Por Cèsar Reyna
Lo que hizo aparentemente Susan Hoefken, demuestra, una vez más, lo infame que puede llegar ser el ser humano. Satanizarla, condenarla, amenazarla o quitarle la nacionalidad, como lo desea de corazón el presidente Alan García, es poco para los que se sienten ofendidos por su proceder. La indignación es casi generalizada luego de haber acusado a los peruanos de ladrones, con fines netamente comerciales.
La Hoefken trajo la grandiosa muestra a Lima, no para ilustrar o educar a la colectividad, sino para cobrar una entrada o tarifa por ello. Debido a su inescrupulosa mentalidad de empresaria tramó el hurto de una pieza para despertar interés en la ciudadanía. A través del escándalo y la cobertura mediática pretendía obtener publicidad gratuita para recibir más visitas –más ingresos- a pocas semanas para el cierre de la exposición.
El plan parecía perfecto porque la mayoría iba a creer, debido a la baja autoestima nacional, que un palomilla cualquiera se llevó el órgano como si nada. Hoefken sabía de antemano que la gente se solidarizaría con ella por su labor “educativa” y porque daría la cara -por nosotros- ante los propietarios de la muestra.
La vergüenza que sentimos en las últimas semanas se debe, principalmente, a que la noticia dio la vuelta al mundo y fue titular en la prensa extranjera; pero no porque nos hubiera afectado realmente ya que cosas mucho mayores pasan todos los días y no las denunciamos como es debido. Sólo porque afuera nos tildaron de ladrones es que reaccionamos airadamente contra la joven empresaria. Nuestra indignación como país no es tal, y si lo es, es hipócrita como la del presidente García, quien destruyó la economía y permitió en el saqueo fiscal en los 80.
Con el tiempo la gente olvidará lo que hizo Susan Hoefken. Y es muy probable que vuelva a dedicarse a traer colecciones o muestras interesantes para el público limeño. Como las penas son benignas, irá poco tiempo a prisión, si es que llega a pagar por ello. Nadie le dirá nada más adelante porque las culpas se diluyen en nuestra frágil memoria colectiva. Sus crímenes, faltas o delitos no necesitarán se perdonados porque dejaremos de recordar. En unos años pocos la acusarán de embustera y de refugiarse en la clandestinidad. Será prácticamente absuelta y tendrá una vida normal y tranquila. En Wong, cuando haga la cola con su abarrotado carrito metálico, los lleguen a reconocerla susurraràn su nombre o se preguntarán si es ella realmente, la Hoefken, la que hace unos años hizo una pendejada.
1 comentario:
Como bien dices: ¡¡UNA VERGÜENZA!!
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