No es la primera vez que el presidente norteamericano, George W. Bush, compara la ocupación de Iraq con la guerra de Vietnam pues en dos oportunidades nombró aquel conflicto para hacer algún descabellado paralelo. La primera ocasión que Bush mencionó tal comparación se produjo en octubre de 2006 cuando admitió, a un periodista de la cadena ABC, que la situación en Iraq podría ser similar a la de Vietnam en 1968, tras la ofensiva de Tet, que los historiadores consideran un punto de inflexión hacia la retirada norteamericana del país asiático. En la entrevista reafirmó su convicción de no retirar las tropas y criticó a sus detractores demócratas.
La siguiente alusión tuvo lugar durante su gira por el Sudeste asiático, en la que paradójicamente arribó a suelo vietnamita para asistir a una cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico). En Hanoi reveló a la prensa que EE UU no perdería la guerra si no abandonaba (como lo hizo en Vietnam) y pidió paciencia, como ahora, porque revertir las cosas “llevará mucho tiempo”. Esto fue en noviembre de 2006.
Con este historial a cuestas, no resulta sorprendente que Bush apelara nuevamente al fantasma de Iraq para justificar la presencia militar de su país en Oriente. Cabe recordar que hace menos de un año se emplearon similares argumentos para alertar que el repliegue estadounidense desataría una guerra sectaria sin cuartel y que crearía un caos por toda la región. Los estrategos de la Casa Blanca recurren a temores del pasado y similitudes forzadas para buscar apoyo entre las masas más desconcertadas.
Ahora bien, equiparar Vietnam con Iraq es plausible si nos centramos exclusivamente en la participación norteamericana en ambos conflictos, es decir, en sus pésimas planificaciones, desempeños y performance ya que por lejos excedieron todos los cálculos iniciales. No es posible, por ende, cotejar las causas ni las consecuencias (las de Iraq aún son inciertas) toda vez que las dos guerras tuvieron contextos disímiles. Además, resulta aventurado pronosticar que a raíz de la retirada, Oriente Medio caerá en manos de extremistas pues tal profecía no se cumplió en el caso de Indochina. La parte sur de Asia no sólo no se desestabilizo tras la salida de EE UU, sino que prosperó al adoptar el modelo capitalista.
A todas luces resulta temerario sostener semejantes argumentos. Por ello no tiene mucho asidero extender la presencia del Pentágono para detener la propagación del radicalismo islámico, que dicho sea de paso, ha crecido gracias a la intervención norteamericana en la región más conflictiva del planeta.
Evocar en estos momentos el trágico recuerdo de Vietnam, la mayor derrota militar de EE UU, se hace para ocultar el impacto de interesantes revelaciones de un informe de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) sobre la ineficacia de la Agencia para combatir a Al Qaeda e impedir el atentado del 11–S. Como las fallas de inteligencia pueden salpicar a la Casa Blanca -pues el ataque se produjo en el primer mandato de Bush-, el presidente estadounidense desató la polémica al mencionar una vez más la inexistente comparación.
Vietnam representó una dura derrota militar para EE UU, pero no una estratégica, porque la región del Sudeste asiático tiene una economía abierta. En cambio la guerra de Iraq representa lo contrario ya que hubo una victoria militar, pero se vislumbra una estrepitosa derrota política por no conseguir los objetivos (de asimilar culturalmente Oriente a Occidente, acabar con el fundamentalismo islámico y asegurar el suministro de petróleo al minimizar el riesgo político). Cualquier comparación, a la luz de lo expuesto, carece de sustento histórico pues en Iraq las milicias extremistas y nacionalistas no tienen el respaldo de grandes potencias como lo tuvo el Vietcong de la Unión Soviética y China. El apoyo con el que cuentan los radicales chiíes, por ejemplo, proviene de Irán. Otros grupos y facciones reciben recursos de Arabia en el caso de los sunitas. En Vietnam hubo un ejército regular, el Vietnam del Norte, que enfrentó a las tropas norteamericanas al igual que una guerrilla.
