martes, 12 de febrero de 2008

Hu Jia y otros héroes contra el silenciador poder dictatorial chino

Los peligrosos don nadie de China

by Guy Sorman



Copyright: Project Syndicate/Instituto de Ciencias Humanas, 2008 www.project-syndicate.orgTraducido del inglés por Carlos Manzano.



Desde su reinvención por Pierre de Coubertin, los Juegos Olímpicos siempre han estado politizados. Los primeros se celebraron en 1896 en Atenas para abochornar a los turcos, que aún ocupaban el norte de Grecia. Los de Berlín en 1936 celebraron el triunfo de la ideología nazi. Los de Seúl en 1988 abrieron la puerta para la democratización de Corea del Sur.

Los Juegos Olímpicos que se celebrarán este verano en Beijing no serán menos políticos, pero, ¿se parecerán a los de Berlín o a los de Seúl? ¿Constituirán la apoteosis de un régimen autoritario o el comienzo de su fin?

Muchos observadores optimistas de China, con frecuencia conciliadores por sus estrechas relaciones con el régimen comunista, apuestan por una suave transición del despotismo a una sociedad abierta, pero ciertos acontecimientos recientes no respaldan semejante interpretación benigna. Desde el comienzo de este año, la represión de activistas, abogados y titulares de bitácoras en la red Internet defensores, todos ellos, de los derechos humanos ha sido más dura que nunca.

No se conoce el número exacto de disidentes democráticos que han sido encarcelados o han sufrido una suerte peor. No hay forma de contar las víctimas desconocidas ni de saber por qué son condenadas a muerte y ejecutadas. No sabemos cuántas son enviadas sin juicio a "centros de reeducación". A falta de estadísticas fiables, centrémonos en dos figuras icónicas del movimiento prodemocrático chino: Hu Jia y Chen Guancheng.

El pasado 27 de diciembre, 20 agentes de policía armados recurrieron a una violencia física extrema para detener a Hu Jia delante de su esposa y su hijito de dos meses de edad, como si pudiera ofrecer resistencia real, pero Hu Jia es un joven diminuto de 34 años que padece una grave enfermedad del hígado. Además, es un defensor convencido de la no violencia, admirador del Dalai Lama, discípulo de Mahatma Gandhi y budista sincero.

¿Por qué despliega el poderoso Partido Comunista chino todos sus poderes para raptar –no hay palabra mejor para describir lo ocurrido– a tan diminuto enemigo? El Partido lo acusa de "subversión", pero no ha violado ley alguna, no encabeza un ejército contrarrevolucionario y no estaba a punto de derrocar al partido.

Las acciones políticas de Hu Jia son mucho más modestas que eso. En 2000, abandonó sus estudios en la Universidad de Beijing, cuando se enteró de que millares de campesinos de Henan estaban muriendo de sida después de haber vendido su sangre a traficantes locales. Desde el comienzo de esa epidemia, su actividad principal ha sido la distribución de medicamentos y consuelo moral en las aldeas condenadas de Henan.

La labor caritativa de Hu Jia no cuenta con la colaboración de las autoridades locales, que en parte son responsables de esa epidemia; además, como las ONG están prohibidas en China, Hu Jia sólo puede actuar a título personal. De hecho, si creara algún tipo de organización para apoyar su caridad, violaría la ley.

Pero la reveladora tragedia de las victimas de Henan hizo comprender a Hu Jia que se debió a la falta de respeto de los derechos humanos en China, por lo que creó un sitio en la red Internet que sirve para que dialoguen los especialistas chinos que comparten su preocupación. Dicho sitio, ahora cerrado por el Gobierno, ha informado también de la suerte de Chen Guangcheng.

Chen, campesino ciego y abogado autodidacta, había protestado en 2005 contra el rapto de unas 3.000 mujeres en su ciudad natal de Linyi. Las mujeres fueron esterilizadas u obligadas a abortar para estabilizar el aumento de la población en esa región. Como esa extrema violencia viola le legislación china, Chen presentó una solicitud al respecto al gobierno central, la única forma legalmente reconocida de presentar una protesta en China. Cuando llevó su solicitud a Beijing, escoltado por un grupito de abogados, Chen fue acusado de perturbar el tráfico en las atascadas calles de la ciudad y condenado a cuatro años de cárcel.

¿Por qué acciones tan moderadas, que echan sus raíces en la tradición moral china, provocan una represión tan espectacular? Hu y Chen respetan claramente la ley. No hacen llamamientos revolucionarios. Cierto es que hablan con periodistas extranjeros, que informan sobre sus acciones; sin embargo, semejantes contactos no son ilegales.

Pero el Partido está obsesionado con el precedente soviético. No se va a permitir a ningún Sajarov o Solzhenitsyn chino que desluzca el "éxito" del Partido. La encarcelación de Hu Jia y Chen Guangcheng es una clara señal de que ningún proceso de democratización comenzará en China fuera del control del Partido.

Cuando los dirigentes chinos mencionan la democracia en declaraciones oficiales, se refieren a la democracia "organizada" desde arriba. Así, pues, cualquier intento de democratización por parte de la sociedad civil será aplastado al nacer.

Está claro que China no se ha internado por la vía que conduce a una democracia de estilo occidental y, mientras el Partido pueda evitarlo, el crecimiento económico no será un preludio de una sociedad libre. La auténtica ambición del régimen es la de inventar una opción substitutiva de la democracia occidental: un despotismo ilustrado tutelado por un Partido Comunista meritocrático. Los Juegos Olímpicos están destinados a promover dicho modelo substitutivo.

¿Qué legitimidad tiene ese modelo? Los 60 millones de miembros del Partido, casi todos hombres y residentes en ciudades, probablemente lo aprobarían, como también los 200 millones de chinos que comparten los beneficios del rápido crecimiento económico, pero, ¿qué piensan mil millones de personas que viven en la más absoluta pobreza (300 millones con menos de un dólar al día) y están privados de ese despotismo ilustrado? Nadie lo sabe, porque no pueden expresar sus deseos.

Tal vez Hu Jia y Chen Guangcheng representen a esos mil millones silenciosos más que el Partido. Eso explicaría por qué el Partido los ha aplastado… y por qué cualquier participante decente en los Juegos Olímpicos de este verano debería exigir su liberación inmediata.

Guy Sorman es un filósofo y economista francés y autor de muchos libros. Su libro sobre China, "Imperio de mentiras", se publicará este año.

Copyright: Project Syndicate/Instituto de Ciencias Humanas, 2008 www.project-syndicate.org

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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