jueves, 6 de septiembre de 2007

Definiendo el antisemitismo

Por César Reyna

Luego de la controversial Conferencia Internacional acerca de la existencia del Holocausto realizada por Irán a fines del 2006, queda pendiente una asignatura referida a lo que significa el antisemitismo de nuestros tiempos, es decir, si lo que actualmente consideramos como antisemitismo puede equipararse a los anteriores, y de ser así, cuáles vendrían a ser sus principales diferencias o similitudes.

El tema del antisemitismo es casi tan antiguo como la Biblia misma. Así, en el occidente cristiano surgió el primero de todos los antisemitismos ya que los primeros cristianos manifestaron su animadversión contra los judíos al ser considerados como un pueblo deicida (por haber promovido la ejecución de Jesús). Este antisemitismo se transformó conforme los judíos residentes en Europa prosperaron en medio de la oscuridad intelectual y cultural que representó la Edad Media. A los consabidos motivos religiosos se sumaron razones de índole económica y comercial. La obra El Mercader de Venecia de Shakespeare podría ilustrar mejor las vicisitudes de los prestamistas y comerciantes judíos de la época premoderna. La prohibición cristiana de la usura permitió que los judíos europeos no se vean impedidos de cobrar altos intereses por sus préstamos. Al no tener competencia, no resultaba impredecible que acumularan grandes fortunas y riquezas. Su crecimiento como sector acaudalado dentro las urbes florentinas, venecianas, genovesas, etc. provocó un gran resentimiento y numerosas explosiones populares de odio. La culpa no la tenían finalmente éstos; sino un sistema que les impedía a los cristianos competir en igualdad de condiciones con los judíos.

Posteriormente fueron reducidos en barrios (ghettos o juderías), obligados a llevar distintivos (rodelas), sometidos a conversiones forzosas y en momentos críticos sufrieron terribles matanzas (en España en 1391) y fueron expulsados junto a los musulmanes en 1492, año de la Reconquista española. La estadía en la Península Ibérica para los judíos fue igualmente dolorosa pues fueron obligados a renunciar a su religión. Cualquier desvío de los conversos era sancionado con extrema dureza por parte de las autoridades eclesiásticas y de los tribunales de la Santa Inquisición.

Con la Ilustración del siglo XVIII la situación varió ostensiblemente pues se facilitó la abolición de medidas antijudías y posibilitó la integración; pero en el siglo XIX la convivencia se vio dificultada por la actitud de los grupos nacionalistas por un lado y la de los judíos ortodoxos por otro, partidarios de movimiento sionista.

A finales del siglo XIX resurge la corriente antisemita moderna o “científica” como respuesta a los Protocolos de los Sabios Ancianos de Sión. Este antisemitismo “científico” se basaba en argumentos históricos-antropológicos, como la supremacía de la raza aria sobre la hebrea.

Contrariamente a los que muchos piensan, en el mundo musulmán--por lo menos a nivel religioso--jamás ha existido un antisemitismo teológico. Esto porque el Corán reconoce la tradición de los grandes patriarcas de la Biblia, desde el Génesis a Abraham. Del mismo modo se puede sostener que tampoco ha germinado un anticristianismo de origen islámico toda vez que Jesús es considerado como profeta dentro del Islam. Por ser la tercera religión del Libro, el islamismo asimiló muchos de los preceptos de sus antecesoras; pero se considera a sí mismo como la versión definitiva de la revelación divina. Lo cual no quiere decir que deba necesariamente imponer por la fuerza sus enseñanzas a los credos que le precedieron, ya que en la época de su mayor expansión, los musulmanes fueron bastante tolerantes con los hebreos y los cristianos. Claro que estos eran considerados como ciudadanos de segunda categoría, pero en la medida en que pagasen sus impuestos podían practicar sus respectivas religiones y desarrollar sus negocios.

El ensayista Daniel Pipes es de la misma opinión pues considera el período del Al Andaluz como una época de indiscutible brillo para la tolerancia religiosa. Semejante etapa no fue alcanzada hasta el siglo XVIII, principalmente en Inglaterra, a raíz de su floreciente libre comercio, pues esta actividad hizo al margen las diferencias religiosas y permitió la cooperación entre individuos. Voltaire relata en una de sus más polémicas misivas (Cartas sobre la religión y la política inglesa) que “Después de hacer negocios el uno con el otro (en la Bolsa de Valores de Londres), el cristiano y el judío tomaban sus caminos separados”. Como Voltaire lo expresara, “al partir de estas pacíficas y libres asambleas, algunos van a la sinagoga, otros en busca de un trago. . . .” Al final, “todos están satisfechos.”

Existe, por otro lado, en el mundo occidental, otro antisemitismo de raíz popular y derivado del antisemitismo religioso mencionado líneas arriba. Europa por lo general no ha sabido discernir entre todos los antisemitismos existentes o pasados. El antisemitismo popular apoyado por el antisemitismo religioso produjo masacres, pero siempre locales y no programadas.

Más peligroso y organizado resultó el antisemitismo científico, cuyos orígenes, según Umberto Eco, “pueden fecharse a finales del XVII y principios del XVIII y no en Alemania, sino en Italia y en la Francia legitimista. Es en Francia donde toman cuerpos las teorías del racismo y de las raíces étnicas de la civilización. Y es en Francia y en Italia donde se elabora la teoría del complot judaico, responsable primero de los horrores de la Revolución Francesa y, después, de una trama cuyo objetivo sería dominar la civilización cristiana.La Historia ha probado que los Protocolos (de los Sabios de Sión) fueron elaborados por unos jesuitas legitimistas y por los servicios secretos franco-rusos y que sólo más tarde fueron asumidos como una obra indiscutible tanto por parte de los reaccionarios zaristas como de los nazis. Pero a pesar de todo, la mayoría de los sitios árabes antisemitas de Internet se basan en este antisemitismo científico europeo”.

Descartando entonces la semilla religiosa del antisemitismo moderno, por lo menos del lado musulmán, ¿Dónde se halla la principal razón de su florecimiento? A decir del mismo Eco, “el actual antisemitismo islámico es, pues, de naturaleza exclusivamente étnico-política, quedando las motivaciones religiosas relegadas a simples apoyos, no a fundamentos”.

Eco explica que “por razones históricas y religiosas, los hebreos tenían todos los derechos a establecerse en Palestina; durante un siglo su penetración fue pacífica y tienen todo el derecho del mundo a permanecer allí, porque lo conquistaron con su esfuerzo. En cualquier caso, el antisemitismo árabe es territorial y no teológico”. Entonces, a raíz de lo expuesto, es posible elucubrar que el resentimiento que experimenta una buena parte del mundo musulmán esté abrigado, en primer lugar, por la pérdida de la supremacía de la que alguna vez gozó (al rivalizar y poner en ciernes el devenir del occidente cristiano, al que le arrebató algunos territorios). La opinión dominante es que occidente ha hurtado la gloria del Islam mediante la explotación y la colonización. De ahí que algunos caudillos políticos, hábiles al momento de manipular y hacerse pasar por líderes religiosos, consideren que al haberse apartado de los caminos de Alá, los musulmanes han sido castigados; de allí la necesidad de volver a los fundamentos del Islam. Que dicho sea de paso no son para nada renuentes al progreso o a la modernidad, ya que el mundo islámico de los siglos VIII al XI fue muy abierto y desarrolló muchas formas comerciales y libertarias. El pensamiento crítico fluía con facilidad hasta el posterior endurecimiento de las élites dinásticas que volvieron su mirada hacia dentro, causado por la lucha contra los cruzados y el acoso de otras potencias orientales.

En cuanto a las libertades, los musulmanes pueden hallar en instituciones antiguas, como el “waqf” -un tipo de fideicomiso utilizado por muchas familias para financiar escuelas-, y en el propio Corán (“los hombres tendrán derecho a lo que ganen y las mujeres también”), así como el voto femenino, concedido varios siglos antes que en Norteamérica o en el Reino Unido.

El segundo elemento fue y es el éxito del pueblo de Israel en un medio tan hostil como el de Oriente Medio. Su sobrevivencia al Holocausto y a las guerras árabes, así como su adaptación y progreso en un entorno sumamente agreste desde el punto de vista geográfico, ha fastidiado enormemente a los empobrecidos habitantes islámicos que ven a Israel y al occidente cristiano (EE UU en particular), como chivos expiatorios de todas sus culpas y males.

Haciendo un breve paréntesis, tal vez el caso de China pueda ser en algo comparable a lo que sucedió con el mundo musulmán toda vez que fue una gran potencia antes de su actual despegue económico. Durante mucho tiempo China vivió épocas de oscuridad y penumbra. La corrupción de sus funcionarios administrativos facilitó a la postre la dominación británica, holandesa y norteamericana, principalmente. Lo paradójico del caso chino es que estuvo cerrado al mundo a la vez que florecían las artes del buen gobierno (inspiradas en Confucio), las técnicas militares, las ciencias y el comercio. La Gran Muralla China, una de las pocas megaestructuras visibles desde el espacio, representó este “estar de espaldas al mundo”. Por su tamaño y extensión territorial, así como por sus grandes recursos humanos y naturales, China no necesitó relacionarse demasiado con otros dominios. De ahí que sus emperadores hayan sido reacios a todo contacto con el mundo exterior, influencia que consideraban nociva pues podía alterar el curso natural de su desarrollo (1). Cuando este país reconsidera la apertura, luego de la Revolución de Mao, es que encuentra de nuevo una oportunidad para irrumpir en el escenario global como gran potencia. Razón tenía Napoleón al señalar que “el día que China se levante, el mundo temblará”. China bien pudo atribuir las culpas de su ruina pasada a la injerencia occidental, pero no lo hizo. En vez de ello prefirió hacerse cargo de su destino y emerger nuevamente para envidia de muchos.

