viernes, 17 de julio de 2009

La muerte de Micky Rospigliosi






Por César Reyna


Discrepo con los que dicen que la lucha de Micky Rospigliosi contra el cáncer fue un ejemplo a seguir porque no creo que alguien quiera batallar contra una enfermedad incurable. Su vida, en cambio, antes de ser presa del terrible cáncer puede serlo porque fue un hombre íntegro que enfrentó a la corrupción enquistada en nuestro alicaído balompié.

La mayoría de periodistas deportivos no denunciaron en su oportunidad las irregularidades que cometían los directivos de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) porque no querían ganarse enemigos. Pero no Micky, pues fue valiente al enfrentarse prácticamente solo a los mandamases con el propósito de generar una corriente de opinión que los obligara a renunciar o enmendarse. Lamentablemente nada de eso sucedió porque no tuvo el respaldo de su gremio. Al parecer las prebendas pesaron más que descubrir la verdad.

El hijo del gran ‘Pocho’ Rospigliosi debió merecer otro final ya que la enfermedad consumió progresivamente sus energías. Para una persona tan activa debió ser muy degradante terminar sedado en una cama esperando la muerte. Tenía pocas chances de revertir el proceso porque el cáncer que le habían detectado en el colón estaba bastante avanzado. Pese a sus escasas posibilidades se sometió al tratamiento con la esperanza de vivir. Su calidad de vida empeoró desde el día que recibió quimioterapia. Adelgazó mucho y perdió cabello como era de esperarse.

No creo que alguien en dicha condición deba pasar por ese infierno antes de partir. No me parece justo ni humano soportar intensos baños de cobalto y depender de varios medicamentos mientras se pierde el apetito, el semblante, el sentido del humor y la vitalidad. Nadie debería aferrarse a la vida si no se hace con dignidad. Nay razón para sufrir de ese modo cuando uno tiene todas las posibilidades en su contra.

Parte de la culpa de que suframos miserablemente hasta el final la tiene el cristianismo pues nos alienta a pelear aunque no haya probabilidad de victoria. Como el Mesías padeció en un madero cada uno de nosotros debe replicar su vía crucis en la enfermedad. Nadie se puede ir de este mundo por su propia voluntad –ni nadie viene a él voluntariamente- porque es “pecado” o porque los protocolos médicos no lo permiten.

La sociedad nos conmina a seguir adelante con nuestros males pues no quiere la gente tome salidas fáciles. Por eso la eutanasia está prohibida o excesivamente regulada en muchos países. Las trabas burocráticas no son casuales. Tratan de convencernos de que vivir es mejor sin considerar la situación en la que uno se encuentra. Los problemas personales, las depresiones y la debilidad del organismo deben ser asumidas con estoicismo por parte de los sufridos pacientes. En momentos difíciles todos dicen que hay que luchar, levantar la cabeza, sonreír y mirar al frente, pero casi nadie muestra un poco de piedad.




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