jueves, 9 de noviembre de 2006

Democrats: Full House / TLC undecided

America era una fiesta. Lo que se vivió el martes no se asemejará a la década del 20 del siglo pasado pero aún así conserva parte de su espíritu festivo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------
Aunque más que un festejo, la victoria demócrata representa un alivio de que el presidente Bush no contará desde enero con la anuencia de su numerosa bancada en la Cámara de Representantes y el Senado. La pérdida de ambos hemiciclos del Capitolio y la mayoría de gobernaciones equivale a jugar ajedrez sin peones, torres y caballos. Sin el blindaje proporcionado por el peso de su partido en el Congreso es más que probable que muchas de sus iniciativas legales sean rechazadas o postergadas si antes no presenta una "hoja de ruta" para Irak.

El asunto, si bien supone un duro revés para los republicanos, es a la vez un reto para los demócratas. Ahora más que nunca quedarán involucrados en la pos guerra y reconstrucción de Irak. Bush podría voltear la torta a su favor si logra convencer a los electores que la mayoría demócrata no le deja implementar los planes y medidas concretas que postula para resolver el conflicto iraquí. Aún así, pase lo que pase en Irak, él será considerado como el principal responsable ya sea del triunfo o la derrota en oriente medio. Aunque lo más probable sea lo segundo que lo primero. De hecho Irak es una "olla de presión"que fue destapada al derrocar innecesariamente a Sadam Hussein. Mal que bien, como ya lo habíamos dicho en anteriores entregas, el tirano sunita cumplía a la perfección el objetivo de detener tanto al fundamentalismo islámico iraní como al terrorismo de Al Qaeda. Como dictador de Irak disponía de pactos y alianzas con las tribus iraquíes, además de tener un control casi abosoluto del país gracias a su vasta red de inteligencia. Podemos afirmar que desarrollaba su rol a la perfección pues de permitir la penetración de las amenazas señaladas acabaría muerto o encarcelado como ahora.



Los demócratas y los TLC


En cuanto al partido vencedor de esta justa electoral, los desafíos que tiene que enfrentar son tan grandes como los de Bush pues a la guerra de Irak tiene que agregar a su abultada agenda una serie de promesas con las que se ganó parte de las simpatías de los votantes en algunos estados tradicionalmente republicanos.

El asunto que especialmente nos perturba es el de los tratados de libre comercio (TLC) , cuyas ratificaciones aún no se han producido en la Cámara de Representantes dada la rotunda negativa del este partido. El tema es particularmente delicado no sólo a nivel local o estatal sino internacional o regional pues está en juego el crecimiento y la estabilidad de dos países latinoamericanos como Perú y Colombia. Para países en vías de desarrollo como los nombrados, los TLC son vitales para asegurar el flujo de sus exportaciones que se han triplicado y duplicado, respectivamente, luego de la implementación de las preferencias arancelarias a través del ATPDEA, programa que permite que las importaciones de las naciones andinas ingresen sin pagar aranceles o tasas a cambio de reducir los cultivos de la hoja de coca, insumo esencial para la elaboración de la cocaína.

Congresistas demócratas como Charles Rangel se oponen a la aprobación de los tratados si es que los Estados beneficiados no se sujetan al cumplimiento estricto de sus propias normas laborales. Cabe destacar que los instrumentos de libre comercio contienen cláusulas que exigen que los firmantes respeten los derechos de propiedad intelectual, el medio ambiente y las leyes de trabajo que los rigen. El verdadero motivo de la objeción o reticencia de algunos políticos demócratas hacia los TLC se sustenta en la pérdida de empleos en sectores sensibles como los manufactureros, pesqueros y agrícolas. Temor no deberían experimentar al menos hacia los países de estas latitudes puesto que sus economías son básicamente complementarias con la norteamericana; más bien nosotros sì deberíamos preocuparnos de que sus productos subsidiados como el maíz amarillo, algodón, caña de azúcar, entre otros, inunden nuestros mercados y arruinen a los campesinos alto andinos. Para Perú resulta imposible competir con este tipo de bienes pues no puede proteger adecuadamente a sus productores agrarios, aun cuando ha acordado una desgravación paulatina y un paquete monetario que compense sus pérdidas.

Podemos imaginar diversos escenarios pero no uno en el que los TLC no sean confirmados por los representantes. La razón para ello se basa en que tanto Perú como Colombia representan piezas importantes dentro del subcontinente americano ya que se encuentran en la primera línea de contención de las aspiraciones geopolìticas del presidente venezolano, Hugo Chávez. La no aprobación de los tratados puede generar un clima de inestabilidad en ambos países que aprovecharía algún candidato chavista para hacerse de alguna presidencia. El riesgo es demasiado grande como para dejar a la deriva a dos Estados que además tienen que afrontar enormes problemas internos como la inseguridad, la desocupación y la pobreza. Cerrar parcialmente las puertas del gran mercado norteamericano supondría un duro golpe para dos gobiernos pro capitalistas que acaban de ganar sus respectivas elecciones. La fragilidad natural de las democracias latinoamericanas no augura un buen porvenir si no se firman los acuerdos de libre comercio, y eventualmente podría echar por tierra las reformas económicas realizadas durante los 90 pues forzaría a estos Estados a proteger aún más sus mercados internos.

