Por César Reyna
Los senderistas vinculados al narcotráfico saben perfectamente que no pueden enfrentarse directamente a las Fuerzas Armadas porque sería un suicidio. A no ser que cuenten con superioridad numérica -como en el último ataque a la base policial de la Dinoes en Ayacucho- jamás se atreverían a lanzar una ofensiva. También saben que no pueden tomar el poder porque el pueblo los rechaza y carecen de recursos y motivación ideológica para hacerlo.
Desde hace más de una década renunciaron a ese fin; actualmente no existen las condiciones para mantener la lucha armada contra el Estado. En los no tan lejanos ochenta dieron la impresión de que estuvieron cerca, pero sólo fue una ilusión pues habían sido derrotados desde que tiñeron su lucha con sangre de civiles inocentes. Al ensañarse con las clases bajas (compuesta por campesinos y obreros), a las que en teoría debían liberar del yugo burgués, perdieron cualquier tipo de simpatía que pudiera emanar de éstas. Sin el respaldo popular estaban perdidos pues lo necesitaban para tener una red de contactos, informantes y voluntarios que sirvieran a sus propósitos revolucionarios.
Ese error estratégico les costó caro ya que sus acciones se limitaron a derribar torres de alta tensión, poner coches bombas como ETA y asesinar autoridades en el interior. Ellos se convirtieron en verdugos del pueblo en lugar de ser sus aliados. La propuesta del senderismo no conducía a ningún estadío superior pues conocemos muy bien la miseria de Cuba y el aislamiento neurótico de Corea del Norte.
Ahora bien, los que hoy lanzan consignas a favor de la ‘lucha armada’, el ‘Partido Comunista Peruano’ o la ‘lucha de clases’ no son más que criminales con pasado senderista pero entregados de lleno al narcotráfico. La continuidad de su rebeldía se debe única y exclusivamente a que no encuentran otra manera de sobrevivir. Si abandonan las filas de “Sendero” lo más probable es que sean arrestados o trabajen clandestinamente como peones en campos de cultivo de coca. Servir como brazo armado para los traficantes del VRAE (Valle de los ríos Apurímac y Ene) les proporciona demasiadas ventajas económicas como para renunciar a ellas. El incentivo del dinero sucio es infinitamente superior a la condición de pobreza que les espera si dejan de “luchar”.
Al no tener otra alternativa aprovechan el nombre de Sendero Luminoso para aterrorizar y lucrar con él. Lo que ese grupo terrorista significó -y significa- en muchas zonas de ceja de selva o la sierra les proporciona un plus adicional frente otras bandas o sicarios que prestan servicios para el narcotráfico. Del antiguo Sendero sólo queda el nombre y algunas columnas itinerantes, pero eso les basta para mantener el control de las rutas, pozas de maceración y extensiones de hoja de coca en la región del VRAE.
Sus cabecillas son inteligentes al presentarse como Sendero porque de ese modo usufructúan su legado de terror. Al recitar su ideología y realizar actos de propaganda -en los poblados que visitan- reavivan en el imaginario colectivo que Sendero sigue vivo y en armas. El rechazo de sus mandos a “la solución política de los problemas derivados de la guerra”, es decir, a la capitulación de Abimael Guzmán, les sirve para hacernos creer que defienden “las reivindicaciones del proletariado” y “la abolición del Estado burgués”.
La razón por la que se hacen llamar senderistas es para explotar uno de los principales temores de la población: el regreso de Sendero. Si los “subversivos” dejaran de utilizar ese nombre la policía y la gente creerían que se trata de otra banda de criminales o facinerosos. Pero al usar pasacalles y signos distintivos de Sendero resulta inevitable asociarlos al movimiento más sanguinario que azotó al Perú durante 13 años.
Los senderistas vinculados al narcotráfico saben perfectamente que no pueden enfrentarse directamente a las Fuerzas Armadas porque sería un suicidio. A no ser que cuenten con superioridad numérica -como en el último ataque a la base policial de la Dinoes en Ayacucho- jamás se atreverían a lanzar una ofensiva. También saben que no pueden tomar el poder porque el pueblo los rechaza y carecen de recursos y motivación ideológica para hacerlo.
Desde hace más de una década renunciaron a ese fin; actualmente no existen las condiciones para mantener la lucha armada contra el Estado. En los no tan lejanos ochenta dieron la impresión de que estuvieron cerca, pero sólo fue una ilusión pues habían sido derrotados desde que tiñeron su lucha con sangre de civiles inocentes. Al ensañarse con las clases bajas (compuesta por campesinos y obreros), a las que en teoría debían liberar del yugo burgués, perdieron cualquier tipo de simpatía que pudiera emanar de éstas. Sin el respaldo popular estaban perdidos pues lo necesitaban para tener una red de contactos, informantes y voluntarios que sirvieran a sus propósitos revolucionarios.
Ese error estratégico les costó caro ya que sus acciones se limitaron a derribar torres de alta tensión, poner coches bombas como ETA y asesinar autoridades en el interior. Ellos se convirtieron en verdugos del pueblo en lugar de ser sus aliados. La propuesta del senderismo no conducía a ningún estadío superior pues conocemos muy bien la miseria de Cuba y el aislamiento neurótico de Corea del Norte.
Ahora bien, los que hoy lanzan consignas a favor de la ‘lucha armada’, el ‘Partido Comunista Peruano’ o la ‘lucha de clases’ no son más que criminales con pasado senderista pero entregados de lleno al narcotráfico. La continuidad de su rebeldía se debe única y exclusivamente a que no encuentran otra manera de sobrevivir. Si abandonan las filas de “Sendero” lo más probable es que sean arrestados o trabajen clandestinamente como peones en campos de cultivo de coca. Servir como brazo armado para los traficantes del VRAE (Valle de los ríos Apurímac y Ene) les proporciona demasiadas ventajas económicas como para renunciar a ellas. El incentivo del dinero sucio es infinitamente superior a la condición de pobreza que les espera si dejan de “luchar”.
Al no tener otra alternativa aprovechan el nombre de Sendero Luminoso para aterrorizar y lucrar con él. Lo que ese grupo terrorista significó -y significa- en muchas zonas de ceja de selva o la sierra les proporciona un plus adicional frente otras bandas o sicarios que prestan servicios para el narcotráfico. Del antiguo Sendero sólo queda el nombre y algunas columnas itinerantes, pero eso les basta para mantener el control de las rutas, pozas de maceración y extensiones de hoja de coca en la región del VRAE.
Sus cabecillas son inteligentes al presentarse como Sendero porque de ese modo usufructúan su legado de terror. Al recitar su ideología y realizar actos de propaganda -en los poblados que visitan- reavivan en el imaginario colectivo que Sendero sigue vivo y en armas. El rechazo de sus mandos a “la solución política de los problemas derivados de la guerra”, es decir, a la capitulación de Abimael Guzmán, les sirve para hacernos creer que defienden “las reivindicaciones del proletariado” y “la abolición del Estado burgués”.
La razón por la que se hacen llamar senderistas es para explotar uno de los principales temores de la población: el regreso de Sendero. Si los “subversivos” dejaran de utilizar ese nombre la policía y la gente creerían que se trata de otra banda de criminales o facinerosos. Pero al usar pasacalles y signos distintivos de Sendero resulta inevitable asociarlos al movimiento más sanguinario que azotó al Perú durante 13 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario