miércoles, 8 de noviembre de 2006

Al Qaeda Beats Rumsfeld

Así como le pasó al ex jefe de gobierno español José María Aznar, ahora fue turno de Donald Rumsfeld. El próximo en caer podría ser el vicepresidente Dick Cheney si la situación en Irak se mantiene o empeora dado que este funcionario pertenece a la misma línea o ala dura del ahora ex inquilino del Pentágono.
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Mala jugada la de los republicanos pues si sacrificaban a Rumsfeld a tiempo tal vez no hubieran perdido el Senado y retenido más escaños en la Cámara de Representantes. El probable revés de los republicanos en el Senado provocó que Rumsfeld tome la decisión de renunciar porque este cuerpo legislativo, una vez en manos demócratas, consideraría seriamente su destitución, de ahí diera un premeditado paso al costado, adelantándose a los acontecimientos. Un cambio oportuno en la secretaría de Defensa posiblemente hubiera creado la imagen de enmienda que demandaban los demócratas, analistas y electores. Si algo sabemos de la cultura norteamericana es que ésta no tolera a los perdedores, a los losers, y Rumsfeld era uno de éstos.

Lo paradójico, porque la historia tiene esos giros, es que si bien la guerra de Irak permitió la reelección de Bush, ahora parece debilitarlo. Sin Al Qaeda en el horizonte, los republicanos estarìan a la deriva porque necesitan de un enemigo para justificar su presencia. Antes era el peligro del comunismo soviético y ahora la amenaza del fundamentalismo islámico. Podemos afirmar que si no se hubiese producido el atentado en el World Trade Center de New York y en el Pentágono, el liderazgo republicano seguramente deambularía y buscaría con quién confrontar nuevamente a los EE. UU. Su existencia depende en gran medida de los antagonismos son capaces de crear o inventar como lo fue el caso de Sadam Hussein, por ejemplo, antiguo aliado de los EE. UU. durante la presidencia de Reagan, cuyo acercamiento a la potencia estadounidense casualmente se produjo gracias a las gestiones del renunciante secretario.

El sustituto de Rumsfeld tendrá que vestirse de bombero para tratar de apagar el dantesco incendio dejado en Irak. Poco podrá lograr en Irak porque es tierra de nadie. Sólo le queda aprender las lecciones del sangriento proceso de paz irlandés pues a nuestro entender es el que más se le parece.

Lo que hace la no tan sorpresiva renuncia de Rumsfeld (dado que luego de las vejaciones en la cárcel de Abu Ghraib amagó con abandonar de la secretaría de Defensa, siendo disuadido de ello por el propio presidente Bush, quien le renovó su confianza) es darle la razón a los demócratas que exigían un cambio en el manejo de la pos guerra en Irak, así como su cabeza. Hizo bien en irse ahora antes de que comiencen las extenuantes citaciones al Congreso. Aferrarse a un puesto del que no goza de ninguna confianza le hubiera ganado mayores anticuerpos no sólo a él, sino a su partido. Era mejor no exponerse innecesariamente al ataque mediático de los demócratas y de algunos medios televisivos que en estos momentos difunden reportajes sobre su nefasto legado.

Creemos que fue lo más sensato apartarse ahora para que su salida no se magnifique después, es decir, que la cobertura electoral es propicia para emprender la huida sin despertar demasiados aspavientos. De haberlo hecho una vez culminado el frenesí de los comicios hubiera resultado contraproducente pues cuanto más tiempo permanezca en el cargo más ofende a aquellos electores que retiraron su apoyo a los republicanos, a quienes habrá que convencer nuevamente en el 2008 para que voten por ellos.

El futuro de los halcones sin Rumsfeld en el radar es incierto. Siempre estarán deambulando por ahí a la caza de momentos y oportunidades. Siempre rondarán los círculos de poder. Siempre habrá halcones pero su supervivencia depende de la presa que encuentren o fabriquen. Es decir, su existencia está directamente relacionada a la de los enemigos que pueda hallar y no de sus propias capacidades, en otras palabras, que necesitan rivales (reales o imaginarios) a quienes enfrentar para justificar su presencia. Se les podría comparar con los superhéroes de los comics o historietas que aparecen cuando cunde un peligro o arrecia una amenaza, con la gran diferencia de que no defienden la causa de la libertad y la justicia, sino la de sus propios intereses y agendas. En el pasado, en la década de los 80, el enemigo que magnificaron fue el de la Unión Soviética, cuyo colapso se produjo a finales de dicho período, luego de la caída del muro de Berlin en 1989. En el presente el enemigo esconde su rostro detrás de un velo. Una cortina, la de hierro, cayó para que se levante imaginariamente otra. Imaginariamente porque no existe tal división con el Islam en su conjunto, sino con un grupo bien organizado de fanáticos que temen la penetración del mundo occidental en el árabe.

El terrorismo islámico no es más que la respuesta a la prepotencia con la que la Casa Blanca interviene en los asuntos de la región más conflictiva del planeta. La perspectiva de los halcones, desde este punto de vista, es muy limitada, y nos atrevemos a decir que están al borde de la extinción, al menos la generación de Rumsfeld. De momento, sólo el impase norcoreano (al que alentaron a desarrollar capacidad nuclear luego de abandonar los acuerdos suscritos durante la Administración Clinton) o Irán (a quién también animaron a rearmarse al promover la estrategia de la guerra preventiva) representan serias advertencias por las que los ciudadanos norteamericanos deberían preocuparse y convocar eventualmente a los halcones para “despejar” los temores. Ellos, a la vez que siembran los peligros que posibilite su retorno, cosechan las tempestades que permite su alejamiento.

La proliferación nuclear y la militarización del espacio serán seguramente las principales inquietudes que origine su regreso, pero depende en gran medida de que los demócratas no desarrollen un perfil aguileño, garras e impulsos belicistas como sus derrotados rivales.

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