Volviendo a lo del antisemitismo, es indudable que ha surgido un nuevo antisemitismo no muy distinto de los anteriores en cuanto a la consecución de sus objetivos; pero sí muy diferente en lo que a su origen se refiere. Ahora las voces persas (iraníes) y árabes se funden al unísono y en un solo coro para denunciar las desgracias que Israel ha traído al mundo. La victimización es y ha sido parte de este discurso que busca el mayor número de condenas y justificación para sus asesinatos. Indudablemente el trato de los israelíes no ha sido de lo mejor para con los palestinos pues son ciudadanos de segunda clase y sus territorios se encuentran cercados y ocupados por colonos al margen de las directrices internacionales (resoluciones de Naciones Unidas).

Como doctrina del odio, el antisemitismo fulminó Europa a fines del siglo XIX. Los escritos de W. Marr en Alemania, Drumont en Francia, la brutal represión en Rusia y Polonia durante el régimen zarista y la aparición de las doctrinas seudocientíficas sobre la superioridad del hombre ario (Chaberlain, Gobineau, y Rosenberg) desencadenaron una nueva etapa de antisemitismo que culminó en la Alemania nazi.

Si bien los antisemitas de ahora no cometieron el Holocausto del pasado, lo niegan o ridiculizan de tal forma como si se tratase de una nimiedad. La razón para todo ello consiste en dejar sin bases ideológicas a quienes proclaman el legítimo derecho del pueblo judío a coexistir pacíficamente.

Lo importante es distinguir entre antiisraelíes y antisemitas. Tal demarcación no es tan farragosa como se piensa pues aquel que niegue un hecho tan documentado y lamentable como el Holocausto será sin lugar a dudas tenido por antisemita. Así como cualquiera que anuncie la destrucción del Estado de Israel a los cuatro vientos.

No es antisemita, en cambio, quien se opone a determinadas prácticas represivas o ilegales. Ese es el caso de los que critican fundamentadamente la política del gobierno de Israel, sin que por ello exijan su desaparición como nación. Hamas, Yihad Islámica, Hezbollah, el actual régimen de Ahmadinejad y Khamenei, David Irving, etc., califican de antisemitas abiertos; y no así, por ejemplo, Petras, Chebel, Said, Ramadan, entre otros pensadores islamistas abiertos al diálogo. Hay que diferenciar, y bien, pues es ofensivo caer en el saco de quienes desconocen el Holocausto.

Por otro lado, antisionista es otro término comúnmente empleado para designar a quienes aborrecen la creación del Estado de Israel, pero no necesariamente exigen la aniquilación de su pueblo. Dentro de esta corriente pueden encontrarse numerosos árabes, cristianos, etc. Ser antisionista no es tan cuestionable como ser antisemita, pero arroja ciertas dudas cuando se traspasa la frontera que divide ambas categorías. No permitir el derecho del pueblo judío a gozar libremente de su soberanía sobre límites reconocibles, resiente el derecho internacional que le asignó su asentamiento sobre un determinado territorio. La cuestión podría ser solamente jurídica, pero tiende a desnaturalizarse cada vez que se escuchan argumentos vinculados no sólo con su desaparición conceptual, sino también física.

Cien años atrás, cuando aún no había llegado al gobierno el nazismo en Alemania y se endurecían los pogromos antisemitas en Rusia, el periodista y escritor austríaco Theodor Herzl tuvo la iniciativa de convocar a un congreso en Basilea que estableció que el sionismo pugna por crear un hogar para el pueblo judío en Palestina.

El sionismo -cuyo nombre evoca a la sagrada colina de Sión, asociada con Jerusalén- nació como movimiento en 1897, fue una tendencia que había revivido periódicamente casi desde el comienzo de la diáspora judía en el primer siglo de la era cristiana. Sin embargo, una parte considerable del pueblo judío no adhirió ni respalda hoy la creación del Estado de Israel. Para los judíos más ortodoxos, que incluso acudieron a la Conferencia Internacional sobre el Holocausto, el sionismo es incompatible con la promesa del Mesías hecha por Dios al pueblo escogido. La pobreza en que vivían los judíos del este de Europa a fines del siglo XIX y los pogromos en Rusia (donde vivían diez veces más judíos que en Alemania), fueron la mejor propaganda sionista en aquellos países.

En 1917, dos sionistas, Jaim Weizmann y Nahum Sokolow, lograron que Gran Bretaña aprobase la llamada Declaración Balfour, que prometía el apoyo británico a la creación de un Estado judío en Palestina. Finalmente, en 1948 los sionistas alcanzaron su objetivo estableciendo un Estado judío en Palestina.

Si viviera Émile Zola, el gran escritor francés del siglo XIX, acusaría nuevamente, y con mayor dureza, a todos los movimientos que pretenden desaparecer a los cerca de seis millones de judíos que viven en Israel, está vez sin proceso alguno o causa aparente.


(1) Aún ahora China vive cerrada hasta cierto punto al mundo culturalmente hablando pues no permite el ingreso de medios de programación extranjera y ejerce controles sobre la opinión pública.

No hay comentarios: