra el mal, que ha de ser puesta en práctica por la gran nación americana, tanto en su política interna como la exterior.”

Bush es un cristiano convencido de la infabilidad de la palabra de Dios revelada en la Biblia” resume Gentile. De los fundamentalistas sólo lo separa cierto aliento ecuménico, aplicable también por cierto en sentido positivo al Islam. La democracia norteamericana cree ser la encarnación política del designio divino y ha de aceptar cualquier desafío para conseguir la victoria del bien, de su bien. Una vez más la sacralización cierra el paso a una consideración racional de la política y los errores de Dios (la interpretación acrítica de los textos sagrados) dominan la escena en una construcción que puede ser calificada con rigor como teología de la guerra.


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Esto de la victimización para justificar acciones armadas o políticas no es nuevo ni exclusivo de la geopolítica norteamericana ya que también la emplean los extremistas musulmanes para achacar a occidente de todos sus males y promover así la violencia contra éste.

Al Qaeda, por su parte, fue también tan o más maquiavélica que los estrategos norteamericanos al anticipar que la invasión de éstos se produciría. De ahí que derrocar a Sadam Hussein haya sido un tremendo error, toda vez que no representaba una verdadera amenaza para Estados Unidos y sus aliados (Israel), pues como dijimos en párrafos precedentes, su capacidad militar estaba deteriorada por años de duras sanciones. Sadam mal que bien había cumplido un rol muy importante en el equilibrio de la región: impedir que el fundamentalismo chiíta iraní se haya expandido en medio oriente.

Ahora, el verdadero peligro consiste en que este Irak incontrolable dé un giro de 180º y se convierta en un anexo o apéndice iraní. Nada es descartable a esta altura dado que el mayor grupo étnico, los chiíes, podrían hacerse del poder real una vez que la presencia americana disminuya gradualmente. El cambio ya no sería hacia una república democrática sino hacia una teocracia islámica radical.

Otro hecho que sorprende es que el Pentágono haya enviado tan pocos efectivos a Irak si los comparamos con el tamaño de la población a controlar. Según unos estimados, en la Guerra de Vietnam la proporción entre soldados y habitantes era de 76 a 1; en cambio, en la pos guerra iraquí, estas cantidades ascienden a 150 iraquíes por cada marine desplegado. Tal vez a favor de la actual intervención se pueda aducir que la tecnología y los recursos logísticos son mayores y que el terreno no dificulta tanto las operaciones como los espesos bosques vietnameses. Podría darse cierta validez a estos argumentos pero lo que no cambia (en ambos casos) es el nivel de violencia desatada y el rechazo manifiesto hacia la ocupación.


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Con la elección congresal en la nuca este 7 de noviembre próximo, muchos ya dan por descontada una victoria del Partido Demócrata dado que el eje central de esta campaña es la guerra en Irak.

Ni si quiera el Grupo de Estudios sobre Irak, liderado por el ex secretario de Estado, James Baker, ha servido para disminuir la atención del electorado estadounidense sobre el conflicto. Salidas no hay muchas, y todas ellas implican admitir a la largo el fracaso de la política de la Casa Blanca para estabilizar el país. Una retirada progresiva sería vista como una derrota y animaría un posible golpe de estado contra el régimen pro norteamericano. Tentar la intervención de otros actores como Irán y Siria para detener la violencia miliciana echaría por la borda el discurso republicano que los califica como aliados y promotores del terrorismo internacional. Dejarlos entrar sería aprovechado por la propaganda iraní para mostrar a un EE.UU. débil e incapaz de resolver los problemas de medio oriente, es decir, provocaría que su participación en la región se encuentre aún más descalificada de lo que ya ésta.

Según el editorial del diario “El País” de España, “lejos queda la idea de un Irak democrático que irradiara a toda la región. Para la Administración Bush se trata, a lo sumo, de lograr una situación en la que el país se pueda gobernar y defender por sí mismo. Pero incluso este objetivo limitado parece hoy por hoy inalcanzable”.

Estas posibilidades se discuten mientras día a día aumenta la cifra de bajas estadounidenses en octubre (78 hasta ahora) y la ciudad de Amara fue escenario de la lucha entre dos bandos milicianos que se disputaban la ciudad, demostrando así la imposibilidad del primer ministro iraquí de hacerle frente al descontrol. Más credibilidad tienen las propias milicias como la Mahdi del clérigo chií Muqtada al Sadr "porque al menos ofrece seguridad y sale a responder los ataques de las brigadas suníes", según lo reporta el New York Times al corroborar esto entre chiítas iraquíes afectados por la violencia sectaria.

Algunos analistas han considerado que no sería impensable una eventual escisión de Irak, lo que desestabilizaría toda la zona. Pero no creemos que esto se produzca sin que antes intervenga Turquía, aliado de EE.UU. y miembro de la OTAN, quien en todo momento se ha opuesto a un Estado Kurdo en el norte. En el pasado los turcos se caracterizaron por reprimir brutalmente a este pueblo, empujándolos en muchos casos al exilio. Los suníes también serían radicales opositores a la separación, toda vez que las zonas que ocupan carecen de riquezas petroleras, lo cual no sólo afectaría su desarrollo económico sino su viabilidad como Estado; poniéndolos a merced de sus rivales chiítas, quienes se apoderarían del control de los pozos al igual que los kurdos de la parte septentrional.

Una opción más sensata sería la propuesta por el ex candidato presidencial demócrata John Kerry. No plantea irse ya de Irak. Pero habla de un repliegue escalonado, a culminar en el verano de 2007 con la sustitución de las tropas norteamericanas por las de países árabes y musulmanes prooccidentales. Tal posibilidad reduciría o suprimiría gran parte de los ataques contra objetivos occidentales y bajaría un poco la tensión (al mantener una presencia mínima y un bajo perfil en el territorio) pero no solucionaría el problema de la violencia sectaria ya que los bandos milicianos suníes y chiítas planean—como está visto--llevar sus diferencias más allá de la ocupación.

La decisión de dejar a las fuerzas iraquíes a cargo de parte de la seguridad del país no fue con la intención de darle mayor autonomía al Gobierno de Al Maliki sino con el fin de evitar que las tropas norteamericanas se expongan cada vez más a los incontenibles ataques de las guerrillas. Las fuerzas de seguridad iraquíes sólo son carne de cañón de los estadounidenses, quienes las utilizan casi siempre como primera línea de su ofensiva cuando atacan un blanco o realizan operativos en ciudades abiertamente hostiles.


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Lo que queda claro después de reflexionar un poco sobre la situación iraquí y echar mano de la mitología griega es que Bush de ninguna manera es Teseo, pero Irak sí es un laberinto.

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