miércoles, 29 de agosto de 2007

Biomentiras: los peligros de los biocombustibles

El mercado de los biocombustibles es un caso atípico porque ha sido creado de manera legal, es decir, a través de normas que obligan a muchos países a consumir energías menos contaminantes y renovables. El ejemplo más emblemático se presenta en el Viejo Continente pues la Unión Europea acordó reducir sus emisiones de CO2 (dióxido de carbono) en un 20% con respecto al nivel de 1990 hasta el año 2020. Para que se haga efectiva dicha reducción se resolvió incrementar en igual plazo la proporción de energías renovables a un 20% del total. De esa forma los 27 países de la Unión sustituyen una parte significativa de su demanda de combustibles fósiles en aras de cumplir los objetivos del Protocolo de Kioto. Cabe recordar que bajo ese instrumento internacional varias naciones desarrolladas, entre ellas las europeas, ya se habían comprometido a rebajar sus emisiones de CO2 en un 8% al año 90, hasta el 2012.

La iniciativa de promover el consumo de energías limpias viene de tiempo atrás pero ha sido Angela Merkel, primera ministra de Alemania, quien ha conseguido un acuerdo vinculante que incorpora energías renovables, como la solar, la hidráulica o la eólica, que hasta el momento representan sólo el 6,5% del total. Su impulso fue decisivo para incluir a los biocombustibles dentro del 10% del consumo total de gasolina en la UE. Así se creó un mercado cautivo para energías provenientes de biomasa o de materias agrícolas.

A fin de reducir sus emisiones de gases responsables del efecto invernadero, los miembros de la UE han originado un negocio sin precedentes en el campo de la energía. Aparente Europa marca un nuevo derrotero para los demás países, en especial para los más desarrollados y contaminantes como EE UU y China, pero no es así. La razón para desconfiar de estas medidas se sustenta en sólidos argumentos económicos, geopolíticos y ambientales.

Un verdadero análisis del mercado de biocombustibles daría cuenta de que debe su constitución a una imposición legal antes que a una decisión de mercado, esto es, a una determinación transgubernamental que afecta las decisiones de producción y consumo de los agentes económicos. La intervención estatal en el mercado de combustibles es fruto de la necesidad de mitigar los efectos del cambio climático y por cuestiones de seguridad energética, ya que algunos países como Alemania y los de Europa del Este dependen de los poco confiables suministros rusos de gas y petróleo, que son utilizados por Moscú como una herramienta más de su política exterior según sus intereses.

La UE también ve con preocupación el crecimiento de Brasil y EE UU (hace algunos meses celebraron importantes acuerdos para establecer un mercado global de biocombustibles) porque industrialmente se encuentran más adelantados que Europa en lo que a producción de biofuels se refiere.

El caso de Brasil como líder en el desarrollo de biocombustibles es para destacar pues el origen de su mercado de energías alternativas tuvo también como principal protagonista al Estado. Desde hace poco más de dos décadas, Brasil modificó su matriz energética al promover con generosos incentivos (medidas tributarias e inversiones) el auge de combustible agrícola. La idea de Brasil era depender cada vez menos del petróleo con el fin de garantizar un suministro regular de combustible a su creciente industria local. Dado que el gigante sudamericano no cuenta con importantes reservas de hidrocarburos como Venezuela o Bolivia, tenía que afrontar de alguna forma el problema de su abastecimiento energético. Es entonces que a partir de esa necesidad surgió la idea de lograr la autosuficiencia energética que protege al país de la volatilidad de los precios del petróleo.

El éxito de Brasil en el campo de las energías renovables es único e irrepetible porque ningún otro país tiene las condiciones climáticas ni las extensiones territoriales para producir combustibles a partir de materias orgánicas, salvo por EE UU y Canadá, en cuyos casos el insumo natural sería el maíz, el trigo o la soja; pero, a diferencia de las dos potencias de América del Norte, posee otro recurso en abundancia: la mano de obra, con la cual abarata significativamente el cultivo y la producción de caña de azúcar, materia de la que se deriva el etanol. Estos tres factores han facilitado el liderazgo de Brasil como potencia bioenergética.

