viernes, 9 de marzo de 2007

Bush y Lula: geopolítica y paradojas del etanol (primera parte)

Para muchos la gira latinoamericana del presidente estadounidense George W. Bush está relacionada con la influencia de Venezuela en el subcontinente americano cuando en realidad las razones parecen estar más allá de la región. Al parecer, el “tour” sudamericano de la Casa Blanca apunta a contrarrestar el papel preponderante de la Unión Europea (UE) en materia ambiental y energías renovables. La apuesta de la UE para disminuir en 20% las emisiones de gases causantes del efecto invernadero y aumentar el consumo de energías limpias iban a dejar muy atrás las iniciativas de Washington para atenuar los efectos del cambio climático que, hasta su reunión con el presidente brasilero “Lula” da Silva (para desarrollar un mercado internacional de biocombustibles), sólo habían quedado en buenas intenciones y propósitos.

De modo que las reuniones de Bush con su par brasilero sirven para que el mandatario norteamericano no quede rezagado respecto de la UE. Además, no se descarta que la visita a la parte austral del continente sea utilizada para revertir la mala imagen de Bush en América Latina al tratar de convertir a su país en abanderado de las energías renovables.

Otra de las razones que explica el súbito interés de su administración por los biocombustibles, en especial por el etanol, es la intención de reducir la dependencia de su país por petróleo extranjero, en particular del que importa de Medio Oriente (Arabia Saudita) y Venezuela. A raíz del fracaso norteamericano en Iraq, nación que posee las segundas reservas en importancia de crudo, EE UU ha perdido la confianza de que el suministro iraquí se convierta en su principal fuente de energía a largo plazo. De ahí que considere la posibilidad de explorar otras fuentes energéticas como el etanol.

Dada la espiral de violencia que envuelve a Iraq y las presiones internas (principalmente de los demócratas que controlan en Capitolio), Bush se ve obligado a considerar más que nunca la salida de las tropas estadounidenses aunque no lo diga en público. Su plan para el convulsionado país sólo le dará unos cuantos meses más antes de que resuelva la retirada de los efectivos desplegados en Oriente por etapas. La ausencia de fuerzas norteamericanas en el Golfo significará que los enormes recursos petrolíferos de Iraq queden a merced de la insurgencia y del terrorismo internacional de Al Qaeda. Eso hará que el precio del petróleo sea más inestable a futuro y con tendencia al alza.

La situación en el resto de la región será igual de caótica porque hay un resurgimiento de corrientes fundamentalistas (en la actualidad controlan Irán, otro de los principales exportadores de petróleo del mundo). James Woolsey, ex director de la CIA entre 1993 y 1995, lo resume de la siguiente manera: “El futuro de nuestra seguridad económica y nacional está, hoy más que nunca, aparejado a nuestras políticas energéticas". Para este reputado experto en inteligencia una serie de “autocracias y dictaduras pueden usar su riqueza (petrolera) para desestabilizar el sistema internacional”. Como la mayoría de los recursos aludidos están en manos de ese tipo de gobiernos, el futuro de occidente depende en encontrar o desarrollar nuevas fuentes energéticas para compensar la volatilidad de sus precios y la inestabilidad de su suministro.

Para colmo de males, el mercado de petróleo forma parte de un cartel como la OPEP que reduce su producciòn para mantener altos los precios, y aumenta su flujo para abaratar el barril de crudo, así logra desincentivar el desarrollo de energías alternativas como el etanol que requieren de un precio elevado del petróleo para poder competir con éste.

De otro lado, al emerger nuevos actores internacionales (en realidad viejos), como China y la India, la subida de la cotización del hidrocarburo ha pasado a depender en gran medida de la sed de la demanda. Algo que no se había registrado en este mercado desde su constitución. Todos estos factores han motivado a EE UU a dirigir nuevamente su mirada a Latinoamérica, ya que a partir de las alianzas y compromisos que logre, podrá asegurar el suministro de biocombustibles con el fin de reducir su consumo de petróleo proveniente de Oriente Medio.

Cabe destacar que esta estrategia es de corte geopolítico porque la producción de este tipo de carburantes limpios o “verdes” resulta mucho más costosa que la de explotar combustibles tradicionales. La industria de los biocombustibles no se hubiera podido desarrollar sin la permanente asistencia gubernamental, esto es, subsidios, incentivos tributarios, préstamos blandos, etc., que no sólo se orientan a los productores de combustibles ecológicos, sino también a los agricultores.

