lunes, 23 de octubre de 2006

War In Iraq: The Runaway Pride

Mientras se discute una probable retirada de la fuerza de ocupación norteamericana en Irak, la Casa Blanca tal vez debería tomar nota del caso irlandés, donde las facciones armadas desangraron por décadas al país y ahora es un arquetipo ideal de pacificación. Es decir, un claro ejemplo de lo que se debería hacer; y lo que realiza la actual Administración Norteamericana, de lo contrario. (War In Iraq)

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Mucho se comenta acerca del robusto modelo de crecimiento económico irlandés al igual que el de los países escandinavos, que ahora son, a no dudarlo, referentes ineludibles al momento de fijar metas en las naciones tercermundistas. Los paradigmas de desarrollo sostenido ya no son (o no lo son tanto) los tigres asiáticos, eclipsados tal vez por China, los colapsos de sus economías durante la crisis asiática y las recientes preocupaciones acerca de una carrera armamentista (debido a la nuclearización en la penìnsula coreana).

Irlanda muestra ahora un claro aumento de las inversiones de capital privado. Su PBI per capita o por habitante es el segundo más elevado dentro de la Comunidad Europea y su tasa de desempleo es una de las más bajas. En términos económicos muestra una envidiable salud cuando algunos años atrás esto era impensable. En el período 1995—2000 su economía creció 10% en promedio. El crecimiento del PBI permaneció estable y relativamente sòlido, con una tasa de alrededor del 6% en 2001 y 2002, pero se esperaba que esto cayera al 2% hacia 2003.

La agricultura, alguna vez el sector más importante, se encuentra actualmente empequeñecida por la industria y servicios con el software. Durante la última década se implementó una serie de programas económicos diseñados para refrenar la inflación, aliviar la carga impositiva, reducir el gasto del gobierno como un porcentaje del PBI, incrementar las habilidades de la fuerza laboral y promover las inversiones extranjeras. El Estado se unió a la iniciativa del euro en enero de 1999 (abandonando la libra irlandesa) junto con otras diez naciones de la Unión Europea. Este período de elevado crecimiento económico llevó a muchos a bautizar la República como el Tigre Celta. Sin dejar de lado, por supuesto, el apoyo financerio de la UE.

Pero toda esta prosperidad no hubiera sido posible sin la previa estabilización del país ya que desde 1994 el IRA (Irish Republic Army o Ejecito Republicano Irlandés) negoció con el Gobierno de Reynolds un alto al fuego indefinido, que luego desembocó en uno definitivo en abril de 1998 cuando La República de Irlanda, Gran Bretaña, las fuerzas políticas de Irlanda del Norte, incluido el Sinn Féin (brazo político del IRA) arribaron al acuerdo de paz, aprobado después en referéndum por el 94.4% de los votos, paso previo para la reforma de la Constitución en lo concerniente a los condados del Ulster (Nombre dado a Irlanda del Norte).

El caso irlandés puede ser aleccionador para el de Irak, toda vez que este país europeo experimentó tanto una violencia religiosa (entre católicos y protestantes) como política (entre independentistas irlandeses y colonialistas británicos). El escenario es similar en algunos aspectos como los destacados, a los que también habría que sumar las diferencias entre los unionistas y separatistas.

La revisión histórica de este proceso de reconciliación viene a nuestra mente en momentos que el Gobierno de Bagdad asumirá la seguridad de la mitad de las provincias iraquíes de aquí a fin de año. “De aquí a fin de año cerca de siete u ocho provincias, de un total de 18, serán bajo control directo de la seguridad iraquí”, ha afirmado viceprimer ministro iraquí, Barham Saleh, tras entrevistarse con el primer ministro británico, Tony Blair. Este encuentro se produjo mientras el secretario de Estado de Asuntos Exteriores británico, Kim Howells, dijo que “las fuerzas iraquíes deberían ser capaces de hacerse cargo de la seguridad en su país en el plazo de un año”.

Creemos, después de leer estas declaraciones, que no se puede transferir competencias (como la de la seguridad) ni establecer plazos para una eventual retirada en tanto y en cuanto no se logre la paz. Para que un Gobierno Iraquí esté en capacidad de asumir nuevas funciones requiere primero gozar de legitimidad. La cual no se obtiene un maniatado proceso electoral sino a travès de acuerdos de pacificación concretos. No basta que en un régimen estén todos representados sino que dichos actores sean capaces de arribar a conversaciones productivas, es decir, que el pueblo iraquí aprecie que las decisiones que se toman trascienden y no quedan en el mero discurso o la intención.

La clave para iniciar un proceso de paz està en construir partidos políticos o reconstruir los existentes ya que Sadam Hussein acabó con todos ellos o forzó al exilio a sus líderes desvinculándolos de la realidad iraquí y de su población. Esto es necesario por què la violencia sectaria debe ser canalizada por medio instituciones (partidos) con real envergadura en el panorama polìtico. Fundamental también es que los actores del futuro diálogo por la reconstrucción nacional de Irak sean aquellos que ahora encabezan las milicias, sin su concurso en la mesa de negociaciones será imposible pacificar el país. Como el diàlogo debe ser entre iraquíes, y sólo entre iraquíes, la participación de EE UU y Reino Unido debe ser moderada y abierta, descartando de antemano la exigencia de condiciones para sentarse a negociar. No podría obligarse, por ejemplo, que los insurgentes depongan las armas o las entreguen pero sí que establezcan un cese del fuego unilateral y que controlen a sus partidarios.

