jueves, 15 de febrero de 2007

EE UU y Roma

Si nos detenemos en el legado histórico de Roma se podrá apreciar que las prácticas de los Estados Unidos no son muy distintas respecto a las del antiguo imperio. Pero claro, una diferencia que salta a la vista entre EE UU y Roma es que el primero no pretendió expandirse más allá de determinados límites, es decir, no trató de anexar otros territorios con culturas y pueblos distintos al suyo (difícilmente asimilables a su sistema de creencias), salvo por las islas que conforman a Hawai. Roma, en cambio, buscó ser un imperio multicultural pues respetó hasta cierto punto las costumbres y prácticas religiosas locales, bajo la “Pax Romana”. Esto debido a que dentro de su sociedad se dio inicio a la incipiente separación entre Estado y religión, verificables a través de su derecho. Roma de alguna forma abrazó el ideal de Alejandro Magno de constituir un gran imperio gobernado por las mismas leyes, pero “respetuoso” de las particularidades de cada pueblo.

EE UU, por su parte, pretendió dominar el mundo de otra manera muy diferente ya que era más fácil conquistarlo por medio de sus instituciones económicas (FMI, BM, el patrón dólar, las tasas de la Reserva Federal, los bonos del tesoro, etc.); pero, principalmente, gracias a la influencia de su cultura. Roma tal vez haya sido más receptiva a los aportes culturales de los pueblos que conquistó puesto que adoptó la religión de los griegos, así como muchas de las tradiciones egipcias, persas, fenicias, cartaginenses, etc.; aunque EE UU también se valió del aporte de los inmigrantes para enriquecerse y reinventar los bienes que éstos traían para convertirlos en productos de consumo masivo.

La industria cultural es tan importante que a partir de ésta EE UU puede reproducir sus valores y su sistema de creencias en otras sociedades, así pudo globalizar una “cultura del consumo” e instituir el “modelo americano” como única manera de alcanzar el progreso. Por algo China protege a sus ciudadanos de la sobreexposición a la cultura norteamericana (ya que a través de ésta Norteamérica ha logrado sus mayores conquistas).

Sin disparar una bala EE UU nos convenció por largo tiempo de que había una sola forma de hacer las cosas: la suya, a la manera americana. De ahí que hayamos asumido, ante la celeridad de su asombroso desarrollo, que ese era el camino para tentar el despegue. La aplicación de políticas de liberalización económica y libre mercado durante los 90 encuentra sustento en este encaprichamiento con el “sueño americano”, esto es, con la posibilidad de repetir su éxito económico sin la necesidad de migrar hacia el norte.

Paradójicamente cuando EE UU recurrió a las armas no fue tan exitoso pues en su haber se encuentran varias guerras pérdidas (la de Vietnam) y algunos empates (la de Corea). Sin dejar de lado que sus intervenciones militares crearon nuevos problemas humanitarios a los que inicialmente existían.

Una similitud muy palpable entre Roma y EE UU pasa por la forma en que entienden la ciudadanía o, mejor dicho, por el modo que conciben y reconocen derechos a quienes no son sus ciudadanos. Roma, por lo general, distinguió muy bien no sólo dentro de sus propias clases sociales, a saber: entre patricios y plebeyos; sino entre romanos y extranjeros. Éstos últimos tenían ciertos derechos que no es igual a tener “todos” los derechos. Ser ciudadano en Roma garantizaba la intangibilidad o integridad del cuerpo, esto es, el respeto por la vida. Por algo Saulo de Tarso (San Pablo) pudo ser juzgado ante una corte romana dado su estatus ciudadano.

Lo de la ciudadanía es importante porque por medio de ella EE UU establece un doble estándar, en otras palabras, concede, reconoce u otorga determinados derechos y privilegios. Así, cualquiera que no sea norteamericano en la actualidad corre el riesgo de ser detenido arbitrariamente y conducido a un interrogatorio ilegal. Esto lo hemos descubierto hace poco por algunas revelaciones de la prensa europea que dan cuenta de las operaciones clandestinas de la CIA sobre el viejo continente. Lo que permite este accionar son ciertas “leyes” elaboradas bajo el pretexto de la seguridad nacional y conjurar la amenaza terrorista; pero hechas con el único fin de controlar cada vez más a la sociedad.

Se podría decir que dentro de su territorio y para sus ciudadanos y aliados existen todos los derechos; y que fuera de sus límites o nacionalidad reside la barbarie.

Ahora, en cuanto a la de la responsabilidad de los pueblos ésta es inexistente. Tal vez podría haber cierta complicidad moral por el hecho de apoyar una determinada política o gobierno pero no cabe acusar a un pueblo. En todo caso, si una población ha de pagar algo será económicamente a través de las sanciones y reparaciones que se le impongan al Estado infractor. Para el derecho, el único sujeto de responsabilidad internacional es el Estado, es decir, la figura jurídica a través de la cual se da personificación a una serie de elementos que lo componen (como territorio, pueblo, gobierno y soberanía). Éste es finalmente el responsable por cualquier acto o acción u omisión que involucre su participación en hechos reñidos según la normativa supranacional.

Cuando se hable de sanciones para un pueblo estas serán siempre marginales o indirectas puesto que no cabe calificar jurídicamente su actitud. Lo que sí podemos hacer es individualizar las culpas e investigar si algún civil apoyó las cuestionadas acciones de su Estado, es decir, si colaboró con la represión, apropiación, destrucción, etc.

Los norteamericanos son conscientes de su impopularidad que sí y no a la vez, ya que muchos no han salido de EE UU y poco les importa lo que los demás piensen. Existe, eso sí, mucha ignorancia en EE UU, sobre todo en su clase baja y también alta (prejuicios más que nada), por algo aplaudieron durante años las controversiales políticas de la Casa Blanca. La clase intelectual en Norteamérica está aislada y rara vez es escuchada o conocida por la gente de otros estratos. La desinformación y manipulación campean por otro lado, aunque a menores niveles de los registrados hasta hace un par de años pues algunos medios le han dado la espalda al gobierno.

El ciudadano estadounidense sólo presta atención a los conflictos en los que participa su país cuando no está ganando, esto es, cuando no obtiene los resultados que esperaba en el tiempo anunciado. Sólo así se preocupa, más por la pobre imagen que le genera la guerra en Iraq, que por los daños que causa. Es difícil lograr un mayor involucramiento del electorado mientras las bajas no aumenten. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, el activismo era fuerte no sólo por la época o la corriente pacifista, sino porque los caídos en acción superaron los 50 000, sin dejar de lado que la mayoría no recibió un buen entrenamiento. La pérdida de tantos jóvenes y de manera inútil, en una guerra provocada por Washington, que mintió sistemáticamente no sólo sobre sus orígenes, sino tambien sobre su desarrollo, hizo que la indignación se instalara en el imaginario colectivo. La presión social fue tan fuerte que creó otro “frente” de batalla en su propio territorio, lo que sumado a sus errores militares, precipitó finalmente su derrota.

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