Además, tal como lo afirma Jean-Michel Severino, ex vicepresidente del Banco Mundial, “la energía limpia es víctima de la competencia injusta de los combustibles fósiles. El precio del petróleo refleja sus costes de extracción, refinamiento y distribución, pero no los de la creación de la materia prima. Para producir un litro de petróleo son necesarios millones de años y 200 toneladas de materia vegetal, mientras que para producir combustible sintético son necesarios apenas 15 kilogramos”. Es decir, que la materia prima para generar biocombustibles como el etanol o biodiesel tiene que obtenerse luego de un costoso proceso de transformaciòn pues los combustibles fósiles sólo se extraen de la naturaleza (del subsuelo terrestre o marino).

Ahora, la geopolítica entra en la ecuación energética ya que al disminuir gradualmente el consumo de combustibles fósiles, el poder e influencia de las petronaciones islámicas decaerá sensiblemente. Es parte del efecto dominò consistente en sustituir total o parcialmente un combustible por otro. Las repercusiones de la iniciativa global de la Casa Blanca con respecto al etanol haría que la principal fuente de recursos de los países contrarios o “enemigos” de occidente decaiga.

Esto indudablemente abre paso a una serie de reformas, cambios y transformaciones que son necesarias introducir en el mundo islámico ya que uno de los mayores obstáculos para llevarlas a cabo ha sido la riqueza petrolera con la que las autocracias satisfacían mínimamente las necesidades de los empobrecidos musulmanes y generaban cierta “estabilidad” (o control, más bien).

Recordemos que los cuantiosos ingresos petroleros mantuvieron por años a tiranos como Saddam Hussein en el poder, así como a muchos otros autócratas. De ahí que sea posible que la caída de los fondos que se perciben por la venta de estos recursos obligue a las sociedades del mundo árabe a cooperar y estrechar lazos con Occidente, que seguramente exigirá a cambio mayor apertura para la democracia y las libertades fundamentales.

El citado ex funcionario norteamericano, James Woolsey, también destacó en una entrevista concedida al diario El País de España, que resulta prioritario que EE UU diversifique “su suministro de combustible y sustituirlo en el sector del transporte, que comprende el 97% de nuestra energía para automóviles y camiones, para que en vez del petróleo convencional utilice un sistema fiable basado en combustibles y vehículos de última generación”.

Una de las motivaciones ocultas de Washington para impulsar el mercado de los biocombustibles es que éste puede ser una actividad rentable para sus industrias locales y agricultores. La Administración Bush se vale del cambio climático y de la dependencia del petróleo foráneo para promover un negocio en el que han puesto sus ojos las megacorporaciones de su país. Más que presidente de una nación desarrollada, Bush hace las veces de agente comercial o representante de los conglomerados empresariales de su paìs, que están interesados, en este caso, en las oportunidades de "oro" que genera la problemática ambiental.

Así pues, Bush encuentra una causa conquè disfrazar y legitimar sus verdaderas intenciones al tiempo que mejora su imagen como líder preocupado por los nocivos efectos del calentamiento global.

La mayoría parece no darse cuenta de que la política de subsidios agrícolas norteamericanos, que datan de los años 30 del siglo pasado, encontrará nuevas y poderosas razones para perpetuarse, perjudicando a los productores de granos Latinoamérica y África ya que EE UU se verá más comprometido que nunca a mantener las ayudas a sus campesinos pues de ello depende tanto su seguridad nacional como energética. De modo que ya no habrá dos, sino hasta tres fundamentos de peso por los que EE UU no eliminará las distorsiones que causa al comercio mundial de alimentos.

Si las primeras razones para subsidiar eran de naturaleza alimentaria y para proteger de la competencia a sus ineficientes productores agrarios; ahora los impedimentos se han trasladado al terreno de las cuestiones energéticas.

Con el rotulo del medio ambiente, Bush está impulsando descaradamente una nueva forma de justificar y extender la política de subsidios a sus productores agrícolas, quienes tradicionalmente han representado el bastión republicano que le otorgó el triunfo en las últimas elecciones presidenciales.