En lo que puede haber una posible comparación es el desamparo en el que quedarían los iraquíes y su gobierno tras la salida estadounidense. La situación es equiparable dada la precariedad del ejecutivo para instaurar el orden. La iraquización del conflicto, que consiste en entregar a las autoridades la responsabilidad de la pacificación también será un paso previo que guardará mucha similitud con la vietnamización, es decir, con la entrega de la guerra al ejército de Vietnam del Sur.
Un dato que salta a la vista y revela la gran diferencia entre ambas ocupaciones es la cantidad de bajas que la guerra de Vietnam produjo en las filas estadounidenses. En Vietnam se estima que perdieron la vida cerca de 58.000 soldados; mientras que en Iraq las muertes llegan a 3.700 desde el 2003.
También se debe destacar que en Iraq existe una marcada división entre las distintas etnias, acentuada indudablemente por el conflicto. Cosa que no ocurría en Vietnam por ser un país homogéneo, es decir, de similar composición racial y cultural.
Es interesante la percepción que tiene el estadounidense promedio de la guerra al calificar esa empresa como inmoral por no tener justificación en un 54%, según la CNN. Este dato echa por la borda los intentos de Bush de apelar a la guerra de Vietnam para ganar respaldo entre los conservadores.
En términos humanitarios la descabellada operación ha causado al menos medio millón de muertos según algunos sondeos conservadores. En desplazados la cifra alcanza los dos millones, en su mayoría refugiados en Siria, Jordania, Irán y Europa, en menor medida.
Lo que se puede inferir de las palabras de George W. Bush en su discurso a la Convención de Veteranos de Guerra es que está preparando el terreno para una retirada gradual de las tropas. Al decir que EE UU no se irá está enviando diversas señales a varios actores, según su grado de participación e involucramiento en el conflicto. El primer mensaje está dirigido obviamente al público estadounidense deseoso de ver a sus soldados en casa. En la medida que se haga efectivo el plan del jefe de Estado mayor, Peter Pace, divulgado por Los Angeles Times, de remover a la mitad de los efectivos destacados en Iraq (bajo el argumento de dar mayor flexibilidad a las Fuerzas Armadas para afrontar nuevas amenazas), la Casa Blanca ganará algo de alivio si opta por una posición intermedia entre la retirada total o la permanencia indefinida. Esta visión colisiona con la del responsable militar para Iraq, el general David Petraeus, quien considera mantener el número de tropas actuales.
Una probable interpretación del choque de estas dos visiones opuestas es que se quiere presionar al primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, por su mayor independencia. A cierto sector de la política norteamericana el desempeño de Al Maliki no sólo decepciona, sino que enerva al mostrar mayores acercamientos con Siria e Irán. Parece ser que las altas esferas le han bajado el pulgar y promueven su cambio dado que su coalición de gobierno se ha roto (17 de los 40 ministros han renunciado o han decidido boicotear su gabinete), lo que ha dejado a los sunitas sin representación. De hacerlo se echaría por tierra el argumento del Iraq libre y democrático que promueve EE UU toda vez que estaría amparando un golpe de estado. Al Maliki también es cuestionado por las agencias de inteligencia en un informe elaborado en forma conjunta por16 dependencias del ejecutivo estadounidense. En concreto, el informe titulado “Perspectivas para la estabilidad de Iraq”, carga contra el primer ministro calificándolo de incapaz para lograr la paz y estabilidad de su país. El gobernante iraquí respondió los cuestionamientos con inusual dureza al afirmar que "nadie tiene el derecho de imponer condiciones a un gobierno electo" y que su gobierno puede encontrar amigos en cualquier parte (incluido Irán), según la BBC.