Durante las tratativas, como un gesto reciproco, se podrían suspender los operativos de la colación, estableciendo que cualquier violación a los arreglos iniciales implicará retornar a las condiciones originales. Las partes deben pues respetar y cumplir un mínimo requerimientos sin desean llegar a acuerdos mayores y más amplios.

Todo lo anterior deriva de la experiencia irlandesa, cuyas conclusiones deben ser observadas para alcanzar la paz en Irak. Cuando se produjo el proceso negociador céltico, los actores políticos acordaron abrir un diálogo sin exclusiones, es decir, con todos los grupos políticos involucrados (1993). Dicha paz fue posible porque se hicieron atrás enormes diferencias, al extremo que el IRA, organización que atentó sin éxito contra la ex primera ministra inglesa Margaret Tatcher en 1984, conformó y ratificó los pactos.

Los consensos sobre Irak sólo pueden concretarse en la medida en que las partes se reconozcan entre sí, esto es, como legítimas representantes de las facciones en conflicto y de los intereses en juego. Nadie puede ser excluido porque de lo contrario se podría reavivar o profundizar la violencia sectaria, desbaratando, de ese modo, los anteriores esfuerzos por encontrar una solución pacífica.

El rol de las potencias involucradas (EE UU y Reino Unido) deber ser conciliador ya que deben tener claro que lo que se está discutiendo en el fondo es la futura soberanía de un Estado ahora inviable. La paz es la condición necesaria para lograr un Irak autónomo, de ahí que lo que deben entender los ocupantes de Irak es que cuanto más fuerte hagan sentir su presencia o peso en las eventuales rondas negociadoras, más débil será el futuro Estado de Irak. Lo que queremos decir es que durante las conversaciones se estará definiendo o marcando el carácter del país. Es como si el proceso (que debe culminar en una nueva Constitución) fuera la partida de nacimiento del Estado Iraquí. Por eso es muy importante que EE UU y su aliado británico minimicen su papel o intervengan lo menos posible con el fin de que sean los propios iraquíes quienes determinen su destino.

Reino Unido conoce bien el caso y podría asesorar a EE UU, quien justamente carece de dotes negociadoras y antecedentes exitosos sobre la materia. No hace falta recordar su desastroso desempeño en Vietnam o en el actual asunto norcoreano. La historia política internacional estadounidense registra que esta potencia sólo ha sabido imponer sus condiciones cuando ha prevalecido, y más ahora que tiene pretensiones imperiales; en cambio, cuando se ha encontrado apremiada o en una situación sin salida, ha preferido dilatar las conversaciones, entorpecerlas o negar que estuviera en una encrucijada. Jamás ha aceptado la verdad ni su responsabilidad cuando la agobiaban las consecuencias de sus intervenciones armadas. Generalmente de prefiere dejar heridas abiertas y abandonar a países o grupos que anteriormente le habían servido como los mujaidines en Afganistán, tras derrotar a la Unión Soviética.

Washington hace mal al presionar a un Gobierno debilitado como el de Maliki, no puede exigirle que acabe con la violencia y ponga orden puesto que algo semejante no se logra con acciones represivas en una sociedad donde hay más fusiles kalashnikov que habitantes, sino a través de identificar a los representantes de las facciones y convocarlos a una mesa de diálogo.

Según The New York Times, la Casa Blanca estaría a punto de hacer esto si el Gobierno del primer ministro Nuri al Maliki no consigue frenar la violencia entre chiíes y suníes. “EE UU debe decirle que abandonará Irak” ese el mensaje de influyentes senadores republicanos y demócratas, que urgen al presidente Bush a que ejerza toda su presión sobre el Gobierno de Bagdad. Los políticos coincidieron ayer en que la Administración Bush tiene que amenazar al Gobierno iraquí con la retirada si no hay cambios en el actual descontrol.

Las declaraciones de los senadores más influyentes en política exterior coinciden con el intento de la Casa Blanca de contrarrestar el caos iraquí. Se especula que el general George Casey, responsable del despliegue, y el embajador de EE UU en Irak, entregará a finales de año al Gobierno de Irak un plan en el que por primera vez se pondrían fases y fechas para desmantelar las milicias armadas y para que los grupos étnicos lleguen a acuerdos de reparto del poder, según The Washington Post.

Las tropas norteamericanas, a medida que las iraquíes asumieran más tareas, se retirarían a sus bases, aunque habría asesores militares de EE UU en las divisiones iraquíes. El diario añade que en este calendario, del que se responsabilizará el Pentágono y que debería aplicarse a lo largo de 2007, no se incluirá la amenaza de la retirada de las tropas.

La estrategia de salida de EE UU del conflicto recuerda en demasía a la empleada por Nixon en Vietnam, pues ésta incluía una retirada gradual de las tropas norteamericanas pero con total apoyo económico y militar (asesores) al régimen de Van Thieu, cosa que no ocurrió pues en marzo de 1973 EE UU abandonó a su suerte al Gobierno Vietnam del Sur, lo cual provocó su inexorable caída el 30 de abril de 1975.

Sólo el porvenir dirá cuál será el desenlace final de este conflicto. Las guerras de Vietnam e Irak se iniciaron para alcanzar objetivos parecidos: contener el avance del comunismo en el sudeste asiático, por un lado; y detener la amenaza del fundamentalismo, por el otro. Dos peligros que en el primer caso se desvaneció porque los países asiáticos se transformaron en los famosos tigres del Asia, es decir, en capitalistas; y que, en el segundo, no existía en Irak hasta que se produjo la invasión.



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