miércoles, 12 de agosto de 2009

La mediocridad peruana

Por César Reyna

Esta tarde el Congreso de la República rindió homenaje a la selección de vóley de mayores por haber clasificado al Mundial de Japón 2010. Las jugadoras y el cuerpo técnico recibieron un reconocimiento por haber derrotado a Argentina, un país que no destaca precisamente en ese deporte ya que nunca ha ido a un mundial y actualmente ocupa el puesto 31 del ranking de la Federación Internacional de Vóley. Nuestras matadoras han sido aplaudidas por vencer a un seleccionado que está detrás y muy lejos de Brasil, Estados Unidos, Cuba, República Dominicana, Perú, Puerto Rico, Canadá, Venezuela y Costa Rica a nivel continental.

Esta no ha sido la única muestra de mediocridad pues las seleccionadas juveniles tuvieron un recibimiento apoteósico en el aeropuerto Jorge Chávez por alcanzar ¡el sexto lugar! en el mundial de la categoría. Las ‘matadorcitas’ fueron agasajadas por una multitud como si hubieran campeonado a pesar de aflojar en el tramo final. Si hubieran subido al podio o hecho una gran campaña –un sexto puesto no lo es- merecerían cualquier halago que les lancen.

Ambos “triunfos” revelan no solo lo poco que exigimos a nuestros deportistas, sino también lo poco con lo que nos contentamos. Nos damos por satisfechos con ir a un mundial cuando antes era habitual que Perú, al menos en vóley, figurara en los primeros lugares. Si las chicas de antaño no lograban colgarse una medalla al menos dejaban todo en la cancha y caían con honor. Hoy no se puede decir lo mismo de las actuales seleccionadas porque las derrotas que nos infligen nuestros rivales son inobjetables. Las jugadoras de otros países (si han visto los partidos) nos superan ampliamente en talla, potencia, velocidad, reflejos y espíritu de lucha.

En el caso de las mayores, nunca antes había visto un conjunto nacional tan pusilánime como el que cayó ante Brasil en la final del cuadrangular clasificatorio. Hasta Mam Bo Park y Natalia Málaga tuvieron que reprochar la actitud del equipo porque no ofreció resistencia. Al parecer las chicas se dejaron aplastar porque ya habían conseguido objetivo: la clasificación. Eso bastaba para ellas y para la gente que las mimaría y colmaría de piropos a su regreso. Pero no sòlo no se esforzaron en ese partido sino que buscaron que acabara lo más pronto posible. Brasil nos venció 3 a 0 en tiem,po récord (1 hora y 6 minutos, con parciales 25-14, 25-12 y 25-12) y casi sin sudar la camiseta.

La falta de compromiso y talento es alarmante y se presenta en todos los niveles. No sólo el rendimiento del vóley deja mucho que desear sino el de otros deportes colectivos como el fútbol, cuyo estado es hartamente conocido y lamentable. La selección de balompié no funciona como conjunto desde hace mucho tiempo; pero en el plano individual tenemos buenos jugadores en clubes europeos. Los polémicos Pizarro, Farfán, Guerrero, Vargas, etc., destacan y ganan millones en sus equipos pero no cuando se ponen la blaquirroja.

Los últimos triunfos de las mujeres no hablan bien de nosotros, sobre todo de los varones, porque han sido conseguidos a nivel individual. Tanto Sofía Mulanovich como Kina Malpartida, quien peleó con pantalones australianos, lograron títulos en solitario y sin apoyo estatal. Sólo después de haberse coronado recibieron los merecidos laureles deportivos e incentivos económicos.

Entre los varones destaca el tenista Luis Horna que ganó el torneo Roland Garros en la modalidad de dobles. Sin desmerecer su logro, la primera raqueta nacional debe un 50% de su éxito a su compañero uruguayo, pero principalmente a que los mejores singlistas no participan en ese tipo de competiciones.

Es sintomático que nuestros equipos no puedan triunfar, y se debe básicamente a que no hemos formado una nación cohesionada y con metas. En nuestro escudo patrio representamos la riqueza mineral y la biodiversidad animal y vegetal, pero no nuestro capital intelectual, nuestros valores o carácter. La ausencia de dichos elementos pone de manifiesto que no hemos desarrollado una nacionalidad. Y sin una nacionalidad o particularidad que nos identifique difícilmente podríamos saber por qué luchamos cuando cantamos las incomprensibles letras del himno nacional.



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