Por si fuera poco, con ese tipo de medidas apoya a compañías que financian las campañas republicanas como Archer Daniels Midland (ADM), grupo alimentario que integra la lista de las 500 mayores compañías del planeta y que se embolsó unos 2 mil millones de dólares al año en subsidios. ADM es el mayor productor de etanol, una de las energías con más potencial de negocio en EE UU ante el elevado precio de los productos petroleros. Esta corporación encabeza el "lobby del etanol", y destaca por su contribución económica a campañas electorales.

Los recientes cambios en la ley agrícola estadounidense son fiel reflejo de esta situación ya que más agricultores se beneficiarán al reducirse el techo de ingresos obtenidos. Así, el Partido Republicano ensancha su base o colchón electoral de cara a futuras citas electorales donde los beneficiados saldrán a defender los subsidios con su voto.

El pronóstico es que las protecciones continuarán, así como las que se otorgan a la producción de etanol. En EE UU los biocombustibles surgidos de la producción de etanol de maíz se benefician actualmente no sólo por las caudalosas ayudas que reciben, sino por las barreras comerciales que Washington impone a las importaciones de ese combustible “verde”.

Ahora, EE UU protege su mercado -a sus agricultores e industriales- al establecer una arancel equivalente a 54 centavos de dólar más una sobretasa de 2.5%. Si bien Brasil produce ese combustible de manera más eficiente a un costo de 80 centavos de dólar por galón, menos de la mitad de lo que cuesta producirlo en EEUU, las cargas impositivas, arancelarias y los costos de transporte dificultan su comercialización en suelo estadounidense.

La negativa para vetar la entrada de biocombustibles brasileros (basados en la caña de azúcar) se debe a que EE UU busca que Brasil colabore con Centroamérica en el desarrollo de ese mercado (porque su rendimiento por hectárea promedio es 120% menor al de las tierras brasileras). “La industria caribeña del azúcar es tan anticuada que no puede producir combustible de forma competitiva. En su lugar, las compañías de la región se encargan del paso intermedio de la cadena de producción: deshidratan el etanol y luego lo envían a refinerías estadounidenses que, para hacer combustible, sustituyen la parte de agua por gasolina”, así lo revela The Wall Street Journal en su edición de hoy.

Gracias a un acuerdo comercial firmado en 1983, las 24 economías caribeñas menos Cuba, están exentas de cualquier impuesto. Washington desea que la producción brasilera pase por el Caribe por varias razones, entre estas, está la de contrarrestar la influencia del presidente venezolano Hugo Chávez en una región carente de alternativas energéticas. Recientemente Caracas extendió sus tentáculos a la parte central del continente tras imponerse el sandinista Daniel Ortega en Nicaragua, a quien le suministra diésel y gasolina a precios preferenciales para atender su demanda energética.

Otra razón adicional podría ser la de mejorar los estándares de calidad de vida en Centroamérica para disminuir el creciente flujo migratorio que tiene como destino a los Estados Unidos. La producción biocombustibles en los campos caribeños requiere de intensiva mano de obra, así como de inversiones que se materialicen en plantas e infraestructuras. La generación de empleo en las deprimidas selvas de la zona puede detener la inmigración ilegal y generar cierta estabilidad política y social.

Por otro lado, existe también otro motivo de peso para no abrir el mercado norteamericano a las importaciones de etanol de caña pues EE UU quiere regular el crecimiento brasilero en el sector. “En un mundo sin barreras comerciales, Brasil sería el rey del etanol y EE UU importaría mucho más combustible de ese país”, indica The Wall Street Journal. EE UU quiere asegurarse la dominación del mercado de etanol tanto por el lado de la demanda como por el de la oferta, ya que quienes comercializarían el etanol brasilero serían firmas estadounidenses afincadas en el Caribe a través de las cuales dicho combustible ingresaría sin pagar aranceles y otras tasas a Norteamèrica.

Brasil tendrá que aceptar el esquema planteado por la superpotencia si quiere popularizar y masificar su producto. Además, por si fuera poco, tendrá que soportar la indefinida prolongación de los subsidios que EE UU concede a sus productores agrícolas.

1 comentario:

Alex Engel dijo...

Vaya! muy bien informado de todo este asunto. Aquí en Guatemala el precio del maíz ya empezó a subir. No cabe duda que con el etanol resuelven un problema pero se destapa el otro: se crea un mayor costo en alimentación (el maíz es básico en Mexico y centroamérica)