jueves, 3 de mayo de 2007

La crisis política israelí: piden la renuncia de Olmert

Si hay algo destacable de la clase política israelí es la capacidad de censurar su primer ministro por los errores cometidos durante el conflicto en el Líbano. Es decir, de atribuir responsabilidades al jefe de gobierno y llevar hasta las últimas consencuencias las investigaciones sobre el desempeño de la dirigencia de ese país.

Tras el informe de la Comisión Winograd, un grupo independiente presido por el juez retirado Eliyahu Winograd, que atribuye al primer ministro la pésima planificación militar contra Hezbollah (partido y milicia chií del país de los cedros), las conclusiones enérgicas del mismo han arrinconado a Ehud Olmert y desatado una crisis política sin precedentes puesto que varios miembros de su partido han exigido públicamente su renuncia.

En el caso norteamericano, si cabe algún paralelo, las acusaciones sobre el desastre de la ocupación iraquí no pretenden llegar tan lejos toda vez que el Capitolio, de mayoría demócrata, respetará lo que queda del mandato del presidente Bush con el fin de que su imagen quede asociada a la penosa invasión de mayo de 2003. Hay que tener en cuenta que el próximo año se celebrarán elecciones presidenciales en EE UU y el tema de la guerra en Iraq es una “papa caliente” que nadie desea agarrar, de ahí que la estrategia de la oposición demócrata consista en vincular única y exclusivamente a los republicanos con esta.

Las críticas sobre Ehud Olmert revelan cierta madurez de la dirigencia israelí, pero también mucho oportunismo a la hora de hacer leña del árbol caído. Siendo Olmert una figura muy impopular (no sólo por la irresponsable intervención militar, sino por los graves cargos de corrupción que han afectado la composición de su Gabinete), la decisión de atacarlo -inclusive por parte de miembros de su propio partido- no es antojadiza, ya que brinda sustanciosos réditos políticos.

Si bien a primera vista la deserción del ministro laborista, Eitan Cabel, y los llamamientos a la dimisión del líder de la ministra de asuntos Exteriores, Tzipi Livni, podrían calificarse de infraternas, debe pensarse que algunos correligionarios de Olmert tienen serias aspiraciones políticas. Por ello les resulta imperioso desmarcarse de su gestión, en particular del amargo período de julio y agosto de 2006 en los que se produjo la controversial ocupación del Líbano.

Para la oposición en el Kneset, el Parlamento israelí, la pésima performance de Olmert en el planeamiento de la guerra contra Hezbollah, guerrilla extremista libanesa, significa una gran oportunidad para recuperar algo de la popularidad perdida a manos de la alianza de partidos liderada Kadima (formado por el ex primer ministro Ariel Sharon, Olmert y Tzipi Livni provenientes del derechista Likud).

Para no perder tiempo y aprovechar la crisis gubernamental, representantes de la oposición están explorando mociones de censura y formas de adelantar las elecciones. A la cabeza de estas iniciativas se coloca Benjamin Netanyahu, ex primer ministro israelí y líder del principal partido opositor, quien ha señalado que “hay que convocar al pueblo” porque "no hay un liderazgo responsable y sensato". Algunos sondeos le señalan como favorito para sustituir a Olmert si se anticiparan las elecciones.

Entre las opciones que se barajan para resolver la crisis, que será resistida sin ninguna duda por la oposición, es la de aceptar la renuncia de Olmert y no convocar a elecciones, “en cuyo caso la presidenta Dalia Itzik tendría que consultar con el Parlamento para designar a uno los legisladores actuales, presumiblemente uno del Partido Kadima, para conformar al próximo ejecutivo”, así lo revela The New York Times.

Para el diario neoyorquino de todas maneras habrá elección, al menos una de corte interno en el Kadima para escoger al siguiente primer ministro de Israel. Entre los nombres más voceados para suceder a Olmert se encuentra la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, y un líder histórico como Shimon Peres, entre otros.

A pesar de la dureza de los resultados que arroja la investigación de la Comisión Winograd, que califica a Olmert de imprudente por no contar con el juicio ni la preparación necesaria para iniciar la guerra, los representantes de su partido en el Parlamento le sostienen y se cree que las mociones de censura no prosperarán toda vez que la coalición de 78 legisladores se mantiene intacta, revelan algunas agencias noticiosas.

Pero el clamor popular (más de dos tercios de israelíes demandan su renuncia, según Haaretz) sumado a la contundencia del informe y las maniobras de los rivales pueden generar la suficiente presión como para conseguir la tan ansiada dimisión de Olmert.

Si Olmert deja el Ejecutivo en estos momentos la indefinición del problema palestino continuará, así como otros aspectos de la política exterior israelí. No será nada alentadora su renuncia si es que no se vislumbran cambios significativos en la conducción política de Tel Aviv.