Lo más conveniente en estos momentos sería por lo menos prorrogar los ATPDEA ya que los inversionistas y compradores de nuestros bienes necesitan la seguridad de que los beneficios arancelarios continuarán por un tiempo hasta que se defina la posición de la nueva mayoría demócrata. Dicho partido debería saber que los puestos de trabajo no han sido trasladados a Sudamérica sino que se han mudado China, India, Irlanda, el sudeste asiático, México, y, en menor medida, a Centroamérica. Nuestros países no son destacados ni prominentes fabricantes de manufacturas, de ahí que sus temores sean infundados. En cambio, China y los tigres del Asia si lo son, y más cuando deliberadamente devalúan sus monedas (como el yuan) con la intención de hacer sus exportaciones más competitivas, sin dejar de lado el hecho de que la nación de la Gran Muralla mantiene degradantes estándares laborales. También habría que mencionar que China subsidia a muchas de sus empresas, otorga préstamos a tasas de interés preferente a través de los bancos que controla y es un coloso en materia de piratería industrial .

México, por ejemplo, a raíz del NAFTA de 1994 (Tratado de Libre Comercio tripartito entre EE.UU., Canadá y México) se ha visto beneficiado con la instalación de plantas automotrices, de artefactos eléctricos y textiles (maquilas). Parte de la producción industrial de Estados Unidos se ha ido a la nación azteca donde las remuneraciones y los impuestos son menos elevados. El heredero de la gran civilización Maya tiene además una particularidad que no posee ningún otro país emergente: una extensa frontera con EE. UU. Dicha proximidad geográfica ha sido un factor determinante a la hora de decidir el montaje de una planta o fábrica en su territorio. Si los trabajadores norteamericanos están perdiendo gradualmente sus empleos se debe a las mejores condiciones para la inversión que ofrecen estos Estados, que consistenten en: bajos salarios, escasa fiscalización de las leyes laborales, incentivos económicos y mínimas tasas impositivas representan un bocado demasiado apetitoso como para ser desaprovechado por cualquier empresario deseoso de maximizar sus ganancias lo más pronto posible.

Según The Wall Street Journal, “la autoridad del fast-track del presidente republicano—que le permite someter acuerdos comerciales al Congreso para su aprobación o rechazo, pero sin permitir enmiendas—expira en julio de 2007 y es poco probable que un Congreso demócrata vuelva a otorgar este amplio poder al mandatario”.

Poco tiempo nos queda si queremos promover la votación del tratado antes de que asuma la nueva mayoría demócrata. Las cartas para obtener su aprobación dependen en gran medida de que nuestras autoridades convenzan a sus pares legislativas que los TLC son asuntos de vida o muerte para nosotros, por lo menos en el mediano plazo. Nuestra supeditación al mercado estadounidense nos obliga a valernos de cualquier argumento razonable, por ello no deberíamos escatimar en recursos que podrían servirnos para tal finalidad. Dado que no contamos con otros acuerdos de libre comercio con otras potencias o bloques económicos nuestra sujeción es doble pues será muy difícil encontrar mercados sustitutos para nuestros productos, principalmente textiles y agrícolas.

La indefinición sobre esta materia ya está causando algunos percances en el sector de confecciones peruano pues cada vez se están realizando menos pedidos del exterior, particularmente prendas de algodón (han experimentado un decenso de 4% el mes anterior). Una desaceleración de las exportaciones no tradicionales produciría una inevitable caída del impuesto a la renta que genera dicha rama, sin contar con los empleos que inevitablemente se perderían. La gravedad del asunto radica en que si luego se ratifica el TLC, nuestros compradores ya habrán suscrito contratos de aprovisionamiento con otros proveedores, dificultando así las posibilidades de desarrollo de la industria textil incaica. El mercado de EE.UU. será seguramente abastecido por empresas de África, China o Centroamérica, cuyos costos de producción probablemente sean menores a los nuestros.

Lo de Colombia tal vez podría ser más grave porque enfrenta problemas mayores que el Perú. Sumar una preocupación más a su habitual inestabilidad política implicaría colocarla al borde del abismo. Sinceramente no creemos que Colombia sea abandonada y menos cuando el país cafetero representa su prioridad numero uno en la región dado que la Casa Blanca elaboró un programa de cooperación especial conocido como el “Plan Colombia” de 1999, sustentado básicamente en la seguridad y pacificación del país azotado por más de cuatro décadas de violencia guerrillera y paramilitar. Parte del citado plan, ideado por el ex presidente demócrata Bill Clinton y el ex mandatario Andrés Pastrana, incluye objetivos específicos para generar una revitalización social y económica, terminar el conflicto armado y crear una estrategia antinarcóticos. La intención o propósito consistía en procurar un mercado para los productores colombianos que cultivan la hoja de coca con el fin de acelerar la erradicación del principal insumo del narcotráfico, actividad ilícita que a su vez representa una de las fuentes de financiamiento de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), la guerrilla más antigua y poderosa del país.

De este modo tanto el “Plan Colombia” como el TLC se entrelazan pues no será viable la erradicación voluntaria por parte de los
campesinos cocaleros si primero no se asegura un producto rentable cuya demanda esté garantizada en el extranjero; de lo contrario, los agricultores de la nación andina retomarán inexorablemente la siembra del milenario cultivo.

Esperemos que los legisladores demócratas reflexionen y se documenten un poco más acerca de la problemática latinoamericana, en particular sobre la peruana y colombiana. Lo peor que podrían hacer es generalizar y meter a todos los países con los que EE. UU. firmó un tratado dentro de un mismo saco puesto que cada instrumento provocó o provocará una consecuencia distinta.

No hay comentarios: