viernes, 30 de marzo de 2007

Guerra en Iraq: sin dinero en el frente

Oscar Wilde dijo alguna vez que “el hombre ríe de sus tragedias como único modo de soportarlas”. Nada más cierto y verificable tras la demostración de la vena humorística del presidente norteamericano, George W. Bush, y del estratego de la guerra en Iraq, el polémico, Karl Rove. La disipación de ayer, que tuvo como clímax la parodia protagonizada por el principal asesor de Bush, tal vez haya servido para distenderse un poco luego de las presiones del Senado para salir cuanto antes de Iraq.

Luego intensas jornadas de debate, el Senado estadounidense por fin aprobó un proyecto que fija el retorno de los soldados emplazados en Iraq para el 31 de marzo de 2008. La medida superó la anterior oposición de la Cámara Alta (por 50 votos a favor versus 48 en contra) a retirar los efectivos antes de marzo del año próximo. Para que prosperara la solicitud de los demócratas se tuvo que vincular el retiro de los militares con el aumento del presupuesto para la guerra. Así los senadores demócratas que votaron a favor del documento encontraron una salida “ideal” para traer a casa a los extenuados combatientes.

Sin embargo, esta propuesta que fue parte de la estrategia de campaña de los demócratas en las elecciones legislativas de noviembre de 2006 tiene una motivación adicional: salir de Iraq antes de que un candidato demócrata se haga de la presidencia. Es decir, que la nueva mayoría en el Capitolio desea allanar el camino de una eventual Administración de su partido al desactivar las bombas de tiempo sembradas por los republicanos.

Una manera de alisar el terreno y librar de sobresaltos a los futuros inquilinos de la Casa Blanca es abandonar Iraq lo antes posible. Así, al menos el gobierno que aspiran dirigir no se verá comprometido a pelear una guerra impopular y no deseada por ellos.

Si hubieran algunas posibilidades de éxito es probable que los demócratas no hubieran insistido con tanto ahínco y tesón en la retirada. Pero como la prolongación guerra sólo puede agudizar los problemas internos (al crecer la oposición ciudadana) y generar mayores conflictos (en que tropas norteamericanas arriesguen sus vidas para impedir que se aniquilen entre iraquíes), el recurso de la huida no es tan catastrófico ya que elimina el descontento de una derrota por demás asimilada.

Las encuestas acerca de la guerra en Medio Oriente arrojan que un 65% de los estadounidenses consideran que la mejor opción es retirarse del campo de batalla, así lo revela un sondeo de la CNN revelado este 19 de marzo. La revista Newsweek, por su parte, indicó que sólo el 27% aprueba la forma en la que maneja la guerra, mientras que el 59% apoya el proyecto para forzar una retirada en 2008.

Demás están los comentarios del secretario de defensa, Robert Graves, y del senador y candidato presidencial, John McCain, al señalar que la nueva estrategia puesta en marcha con el refuerzo de más de 20.000 soldados está funcionando y merece que se le dé una oportunidad. Para McCain, “si bien la guerra no se ha gestionado bien, hay síntomas de mejora”. “Estoy convencido de que, aprovechando este momento, podemos triunfar. Sería fatal cometer un error ahora, porque si volvemos a casa, Bin Laden nos seguirá hasta aquí".

Estas declaraciones suelen apelar a la emotividad del electorado para que le dé su respaldo al plan del presidente. Pero están muy lejos de la realidad porque el “nuevo camino para Iraq”, como bautizó George W. Bush a su programa para pacificar ese país no contempla un elemento fundamental: el diálogo entre las facciones insurgentes. Reconocido incluso por el general David Petraeus, jefe de las fuerzas armadas destacadas en Iraq ya que, en palabras del propio Petraeus, “Iraq requiere una solución política antes que militar”.

El Pentágono, por su parte, se encargó de desmentir que la situación hubiera mejorado en este tiempo pues en su informe trimestral acerca de la situación en Iraq, usó por primera vez los términos "guerra civil" y dio cuenta al Congreso de “un deterioro del panorama militar”. En el informe titulado "Evaluación de la Estabilidad y Seguridad en Iraq", publicado a mediados de este mes indica que "el nivel de violencia ha aumentado durante este período" desde diciembre.

La decisión de los senadores demócratas estuvo acompañada por otro proyecto aprobado por la Cámara de Representantes la semana pasada que establece, al igual que el texto del Senado, un límite para la permanencia de las tropas, aunque con algunas diferencias sustanciales. Entre éstas, la Cámara señala una fecha más tardía para la salida de las tropas -el 31 de agosto de 2008-, pero exige su cumplimiento como condición para la aprobación de los fondos para la guerra. La versión del Senado marca el día de la retirada como un objetivo estratégico pero no como una condición para la financiación de las tropas. Ambas Cámaras tienen ahora que ponerse de acuerdo en un único texto y enviárselo después al presidente.