Tal vez la lección más clara de este acontecimiento sea la disposición del propio Gobierno de permitir investigaciones sobre su desempeño en el manejo de la guerra. También puede agregarse, de cara al futuro, que cualquier jefe de Gobierno que desee profundizar un conflicto exterior deberá contar con mayores elementos de análisis y sopesar adecuadamente los riesgos.
Involucrar a Israel en nuevas guerras no será tan fácil puesto que esta vez sí habrá consencuencias que pagar, al menos en el terreno político.

El daño causado por la mal calibrada operación en el Líbano costó no sólo la vida de cientos de militares y civiles israelíes (117 y 41, respectivamente), sino también la reputación del país en materia de derechos humanos y afectó la disuasión militar de Israel. Dado el nivel de preparación de sus efectivos y su superioridad tecnológica, no conseguir los objetivos políticos deseados genera una mala imagen e incentiva a varios grupos radicales a emprender mayores ofensivas en el futuro.

El saber que Israel no pudo derrotar al brazo armado de Hezbollah puede hacer perdurar demasiado el actual escenario en Palestina donde Hamas y otras facciones fundamentalistas encuentran motivos de sobra para prolongar su fanatismo (pues consideran que Israel no puede acabar con ellos), lo que deja espacio para su resistencia.

Verdaderamente fue un costo demasiado grande pues ninguno de los objetivos se cumplió, ni desarticular a Hezbollah ni rescatar a los dos soldados capturados por los partidarios de Hassan Nasrallah, líder del Hezbollah libanés. El fracaso obligó al Jefe de Estado Mayor, Dan Halutz, a renunciar en su momento. Y ahora pende el mismo destino para Ehud Olmert y su ministro de Defensa, Amir Peretz, otro de los principales responsables que según la Comisión Winograd "perjudicó la capacidad de Israel para lograr sus objetivos".

Ahora, si la opción de Olmert es resistir como lo hizo al mantener imprudentemente a sus tropas en el Líbano, el resultado no será muy distinto al que le deparó su irreflexiva intervención militar. Pese al apoyo momentáneo de los 19 legisladores de su bancada y de los miembros de su coalición partidaria, la arremetida mediática puede ser suficiente para forzar su retiro.

Olmert puede decir en su favor que contó con la aprobación unánime de su Gabinete al momento de intensificar las acciones contra Hezbollah, pero puede no ser suficiente ahora para paliar la crisis.

Para los grupos palestinos contrarios al reconocimiento de Israel, la incertidumbre israelí alivia sus propósitos en el mediano plazo ya que saben que su enemigo no podrá realizar ninguna operación de gran envergadura en los territorios palestinos. De momento el Gobierno no tiene margen para incursionar masivamente en Gaza o Cisjordania porque reviviría los temores del Líbano y perjudicaría los pocos consensos alcanzados en el proceso de paz.

El propio Olmert descartó hace dos semanas autorizar una operación militar en la franja de Gaza con la intención de poner fin al lanzamiento de cohetes Kassam por parte de las milicias palestinas, a pesar de que Hamás lanzara decenas de cohetes y proyectiles por primera vez en cinco meses, contra suelo israelí, según la agencia DPA.

Mientras miles de israelíes insatisfechos se congregan la Plaza Rabin en Tel Aviv para solicitar la renuncia del primer ministro, lo aconsejable sería permitir una transición rápida y transparente porque de lo contrario; lo que acuerde el Ejecutivo en el plano internacional “carecerá de legitimidad en eventuales negociaciones en la región”, según la BBC.

Un punto fundamental, luego de conocer el estudio de la Comisión Winograd, es saber quién llevará a cabo todas las recomendaciones que propone. Para los integrantes de la Comisión está claro que no puede ser el actual primer ministro (aunque no sugiera nuevas elecciones), dado que enumera una serie de defectos personales de Ehud Olmert (políticos e intelectuales), que lo descalifican para continuar en el cargo. El lapidario informe prácticamente revela que Olmert es incapaz de proseguir en el poder de la primera potencia de Cercano Oriente. De ahí que sólo sea aceptable su renuncia.

El problema que surge ahora es que la necedad de Olmert puede incentivar las candidaturas de sus rivales del Likud, en especial de Benjamin Netanyahu. De persistir en su posición es probable que el malestar del electorado se extienda a los demás integrantes de su coalición, quienes ante la pérdida de popularidad podrían retirar su apoyo a Olmert en aras de preservar su mayoría parlamentaria.

Lo que está por verse será si la coalición está dispuesta a arriesgar su capital político para salvar a su primer ministro. Las renuncias del Jefe de Estado Mayor y del laborista Cabel no serán suficientes para calmar los ánimos. Por ello es imprescindible adoptar una transición responsable y encontrar alternativas dentro del propio Kadima (entre Shimon Peres o Tzipi Livni) porque llegar a unas nuevas elecciones en las que resulte ganador Netanyahu no es ninguna opción, al menos no una razonable.

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