Por Elizabeth Del Socorro Hernández Garcia (*)
Desde nuestros primeros años de vida, la imagen de Miguel Grau se ha hecho presente en el imaginario colectivo peruano con los más grandes adjetivos. Su inmolación en Angamos, el 8 de octubre de 1879, se cuenta una y otra vez como ejemplo máximo de virtudes cívicas y, sobre todo, de amor a la patria. "El Caballero de los Mares", "El Héroe Máximo del Perú", "El Peruano del Milenio", son algunas de las expresiones con las que se le ha perennizado. El peligro es que lo miremos siempre como héroe, y no como el "hombre Miguel Grau", el marino que sabía su oficio, pero que se encontró impotente frente a décadas de desidia de nuestra política; que tuvo que pagar con su vida la falta de previsión de un Perú deslumbrado por una frágil economía guanera; el hombre cuya muerte, de alguna manera, él veía venir.
Desde que empezó la Guerra del Pacífico y Miguel Grau realizó su primera incursión en el mar rumbo al sur, hasta el combate de Angamos, pasaron varios meses en los que la victoria sobre Chile se sintió cercana. El Huáscar era la pesadilla del enemigo. Nadie entendía cómo un monitor como aquel podía tener en ascuas a la escuadra enemiga, mucho más poderosa. Por ello, el nombre de Miguel Grau resonaba en todo el país como una gran esperanza. Las veces que desembarcaba en algún puerto peruano era recibido con todos los honores, vítores y algarabía. Los pueblos de Perú y Bolivia le hicieron llegar condecoraciones y presentes como testimonio de profunda admiración por sus increíbles hazañas. Inclusive, una legión de admiradores lanzó en Lima su nombre como candidato a la presidencia de la República. Mientras tanto, ¿qué pensaba Grau? El capitán de fragata Vegas García relata una conversación entre Miguel Grau y el también piurano Lizardo Montero. Grau, después de recibir un valioso presente, exclamó: "Todo está muy bien; pero ¿cuándo llegarán las granadas Palliser para mi buque?" Estas granadas eran las únicas que podían atravesar el blindaje de los acorazados chilenos. Llegaron después del combate de Angamos...
Miguel Grau podía ser el mejor marino de nuestra Armada peruana. Pero no pudo solo contra la inopia mental, en palabras de Geraldo Arosemena, de los diputados que, en 1878, consiguieron rebajar la partida presupuestal de la marina peruana pocos meses antes de la Guerra con Chile. Tampoco pudo con las décadas de despilfarro y endeudamiento que el país vivió con la falaz bonanza del guano. Por ello, cuando se afirma que Miguel Grau se lanzó al combate a sabiendas de su sacrificio, no es un simple decir. Nadie como él sabía de las deficiencias de la Armada peruana. En 1878 redactó una Memoria sobre el estado de la escuadra peruana y la presentó al gobierno. Como suponemos, el informe no era muy alentador sobre aquella. Así, al final del escrito Grau solicitaba: "Grandes son las necesidades de la Armada... Sin embargo, la Marina espera ver realizadas, por lo menos, aquellas mejoras más apremiantes."
Miguel Grau conoció, por lo menos, un blindado chileno en el viaje que realizó a Valparaíso en 1877, sabía por ello comparativamente cuáles eran nuestras carencias. En septiembre de 1878 esta "Memoria", sencillamente, se archivó. Cuando Chile nos declaró la guerra el 5 de abril de 1879 Grau vio lo que se avecinaba. Por eso se sentía contento con las demostraciones de afecto y admiración por sus triunfos, pero no dejó que éstas obnubilaran su objetividad. "¿Pero cuándo llegarán las granadas para mi buque?" Esta pregunta resume su desesperación en medio de sus triunfos -que disimuló muy bien como buen jefe que era-, y resume el calvario interior que tuvo que pasar día a día imaginándose frente a los acorazados chilenos.
Es por esto que es grande Miguel Grau, inclusive ante los historiadores y escritores más objetivos y críticos. Porque dio un paso al frente cuando el Perú lo necesitó en lugar de esperar los blindados que a última hora se pidieron a Europa; por su valor frente a las desventajas frente a Chile sabidas de sobra por él; porque, a pesar de que en su ánimo estaba claro que la victoria se encontraba muy distante o era imposible, luchó como si fuera posible conseguirla, se acercó a ella, nos acercó a ella; porque fue, finalmente, un hombre que luchó contra corriente.
Pero no esperemos otro sacrificio así, ni que, parafraseando a Jorge Basadre, alguien como Grau expíe los pecados de un estado empírico y de una política peruana sin dirección. En momentos como los actuales en que algunos de nuestros políticos pueden pensar primero en su bienestar y luego en el Perú, conviene mentalizarnos en que el mejor homenaje hacia Miguel Grau debe ser, por un lado, que nuestra actual clase dirigente coja de esta historia lo que le atañe directamente y actúe en consecuencia. Y, por otro, que los ciudadanos comunes como nosotros aprendamos de Grau y de su historia, del hombre de carne y hueso que buscó la perfección en el lugar que le tocó, que seguro tuvo temor, pero que no dudó en el cumplimiento del deber, inclusive, con todos los factores en su contra. Es el mejor tributo que podemos brindarle al hombre que se convirtió en héroe, y que hizo, en palabras del venezolano Jacinto López, el milagro de la guerra del Pacífico.
* Doctora en Historia por la Universidad de Navarra (España). Docente de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Piura. Artículo publicado en el suplemento SEMANA, diario El Tiempo, domingo 5 de octubre de 2008.
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