sábado, 12 de septiembre de 2009

17 años de la captura de Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre




Sus ojos están tan cansados
de ver pasar los barrotes, que ya nada retienen.
Le parece que hubiera mil barrotes
y tras los mil barrotes ya no hubiera mundo.


La pantera, Rainer Maria Rilke (1875 - 1926)
Generalmente no le deseo nada malo a nadie, pero no me hace sentir mal que Abimael Guzmán, el ex líder de Sendero Luminoso, la esté pasando mal en su celda de cuatro metros cuadros. Desde que fue capturado el 12 de setiembre de 1992, la limitación de sus movimientos no parecía ser castigo suficiente por todo el horror que había causado ya que mantenía encuentros íntimos y celebraba su cumpleaños con torta de chocolate con Elena Iparraguirre, su pareja sentimental.
Durante siete años los tortolitos pudieron verse casi a diario porque el fujimorismo quería obtener de ellos la capitulación incondicional de Sendero. A cambio de encuentros sexuales con la camarada ‘Miriam’ y disfrutar de algunas otras gollerías, el principal cabecilla de la organización criminal firmó el acta de rendición sin vacilación.
Ambos estuvieron recluidos en la Base Naval del Callao hasta el 2004, cuando fueron finalmente separados por disposición de la administración de Alejandro Toledo. La variación del régimen carcelario doblegó al hombre que había renunciado a la lucha armada por la compañía de su pareja. Antes de ese cambio se sentían como Adán y Eva en un paraíso de concreto, alambres de púas, luces potentes y guardianes. Su “Dios” era Montesinos, quien los juntó en la misma instalación y autorizó su convivencia carcelaria. Aunque éste también hizo del diablo cuando los tentó para que capitularan prometiéndoles la invariabilidad de su situación penitenciaria.
Ahora, desde la soledad de su celda en la Base Penal del Callao y sin comunicación con el mundo exterior (se le han restringido las visitas, las llamadas y el acceso a lo que pasa más allá del frío hormigón que deteriora sus huesos) Abimael clama por la presencia de Elena. Su miseria debe ser absoluta porque antes solía dar paseos cortos dentro del perímetro un patio de tierra y recibía a la Iparraguirre en privado. También leía revistas y periódicos extranjeros que le enviaban sus abogados y el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos. Éste oscuro personaje le permitió escuchar radio y otras cosas para que no enloqueciera. Al parecer la dupla Fujimori-Montesinos lo quería vivo y en buenas condiciones para facilitar la entrega de sus secuaces (para que estos vieran que se le trataba bien) y para utilizarlo en algún reportaje o sicosocial que le recuerde a la población que el fujimorismo lo puso tras las rejas.
En esos primeros años de encarcelamiento Guzmán e Iparraguirre vivieron su idilio sin la angustia de tener que esconderse de la Policía. Podían tener una relación casi normal como otras parejas pues ya no tenían que cambiar de paradero cada cierto tiempo ni acostarse sin saber si despertarían en una prisión al día siguiente. Tras la condena a cadena perpetua sólo tenían la certeza de que pasarían juntos sus últimos días. Eso parecía alegrarlos aunque fallaran en instaurar un régimen del terror en el Perú. La presencia de Elena seguramente le hacía olvidar su deplorable encierro. La devoción que le profesaba era suficiente para compensar la que le tenían los cientos de fanáticos que había adoctrinado.
Sin Elena su miseria debe ser total porque no tiene quien le cosa las medias que agujerean las largas uñas de sus pies ni quien se las corte. Tampoco tiene quien escuche sus disparatados pensamientos ni alabe cada cosa que sale de su boca. Su ego se ha empequeñecido tanto como su voluntad por vivir. Seguramente desea morir, pero es demasiado cobarde para quitarse la vida. Su existencia hasta estos días es la mejor prueba de su pusilanimidad y de la inconsistencia de sus ideas pues otro”revolucionario” se hubiera suicidado antes de concederle una victoria política a sus adversarios.
Los planteamientos de Abimael Guzmán han pasado rápidamente al olvido pero no así el dolor que causó en una lucha inútil como lamentable. Sería descarado que se le permitiese yacer con la Iparraguirre -cuantas veces quisiera como en el pasado- pues privó a miles de peruanos de sus seres queridos. El fundador de Sendero debe permanecer en el aislamiento total hasta que muera. No esperamos que se arrepienta ni pida perdón porque de nada serviría; a lo más saber que su existencia es sombría y desea morir lo más pronto posible.
Algunos sectores de la sociedad y la política pensaban cambiar la legislación y denunciar el Tratado de San José de Costa Rica para aplicarle la pena de muerte. Ciertamente la merecía; pero mucho más vivir para que vea que sus planes jamás iban a concretarse. Debía vivir lo suficiente para que lo desborde la impotencia. Condenar a un hombre a la cárcel no es tan grave como condenarlo al fracaso. La muerte lo hubiera convertido en un mártir; la carcelería perpetua en un esperpento derrotado.
