La pobreza generalmente es definida como la carencia de lo necesario para vivir. En resumidas cuentas es una estrechez de medios y recursos para intercambiarlos por bienes y servicios esenciales para la subsistencia. Al amparo de esta simple noción muchos economistas y diseñadores de políticas sociales han considerado que la reducción de la pobreza que afecta a más de la mitad de habitantes del planeta puede ser resuelta, en parte, con más inversión social, esto es, con mayor gasto (o inversión) en salud, alimentación, infraestructura, vivienda y educación como principales pilares de la intervención estatal o multinacional en el terreno de la pobreza.
La intención es buena, a no dudarlo, porque un cúmulo de programas asistenciales alivian muchas de las necesidades básicas de la población de menores ingresos. Pero todos esos esfuerzos no deben confundirse con la reducción efectiva de la pobreza, es decir, de la pobreza real.
Pensar en que dotando de agua potable y desagüe, alimentos, seguro medico y, en algunos casos, un subsidio económico familiar se podrá combatir la pobreza es equivocado toda vez que el gasto social sólo mitiga sus efectos, pero no ataca sus causas. Como mal endémico que afecta a muchas economías en el mundo, inclusive muchas supuestamente desarrolladas, la pobreza se origina, principalmente, por la falta de ingresos. En dicha privación interviene una serie de factores adicionales como la pérdida de empleos (causada por una recesión), desastres naturales, guerras, contaminación ambiental, etc. Este breve listado no impide que muchas de las variables mencionadas se relacionen entre si para generar más pobreza.
Ahora bien, como la mayoría de economías no están aquejadas por conflictos armados o desastres naturales recurrentes, la pobreza que presentan es de tipo estructural, es decir, inherente a ellas mismas, pues ningún factor coyuntural o exógeno la produce. Para diferenciar ambos conceptos, un ejemplo de pobreza coyuntural seria el de Alemania al término de la Segunda Guerra Mundial, ya que si bien perdió casi la totalidad de su aparato productivo y requería de ayuda de internacional para subsistir, esa no fue la suerte de su capital humano, que le permitió en un breve plazo recuperar su potencial económico y posicionarse como la tercera economía mundial. En el caso de la pobreza estructural los ejemplos sobran pues la padecen los países en vías de desarrollo. Como principal característica este tipo de pobreza es mucho más grave que la anterior porque sus efectos son permanentes e indiferentes, en muchos casos, a la bonanza económica que beneficia en la actualidad a un gran grupo de países exportadores de materias primas. A diferencia de la pobreza coyuntural cuyos elementos que la originan desaparecen, la pobreza estructural genera otro tipo de males sociales con los que comúnmente se la asocia como delincuencia, descomposición familiar, sobrepoblación, hacinamiento urbano, enfermedades de transmisión sexual, etc. Además, un país que ostenta esa clase de pobreza es mucho más vulnerable cuando variables como una sequía o enfrentamiento bélico hacen su aparición ya que agudiza los problemas existentes.
También es preciso señalar que la pobreza estructural tiene profundas raíces en la composición socio-económica del país afectado. Así resulta muy difícil poder erradicarla sin hacer reformas que permitan una verdadera integración productiva, una mejora en la calidad de la educación y mayor eficiencia de los servicios que presta el Estado. Por ello toda medida destinada a satisfacer necesidades inmediatas no logrará jamás alterar el estado de cosas que permite que la pobreza campee y se multiplique.
Lo que da lugar a la pobreza estructural, como ineficiencia de una economía y en general del sistema económico, es la sobrepoblación y los escasos recursos para mantenerla. Apelando a Malthus, el dilema poblacional se sitúa en la actualidad como el principal problema enfrentan países emergente, como China, India y Brasil, quienes en conjunto albergan a la mitad de pobres. Es por demás sabido que lo que producen es insuficiente para satisfacer las razonables demandas de su población, a pesar de que tengan balanzas comerciales positivas en términos económicos. Este mal endémico también ha sido contemplado desde una perspectiva ecológica, que señala que si todos los habitantes del planeta tuvieran un patrón de consumo similar al de la economía más desarrollada, EE UU, harían falta tres planetas iguales a la Tierra. Así, resulta imposible sostener nuestros actuales requerimientos por alimentos, energía y agua si no revertimos nuestros hábitos de consumo, que por lo demás están causando un inconveniente adicional: el cambio climático. De ahí que controlar las tasas de natalidad deba ser prioritario para equilibrar nuestras necesidades con los medios disponibles para satisfacerlas.
Otra gran falla de nuestras economías, vinculada a la anterior, es que los pobres son considerados como sobrantes de la economía de mercado, es decir, como el exceso de personas que no comparten un nivel o estándares mínimos de vida, ni pueden integrarse al mercado para atender sus exigencias. Están de alguna manera fuera de los procesos de intercambio porque no pueden ofrecer ni sus bienes o servicios (fuerza de trabajo). Su interacción con la parte formal de la economía es de corte informal. Se podría decir que viven en dos mundos: el legal y el ilegal, desde el punto de vista económico y social, toda vez que un porcentaje realiza actividades ilícitas para sobrevivir como la piratería, violando derechos de propiedad intelectual, o siendo parte del crimen organizado como las maras de Centroamérica.