Dado que el suceso de Brasil no puede ser replicado por las economías más avanzadas (las más dependientes de combustibles fósiles), no hay manera de desarrollar un mercado mundial para los biocombustibles, al menos no uno que posibilite una reducción sustancial del gas y del petróleo. De modo que la asociación entre Brasil y EE UU para expandir internacionalmente la producción y el comercio de etanol como combustible alternativo al petróleo parece ser inviable.

Si bien en la actualidad Brasil ha podido reemplazar el 40% de su consumo de petróleo, ello no ha generado un descenso apreciable en los niveles de CO2 que emite a la atmósfera ya que sigue siendo uno de los principales contaminantes mundiales.

Los antecedentes del desarrollo del etanol en Brasil datan a mediados de la década de los 80, cuando el gobierno militar (1964-1985) impulso un programa experimental capaz de transformar materia agrícola en biocombustible. Esa iniciativa, llevada a cabo debido a la crisis energética de los 70, fue subsidiada por el Estado para que los agricultores extraigan etanol de la caña de azúcar. Los combustibles obtenidos a partir de la explotación de la caña también fueron subsidiados para que compitan con la gasolina. A la par, la industria automotriz brasilera adaptó sus modelos para que se alimente de los nuevos combustibles. Posteriormente una serie de factores repercutieron negativamente en el comercio de etanol, entre estos destaca el baja del precio del barril de petróleo y el incremento de la caña de azúcar, lo que encarecía el subsidio que concedía el Estado. Para relanzar el etanol, en el 2003 el gobierno de Cardoso resolvió otorgar nuevos incentivos tributarios, focalizados en los fabricantes de vehículos a fin de que logren avances tecnológicos que aumenten el rendimiento de los motores duales o "flex-fuel", que funcionan con cualquier combinación de biocombustibles. La innovación en el sector automotriz permitió que salieran al mercado autos capaces de funcionar con etanol, gasolina, o una mezcla de ambos.

Luiz Inacio Lula da Silva, actual mandatario brasilero, sigue embarcado al igual que sus antecesores al promover energías “limpias” y renovables. Con lo cual busca asegurar mercados para sus excedentes energéticos cuando más países adopten medidas destinadas a reducir sus emisiones de dióxido de carbono. Tres son los motivos que harían “atractivo” a los biocombustibles (etanol o biodiesel) respecto al petróleo: su precio competitivo, la sustitución de combustibles no renovables (derivados del petróleo) y su menor emisión de gases que producen el tan temido efecto invernadero. El presidente brasilero es muy optimista al pensar que combustibles derivados de materias orgánicas como la soja, la caña de azúcar o el maíz puedan declinar nuestra voraz dependencia por combustibles fósiles.

Para desmentir a Lula y a su nuevo socio, el presidente norteamericano, George W. Bush, basta hacer unos breves cálculos ya que los dos países que presiden son responsables de más de dos tercios de la producción mundial de biocombustibles (EE UU y Brasil acumulan el 70%). Brasil elabora etanol de la caña de azúcar y EE UU del maíz, cuyo precio es subsidiado y es materia de disputas ante la OMC. Aun si las dos potencias cultivaran exclusivamente azúcar y maíz para producir etanol y biodiesel su producción conjunta no alcanzaría a cubrir el 10% de nuestra demanda mundial de petróleo. Esos estimados de sustitución podrían reducirse si China e India continúan creciendo a las tasas que se les pronostica, pues implica que seguirán consumiendo cada vez más petróleo para satisfacer las necesidades energéticas de sus economias

Otro problema asociado a la producción de biocombustibles es su innegable impacto ambiental. Contrariamente a lo que se piensa, su consumo no ayuda a aminorar las emisiones de CO2 porque muchas áreas tendrán que ser deforestadas para atender la creciente demanda. No hay que olvidar que al introducir regulaciones ambientales que obligan su consumo (Japón tendrá que reducir para el 2009 a la mitad los gases de combustión que emite) se está generando un mercado cautivo para biocombustibles que, más que proteger el medio ambiente, contribuirá a acelerar los indeseados efectos del calentamiento global.

Lula y Bush se han enfrascado en manifestar durante los últimos meses las bondades de las energías “limpias” que promueven. El jefe de Estado brasilero incluso recalcó que “el etanol no es una amenaza a los bosques tropicales ya que el suelo del Amazonas no es apto para el cultivo de la caña de azúcar”. En la actualidad Brasil dedica cerca de 5,6 millones de hectáreas para cultivar caña de azúcar destinada a la industria del etanol. Con ese volumen obtiene unos 18.000 millones de litros de etanol, de los cuales casi la mitad son vendidos en EE UU porque lo produce a una tercera parte de lo que cuesta en Norteamérica (pese al arancel que EE UU impone al etanol brasilero, y que equivale a 54 centavos de dólar por galón, además de una tasa del 2,5% y las polémicas ayudas que brinda a sus productores de soja y maíz).

La intención de Lula es posicionar a su industria de biocombustibles y convertir al etanol en un commoditie al igual que el petróleo. Con ello Brasil ganaría mayor influencia a nivel mundial que se sería aprovechada para hacer vales sus intereses en el escenario internacional. Así tendría mucho más chances de integrar de manera permanente el Consejo de Seguridad de la ONU, ocupar un sitio entre las naciones más desarrolladas (pensamos en un G-8 ampliado a China, India, México, Brasil y Sudáfrica como lo pretende Sarkozy) y tener más peso en las negociaciones que se llevan ante la OMC, las que comprenden la ronda de Doha en materia de comercio justo.

Luego de este breve paréntesis, es preciso mencionar algunos argumentos para refutar la idea de que los biocombustibles representan energías limpias, ya que cultivos como la soja están arrasando selvas amazónicas. A decir de Celso Marcato, coordinador de Seguridad Alimentaria de la ONG Action Aid Brasil, “la producción de soja está empezando a comerse la Amazonia, con el agravante añadido de que el monocultivo de soja en la Amazonia no sólo va destruyendo la selva, sino que acaba expulsando a comunidades enteras de agricultores familiares, acrecentando la miseria de las poblaciones de esas áreas”. La soja es empleada como materia prima para producir biodiesel, uno de los biocombustibles auspiciados por Brasil y EE UU tras su asociación.

Detrás de EE UU, Brasil es el segundo mayor productor del cultivo aludido, cuya producción se orienta principalmente a China. Según el diario O Globo de Sao Paulo, “la soja representa hoy el 47% de las plantaciones de grano del país. En 2005 era sólo el 22%. El área plantada de soja en el país aumenta alrededor de un 300% al año y se prevé que el ritmo de crecimiento se mantenga los próximos años". Y todo hace suponer que así sera dado que se ha constituido un mercado legal u oficial para biocombustibles.

“Según los ecologistas, la expansión de las plantaciones de soja no sólo destruye la selva, sino que también pone en peligro los acuíferos, provoca la contaminación de los ríos y de los suelos por tóxicos y fertilizantes y reduce la biodiversidad animal y vegetal, que en la Amazonia es de las mayores del mundo”, dice el columnista Juan Arias del diario El País de España.

“Dos programas actuales del Gobierno hacen aún más difícil la posibilidad de detener ese crecimiento de la producción de soja: el programa de producción de biodiésel, considerado pionero en este país y el nuevo programa de aceleración del crecimiento, que dirigido a la ampliación de las infraestructuras y que supone la ampliación de puertos y autopistas para facilitar el transporte de la soja”, concluye Arias.

Un dato que apoya lo anterior es que, según el Centro de Investigaciones Meteorológicas y de Climatología Aplicada a la Agricultura de Brasil, la mayor parte de las emisiones de dióxido de carbono provienen de la quema de selva amazónica para abrir paso a los agricultores. De esa forma el programa de biocombustibles basados en la soja es contrario al propósito deseado de reducir las emisiones de CO2.

