lunes, 26 de noviembre de 2007

El riesgo de repetir los errores japoneses en los 80s hacen zigzagear al Banco Central Chino.

El riesgo de una crisis "Made in China" (I)

SUAREZJorge Suárez-Vélez.

Cada vez parece haber menos duda sobre la posibilidad de que la economía de los Estados Unidos entre en una recesión. Si bien el crecimiento reportado en el tercer trimestre (3.9%) parece robusto, es crucial poner esa cifra en un contexto relativo.

Empecemos por lo que ha ocurrido en el pasado, antes de momentos recesivos en la economía estadounidense. En el segundo trimestre de 2000, ésta creció 6.4%; en el primer trimestre de 1990, 4.7%. En ambas ocasiones, los trimestres de aparentemente fuerte crecimiento fueron el preámbulo a una recesión.

En esta ocasión, la cifra tuvo componentes no repetibles que la hicieron parecer más fuerte de lo que es. Primero, la industria automotriz se apresuró a hacerse de inventarios ante la posibilidad de una huelga; los precios de la gasolina bajaron en el trimestre, a pesar de que los precios del crudo estaban claramente al alza; por último, el gasto en defensa acumulado en los últimos tres años se juntó en los últimos dos trimestres, contribuyendo por sí solo a medio punto porcentual de crecimiento del PIB cada vez (“Merrill Lynch, Weekly guidebook for the global investor”; Noviembre 2, 2007).

Todo apunta a que el crecimiento en el cuarto trimestre debe estar en niveles entre cero y uno por ciento, mientras que el precio de los bienes raíces a nivel nacional seguirá mostrando una caída que no tiene precedente, y continúa influyendo en complicar un mercado de crédito que ya es difícil.

Lo que en general se dice es que la economía estadounidense va en picada y no tiene remedio; pero que no importa, debido a que economías como las de Brasil, Rusia, la India y particularmente la de China, compensarán por la caída en el consumo estadounidense.

Estoy en desacuerdo en casi cada componente de esa frase. Primero, creo que a pesar de que la crisis está siendo originada en los Estados Unidos, este país tiene –como he dicho anteriormente- un nivel de flexibilidad que le permitirá recorrer el ciclo con relativa agilidad. Es el resto del mundo lo que me preocupa.

Una parte de mi consternación proviene del hecho de que, en general, pocos ven venir un problema en China. Si de una crisis se trata, cuando escuche que todo el mundo está preocupado por lo que viene, no se angustie; seguramente hay suficientes provisiones para el desastre como para que éste no ocurra. Las grandes crisis ocurren cuando son inesperadas.

Por eso, el mercado de China es hoy relevante. Independientemente del tamaño de la economía de ese país con respecto al mercado mundial, la alta demanda de materias primas y de bienes de consumo de mil trescientos millones de chinos tiene un impacto positivo en el precio de éstos. Sin embargo, su contracción sería preocupante si ocurriera en forma simultánea con una desaceleración en los Estados Unidos.

Sí; existe la posibilidad de que la expansión china continúe –dada la fuerte inversión relacionada con los Juegos Olímpicos de 2008- mientras la economía estadounidense se desacelera, y que mágicamente empiece la recuperación estadounidense cuando sea el turno de los chinos para mostrar menor crecimiento. Pero es cuando menos intelectualmente interesante preguntarnos qué pasa si la sincronización de ambas crisis no es perfecta.

Nadie parece poner en duda la continuidad que tendrá la expansión china. Como siempre ocurre, se hace un ejercicio de simplemente extrapolar el brutal crecimiento que ha tenido la economía de ese país en los últimos veinte años, un promedio anual de casi 10% desde 1978). La economía de Japón, por ejemplo, creció 9.5% de 1950 a 1970, pero sólo 4.7% en los setenta y 1% en los noventa.

Crecer tan rápidamente puede poner estrés en varios factores. Yo veo tres eslabones débiles que amenazarán con al menos desacelerar o, en el extremo, con descarrilar el proceso de crecimiento:

1. La creciente aparición de inflación en la economía.
2. Que reviente la burbuja que se ha formado en el mercado de valores; particularmente si ésta demora en estallar, pues irá siendo una amenaza creciente al patrimonio de millones de familias chinas.
3. El potencial de conflicto social en caso de una simple desaceleración del crecimiento, aún cuando no se caiga en un estancamiento.

Empecemos por la aparición de la inflación. Como dije en uno de mis últimos escritos, por primera vez desde que China se convirtió en una potencia exportadora, están “exportando inflación” a los Estados Unidos. Es decir, que los precios medidos en dólares de los productos que exportan están aumentando.

En el mes de agosto, la tasa de inflación anual aumentó a 6.5% (Ramzy, Austin; “China’s Next Big Export: Inflation”. Time, octubre 11, 2007). La inflación ha hecho su aparición en China principalmente debido al incremento en los precios de comestibles básicos. La comida es un tercio del índice de precios al consumidor chino. Los precios de la carne y el pollo han aumentado 49% desde mediados de 2006 y los precios de los bienes raíces aumentan a una tasa anual de 10%.

Es interesante analizar el origen de estos problemas. Por una parte, una epidemia en la población porcina –la principal fuente de proteína en la dieta china- ocasionó que se sacrificara a 70,000 puercos, forzando a que se utilizara una reserva estratégica de 30,000 toneladas de carne de puerco para estabilizar los precios. Sin embargo, ésta es sólo parte de la historia.

El hecho que haya aumentado el poder adquisitivo de una parte de la población ha llevado a que se incremente en general la demanda por carne. Eso explica, en parte, el incremento en los precios internacionales de granos como el maíz y la soya. El precio de otro comestible importante, el aceite de cocina, subió 15% en los últimos meses debido a la abundancia de refinerías para bio-combustibles. El sábado pasado, tres personas murieron y 31 resultaron heridas por estampidas para comprar aceite con precio de oferta en la ciudad e Chongquing.

Pero también el índice de bienes al productor para bienes manufacturados subió 3.2% y el de los productos de acero aumento en 10%. Los salarios para trabajadores urbanos crecieron 18% tan sólo en la primera mitad del año. Hasta ahora, el crecimiento en la productividad ha compensado por el aumento en los sueldos. Pero, si siguen aumentando los precios de materias primas, los productores tendrán que empezar a reflejarlos en el precio de lo que venden.

La receta que debería seguir el Banco Popular de China, el banco central, sería empezar a aumentar las tasas de interés para hacer frente a la presión inflacionaria. Sin embargo, esta medida sería incompatible con la política de mantener al yuán barato. Cualquier incremento en la tasa de interés se reflejaría en mayor demanda por yuanes, particularmente ante la expectativa de que la Reserva Federal de los Estados Unidos siga bajando las tasas en dólares. La combinación de lo anterior complica las cosas. El hecho de que las tasas de interés en China sean tanto menores al crecimiento nominal del PIB, genera una política monetaria que está lejos de ser restrictiva.

Las reservas internacionales del banco central crecen a un ritmo acelerado. Debido al esfuerzo por mantener bajo el precio de la moneda local, el banco central tiene que vender yuanes y comprar dólares constantemente. Usualmente, el banco central tendría que emitir bonos para recoger el excedente de yuanes que inunda al mercado cuando se hace esa transacción en forma masiva; a esto se le denomina “esterilización”. Sin embargo, el fuerte crecimiento en la base monetaria china indica que ésta no se está haciendo del todo, y el exceso de “oferta” de yuanes se convierte en sí mismo en un acelerador del proceso inflacionario.

Las autoridades monetarias chinas están contra la pared y tendrían que dejar que el yuán simplemente se revalúe. Así, podrían aumentar las tasas de interés, adoptando una política monetaria restrictiva; y permitirían la contracción de la base monetaria, quitándole presión a la inflación.

El problema radica en que los chinos aseguran que están en un punto igual al que estuvo la economía japonesa en 1989: altas tasas de ahorro (el consumo como porcentaje del PIB ha bajado de 47% hace 15 años a 36% el año pasado; mientras que en los Estados Unidos es 70%), bajas tasas de interés reales, precios de los activos en fuerte alza, un gran superávit en cuenta corriente, y enorme presión al alza en su moneda. Por eso, han dejado que el yuán se aprecie sólo 10% contra el dólar desde julio de 2005 (“How fit is the panda?”; The Economist, septiembre 27, 2007).

Están convencidos de que lo que provocó la debacle que ha llevado a 17 años de ínfimo crecimiento después de la bonanza japonesa fue la revaluación del yen a final de los ochenta. Es irónico pensar que, probablemente, lo que sí provocó el desastre fue el hecho que el banco central japonés haya mantenido una política monetaria expansiva a pesar del fuerte aumento en los precios de la bolsa, los bienes raíces y otros activos. Posteriormente erraron al revés, al no estimular con contundencia con una política monetaria expansiva una vez que las burbujas estallaron.

Por eso, es importante ver el otro elemento clave dentro de este análisis, la evidente burbuja en el mercado accionario chino; y también entender si existe una situación social que permitiría un menor nivel de crecimiento económico, sin generar conflictos sociales. Pero esos temas tendrán que esperar a las próximas semanas.

16 de noviembre de 2007, 09:39 AM

Yahoo Finanzas

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