Obispo Edir MacedoPor César Reyna
La comunidad evangélica vuelve a hacer noticia, pero esta vez porque sus pastores se daban la gran vida como Bernard L. Madoff o Robert Allen Stanford, acusados malversar fondos de sus clientes.
Diez miembros de la Iglesia Universal del Reino de Dios tenían inversiones y propiedades en paraísos fiscales del Caribe. Aprovechaban la fachada de su organización religiosa -utilizaban la inmunidad tributaria para captar contribuciones sin pagar impuestos- para sacar grandes sumas de dinero de Brasil. Su feligresía aportaba el 10% sus ingresos para que los hombres de Cristo cultivaran la ociosidad, vistieran elegantemente, gustaran de una buena mesa y disfrutaran de los placeres como todo ‘bon vivant’.
Al parecer no tenían nada que envidiar –ninguna Iglesia lo aconseja- a los multimillonarios que tenían de vecinos en las islas donde se solazaban bajo el sol. No debían sentir celos de los que poseían aviones privados ya que tenían su propia aerolínea comercial. Tampoco se sentían menos que los dirigían instituciones financieras pues manejaban financieras en su país. Anualmente sus negocios movían cerca de 800 millones de dólares.
A los jerarcas se les acusa de lavar dinero desde hace diez años. El fraude saltaba a la vista sin necesidad de realizar una pericia contable porque comercializaban productos pseudo religiosos para sacar dinero. En cada servicio los pastores vendían rosas bendecidas y cobraban por tocar mantos sagrados. También ofrecían tierra y aceites santos supuestamente traídos de Israel, y agua bendita embotellada que no se le debe negar a nadie.
No es el paraíso sino la residencia de Macedo
Los estafadores deberían pasar varias temporadas en prisión y los bienes recibidos por la Iglesia devueltos a los incautos que confiaron en ellos como intermediarios de Jesús.
Los falsos exorcismos y curaciones que realizaban eran sencillamente antológicos y producto de la sugestión a la que inducían a los fieles. Como hábiles manipuladores lograban que gente pobre y con problemas de autoestima llenaran los templos. Los desdichados eran su público objetivo, es decir, a quienes exprimían a cambio de recibir los favores del cielo.
Tener “fe” para los pastores evangélicos representaba confiar en la misión que realizaban, esto es, confiar en su mediación como si Dios –de existir- necesitara de intermediarios para conocer nuestras miserias. Los hermanos se constituyeron hábilmente en una sucursal o call center del Paraíso (ellos operaban como recepcionistas y Dios era un CEO muy ocupado que debía regir el universo).
Las personas les creían porque hay que creer en algo aunque parezca un timo y sea muy absurdo. Muchos creen porque se resisten a pensar que esta vida, miserable como es, sea la única que nos merecemos.
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