En realidad los ambiciosos planes presentados por algunos mandatarios e inversionistas (que en el 2005 inyectaron 49.000 millones de dólares en alternativas como la energía solar, el etanol y el biodiésel, según New Energy Finance) repercuten negativamente. Tanto en materia ambiental como económica los efectos son imprevistos, pero lo que sí es seguro es que estas alternativas energéticas cancelan la mayoría de beneficios que prometen, salvo para quienes ven una oportunidad comercial en ellas.

El aceite de palma, que también se utiliza como insumo para elaborar biodiesel, genera efectos catastróficos como la soja dado que se incendian tierras forestales para cultivar la palma. “Esa actividad es responsable de la emisión a la atmósfera millones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Así, exacerban los problemas de calentamiento global que los biocombustibles supuestamente alivian”, según Patrick Bartra de The Wall Street Journal.

“Seamos brutalmente francos: (el impulso de los combustibles alternativos) causará cambios significativos en el medio ambiente”, explica Sean Darby, analista bursátil y experto en empresas de energías alternativas de Nomura International. Darby está especialmente preocupado por el descenso de los recursos hídricos, causado por la acelerada producción de cultivos. El agua, asegura, “es tan preciosa” como el petróleo. A algunos expertos también les preocupa que los cultivos para biocombustibles compitan con otras tierras cultivables, lo que podría elevar los costos globales de la producción de alimentos básicos.

Si la producción de biocombustibles acarrea la pérdida o deterioro de áreas forestales, Brasil, que ocupa el cuarto lugar entre los productores de aceite de palma de Latinoamérica con 130.000 toneladas, podría poner en peligro la proyección de su liderazgo en materia de energías renovables. Ya que muchos mercados, en especial el europeo y el japonés, exigirán que la elaboración de biocombustibles sea sostenible ecológicamente, es decir, que no dañe más selvas amazónicas toda vez que su reducción se traduce en mayores emisiones de CO2 a la atmósfera porque los bosques capturan los gases causantes del efecto invernadero.

En cuanto a la caña de azúcar, periodistas de la BBC han reportado en Brasil la quema de cientos de hectáreas para cultivar dicho insumo. Según Alfonso Daniels, enviado de la cadena británica, el incendio provocado de campos “facilita la cosecha de un producto que convierte a Brasil en el primer productor del mundo de este combustible ecológico”. “Sin embargo”, continua Daniels, “estos incendios controlados provocan grandes humaredas que a su vez generan gran cantidad de dióxido de carbono (CO2)”. “Revirtiendo el efecto positivo del uso de etanol sobre el efecto invernadero, según diversos expertos”.

Durante la investigación de la BBC sobre este problema también se detectó que la polución, producto de las quemas en el estado de Sao Paulo, “está afectando a los trabajadores y la población local, debido a las partículas de carbón que quedan en el aire". Daniels también informa que esta práctica se encuentra muy extendida por el subcontinente ya que Colombia sustituye zonas de bosque tropical por cultivos de caña.

Naciones Unidas, por su parte, ha dado cuenta de este mal en un estudio llamado Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales. Según el informe (2000-2005), que se apoya en datos recogidos por satélites, se perdió un area equivalente a 77 000 kms cuadrados. Joan Maloof, profesora de la Universidad de Salisbury en Maryland, revela que el problema radica en que existe un conflicto entre la necesidad de preservar los bosques y su aprovechamiento económico.
Para la investigadora la ambigüedad y falta de un control adecuado en el manejo de los recursos forestales permite que prime la sobreexplotación por encima de las actividades conservacionistas.

