lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Qué es lo que se debe hacer en el VRAE?





Ante la propuesta del vicepresidente Luis Giampietri de declarar al VRAE (Valle de los ríos Apurímac y Ene) zona de combate, surgen varias interrogantes respecto a la estrategia política-militar que debe ser adoptada para combatir al narcosenderismo


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Por Cèsar Reyna




La caída de un MI-17ha repercutido negativamente en la imagen del gobierno. Algunos ex generales manifiestan que el material incautado a los soldados asesinados dificultará los vuelos porque se llevaron lanzagranadas RPG y ametralladoras de alto calibre. Pero es altamente probable que los senderistas dispusieran de ese equipo (poder de fuego) mucho antes ya que tienen recursos para adquirirlos y los controles fronterizos son muy permeables.

Da la impresión de que Sendero Luminoso está ganando otra vez como en los ochenta, aunque el nuevo Sendero no guarda similitudes ideológicas ni estratégicas con su antecesor. El Sendero que conocíamos tenía un fuerte contenido dogmático y pretendía el poder; el presente, en cambio, carece de ideología (a pesar de que sus mandos siguen hablando de continuar la lucha armada, discurso meramente formal) y trata de consolidar su posición como nuevo cartel de la droga. Lo que los emparenta es que emplean tácticas guerrilleras –de no confrontación directa con el enemigo uniformado– y brindan seguridad en las rutas que emplean otros traficantes en el VRAE.

Según el ex ministro de Defensa, Ántero Flores-Aráoz, Sendero cuenta con 600 hombres armados repartidos en tres columnas. Su número debe ser mucho mayor ya que no se considera a sus colaboradores, quienes se encargan de la logística y de proveer información. Este nuevo Sendero ya no mata indiscriminadamente, sino de manera selectiva, como lo ha podido comprobar la Fuerza Armada. Tampoco pone coches bombas en instalaciones gubernamentales ni dinamita torres de alta tensión. Ya no ataca en centros urbanos como antaño porque su lucha es otra, y no tiene que ver con reivindicaciones proletarias o marxistas, sino con la prosperidad de su negocio. El Sendero que sojuzgaba a la población empobrecida no existe. El nuevo Sendero es aliado de campesinos cocaleros y líderes comunales. Los narcoterroristas ofrecen protección a cambio del pago de un cupo. El servicio que prestan les reporta ingresos, pero no tanto como la elaboración de pasta básica de cocaína en sus laboratorios clandestinos. La práctica de tierra arrasada –destruyendo chozas, incendiando cultivos y matando autoridades- cada vez que visitaban una comunidad se ha dejado de lado. Aunque se sigue ejecutando, pero no tiene que ver con este Sendero, sino los militares, quienes confunden a los campesinos con narcosenderistas, así lo revela The New York Times (17-03-2009).

La represión no sólo atemoriza a la población, sino que deslegitima al Estado. Semejante percepción lo convierte en enemigo natural de los cocaleros que ha encontrado en el monocultivo de la hoja de coca –una práctica ancestral– su principal fuente de ingresos. Para muchos cocaleros se ha convertido en una cuestión de vida o muerte defender el libre cultivo de la coca porque Sendero ha incentivado esa visión. La erradicación forzosa y las detenciones arbitrarias le han restado mucha simpatía al Ejército. Cuando se realización operaciones de búsqueda y captura de senderistas, los civiles se ven forzados a abandonar sus villas o se convierten en bajas colaterales. Las FF. AA. alegan, según el reportaje del NYT, que lo que destruyen son laboratorios, pozas de maceración y cabañas para que los terroristas no tengan dinero ni refugio.

El VRAE es la mayor región cocalera del país, de ahí su importancia para Sendero y el Estado, quienes libran una lucha por el monopolio de la fuerza. Ambos se ven como amenazas para su negocio y para su futura estabilidad, respectivamente. De momento el país no corre peligro porque los senderistas –en realidad mercenarios o delincuentes– no tienen intención de expandirse más allá de la zona. Al haber aumentado la productividad por hectárea de hoja de coca no necesitan más tierras. Desde el 2007 la cantidad creció en 4%, el mayor incremento en una década. A largo plazo es posible que representen un desafió a la gobernabilidad ya que penetrarán la porosidad de las instituciones, que no son precisamente inmunes al cáncer de la corrupción. Dado que nuestras autoridades políticas y militares son receptivas a esa lacra social, no debería extrañarnos que sean compradas por grandes capos de la droga, quienes les permitirán operar libremente, como ocurre y ha ocurrido en otros países.

El gran desafió en la zona del VRAE consiste en desenganchar a la población del comercio de la droga o, mejor dicho, del cultivo de la coca, que en un 97% se destina a la producción de cocaína. Esto requiere un enorme trabajo ya que constituye el modo de vida de la gente del lugar, unas 17.000 familias. Mujeres y niños recolectan y secan las hojas bajo el sol. Primero las acopian y luego las esparcen sobre canchas multiuso o caminos de tierra. La economía gira en torno a ese cultivo que no es ilegal; pero sí su transformación en estupefacientes. Los diversos gobiernos han intentado la sustitución de cultivos. En un momento se trató de promover la siembra de café orgánico, paltas, mangos, etc., destinados a la agroexportación, pero no ha funcionado en todas las zonas convulsionadas. Pese a la apertura de nuevos mercados y su interesante rentabilidad no han podido competir con la hoja de coca.

Cambiar la matriz económica y productiva debe realizarse en una segunda etapa. La solución no pasa por reemplazar cosechas, al menos no por ahora, ya que primero se debe eliminar la presencia del narcosenderismo. La primera fase de la operación en el VRAE debe abocarse a extirpar a los elementos subversivos. Para esto hay que introducir nuevos métodos de guerra porque el combate contra una guerrilla bien armada y conocedora de la selva no puede ser convencional. En lugar de enfrentar a la guerrilla con soldados rasos hay que considerar operaciones clandestinas a cargo de fuerzas especiales de la Marina, el Ejército y la Aviación. Pequeños grupos podrían asestar duros golpes a las columnas senderistas porque los tomarían por sorpresa. Con la ayuda de francotiradores, expertos en explosivos e inteligencia se podría eliminar a sus líderes, destruir sus campamentos e interceptar sus comunicaciones. Los Estados Unidos bien podrían colaborar en la parte de inteligencia dotando a las FF. AA. de aviones no tripulados de reconocimiento (Predator) para orientar a los comandos (ser sus ojos en el cielo durante la noche y en la espesura de la selva) y transmitir información precisa sobre la ubicación de los terroristas. Estos sofisticados aparatos podrían llevar armas para no desperdiciar la oportunidad de atacar un blanco importante. EE. UU. también podría proveernos otros equipos como visores infrarrojos, camuflajes y dispositivos electrónicos para garantizar el éxito de las operaciones.

En la siguiente etapa, una vez extirpado el cáncer del narcoterrorismo, el Estado podría iniciar un plan de desarrollo de la zona construyendo postas médicas, escuelas y dependencias estatales pues, sin el control efectivo del territorio, vemos imposible que algún médico, enfermera, profesor o burócrata vaya a trabajar a un lugar tan agreste como peligroso.




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