Llámalo amor, si quieres (Aguilar) se denomina el reciente libro del periodista Antonio Angulo Danieri, que efectúa un recorrido por los amoríos de los personajes más representativos de la cultura popular peruana. Ninguna de las nueve historias relatadas en el libro habla estrictamente de amor o no, al menos, de ese amor romántico, sublime y leal que uno imagina cuando alguien menciona esa palabrota que es el amor a secas. Entre la crónica y el ensayo, tu escritura problematiza géneros discursivos. ¿Cómo resuelves las adhesiones que a veces generan los rótulos de género? Como tú sabes, no es lo mismo ser cronista que ensayista... A mí no me interesan los rótulos de género. Quiero decir: salvo cuando soy profesor y estoy obligado a ser un taxonomista de la prosa por cuestiones didácticas, al escribir sólo hago una separación radical entre la ficción y la no-ficción. Por ejemplo, de todas las definiciones de ensayo, me quedo con ésta: el ensayo es la crónica o si se prefiere la biografía de una idea. De hecho, el ensayo que más me gusta es el de estilo narrativo, en el que se funden el testimonio, la crónica, la literatura y la historia; y, por el contrario, me aburren los ensayos académicos repletos de citas ajenas y notas a pie de página. Aparte de esto, creo que la narrativa de todos los tiempos ha desafiado siempre este tipo de divisiones exquisitas de los críticos. ¿Dostoievski no podría ser leído acaso como un extraordinario ensayista? ¿Y Proust? ¿Y Borges? ¿Y Kundera? Si la crónica es el más literario de los géneros periodísticos, debería gozar también de esa libertad. Por lo demás, te cuento una anécdota: en el periodismo luso-brasileño se llama crónica a la columna de opinión de estilo testimonial, como las que publican aquí Toño Cisneros, Balo Sánchez-León y Eloy Jáuregui, entre otros. Un día, el pintor Piero Quijano, quien vivió una época en Brasil, me dijo: "¿Por qué ya no escribes crónicas?" Se refería a una pequeña columna que tenía en el desaparecido diario El Mundo, de lo que se deduce que la división de géneros está más en quien lee un texto y no tanto en quien lo escribe. Llámalo amor, si quieres es un título que sugiere una posición cínica del autor. ¿Cómo explicarías tu título? Más que cínico, yo diría, muy por el contrario, que es un título honesto. Ninguna de las nueve historias que he relatado en el libro habla estrictamente de amor o no, al menos, de ese amor romántico, sublime y leal que uno imagina cuando alguien menciona esa palabrota que es el amor a secas. Si el título hubiese sido más dulce, por oposición a ese cinismo que tú ves en él, creo que ahora yo sí podría ser tildado con justicia de farsante, y todos los enamorados del mundo, unidos (que jamás serán vencidos), tendrían derecho a venir a lincharme. La historia de Víctor Raúl Haya de la Torre no parece muy pasional que digamos. ¿En todo caso, podemos hablar de una pasión por el sacrificio personal en él? Sí, pues, hay algo de eso. Sin embargo, pienso que con la historia de Haya de la Torre es demasiado fácil y simplón caer en la dicotomía a favor-en contra, lo odio-lo quiero, era-no era. Mi impresión es que Haya sí era un hombre profundamente apasionado, pero por la política. E incluso dentro de la política, más por la acción partidaria que por la reflexión ideológica, lo cual siempre se traducirá en una personalidad que se percibe más fría que tendiente a los afectos, dado que la política no deja de ser un cálculo de intereses y negociaciones. De ahí mi idea que Haya de la Torre haya tenido que sacrificar su homosexualidad, bajo la certeza de que sólo así sus simpatizantes lo iban a seguir queriendo, admirando y votando por él. Como bien has señalado, los amoríos de Augusto Ferrando con su cuñada serían el argumento de una novela rosa, quizás una novela mala por lo excesivo de su entramado. ¿Cómo llegaste a esa historia? ¿Por qué mala? A mí me parece fascinante. Las historias de amores incestuosos y prohibidos, y las sacadas de vuelta con o sin culpa, han sido siempre argumentos universales de novelistas, cantantes de boleros e incluso de esos músicos darkies del pop de la década de 1980, que tanto me encantan. En el caso de Ferrando y su cuñada, yo conocía esa historia por mera cultura popular de periodista. Y la elegí por una sola razón: porque quería que mi libro no sólo fuese leído por intelectuales aburridos y miopes (ideológicamente hablando), sino también por personas sencillas que no suelen leer como, por ejemplo, mi madre. En ese sentido, llámalo populismo, si quieres. Tu lectura de la afectividad de José María Arguedas retoma en varios puntos la interpretación de Mario Vargas Llosa. ¿En qué te parece que difiere tu texto? En el punto de partida: Vargas Llosa acude a los libros de Arguedas para reflexionar acerca de sus ideas y de su obra, y que a su vez se reflejan en su vida como en un juego de espejos. Yo me baso en datos, cartas, testimonios, documentos y libros de Arguedas para conocerlo y comprenderlo a él, al margen de su obra. En ese sentido, tan importante fue para mí leer el estudio de Vargas Llosa (La utopía arcaica), como el trabajo del crítico español Galo Francisco González (Amor y erotismo en la narrativa de J. M. Arguedas), y el estupendo inédito de las peruanas Francesca Denegri y Rocío Silva Santisteban (Lo que ansío es ser amado con pureza: sexo y horror en la obra de J.M.A.). Finalmente, es destacable el trabajo de investigación previo a la escritura de estas nueve historias. Se puede inferir, por tanto, que no eres de los que creen que demasiada investigación quita espontaneidad y vuelo a la escritura. ¿Qué les dirías a los jóvenes escritores que prefieren la "inspiración" a la exégesis? Que no dejen de inspirarse si quieren ser escritores de ficción y tienen un talento de fabuladores para hacerlo, pero que se disfracen de historiadores, arqueólogos y detectives de archivos si su ambición es ser narradores de no-ficción. Ahora, hay novelistas que son a su vez investigadores de la realidad como el citado Vargas Llosa, y que hace tiempo ya echaron al tacho esta discusión absurda. Yo trato de escribir con imaginación y eso, para mí, no es sinónimo de inventar. Enrique Cortez |
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