Los biocombustibles sí amenazan el ambiente por su inconveniencia ecológica, es decir, porque no representan el mejor medio para controlar las emisiones de CO2. De ahí que Renton Righelato y otros científicos del Reino Unido hayan afirmado que los combustibles de fuentes renovables no son efectivos para disminuir las emanaciones de carbono. Postulando como mejor opción la reforestación de tierras dedicadas a producir materia orgánica (como caña de azúcar, soja o maíz). En una revelación hecha a la revista Science, Righelato y su equipo manifiestan que “los bosques pueden absorber nueve veces más dióxido de carbono que la producción de biocombustibles en la misma área de tierra”. Agregan que la producción de biocombustibles está conduciendo a una mayor deforestación. Por ello recomiendan a los estados europeos que acordaron consumir 10% de su gasolina proveniente de biomasa revisar esa política “porque es menos efectiva que la reforestación". El peligro latente es la mayor deforestación que puede causarse para atender la demanda de biocombustibles de la Unión Europea.

El elemento clave a juicio de Righelato es “la cantidad de CO2 que deja de liberarse en la atmósfera utilizando el biocombustible". Pese a estas evidencias el experto no descarta el uso de biocombustibles siempre que se empleen algas, paja, hierbas y madera en vez de granos o aceite de palma porque ofrecen una mejor oportunidad. "Si usted puede extraer de los bosques materiales leñosos de manera sostenible sin destruir el suelo y garantizando que los árboles se puedan reproducir rápidamente, es muy posible que haya encontrado su mina de oro", dijo Righelato en una entrevista concedida a la BBC. Esta alternativa, la de los biocombustibles de segunda generación, “sería bienvenida por los grupos ambientalistas y organismos alimentarios que vieron la primera generación de biocombustibles como insostenible”.

Un informe del Instituto de Ciencia y Tecnología del Medio Ambiente de la Universidad de Barcelona corrobora los hallazgos de los científicos británicos al sostener que “el uso de biocombustibles conlleva un impacto negativo tanto económico, social, como medioambiental”. Daniela Russi, responsable del estudio, dijo que uno de los inconvenientes para producir combustible a partir de material orgánico es que “este sistema implica un alto uso de fertilizantes, pesticidas y maquinaria, ya que con métodos agrícolas menos intensivos, la producción sería mucho menor y los requerimientos de tierra y costos serían mucho más altos".

Esto favorece a empresas de biotecnología dedicadas a mejorar el rendimiento de cultivos como Monsanto toda vez que comercializa semillas más resistentes que las naturales. El lobby a favor de los biocombustibles podría venir del lado de este tipo de grupos que encuentran en la producción de energía un nicho para incrementar sus ganancias. Así evitarían las regulaciones ambientales que se oponen al cultivo de semillas modificadas ya que no se destinarán al consumo humano o animal.

Párrafo aparte, Russi agrega que el sistema de producción de biocombustibles “requiere además del uso de combustibles fósiles (carbón y petróleo) tanto durante las fases de producción como en el transporte desde y hacia las plantas de procesamiento". Esto revela que el proceso de transformación de materia orgánica en biocarburantes conlleva el consumo de energía que se genera con combustibles derivados del petróleo. "Curiosamente”, indica Roberto Cunningham, director general del Instituto Argentino del Petróleo y el Gas, “surge entonces la singularidad de que la producción del biocombustible requiere el consumo del mismo tipo de combustible que se pretende reemplazar”. Lo que echa por tierra cualquier esfuerzo por reducir la dependencia de combustibles fósiles. Para obtener etanol, según Ramón Cota Meza, analista político mexicano, se “requiere calor proveído por hidrocarburos, unas ocho veces más que el necesario para convertir hidrocarburos en gasolina”.

Otro problema de gran magnitud es que las materias primas que se utilizan para alimentación competirán con su uso energético. Las áreas de cultivo deberían ser destinadas para alimentar a las poblaciones y para conservar los bosques; sin embargo, la potencial demanda de productores de biocombustibles incrementaría el precio de muchos alimentos generando presiones inflacionarias y dificultando los esfuerzos en pro de mitigar el hambre en el mundo. Esta poderosa razón es suficiente para reconsiderar las irresponsables políticas que impulsan el consumo de combustibles alternativos. La competencia entre industrias alimentarias y energéticas desataría una gran escasez de productos de primera necesidad. Los beneficiados serán indudablemente los agricultores que orienten sus cultivos hacia la caña de azúcar, trigo, maíz, soja, etc. Del lado de los perdedores estarían los consumidores y gobiernos abocados a combatir el alza en el precio de los alimentos. Además hay que agregar a las industrias alimentarias y de bebidas puesto que sufrirían directamente el impacto con el alza de los granos y la caña de azúcar. Tampoco hay que excluir que muchos ganaderos (que alimentan a sus animales con la misma materia prima) sentirán el incremento de sus costos.

El incentivo adicional de sembrar maíz, caña de azúcar, soja o trigo podría ser suficiente para que productores ajenos al manejo de esos cultivos reorienten la producción en sus campos. Esto significa que muchos agricultores pueden verse tentados a cambiar sus sembríos de hortalizas, tubérculos y frutas por productos más rentables como los mencionados. El efecto de ese cambio aumentaría la escasez de tomates, patatas, etc. y repercutiría en la inflación.

"El mundo necesita urgentemente un plan para lidiar con la gran batalla que se librará entre los alimentos y los combustibles. Como el mayor productor y exportador de grano del mundo y el segundo fabricante de etanol, EE UU es el país que debe poner el mayor empeño en buscar una solución a un problema que provocará el caos en el mercado mundial de alimentos", dice tajantemente Lester Brown, director del Earth Policy Institute, y reconocido experto en temas medioambientales mundiales. “El incremento del precio de los alimentos es un fenómeno que puede extenderse a todos los países en desarrollo y dependientes de las importaciones de granos” dice Brown poco antes de partir hacia la cumbre de Davos donde disertó sobre el tema.

La situación es para alarmarse ya que el precio de varios granos se ha incrementado como es el caso del maíz y del trigo, por citar a dos productos que conforman la dieta de millones de personas. Si los subsidios estadounidenses de por si perjudicaban la canasta de alimentos, la reorientación de las cosechas de maíz hacia la producción de etanol originaría un alza desmesurada sin precedentes. Esto podría suceder, es decir, una crisis alimentaria, si la cosecha de maíz estadounidense, que representa el 40% de la producción mundial y el 70% de las exportaciones, se destina a la fabricación de etanol.

EE UU está embarcado junto con Brasil a consolidar su dominio en el mercado de energías renovables para depender menos del petróleo, pero corre el riesgo de desestabilizar la macroeconomía con el aumento de la inflación. El boom de los biocombustibles todavía no ha llegado, pero sí sus devastadores consecuencias sobre los precios de los alimentos. La crisis más importante en ese sentido fue la que vivió México con el alza del precio de la tortilla elaborada del maíz. El incremento fue de tal magnitud que generó protestas y movilizaciones por todo el país azteca, y llevó al Gobierno de Felipe Calderón a congelar el precio de ese producto. El motivo fue alza del precio internacional del maíz que creció 50%, debido a un fuerte incremento en la demanda global para la producción de etanol.

“Si bien esto favoreció a los productores, ya que mejoraron sus ingresos por venta, también perjudicó a los consumidores (al incrementar el costo de la canasta familiar), en países como Honduras y México, donde el maíz es un insumo básico en la dieta alimenticia y un elemento clave en los mercados avícola, porcino y lechero” sostiene Mariana Martínez columnista de la BBC.

La subida se explica porque cada vez se construyen más plantas para procesar maíz para convertirlo en etanol. Este dato se debe a que la industria de biocombustibles norteamericana consumirá este año 80 millones de toneladas de maíz, contra 54,6 del año pasado. La demanda de la industria etanolera de los Estados Unidos está produciendo el desabastecimiento de granos en el mercado mundial.

Colombia también padeció el incremento del maíz, un ingrediente fundamental para fabricar productos populares como las arepas. El problema también tuvo como causa a la escasa oferta internacional de ese cultivo. Dicha situación está relacionada a la producción de etanol en países desarrollados, la cual ha disminuido las áreas sembradas de maíz blanco y ha jalonado las de maíz amarillo, a partir del cual se produce ese biocombustible.

