martes, 17 de abril de 2007

Asesinatos en la Universidad de Virginia: ¿Adiós a las armas?

A primera vista, lo que llama la atención de esta tragedia es que para morir a manos de un asesino no hace falta un motivo, de ahí el mayor temor que nos embarga cuando uno de estos acontecimientos se produce. A diferencia de Iraq, Palestina, Afganistán o Líbano, donde los crímenes son más frecuentes que en Occidente, en EE UU parece no haber una conexión lógica entre causa y efecto.

Al menos en Oriente uno sabe que la violencia es fruto y acción directa de consideraciones religiosas y políticas, principalmente, es decir, atribuibles a una serie de factores entendibles, pero en Norteamérica se carecen de causas racionales que expliquen estos arrebatos o no se ha podido explicar bien la interacción de diversos factores (sociales, económicos y psicológicos) en la formación de la mente criminal.

Da la sensación, tras los recientes sucesos, que cualquiera puede ser asesinado y no hace falta ninguna razón para ello, al menos no para el criminal que muchas veces no conoce a su víctima ocasional o de turno. Claro que se dirá que en Oriente muchos de los terroristas suicidas tampoco tienen relación con sus anónimos damnificados, pero al menos saben distinguirles del resto, esto es, pueden identificar al colectivo al que se dirige su acción violenta.

No representa ningún consuelo, desde luego, tener plena conciencia de que un grupo de insanos pretenda acabar con nuestra vida por pertenecer a una facción determinada. No, de ninguna manera es un alivio, pero de alguna forma nos advierte de los peligros reales que corremos. Saber de antemano que vivimos amenazados permite tomar algunas medidas concretas como migrar a otros territorios dentro del propio país o salir de él hacia otras naciones en busca de refugio (como es el caso de Iraq o Palestina).

El terror objetivo hace que tomemos decisiones racionales para asegurar nuestra supervivencia. En cambio, en una sociedad donde el daño puede venir sin anunciarse y sin causa aparente, son pocas las cosas que pueden hacerse para contrarrestar sus efectos. Aunque una de las cosas que se ha hecho -por desgracia-, sea el aumento de la tenencia de armas por parte de una sociedad que se siente desprotegida.

La irracionalidad del crimen en las sociedades posmodernas hace que nadie esté libre de ser afectado y no se requiera de alguna causa.

Si cabe hacer algo al respecto, el control de armas no vendría mal ya que limitaría las posibilidades materiales de los criminales, pero de ninguna manera sería suficiente para reprimir sus impulsos. La discusión sobre este asunto sale siempre a flote cada vez que un crimen de esta naturaleza ocupa las primeras planas y espacios de los medios.

Legalmente, bajo una cuestionable interpretación constitucional, se ha reconocido el derecho a portar armas en los Estados Unidos. Esto porque en principio las condiciones y supuestos bajo las que se redactó la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana (1787) han desaparecido, es decir, en ese tiempo los ciudadanos estaban convocados a defender a la nación de las amenazas extranjeras (del Imperio Británico) y no existía un cuerpo regular de defensores, sino una milicia (el mismo Washington empleó tácticas guerrilleras al momento de enfrentar a los ejércitos reales).

Además, la presencia de las instituciones del gobierno era escasa en muchos territorios, principalmente en el Oeste, donde ciertamente imperaba la “ley del revólver” y había que proteger la vida y la propiedad de alguna forma.

Posteriormente, la escasa protección que podía ofrecer el Estado contra el crimen organizado reforzó la necesidad de portar armas o comprar seguridad a rufianes del vecindario. Prácticamente coexistía con la autoridad una entidad paralegal compuesta la mafia y grupos de bandas delincuenciales.

En el ideario colectivo existía la percepción de que poco o nada se podía hacer contra los criminales hasta la creación del FBI, que con alguna eficacia les combatió al constituirse como una entidad con alcance nacional, es decir, que superaba la jurisdicción local de la policía estatal (por ello muchas veces Bonnie y Clyde podían escapar de la justicia al traspasar las fronteras).

Otro factor determinante para la proliferación de armas en EE UU (que según algunas estadísticas supera el total de habitantes) ha sido el lobby de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés). La presión de este grupo que cuenta con famosos miembros como el actor Charlton Heston ha sido decisiva para mantener el status quo en torno a la tenencia de armas.

La tradición pesa demasiado en EE UU, por ello se concibe a las armas de fuego como elementos fundamentales en la formación de la identidad nacional. Portarlas es una forma de sentirse vinculados con los pioneros que construyeron su patria gracias a su esfuerzo y superioridad tecnológica. Ciertamente los primeros colonos deben mucho a las armas la fortuna de sobrevivir en un medio inicialmente hostil y desconocido.

De otro lado, la televisión y sus contenidos también ha sido responsabilizada de promover la violencia, así como la música (en particular el heavy metal y el rap) y los juegos de video.

Tal vez los impulsos agresivos que eran canalizados de otra forma al vivir en un medio agreste busquen manifestarse de otra forma. En el pasado los primeros norteamericanos de origen anglosajón vivían de la caza. Quizá el recurrente enfrentamiento con los nativos instauró una paranoia colectiva: el temor al acecho, a que nos maten o roben nuestras posesiones sin estar preparados.

El miedo (debido a la intolerancia religiosa) fue el gran leit motiv a la hora de impulsar las grandes oleadas migratorias de Europa hacia América del Norte. Los norteamericanos saben de persecuciones, de ahí que cruzaran en charco en busca de un ambiente en el cual prosperar y practicar sus creencias libremente.

Ahora ese viejo temor enraizado vuelve a emerger y cuando no es explotado por políticos para extraer algún rédito. No sorprendería que más adelante se vuelva a manipular los acontecimientos (como el 11 de setiembre) para favorecer a ciertos grupos de poder o influencia. La ANR y los fabricantes de armas tienen una oportunidad para afianzar su causa o aumentar sus ventas tras los incidentes.

Paralelamente a un control más efectivo de las armas, habría que iniciar un desarme progresivo de la sociedad estadounidense. Una medida de este tipo ha dado algunos resultados en Brasil, Haití, Centroamérica y un puñado de países africanos que vivieron grandes episodios de violencia.

Sólo de esta forma se podría garantizar que el objetivo de tener una sociedad pacífica se cumpla (aunque parezca más una utopía). En sociedades donde el monopolio de la fuerza lo tiene el Estado no se justifica de ningún modo que los particulares posean grandes arsenales ya que favorece la existencia del mercado negro.

El exceso de armas que puede portar un norteamericano casi no tiene límites porque en algunos estados, como Virginia, facilitan su adquisición (la única “restricción” real que existe, además de la mayoría de edad, es que sólo se puede comprar un arma por mes).

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