La proximidad de la fecha de evaluación de la estrategia en Iraq (en setiembre) permite a la Casa Blanca jugar con un calendario de retirada, que de efectuarse, complicaría aún más la debilitada posición de Al Maliki. Al respecto, John Warner, senador republicano en el Comité de Fuerzas Armadas indicó que “es necesario que el presidente Bush anuncie el mes próximo una retirada inicial de tropas, como forma de espolear al Gobierno iraquí a que actúe”. El senador de Virginia, que ya había pedido la destitución de Al Maliki, sugirió una retirada de unos 5.000 soldados para Navidad.
La siguiente alusión tuvo lugar durante su gira por el Sudeste asiático, en la que paradójicamente arribó a suelo vietnamita para asistir a una cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico). En Hanoi reveló a la prensa que EE UU no perdería la guerra si no abandonaba (como lo hizo en Vietnam) y pidió paciencia, como ahora, porque revertir las cosas “llevará mucho tiempo”. Esto fue en noviembre de 2006.
Con este historial a cuestas, no resulta sorprendente que Bush apelara nuevamente al fantasma de Iraq para justificar la presencia militar de su país en Oriente. Cabe recordar que hace menos de un año se emplearon similares argumentos para alertar que el repliegue estadounidense desataría una guerra sectaria sin cuartel y que crearía un caos por toda la región. Los estrategos de la Casa Blanca recurren a temores del pasado y similitudes forzadas para buscar apoyo entre las masas más desconcertadas.
Ahora bien, equiparar Vietnam con Iraq es plausible si nos centramos exclusivamente en la participación norteamericana en ambos conflictos, es decir, en sus pésimas planificaciones, desempeños y performance ya que por lejos excedieron todos los cálculos iniciales. No es posible, por ende, cotejar las causas ni las consecuencias (las de Iraq aún son inciertas) toda vez que las dos guerras tuvieron contextos disímiles. Además, resulta aventurado pronosticar que a raíz de la retirada, Oriente Medio caerá en manos de extremistas pues tal profecía no se cumplió en el caso de Indochina. La parte sur de Asia no sólo no se desestabilizo tras la salida de EE UU, sino que prosperó al adoptar el modelo capitalista.
A todas luces resulta temerario sostener semejantes argumentos. Por ello no tiene mucho asidero extender la presencia del Pentágono para detener la propagación del radicalismo islámico, que dicho sea de paso, ha crecido gracias a la intervención norteamericana en la región más conflictiva del planeta.
Evocar en estos momentos el trágico recuerdo de Vietnam, la mayor derrota militar de EE UU, se hace para ocultar el impacto de interesantes revelaciones de un informe de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) sobre la ineficacia de la Agencia para combatir a Al Qaeda e impedir el atentado del 11–S. Como las fallas de inteligencia pueden salpicar a la Casa Blanca -pues el ataque se produjo en el primer mandato de Bush-, el presidente estadounidense desató la polémica al mencionar una vez más la inexistente comparación.
Vietnam representó una dura derrota militar para EE UU, pero no una estratégica, porque la región del Sudeste asiático tiene una economía abierta. En cambio la guerra de Iraq representa lo contrario ya que hubo una victoria militar, pero se vislumbra una estrepitosa derrota política por no conseguir los objetivos (de asimilar culturalmente Oriente a Occidente, acabar con el fundamentalismo islámico y asegurar el suministro de petróleo al minimizar el riesgo político). Cualquier comparación, a la luz de lo expuesto, carece de sustento histórico pues en Iraq las milicias extremistas y nacionalistas no tienen el respaldo de grandes potencias como lo tuvo el Vietcong de la Unión Soviética y China. El apoyo con el que cuentan los radicales chiíes, por ejemplo, proviene de Irán. Otros grupos y facciones reciben recursos de Arabia en el caso de los sunitas. En Vietnam hubo un ejército regular, el Vietnam del Norte, que enfrentó a las tropas norteamericanas al igual que una guerrilla.
En lo que puede haber una posible comparación es el desamparo en el que quedarían los iraquíes y su gobierno tras la salida estadounidense. La situación es equiparable dada la precariedad del ejecutivo para instaurar el orden. La iraquización del conflicto, que consiste en entregar a las autoridades la responsabilidad de la pacificación también será un paso previo que guardará mucha similitud con la vietnamización, es decir, con la entrega de la guerra al ejército de Vietnam del Sur.