The Wall Street Journal detalló hace unos meses que “el precio del maíz se ha duplicado en los últimos 12 meses llegando a US$ 3,66 el bushel (unidad de comercialización del grano). Y pese a una abundante cosecha en Estados Unidos, uno de los mayores productores de maíz en el mundo, los precios se están acercando a la barrera de US$ 4 por bushel, una marca que rara vez ha visitado”. Recientemente la prestigiosa revista The Economist dio a conocer que el mal clima en Canadá y China, y la mayor demanda de la industria del etanol ha elevado el precio a US$ 7.50 el bushel entregado para diciembre.

Las dificultades en el terreno alimentario no son privativas de países en vías de desarrollo ya que los incrementos también están golpeando a economías de vanguardia como España. Según el diario El País, “el precio de pollo subirá un 11%, entre 18 y 20 céntimos por kilo, al aumentar casi un 50% el valor del pienso y las materias primas”. “El sector avícola español considera que los cereales se han encarecido porque los agricultores dedican menos tierra cultivable a los consumos tradicionales que a fabricar bioetanol”.

Los precios del trigo, que también han alcanzando niveles record, elevaron los precios del pan en la Península Ibérica. Dado que el trigo representa el 70% del costo total de los insumos de la industria panificadora, el alza superará el 50% del año pasado. "Estas subidas afectan igual a todo el planeta” dicen en el Consejo Internacional de Cereales (IGC). “La aplicación de nuevos precios en países del Tercer Mundo será desastrosa", añade. Los desajustes también son sentidos en Francia e Italia donde el consumo de cereales es parte fundamental de la dieta de esos países.

Nadine McCormick, experta en Energía, ecosistemas y sustentabilidad de la World Conservation Union, explicó que "las políticas que están siendo adoptadas en varios países para promover el etanol tienen el potencial de cambiar los sistemas de producción agrícola en el mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo, cuyas economías descansan mayormente en la agricultura. Ya hay evidencias de una creciente deforestación por la expansión del aceite de palmera, potencial biocombustible, particularmente en Indonesia y Malasia. En Latinoamérica no sólo está el caso mexicano sino también países como Costa Rica sufre una fuerte especulación en los precios de tierras con potencial de plantaciones de palmera."

China también acució el impacto del aumento de los precios de alimentos básicos. El repunte de la inflación en julio a 5.6% reflejó la subida del precio de los cereales. Esta es la tasa de inflación más alta de los últimos diez años en China. Con ello se supera el estimado inicial de 3% y compromete el crecimiento de la gran locomotora asiática.

Lo lamentable de toda esta historia es que varios países están alentando el desarrollo de un mercado para el etanol y el biodiesel gracias a exenciones fiscales como España. El Plan de Energías Renovables (PER) permite que los biocarburantes queden liberados de cargas impositivas hasta el 2010, de ahí el acelerado crecimiento que experimenta la industria del etanol y los montos invertidos. Algo similar pasa en EE UU ya que los agricultores que forman parte del programa de biocombustibles serán incluidos dentro de los paquetes de subsidios que concede el Gobierno federal, con la excepción de los biocombustibles surgidos de la producción de etanol de maíz, beneficiado actualmente por caudalosas ayudas.

Instituciones como el FMI han empezado a mostrar sus recelos frente a los biocarburantes como freno para mitigar el calentamiento global. Y motivos no le faltan ya que hasta los Bancos Centrales ven con preocupación el nuevo fenómeno al que algunos analistas han denominado como agroinflación o agflation. Sólo en EE UU el consumo de biocombustibles se han triplicado desde el 2000, según The Economist. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PAMA), advirtió que semejantes "incrementos de precio están teniendo un impacto negativo en la asistencia que es capaz de brindar a la gente que no tiene suficiente comida".

1 comentario:

Jim Erick dijo...

Considero este articulo simplemente una maneobra que representa el temor de los paises que controlan el mundo para evitar que los paises en desarrollo introduzcan alternativas del crudo y tengan presencia dominable en el mundo