viernes, 27 de julio de 2007

Mas ingresos y más descontento.


Eduardo Lora

Economista

jefe interino

del BID

Cliente insatisfecho

Americaeconomia

¿Qué explica esta aparente paradoja? El auge del consumo popular debería tener contento a todo el mundo: productores, consumidores y gobernantes. Sin embargo, no es así. Los latinoamericanos han mejorado su nivel de vida durante los últimos años, pero no se sienten mejor: el porcentaje de latinoamericanos insatisfechos con su vida prácticamente no ha cambiado a lo largo de esta década y los que se declaran muy satisfechos con sus logros apenas han aumentado del 27% a cerca del 30% en años recientes, según las encuestas de Latinobarómetro.

¿Qué está pasando? ¿Por qué tanto esfuerzo en conseguir un mejor empleo, en trabajar más horas y en aprovechar lo mejor posible las crecientes oportunidades de consumo no se están traduciendo en una percepción de mayor bienestar?

Estas preguntas no son nuevas (ya las hicieron filósofos como Aristóteles o economistas como Adam Smith), pero hoy son objeto de numerosas investigaciones estadísticas, gracias a la proliferación de encuestas de opinión pública y al redescubrimiento de la felicidad como tema digno de estudio de los científicos sociales.

Dos mecanismos psicológicos impiden que el auge del consumo se traduzca en mayor satisfacción. El primero es la habituación, es decir, la tendencia a acostumbrarse al nivel de vida material alcanzado. Después de tanto soñar con el auto nuevo o con el apartamento más grande, al poco tiempo de haberlos conseguido olvidamos cómo vivíamos antes y sólo nos acordamos de la deuda contraída. El segundo mecanismo es el aumento de las aspiraciones de consumo, debido sobre todo a la comparación con los vecinos y colegas y al bombardeo publicitario. No importa qué tanto mejore el nivel de consumo, las aspiraciones siempre aumentan más.

Perú salió en los 90 de la aguda crisis creada por el presidente Alan García a fines de los 80. La mayoría de los peruanos mejoró sustancialmente su situación económica entre 1990 y 2001. Sin embargo, según lo pudo detectar la investigadora peruano-estadounidense Carol Graham en un estudio de la Brookings Institution que les siguió la trayectoria a centenares de peruanos durante ese período, más de la mitad de la gente que tuvo los mayores aumentos en su nivel de vida material se encontraba al final más insatisfecha con su situación económica que al principio.

La habituación y las aspiraciones conducen al ser humano al esfuerzo y al progreso material, pero no a la felicidad. Al contrario, si las presiones económicas desplazan la vida familiar y las relaciones sociales, o impiden la búsqueda del desarrollo personal, el resultado puede ser una mayor insatisfacción con la vida. Esta hipótesis explica lo ocurrido en Estados Unidos, donde el enorme progreso económico del último medio siglo no ha reportado ningún aumento en los indicadores de felicidad.

Aunque el consumo más allá de ciertos niveles básicos contribuye muy poco al bienestar, hay otras variables económicas que sí son decisivas. Las más importantes son las condiciones laborales. Si algo genera sufrimiento es no tener empleo. También es motivo de mucho malestar el temor de perder el empleo o el no tener seguro de salud.

Las condiciones laborales han mejorado muy poco durante los años recientes de auge en América Latina. Sin embargo, en Argentina y Colombia, países que empezaron la recuperación con los mayores problemas de desempleo, las notables reducciones de las tasas de desocupación han contribuido a que el porcentaje de la población que se declara insatisfecha con su vida se reduzca fuertemente: de 34% a 28% en Argentina y de 26% a 21% en Colombia, según el mismo Latinobarómetro.

El auge económico podría generar mucha más satisfacción en las personas si los gobiernos latinoamericanos se esforzaran tanto en facilitar el empleo formal y mejorar los sistemas de seguridad social como se esfuerzan las grandes empresas productoras de consumo masivo en aumentar sus ventas. Hay otras cosas que compran más felicidad que el dinero, en las que los políticos y las organizaciones sociales también pueden ayudar, como son la confianza en las instituciones y la armonía social.

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