Un dato que salta a la vista y revela la gran diferencia entre ambas ocupaciones es la cantidad de bajas que la guerra de Vietnam produjo en las filas estadounidenses. En Vietnam se estima que perdieron la vida cerca de 58.000 soldados; mientras que en Iraq las muertes llegan a 3.700 desde el 2003.
También se debe destacar que en Iraq existe una marcada división entre las distintas etnias, acentuada indudablemente por el conflicto. Cosa que no ocurría en Vietnam por ser un país homogéneo, es decir, de similar composición racial y cultural.
Es interesante la percepción que tiene el estadounidense promedio de la guerra al calificar esa empresa como inmoral por no tener justificación en un 54%, según la CNN. Este dato echa por la borda los intentos de Bush de apelar a la guerra de Vietnam para ganar respaldo entre los conservadores.
En términos humanitarios la descabellada operación ha causado al menos medio millón de muertos según algunos sondeos conservadores. En desplazados la cifra alcanza los dos millones, en su mayoría refugiados en Siria, Jordania, Irán y Europa, en menor medida.
Lo que se puede inferir de las palabras de George W. Bush en su discurso a la Convención de Veteranos de Guerra es que está preparando el terreno para una retirada gradual de las tropas. Al decir que EE UU no se irá está enviando diversas señales a varios actores, según su grado de participación e involucramiento en el conflicto. El primer mensaje está dirigido obviamente al público estadounidense deseoso de ver a sus soldados en casa. En la medida que se haga efectivo el plan del jefe de Estado mayor, Peter Pace, divulgado por Los Angeles Times, de remover a la mitad de los efectivos destacados en Iraq (bajo el argumento de dar mayor flexibilidad a las Fuerzas Armadas para afrontar nuevas amenazas), la Casa Blanca ganará algo de alivio si opta por una posición intermedia entre la retirada total o la permanencia indefinida. Esta visión colisiona con la del responsable militar para Iraq, el general David Petraeus, quien considera mantener el número de tropas actuales.
Una probable interpretación del choque de estas dos visiones opuestas es que se quiere presionar al primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, por su mayor independencia. A cierto sector de la política norteamericana el desempeño de Al Maliki no sólo decepciona, sino que enerva al mostrar mayores acercamientos con Siria e Irán. Parece ser que las altas esferas le han bajado el pulgar y promueven su cambio dado que su coalición de gobierno se ha roto (17 de los 40 ministros han renunciado o han decidido boicotear su gabinete), lo que ha dejado a los sunitas sin representación. De hacerlo se echaría por tierra el argumento del Iraq libre y democrático que promueve EE UU toda vez que estaría amparando un golpe de estado. Al Maliki también es cuestionado por las agencias de inteligencia en un informe elaborado en forma conjunta por16 dependencias del ejecutivo estadounidense. En concreto, el informe titulado “Perspectivas para la estabilidad de Iraq”, carga contra el primer ministro calificándolo de incapaz para lograr la paz y estabilidad de su país. El gobernante iraquí respondió los cuestionamientos con inusual dureza al afirmar que "nadie tiene el derecho de imponer condiciones a un gobierno electo" y que su gobierno puede encontrar amigos en cualquier parte (incluido Irán), según la BBC.
La proximidad de la fecha de evaluación de la estrategia en Iraq (en setiembre) permite a la Casa Blanca jugar con un calendario de retirada, que de efectuarse, complicaría aún más la debilitada posición de Al Maliki. Al respecto, John Warner, senador republicano en el Comité de Fuerzas Armadas indicó que “es necesario que el presidente Bush anuncie el mes próximo una retirada inicial de tropas, como forma de espolear al Gobierno iraquí a que actúe”. El senador de Virginia, que ya había pedido la destitución de Al Maliki, sugirió una retirada de unos 5.000 soldados para Navidad.
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