Ahora, si bien el presidente Bush tiene la facultad de vetar la iniciativa que subordina los fondos solicitados (más de 100.000 millones de dólares) al repliegue de los militares, porque los demócratas no han conseguido alcanzar los dos tercios en ambas Cámaras, al vetar el proyecto del Senado, y devolverlo para su modificación, se retrasará la aprobación de la ley que proporcionará financiamiento a las operaciones en Iraq y Afganistán.

La caótica situación obliga a Bush a negociar con los senadores y representantes demócratas un nuevo documento porque, de lo contrario, la carencia de fondos puede paralizar las actividades del ejército y del cuerpo de marina estadounidense. La falta de recursos pone en ciernes el despliegue de los 21,500 efectivos en Bagdad, así como el de los 8,200 adicionales para las misiones mencionadas en el párrafo anterior.

El costo de la guerra de Iraq, según un estudio del Premio Nobel, Joseph Stiglitz, y la profesora de Harvard, Linda Bilmes, asciende a dos billones de dólares, teniendo en cuenta el dinero que solicita Bush para continuar la guerra y, a medio y largo plazo, los gastos para recomponer las Fuerzas Armadas, los cuidados y pensiones de los veteranos, y las demás facturas que vayan surgiendo. Este cálculo apareció en The Boston Globe en enero pasado y supera con creces las estimaciones del Congreso norteamericano que oscilan entre 410.000 y 450.000 millones de dólares.

Los muertos en combate desde el inicio de las hostilidades en marzo de 2003 alcanzan los 3,235, según fuentes del Pentágono. Además, hay que sumar a decenas de miles iraquíes asesinados por los bombardeos, enfrentamientos fraticidas y atentados, y los más de tres millones y medio de desplazados en países vecinos o dentro del país.

Con la votación mayoritaria, el líder de la mayoría del Senado, el demócrata Harry Reid, dijo: "Esperamos que el presidente entienda cuán serios somos (...) y en lugar de amenazar como lo ha hecho, trabajemos con él para ver si nos puede dar ideas de cómo satisfacer los deseos de la mayoría del Senado y de la Cámara".

Sin dinero, la continuidad de la guerra queda paralizada pues la integridad de las tropas no puede arriesgarse si carecen de las condiciones necesarias. Si se materializa la propuesta de los demócratas será un duro golpe para una Administración que pretendía transferir el mando, junto con el conflicto, al próximo presidente norteamericano.

Como nadie en Washington desea hacerse del problemático Iraq, los demócratas esperan que la vinculación de EE UU concluya antes del término del mandato de George W. Bush ya que para cualquier gobierno, sea demócrata o republicano, Iraq representa una de esas bolas de fuego con las que juegan los nativos de la Polinesia.

Si burdas mentiras (como la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Iraq y los vínculos entre Saddam Hussein y Al Qaeda) metieron a EE UU en el conflicto, una mucho menos original como la de la “victoria” no será suficiente para que Bush se desentienda de sus pasivos. Ni si quiera las amenazas de nuevos atentados sobre territorio estadounidense convencen a los norteamericanos de que una retirada puede traer consecuencias "devastadoras" para la seguridad de Estados Unidos.

Hoy, las posibilidades de un repliegue son más altas que nunca ya que la Casa Blanca no cuenta con respaldo político ni público. A estas alturas, "es mejor retirarse como un acto coherente y en cierta medida voluntario que retirarse más tarde como respuesta a la oposición pública o a una serie de reveses en el terreno", dijo Steven Simon, director de amenazas transnacionales del Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Clinton.

Esta guerra, como la de Vietnam, se pelea en dos frentes: uno externo, en el propio terreno de batalla (en Iraq), y uno interno, en la mente de la opinión pública. Un escenario así determina que los insurgentes no necesiten ganar, sino tan sólo entorpecer los planes de la fuerza de ocupación estadounidense para que los opositores a la guerra demanden la retirada.

Bush no parece entender que así como el pueblo norteamericano lo reeligió porque deseaba la continuidad de su liderazgo en la guerra; al votar por los demócratas le está diciendo que ahora desea un repliegue.

De modo que los cuestionamientos de la Casa Blanca sobre la interferencia del Legislativo en la estrategia de la guerra son insustanciales porque el Parlamento puede enmendarle la plana al Ejecutivo, ya que ello radica en el principio de la división y control entre poderes.

"Hay un nuevo Congreso en Washington. Respetamos su rol constitucional y queremos que respete el nuestro señor presidente", retrucó Nancy Pelosi, la primera mujer en presidir la Cámara de Representantes.

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