Haciendo un breve paréntesis, el pobre, en términos económicos, es aquel que tiene menos opciones de consumo, y por ende, menos oportunidades de desarrollo. Todo ello hace que tenga gran parte de su libertad recortada ya que tiene que enfrentar sus impostergables problemas de subsistencia, por lo que no puede disponer de su tiempo ni su esfuerzo para dedicarse a estudiar o pensar, por ejemplo, o al ocio, salvo que sea un mendigo.
De la lectura de los párrafos precedentes se puede inferir que mantener a grandes masas en la pobreza más extrema, a parte de ser un gran problema, puede otorgar ciertos réditos políticos para quien detenta el poder pues da pie al clientelismo político, esto es, a irresponsables medidas de corte populista (dadiva estatal) que comprometen muchas veces el futuro del país. Por otro lado, tener una gran población insatisfecha puede ser nocivo para la estabilidad – o viabilidad política del Estado en cuestión- porque generalmente es foco o caldo de cultivo del que se nutren grupos radicales y movimientos armados contrarios a las políticas aplicadas en el país. Así, revoluciones como la rusa, china o cubana no hubieran sido posibles sin el descontento generalizado que las antecedió.
No hay que descuidar tampoco que una economía con pobreza estructural tiene la particularidad de imponer barreras de acceso de los más pobres se integren y beneficien de los crecimientos de la economía formal. Estas barreras están en el campo de la educación principalmente pues este elemento permite la movilidad o promoción social que requieren. No existe elemento más descongestionador de la pobreza que la educación, aunque sus efectos sólo pueden apreciarse a largo plazo. Sin embargo, pese a los beneficios cualitativos que produce, la educación no podría revertir por si sola las nefastas consecuencias de la pobreza si los Estados no institucionalizan la cultura de la meritocracia, es decir, la practica de recompensar todo esfuerzo personal en el ámbito laboral. Esto requiere desinstalar viejas costumbres pues de otra forma las capacidades y habilidades adquiridas gracias a la educación y capacitación no tendría efecto alguno en la mejora de la calidad de vida de los pobres. Sólo así podría terminarse con el vicioso círculo de la pobreza que perpetua desagradables condiciones en las siguientes generaciones.
La corrupción, que parece ser una institución más en países extremadamente pobres, es también otro impedimento que dificulta, en principio, la efectividad del Estado y la sociedad para combatir la pobreza. Un reciente estudio de Transparencia Internacional elaborado en 2006 mostró que existe una relación directa entre pobreza y corrupción. Dicho mal genera distorsiones y ambivalencia generalizada porque supedita las decisiones estatales a dadivas económicas o favores de algún tipo, en otras palabras, crea incertidumbre sobre la acción política toda vez que no se orienta por el cumplimiento de la ley o de buenas prácticas gubernamentales. Este problema altera la función de programas de “erradicación” de la pobreza, que suelen manipularse, desvirtuando sus metas, para ganar más votos en una elección y conseguir respaldo popular. La corrupción a su vez dilapida recursos públicos que deberían ser asignados a los pobres y fomenta un clima que acentúa las desigualdades, dando privilegio al tráfico de influencias.
La inestabilidad política, que según el Banco Mundial está asociada a la corrupción, repercute negativamente en el crecimiento pues ahuyenta nuevas inversiones que los países pobres necesitan para revertir sus escasas tasas de desarrollo. La actividad política es vista muchas veces como perniciosa para la reactivación económica porque añade más incertidumbre sobre las reglas del juego a seguir, es decir, impide la inyección de capitales de mediano y largo plazo al no generar la suficiente confianza en el inversionista, sea nacional o extranjero. El efecto inmediato sobre la economía del componente político (en países inestables y corruptos) suele ser desfavorable ya que incrementa el riesgo para realizar nuevas actividades económicas.
Es errado creer que la satisfacción de requerimientos mínimos para la vida signifique reducir la pobreza. De esa forma es muy sencillo, para una oficina nacional de estadísticas o para el gobierno central, maquillar las cifras de pobreza pues no registran las variaciones en el ingreso de los desposeídos. Para realizar una correcta medición de la reducción de la pobreza es imprescindible analizar si hubo o no incrementos en los ingresos de las familias más pobres. Ese estudio debe mostrar qué tan productiva ha sido la población en riesgo en un determinado periodo respecto a otro anterior. La credibilidad del muestreo o dato económico está ligada a la existencia de fuentes internas que han incidido en la elevación o disminución de la renta de las familias. De ahí que factores como las remesas que remite un pariente a su familia debe ser contabilizada como un ingreso foráneo, pues esa renta no ha sido producida en el país receptor. Sólo así podemos aislar y saber realmente si las políticas económicas y sociales están generando los resultados esperados, ya que si incluimos la renta extranjera de las familias (las remesas) distorsionamos los alcances de las acciones adoptadas por los Estados en aras de eliminar la pobreza.
Aquí cabe destacar que paliar el hambre mediante programas o brindar asistencia sanitaria mejora mínimamente la capacidad de consumo de las familias más pobres, esto es, libera la mayor parte de sus escasos recursos -que siguen siendo bajos para procurarse un sustento digno. Bajo esa óptica aquella población no dejará de ser pobre porque depende del auxilio estatal. De modo que para que salgan de la pobreza real tendrían que contar con medios suficientes, esto es, abandonar los programas gubernamentales o humanitarios que les asisten.
En resumen, debemos enfocarnos en toda clase de políticas que favorezcan el crecimiento sostenible y generalizado; excluyendo el impacto de los programas asistenciales y las remesas para cuantificar con la mayor precisión la dimensión real de la pobreza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario