jueves, 15 de febrero de 2007

Bill Richardson para presidente

Pocas veces he develado mi simpatía por algo o por alguien, pero en este caso voy a hacer una excepción pues Bill Richardson, el gobernador demócrata de Nuevo México, acaba de anunciar su precandidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Su postulación es la novena en un partido que goza de una inusual aceptación popular debido a las torpezas de sus adversarios. Prácticamente se podría decir que parte del caudal electoral recuperado por los demócratas se debe a un efecto de rebote, es decir, a la consecuencia de un electorado descontento con las opciones políticas más conservadoras.

La candidatura de Richardson se suma a la ola renovadora de un partido que por primera vez postula a una mujer, un afroamericano y un descendiente de hispanos. No sólo las caras son nuevas, sino también los discursos que pregonan, aunque todos coincidan decididamente en “reparar el daño hecho al país”. Las novedades en el Partido Demócrata chocan con la apuesta tradicional republicana de nominar al senador John McCain, y al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, dos aspirantes gran trayectoria política y particularmente distanciados del presidente Bush.

Tal vez la candidatura de Giuliani, quien tuvo un éxito sensacional como alcalde de la “ciudad que nunca duerme”, pueda representar un duro desafío para cualquier aspirante demócrata a la Casa Blanca. Su carisma, experiencia, respaldo financiero y cercanía con diversos grupos étnicos se consideran elementos a su favor. En contra, es decir, entre sus debilidades se encuentran su desconocimiento de las relaciones internacionales (política exterior) y su confesión católica en un país de mayoría calvinista (protestante). Hecho que tal vez no signifique nada hoy en día ya que John F. Kennedy, católico como él, fue elegido presidente, aunque fue el primero desde George Washington, y desde entonces, ningún otro católico ha ganado la presidencia.

Su credo político es más bien moderado y de centro, en las antípodas de la contrarrevolución conservadora que abanderó Newt Gingrich. Favorable al aborto, defensor de los derechos de los homosexuales y partidario de rigurosas medidas para el control de las armas, hay quien le consideró en alguna oportunidad como el Bill Clinton de los republicanos.

A diferencia de Giuliani, Richardson es un conocedor de los asuntos exteriores pues fue embajador en la Naciones Unidas durante la Administración Clinton, además presidió comisiones de paz y fue representante de EE UU en Cuba, Iraq y Corea del Norte, entre otros países, en los que negoció exitosamente la liberación de presos políticos y funcionarios de la Cruz Roja. En su haber también se cuenta la misión que desempeñó en enero de este año en Sudán, en procura de una tregua en el conflicto de Darfur, en la que consiguió un cese al fuego de 60 días.

Como ex secretario de Energía de 1998 a 2001, Bill Richardson cuenta con los conocimientos y experiencia suficientes como para iniciar cambios y reformas en ese sector. Luego de haber sido designado para ese cargo, puede tener una visión mucho más clara acerca de cómo reducir la dependencia del petróleo extranjero y disminuir las emisiones de CO2, que son responsables del efecto invernadero y del alarmante cambio climático.

Por si fuera poco, tras su buena gestión en Nuevo México, un Estado tradicionalmente republicano, fue reelegido con la más alta votación jamás registrada, un 69%. En su primera postulación como gobernador obtuvo 56% de los votos contra el 39% de su rival republicano de aquel entonces. Esto quiere decir que su respaldo entre una y otra elección aumentó en 13%, siendo además designado por ello como presidente de la Asociación de Gobernadores Demócratas.

Un dato adicional y no menos importante es que fue el primer hispano elegido como gobernador en Estados Unidos y también podría ser el primer presidente de ese origen. Su popularidad en Nuevo México sería fundamental para recuperar la escasa de influencia del Partido Demócrata que en las últimas elecciones presidenciales se inclinó por Bush en detrimento de John Kerry.
Sus raíces latinas pueden jugar a favor ya que podría convocar más fácilmente el disgregado y displicente voto hispano. Su conocimiento del fenómeno inmigratorio será fundamental pues su Estado nativo, Nuevo México, padece los problemas de la inmigración ilegal al compartir frontera con los Estados Federales Mexicanos. Sobre este tema en particular, su posición es muy similar a la de la senadora Clinton, ya que ambos consideran que debe existir un programa que regularice a los indocumentados a la vez que refuerce los controles migratorios en la frontera. A su entender, el costoso muro que planea construir la Administración Bush no resolverá ningún problema pues más del 44% de los ilegales llega a EE UU a través de los aeropuertos y otras vías terrestres o marítimas. “Sólo con una política que aliente la migración legal y desaliente la irregular se podrá resolver los problemas de la inseguridad en los bordes”, ha dicho en más de una oportunidad.

Nominado cuatro veces al Premio Nobel de la Paz, sus esfuerzos a veces en solitario para tan noble propósito han conseguido resultados que ni la presión internacional u otras mediaciones han logrado.