Lo que me deja un tanto perplejo es que pudiera haber amor entre ellos. Porque si surgió ese sentimiento es muy difícil de entender cómo un ser como él pudo ordenar la muerte de cientos de inocentes. ¿Si los monstruos como Abimael aman se podría decir que el amor es universal? No tengo respuesta.
No puedo imaginar un sentimiento semejante en un individuo que destilaba odio el día que fue presentado a la prensa con un traje a rayas dentro de una jaula. Ese día vociferó y se mostró altanero. Parecía una fiera y ciertamente infundía miedo como un león que acababa de ser capturado. A pesar de estar detrás de gruesos barrotes el hombre no se amilanó y parecía estar poseído. Los flashes de las càmaras lo embravecieron más aunque no se entendiera bien lo que decía. Pero con el correr del tiempo esa bestia fue apaciguándose como los animales que terminan en los circos. Fue perdiendo reflejos, la voz y tuvo diversas complicaciones en su salud. Se entumeció tanto como un anciano abandonado en un asilo. Ya no era el hombre que arremetió contra los medios de comunicación hace 17 años sino un hombre senil que necesita cuidados médicos.
La bestia que había en él perdió sus fuerzas porque ya no tenía porqué luchar. Lo único que le quedaba era Elena para organizar sus escritos, ser su amante y servirle de asistente. Él la vea ahora como una Rapunzel inalcanzable, a la que no le dejan ver aunque no sea bella. Al estar en penales distintos parecen dos aves atrapadas en jaulas distintas, pero sin la posibilidad de consolarse con sus respectivos cantos. Son como dos raras criaturas apunto de extinguirse a las que no se les permitirá aparearse por razones técnicas y políticas.
El sistema que quisieron cambiar a la fuerza les impide frecuentarse porque no los considera convivientes a menos que estén divorciados. Para las leyes de la República siguen casados aun cuando la primera esposa de Abimael, Augusta La Torre, la camarada Norah, haya muerto; y Elena Iparraguirre se haya separado de su marido en los convulsionados ochenta. Trabas burocráticas obstaculizan su relación como si se tratara de un relato o proceso kafkiano. Si fueran dos reos comunes cualquiera sentiría pena por ellos porque las normas no deberían prohibir o restringir el amor; pero en este caso se trata de los más grandes homicidas de la historia.
A pesar de la ausencia de privilegios penitenciaros Abimael se las ha ingeniado para presentar un libro titulado de Puño y letra por medio de sus abogados, en el que solicita una “amnistía general” y rechaza su condición de “terrorista” y el de su agrupación como “organización criminal”. Con el fin de que haya reconciliación en el país demanda un perdón universal para sus seguidores y los miembros de las Fuerzas Armadas acusados de violar derechos humanos. Su pareja sentimental se encargó de compilar sus artículos desde el Penal de Santa Mónica en Chorrillos. Sin máquina de escribir ni computadora debió redactar únicamente con su mano, de ahí el título de la obra. Abimael Guzmán considera que en el país “no hubo un terrorismo”, sino una guerra popular cuya solución pasa por la amnistía de todos los involucrados.
Pero eso no es cierto porque el suyo no fue un levantamiento popular, sino el de una facción de radicalizados que asesinó a gente que su ideología supuestamente decía defender (la Comisión de la Verdad y Reconciliación le atribuye a Sendero más de la mitad de las 69 mil muertes que hubo en la época del terrorista). El ensañamiento mayor de Sendero Luminoso no fue contra autoridades civiles, militares o efectivos policiales; sino contra personas indefensas (generalmente campesinos altoandinos). Quien se hacía llamar el Presidente Gonzalo no puede sostener que luchó por el establecimiento de una nueva democracia porque lo que pretendía era imponernos un partido único, el suyo: el Partido Comunista.
Sus movimientos dentro de la pequeña celda deben ser torpes, lentos y repetitivos. Más que encerrado parece haber sido sepultado y olvidado por la sociedad. Prácticamente está desterrado al negársele el contacto con otro ser humano. Lo único humano que huele y siente cada día son sus evacuaciones físicas antes de jalar la cadena del WC. Puede que esté perdiendo el habla al no poder hablar con nadie o lo haga consigo mismo para que sus cuerdas vocales no se tullan. Es posible que en medio de su soledad haya desarrollado demencia y esté conversando con un amigo imaginario. De haber inventado uno debe haber sido Marx para comentarle que “perfeccionó” sus teorías materialistas o alucinó con un pensador libertario como Von Hayek para rebatir sus ideas.
Descubrir que su vida en prisión es insoportable no nos alegra ni se acerca al tratamiento que nuestro odio nos dice que merece. Muchos, sobre todo los deudos que dejó la guerra, quisieran verlo muerto, pero el confinamiento es lo único que podemos aplicarle para no llegar a perder nuestra humanidad.
Por Cèsar Reyna

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leí el domingo que Guzmán había presentado un libro. Me pareció increíble. Y gobierno, bien gracias, mientras el terrorismo sigue rearmándose día a día.