En cuanto a Iraq, Bill Richardson, experto en Medio Oriente, demanda como muchos votantes el retiro inmediato de las tropas en ese país. Sin embargo, pese a esta controversial invocación, se estima que de llegar a la presidencia inicie un repliegue gradual de los efectivos acantonados en Iraq. Richardson sabe bien que la reputación de EE UU se ha desmoronado a raíz de ese conflicto, por ello busca restaurar la posición de EE UU como líder de la comunidad internacional.
Sus preocupaciones por la energía renovable y aumentar los empleos mediante incentivos fiscales han sido productivos pues en su Estado se han registrado 84, 000 nuevos empleos, a pesar de que su gobernación es una de las más “pobres” de la Unión. En su mensaje a la nación anunció su intención de revitalizar la confianza en el Gobierno federal -tanto interna como externa-, pues sólo de esa manera podría convocar la participación de otros actores internacionales para resolver de manera conjunta las graves repercusiones terrorismo internacional o del medio ambiente.

Cabe recordar que cuando EE UU actuó por su cuenta fracasó en cuanta misión interventora por el mundo. En el pasado, la conjugación de fuerzas no sólo dio resultados, sino también legitimidad a las acciones de pacificación. Sólo basta citar los ejemplos recientes de la Primera Guerra del Golfo autorizada por la ONU o la intervención de la OTAN en los Balcanes (ex Yugoslavia), para comprender que una respuesta unilateral y no global a los problemas es insuficiente para resolverlos.

Respecto a utilizar su ascendencia latina como anzuelo durante la próxima campaña, Richardson –de 58 años de edad y cuya madre era mexicana- dijo que aunque está orgulloso de su legado hispano, pretende que su campaña sea “auténticamente estadounidense” y para ello se ocupará de los asuntos principales que interesan a todo el país.

Su decisión no puede ser más atinada ya que en el contexto actual, de crecimiento espectacular de la minoría hispana, el “sello” hispano se perfila como un arma de doble filo. La pérdida de empleos a manos de los latinos por parte de la comunidad afroamericana puede traducirse en un voto de rechazo hacia la candidatura de raíces latinas del gobernador de Nuevo México.

En cuanto a los republicanos, las posibilidades de Giuliani van tomando cuerpo pues aventaja al trajinado McCain, senador por Arizona, en 7%. Quienes todavía dan con alguna opción la designación de John McCain deberían tomar en serio los sondeos que lo muestran perdedor en todas las encuestas. En promedio, la ventaja de la senadora demócrata es superior al 5%. Esta diferencia podrá parecer mínima y tal vez remontable, pero lo que no dicen los resultados preliminares es que Hillary tiene un techo mucho más alto para crecer que el propio McCain, quien hasta hace poco defendía las posiciones más recalcitrantes de la actual Administración.
Un error que se le puede atribuir a la senadora Clinton es su apoyo inicial a la guerra en Iraq. Hecho que sin duda saldrá a relucir durante la campaña por parte de sus contrincantes republicanos y demócratas. En su favor se podría argumentar que connotados miembros de su partido también lo hicieron, pero no como comúnmente se quiere interpretar, es decir, por una razón de oportunismo político; sino más bien por la obligación de respaldar al propio país en guerra. Si el país de cualquiera de nosotros decidiese atacar a otro no queda más que apoyarle -aunque las motivaciones sean insuficientes y escasas -, pues nadie desea su derrota y menos cuando están en juego las vidas de tantos connacionales. Querámoslo o no, estamos entre la espada y la pared, en una especie de disyuntiva de la que parece no haber salida toda vez que si negamos nuestro apoyo podemos ser percibidos como traidores y volcar a la opinión pública en nuestra contra.

En aquel entonces, cuando Bush resolvió la confrontación bélica con Iraq, el país se encontraba profundamente consternado por el ataque del 11-S y quería venganza. Hussein era fácilmente identificable como enemigo -como chivo expiatorio más bien- pues en 1991 las tropas de la coalición internacional, lideradas por EE UU, se habían enfrentado a sus divisiones y liberado al emirato kuwaití, previa manipulación mediática. Ir contra esa tendencia hubiese significado un descrédito para los opositores. Sé que la actuación de muchos demócratas dejó mucho que desear pues avalaron una de las ocupaciones más injustas y nefastas. Su falta de agallas puede explicarse por lo anterior y no necesariamente por las motivaciones señaladas, ya que nada ganaron respaldando una intervención que se ha convertido en la espada de Damocles para los republicanos y para EE UU.

Como política con aspiraciones de estadista, hubiese sido digno por parte de la senadora Clinton marcar la diferencia, esto es, apartarse de la corriente belicista, pero decidió apoyar, con algunas reticencias, el camino que condujo al desastre. Con o sin su respaldo, los preparativos para la guerra no se hubieran detenido, pero probablemente sí su carrera como senadora y su posterior nominación a la presidencia. No olvidemos que el cargo que ocupa lo hace por Nueva York, Estado que sufrió los mayores atentados durante el fatídico 11-S.

En todo caso, ser oportunista en política no es ningún pecado y suele ser una virtud si se aprovecha muy bien el momento. El mismo Winston Churchill se la pasó alertando en el Parlamento británico, a pesar de las duras críticas, los grandes peligros que representaba el nacionalsocialismo hasta que llegó su oportunidad durante la guerra. Tal vez la senadora Clinton debió remar contra la corriente como Churchill; sólo que en vez de apostar por el belicismo como el ex primer ministro inglés; debió respaldar iniciativas totalmente contrarias.

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